El gozo en medio del dolor

jueves, 24 de septiembre de 2020
image_pdfimage_print

24/09/2020 – Hoy celebramos a la Virgen de la Merced y el texto de hoy, Juan 19,25-27 nos muestra a Jesús en la cruz, junto a María, a quien el Señor le dice «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego, dirijiéndose a Juan, el discípulo amado, le dice: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa”, la hizo suya. Una traducción más exacta sería “La Virgen se metió en la casa de Juan”, seguramente para desenredar las redes que como pescador tenía en su hogar, a ayudarlo con el orden de su casa y a sobrellevar toda la pena y el dolor a causa de la pérdida de su Maestro. Seguramente Juan también la consoló en su duelo de madre.

Mientras iban entablando un vínculo, iban levantando la mirada, vislumbrabdo un nuevo horizonte, el Señor les mostraba un cielo y una tierra nueva hecha una misma realidad gracias a Su entrega.

En Jesús recuperamos la esperanza, el dolor y la pena que compartimos con María, quien está con nosotros, a nuestro lado, en nuestro hogar, se hace canto de esperanza.

Que mientras estamos a la espera de ser liberados de nuestra cautividad, podamos levantar la mirada, con la certeza de que vienen nuevos tiempos y el horizonte se abre hacia adelante.

Pongamos la esperanza en el Señor que hace nuevas todas las cosas y nos regala un nuevo horizonte de fe y esperanza.

 

 

 

“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa”.

Jn 19,25-27

Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás y María Magdalena. El verbo estar que etimológicamente significa estar de pie, estar erguido.

El cuarto evangelista lo presenta como en María la dignidad y la fortaleza que la sostiene y las demás mujeres junto a ella en el dolor sostenido, recuerda esa inquebrantable fortaleza y firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar todo lo que significó asumir ésta condición de maternidad del hijo de Dios.

El Calvario la muestra a María particularmente firme, particularmente fuerte a los pies de la cruz. Pero ha sido también esa su actitud en el gozo del anuncio. En la pregunta ¿cómo puede ser esto? está como transparentándose ese desconcierto que genera la grandeza de Dios y supera la capacidad de comprensión razonable por parte de su servidora, de su humilde esclava, de pie ante el encuentro con lo sobrenatural en su pobre condición humana.

Si pudiéramos representar bajo el signo de las rosas, el aroma que comunica María, por representarlo de algún modo tenemos que decir que éste aroma de la presencia del Espíritu en ella viene acompañado de espinas. Esas que aparecen en el camino que la conduce de manera incierta hacia donde se encuentra su prima Isabel. Esa que la lleva a volver a Nazaret para encontrarse con lo que no sabe cómo será que Dios se las arregle para que José entienda lo que ha ocurrido.
Ese dolor de la incertidumbre que supone las cosas en las manos de Dios que hacen que salgan de Belén para Egipto sin poder volver a su propia tierra porque Herodes anda buscando al niño para matarlo. No hay tiempo de ir a hacer las valijas y preparar el equipaje para una mudanza que la lleve a otra tierra con otro idioma, con otra cultura en un contexto totalmente distinto.

Todo esto es dolor, todo esto es sufrimiento. Hay que acompañar el camino del hijo de Dios que va creciendo y aprendiendo progresivamente quien va siendo aquel que crece a la par de sus padres

Cuando se dice que está esperándolo la madre afuera, Jesús dice: quién es mi madre. Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica. Este desprendimiento fuerte que establece Jesús en el camino de seguimiento de lo que el Padre le va mostrando por delante es doloroso, está lleno de gozo pero es doloroso. Es como un rosal bello, hermoso, con un aroma y una frescura que atraen y al mismo tiempo con espinas.

 

Una fe inquebrantable

 

El Concilio Vaticano II dice así en Lumen Gentium 58 la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su hijo hasta la cruz.

Seguramente su disposición interior de estar profundamente unida al misterio hace que ella igualmente se sienta insultada, se sienta ultrajada, escupida y su corazón tiene esa sintonía que tiene el corazón del hijo cuando a los momentos más crudos del dolor de esa muerte injusta El abre la boca para dirigirse al Padre diciendo: perdónalos porque no saben lo que hacen.

Este corazón indulgente, compasivo, misericordioso se ha formado en el corazón de esa madre indulgente, compasiva y misericordiosa. El seguramente dice lo que dice el hijo que lo aprendió de la madre: perdón, misericordia. De generación en generación reza ella ha de extenderse ésta presencia misericordiosa de Dios.

Este corazón misericordioso es el que se sostiene a los pies del dolor, del sufrimiento porque sabe que justamente por el camino de la misericordia y ésta sosteniéndose en la esperanza donde se abre el camino a la luz en medio de las sombras y la oscuridad que rodea todo el acontecimiento del Calvario. Se oscureció el mundo da a entender el evangelista cuando se hizo las tres de la tarde porque era la muerte la que estaba sufriendo el hijo de Dios que afrontaba la terrible desgracia que nos supone a todos el encuentro con las sombras de la muerte.

Esas sombras de muerte toman el corazón de María y ella se sostiene frente al dolor y la muerte y su oscuridad y sus sombras porque el corazón de que es fuerte está guiado por la esperanza de que en realidad es un tránsito a la luz
Ahora está pariendo con los dolores que brotan del misterio pascual que afronta su hijo y ella asociada a Jesús está dándonos a luz con el hijo y nos está dando a luz para ser nosotros hijos de la luz. María permanece fuerte al pie de la cruz no porque se esté negando a su sensibilidad exquisita, femenina y esté como abortando ese costado de dulzura, de ternura, de piedad que hay en su corazón.

Su fortaleza no es negación de la sensibilidad, su fortaleza es justamente a partir de esa sensibilidad y de ese amor por todo lo creado y particularmente por nosotros los hijos de Dios la que le permite sostenerse desde ese amor esperando que lo que parece que es el fin comience a ser el comienzo de un tiempo nuevo desde los hijos de la luz, los que salimos de la noche, los que dejamos la oscuridad y las sombras, los que lo podemos hacer porque somos paridos, somos gestados en el dolor de la cruz que asocia que asocia a la madre con el hijo como ya lo había dicho el viejo Simeón: a ti una espada te atravesará el corazón.

Es la que atraviesa el corazón de Jesús y atraviesa el alma y el corazón de María cuando el hijo muere. Todo se ha ha terminado y en tus manos encomiendo mi Espíritu, grita, expira y muere. Cuando muere el hijo como cuando muere un ser querido, cuando muere un hijo de una madre, ella siente el desgarrón interior que supone éste desprendimiento pero al mismo tiempo se sostiene firme porque sabe que el hijo que se fue resucita y ésta es su esperanza, con esto afronta la crisis terrible por la que atraviesan los discípulos y ella va a estar allí en Pentecostés, en el Cenáculo, sostenida por la fortaleza que le viene de lo alto, por la esperanza que la guía y ora incesantemente sabiendo que es desde ese lugar donde con dolor y con lucha se sostiene y se gesta la vida.