El gozo

jueves, 4 de octubre de 2012
image_pdfimage_print
“Les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa” dice I Juan 1,4. “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes y ese gozo sea perfecto”. El mismo Juan lo dice en su evangelio 15,11. “Y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto”. Juan 17, 13.

¿De qué gozo estamos hablando? De ese fundamental para la vida cristiana que nace del don de Dios por la visita del Dios mismo. El gozo que nos embarga cuando somos capaces de comprender la historia de la salvación o de preverla en la fe. El gozo fruto de la presencia del Espíritu Santo, en la propia vida. Ese gozo que nos florece en la prueba. Que aparece acompañándonos en el camino como en los apóstoles. En nuestro trabajo evangelizador. Ese que habían perdido los discípulos y que lo recuperan en su peregrinar con el peregrino oculto del Emaús. El gozo que supera la tristeza y la angustia. Signo de la presencia cotidiana del Señor en nuestra vida. Un gozo esencialmente apostólico, es decir que comunica un don recibido, capaz de consolidarnos y de hacernos crecer en la filiación apostólica, en la fe de nuestros mayores y que nos invita a que sea pleno y permanezca.

La consigna de hoy: compartir lo que te llena el alma de gozo.

Es la raíz de todos los gozos, es el amor de Dios lo que nos hace mirar más lejos. En el gozo podemos ampliar la perspectiva de mirada. La ampliamos en el horizonte que se abre mucho más allá de lo que a veces las anteojeras con la que la realidad ideológicamente nos invita a ver, la ampliamos también en la profundidad, porque no solamente se amplía el espectro que hace a nuestra visión, sino que se amplía en cuanto la mirada se hace más profunda, el gozo nos permite ver en lo profundo.

A este gozo en términos espirituales dice el Cardenal Bergoglio, lo llamamos consolación. Es el signo de la armonía y la unidad que se realiza en el amor. Es signo de unidad, del cuerpo, de la iglesia. Signo de edificación. Estamos llamados a ser fieles al gozo y no gozarlo. Esta expresión me pareció riquísima. Somos servidor del gozo más que gozarnos en el gozo. El gozo es para maravillarse y para comunicarlo, no es para apoderarnos de él. Lo afeamos, es decir lo maltratamos cuando no lo entregamos. El gozo que es gratuidad y don es para ser donado y ofrecido. Somos servidores del gozo. El gozo nos abre a la libertad de los hijos de Dios porque al ponernos en Dios nos separa de las cosas y situaciones que nos cercan y aprisionan, nos quitan libertad. El gozo es el camino de la liberación.

En términos de consolación tal cual lo presenta el cardenal Jorge Mario Bergoglio, es gozo es signo de la presencia de Cristo. Configura el estado habitual de un hombre, de una mujer que descubre que en Dios está la respuesta para consagrarnos, es decir romper con lo que habitualmente nosotros consideramos como humano en algún sentido y abrirnos a lo verdaderamente humano cuando lo ponemos de cara a Dios. Allí está el sentido más profundo de la humanidad al punto tal que Dios ha venido a hacerse uno de nosotros en Cristo Jesús. De ahí nace la preocupación por buscar la consolación, porque ella misma es signo de la presencia del Señor. Buscarla en cualquiera de sus modos. Dice el cardenal, sito aquí a Ignacio de Loyola. ¿Qué es la consolación? Dice San Ignacio: “Llamo consolación cuando en el alma se causa alguna moción interior con la cual viene el alma a inflamarse en amor a su Creador y Señor y consecuentemente cuando ninguna cosa creada sobre la faz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Asimismo cuando lanza el alma lágrimas motivas amor, de su Señor, ya sea por dolor de sus pecados o de la pasión de Cristo nuestro Señor o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicios y alabanza. Finalmente dice Ignacio, “llamo consolación a todo aumento de esperanza, fe y caridad y toda alegría interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su alma aquietándola, apaciguándola en su Creador y Señor

El grado fundamental del gozo del que estamos hablando y que hoy te anunciamos es una paz honda, es imperturbabilidad en el Espíritu que permanece aún en los movimientos más dolorosos de la cruz y en los momentos más dolorosos de cruz. Un autor espiritual, del siglo IV, dice más o menos lo mismo al describir cómo somos guiados por Cristo de diversas maneras, dice así “A veces lloran y se lamentan por el género humano y ruegan por él con lágrimas y llantos, encendidos de amor espiritual. Otras veces el Espíritu Santo los inflama con una alegría y un amor tan grande que si pudieran abrazarían en su corazón a todos los hombres sin distinción de buenos o malos. Otras veces experimentan un sentimiento de humildad que los hace rebajarse por debajo de todos los demás hombres, tendiéndose a sí mismo como más adyeptos y despreciables. Otras veces el Espíritu les comunica un gozo inefable. Otras veces son como un hombre valeroso que equipado con toda la armadura y regia, lanzándose al combate, pelea con valentía, contra sus enemigos y los vence. Otras veces el alma descansa en un gran silencio, tranquilidad, paz y sosiego inefable. Otras veces el Espíritu le otorga inteligencia, una sabiduría, un conocimiento inefable, superiores a todo lo que prueba hablarse o expresarse. También se experimenta algo nada especial de este modo el alma es conducida por la gracia a través de varios y diversos estados, o según la voluntad de Dios así la favorece”. Como se ve, dice el Cardenal, es la misma unción del Espíritu Santo la que permanece en esa unción que hecha sus raíces el gozo y por ello se expresa en tan diversos estados, pero el arraigo en esa unción permanece imperturbable, es lo que llamaríamos paz del fondo. El gozo del que hablamos, nos mantiene en paz en lo más hondo del corazón.

Nosotros en el espíritu pedimos este don de la paz. En el espíritu pedimos la gracia de la alegría y del gozo. Lo contrario se llama tristeza. Pablo VI, nos dice que el frío y las tinieblas están en primer lugar en el corazón del hombre que siente la tristeza. La tristeza es la magia de Satanás, dice el Cardenal Bergoglio, que nos endurece el corazón y nos lo amarga. Cuando la amargura entra en el corazón de un hombre o de una mujer, es bueno recordar lo que advertía el mismo Pablo VI, “Que nuestros hijos de ciertos grupos rechacen los excesos de una crítica sistemática y anquilosada, sin necesidad de salirse de una visión realista que las comunidades cristianas se conviertan en lugares de alegría donde todos sus miembros se entrenen resueltamente en el discernimiento de los aspectos positivos de las personas y de los acontecimientos. La caridad no se goza en la injusticia, sino que se alegra en la verdad, lo excusa todo, cree siempre, espera siempre, lo soporta todo”.

Las pequeñas alegrías humanas que constituyen en nuestra vida como la semilla de una realidad más alta, quedan transfiguradas. Esta alegría espiritual, aquí abajo incluye siempre en alguna medida, la dolorosa prueba de la mujer que en el trance de dar a luz vive un cierto abandono aparente, parecido al del huérfano. Lágrimas y gemidos mientras que el mundo hará alarde de satisfacción, falsa en realidad. La tristeza de los discípulos, que es según Dios y no según el mundo, se va a cambiar pronto en una alegría espiritual que nadie podrá arrebatarles. Nos lo recuerda Pablo VI, en Gaudete in Domino, en el capítulo 3. Se nos invita entonces a pedirla al Espíritu Santo que en este transe de parto nos permita, mientras los dolores van como habitando o atravesando nuestra vida, tener la mirada puesta en el gozo que está por venir.

                                                                                                                       Padre Javier Soteras