El Hijo de Dios se hizo hombre

jueves, 24 de enero de 2013
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Continuamos con la catequesis en torno al Catecismo: “El Hijo de Dios se hizo hombre”. Nos detenemos en ese punto, en la enseñanza de este compendio de la doctrina que es el Catecismo de la Iglesia y que acompaña el camino del Concilio Vaticano II, forma parte de ese proceso de cambio y transformación en lo que doctrinalmente se hace necesario plantear para el crecimiento y la formación del Pueblo de Dios, este es el sentido de las verdades allí afirmadas en el Catecismo, las que nos invitan a poner una mirada particularmente concentrada sobre las verdades de fe a las que somos invitados a madurar y a reflexionar y a vivir.

Con el Credo nicenoconstantinopolitano respondemos confesando: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del Cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María y se hizo hombre”. ¿De quién hablamos? Del Verbo de Dios que se hizo carne para salvarnos reconciliándonos con el Padre. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo dice 1Juan 4,14. Él se manifestó para quitar los pecados, dice también la 1Juan 3,5.

Vio Dios, dice San Ignacio, la confusión en la que los hombres nos encontrábamos por la fuerza que el pecado de su carácter de iniquidad operaba en medio nuestro y obra en medio nuestro y decidió que la Segunda Persona de la Trinidad se encarnara para liberarnos, para rescatarnos, para fortalecernos. Si uno echara una mirada sobre la realidad de hoy tal cuál como la planteábamos con el legislador Aurelio García Elorrio en torno a las cosas que ya no andan más, no funcionan, esta falta de aprecio por la vida, esta cultura de la muerte en los estupefacientes y en la legitimación del consumo de la droga en la Argentina, esta falta de respeto en el ámbito de lo público, del trato entre las personas, tan fácilmente degradadas en su condición y en su dignidad a través de los medios de comunicación, bueno, todo esto que nos damos cuenta que nos atropella y que nos damos cuenta que así no va, es también un clamor para esta presencia del Dios vivo en medio nuestro. Presencia del Dios viviente haciéndose uno de los nuestros.

La presencia de Dios hecho carne, dice el Catecismo, es porque vio nuestra condición, Dios, y decidió que su Hijo se encarnara para propiciación de nuestros pecados. ¿Qué realidades de hoy te parece que necesitan de la manifestación en nuestro compromiso de la presencia del Dios vivo? ¿Qué realidades del mundo de hoy y su fragilidad, su debilidad, su contradicción, su locura, su sin sentido, su tristeza, su angustia, su búsqueda, necesitan de esta presencia, testimoniada por nosotros, de que Dios en realidad no nos abandonó sino que está cerca de nosotros, viene a nuestro encuentro. Hay realidades del mundo de hoy que declaran a Dios la necesidad, una vez más, que se haga presente.

Decía San Gregorio de Niza,Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada, desgarrada, ser reestablecida, muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera, encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz, estando cautivos esperábamos un salvador, prisioneros, un socorro, esclavos un libertador. ¿No tenían importancias estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado?

 

Hay realidades del mundo de hoy que necesitan de esta presencia redentora de Jesús. ¿Cómo te podrías comprometer en la transformación de las mismas? El Señor viene a estas realidades, tal vez describirlas pueda ayudar mucho a encontrar allí mismo, en la fragilidad de la humanidad, la fuerzas que Dios nos da a nosotros para que podamos asumir ese compromiso junto a él de querer transformar el mundo. Una descripción dolorosa del mundo, si se quiere, pero al mismo tiempo llena de esperanza es la que buscamos construir en esta mañana de la catequesis.

Esta posibilidad de mirar el mundo con crudeza y realismo y frente a las realidades que más nos duelen del mismo, sentir la necesidad de comprometernos para transformarlo solo es posible cuando nosotros descubrimos al Dios que decidió comprometerse con nosotros haciéndose uno de los nuestros por los motivos los cuál los hizo, por amor. El verbo se encarnó para que nosotros conociéramos así el amor de Dios y es desde ese amor donde podemos asumir cualquier compromiso de transformación. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que viéramos por medio de él. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida, y vida eterna.

Es en el amor de Dios donde podemos asumir el compromiso y la verdad es que este es un misterio que aprendemos a conocerlo a partir del hecho que el Señor se nos acerca. En la encarnación ocurre eso, Dios se acerca, se hace de nosotros, se instala en medio nuestro y lo incognoscible de Dios comienza a resultarnos cercano, familiar, posible de acceder. Dios se hace uno de nosotros y por lo tanto conocerlo ya no es un misterio inaccesible, es una gran posibilidad. El verbo de Dios se encarnó para que nosotros conociésemos el amor de Dios. Pero también sostiene el catecismo de la Iglesia católica que el Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad. Tomen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí que soy manso y humildad de corazón. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por mí, y el Padre, en el monte de la transfiguración ordena: Escúchenlo, el es el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la nueva ley es donde se concentra la Nueva Alianza, donde Dios y el hombre se funden en un solo abrazo y el horizonte se une allí donde el cielo y la tierra parecía imposible que se juntaran y nos invitan a mirar hacia delante. Es Dios que se hace uno de nosotros. Y por eso el amor de unos para con otros que el nos manda, no nos resulta extraño porque este amor brota del amor de él y tiene como consecuencia la ofrenda efectiva del nosotros mismos en el sí mismo de Dios que se entrega y solamente a partir de esta ofrenda y de esta entrega, cuando el grano de trigo muere, que se puede producir frutos de cambio y de transformación en la sociedad. Una muerte, una entrega, una ofrenda, que no van de la mano de la esterilidad sino de la convicción de que en la entrega de nosotros mismos está la respuesta que el mundo espera de parte de el Cristo que se encarnó y habita con su carpa en medio nuestro.

Un compromiso construido desde la alegría nos decía el Arzobispo de Córdoba en el retiro que compartíamos con él el fin de semana anterior no, el pasado. Y es justamente desde este lugar de convicción en el amor donde Dios nos quiere transformando la realidad que nos presenta un mundo tan necesitado de lo cristiano, del Cristo vivo, que no podemos sino nosotros, desde nuestra propia vulnerabilidad, fragilidad, contradicciones, lugares no transformados y evangelizados, dejarnos tomar por la misma vida de Dios que nos visita, que nos acompaña, que se encarna, que se hace uno de nosotros para desde ese lugar, no porque las tengamos todas con nosotros sino porque Dios viene a eso, ser instrumentos de ese cambio, de esa transformación, de ese dar vuelta el mundo. Es el amor de Dios el que lo permite y es esto lo que hoy queremos compartir con vos. Cómo desde este lugar lo más feo, lo más horrible, lo más triste, lo más angustiante y lo más doloroso, lo más desesperante en el mundo en su propia autodestrucción, puede ser visto con ojos distintos y cómo una mirada distinta sobre la realidad nos permite ya en el mismo hecho de la contemplación de lo que vemos, comenzar a cambiarla. Las cosas comienzan a cambiar cuando nosotros empezamos a verlas de una manera distinta. Es una experiencia nuestra, diaria, decime si un día como el de hoy, acá en Córdoba, lleno de sol, si vos te levantas con mal humor, es como para descubrir como brilla por ejemplo en ese árbol que tengo delante de mí ahora, verde, bello, hermoso, con algunas hojas amarillas que hablan del otoño que ya llegó y que pinta a Córdoba tan particularmente linda. Si vos te levantas con una mirada con los lentes oscuro y lo más fácil es que se te pierda de vista semejante paisaje bonito, lindo lleno de vida que tenemos delante de los ojos. Ahora, si en un día lleno de frío, triste, por su clima, vos te levantas con el alma llena de gozo, de alegría, de paz, de decisión y determinación para afrontarlo con lo que se merece ese día, es decir con un espíritu lleno de vivirlo en plenitud, se te pinta el cielo de color azul aunque esté nublado. ¿Qué quiero decir? Que en realidad mucho de lo que la realidad es depende de los ojos como se lo mira y lo que está llamada a ser también. Por eso es que sin perder realismo ante lo que ocurre delante nuestro, ponerle un foco distinto a lo que acontece y la mirada que Dios tiene de compasión, de ternura, de espera, de no condenación, es clave para que en un vínculo cordial con la humanidad de hoy nuestra propuesta resulte tan accesible, tan bienvenida, tan esperada. A veces nos gana la condena, muchas veces más el juicio, tantas veces el mandato de cómo deberían ser las cosas, sin antes habernos arremangado, habernos puesto al lado, caminado, caminar al lado de los hermanos y desde ese lugar, en la escucha atenta, empática, sencilla y al mismo tiempo comprometida ayudarles a ver las cosas como hace el Maestro del camino de Emaús, con otros ojos, y hasta que no arda el corazón, hasta que no comienza a arder el fuego que hace ver las cosas del corazón, que hace ver las cosas con unos ojos distintos, con una mirada distinta, no nos tenemos que dar por satisfechos. El mundo de hoy necesita de una mirada distinta, y a esa mirada te la da el Espíritu. Que vos puedas pintar también tu realidad con el color que más sabes hace falta pintar para que tu realidad cambio. Es posible.

 

 

Padre Javier Soteras