El impuesto debido a la autoridad

viernes, 26 de junio de 2009
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Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones.  Ellos fueron y le dijeron:  “Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios.  ¿Está permitido pagar el impuesto al Cesar o no?.  ¿Debemos pagarlo o no?”.  Pero él conociendo su hipocresía, les dijo:  “¿Por qué me tienden una trampa?.  Muéstrenme un denario”.  Cuando se lo mostraron, preguntó:  “¿De quién es esta figura y esta inscripción?”.  Respondieron:  “Del Cesar”.  Entonces Jesús les dijo:  “Den al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios, lo que es de Dios”.  Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta.

Marcos 12,13-17

Sean mansos como palomas y astutos como serpientes

A esto nos invita las palabra de hoy, a esta actitud que Jesús una y otra vez le dice a los discípulos del modo como tienen que moverse en el mundo al que pertenecen sin ser de este mundo los discípulos están llamados a permanecer en el mundo y para eso hace falta una actitud clara de sabiduría, astucia, de inteligencia, de darse cuenta, de estar despierto, de no ser ingenuos.

Sean mansos como palomas y astutos como serpientes, Jesús no solamente lo dice sino lo ejerce. Y hoy es uno de esos evangelio dónde al Señor quieren tenderle nuevamente una trampa y Él sabe como dar respuesta a la perspicacia, astucia y oscuridad con los que los hombres que pertenecen al mundo de las tinieblas, dirá Jesús, quieren una vez más encontrarle a Él, un lugar desde dónde poder tener para acusarlo.

Quisiera primero presentar un panorama en torno al cual se da esta trampa que le tienden a Jesús. El contexto es un contexto de Imperio Romano, dónde se les exigía a los pueblos sojuzgados, numerosos impuestos tales como, peajes, aduana, tasas, que tenían que ver con un pago del cual deberían hacerse los que vivían en los territorios por ellos gobernados o dónde había extendido la presencia su imperio e ir para Roma, como lugar central.

Entre todos estos impuestos, estaban los que debían pagar directamente al y para el Cesar. Eran por un lado el que debía pagar el propietario por el suelo y por lo tanto el personal. También los israelitas tenían que pagar obligaciones, impuestos, el tributo directo, así también como el censo o el empadronamiento, era tenido por los judíos como la señal suprema del sometimiento al poder extranjero, y por eso algunos grupos muy radicalizados de aquella época como en el caso de los celotes, se negaban a pagarlo y hacían las revueltas en los caminos, golpeando, asaltando, y saliendo a defensa del pueblo como un grupo de guerrilla, que se iba extendiendo por todo el territorio.

En el grupo de Jesús hay dos celotes, Judas y Simón, es decir pertenecen a este grupo de resistencia social y política en el tiempo de Jesús. Algunos fariseos, sostenían que pagar el impuesto, era un pecado porque constituía un acto tácito de reconocimiento de las pretensiones divinas que se escondían siempre detrás de la presencia del emperador romano, el que era siempre como puesto e invitaba a él al reconocimiento de la divinidad.

Para entender mejor esta posición, conviene explicar esto de la moneda usada en aquella época, la moneda que de poco valor como el óbolo o el lepton, podía ser acuñadas por los jerarcas y las autoridades locales, pero de modo contrario a la costumbre ampliamente difundida, las monedas acuñadas por los judíos como Herodes y Agripa o por autoridades romanas que gobernaban Judea, como el caso de Poncio Pilato, no podían llevar acuñar ninguna imagen o retrato de su rostro, debían ellos tener la imagen del Cesar.

Entonces aquí es dónde se plantea las cosa, porque, cuál es la trampa que le están tendiendo a Jesús. Aquí hay una indicación, hay que pagar los impuestos, ¿Lo pagamos o no lo pagamos?, uno diría ¿ah, qué se yo?, veamos, uno hubiera dicho ¿Cuál sería la dificultad para pagarlo?, o ¿porqué no pagarlo? Y si es muy oneroso y supera las posibilidades de la persona y eso atenta contra su dignidad, contra su posibilidad de subsistencia, habría que ver si se paga o no. Jesús va por otro camino.

Porque en realidad la pregunta no tiene que ver con la legitimidad del impuesto, sino con la trampa que se esconde detrás de ella. Si Jesús dice, hay que pagar el impuesto, Jesús estaría como para un grupo importante en Israel diciendo, hay que reconocer al Cesar. Y por lo tanto reconocer al Cesar supone reconocer una determinada divinidad en él, y por lo tanto esto supone como una acusación desde dentro del judaísmo que puede terminar con la doctrina de Jesús que busca ponerlo al padre Dios del que él habla en el corazón mismo de la sociedad nueva, del reino nuevo que Jesús viene a implantar.

Si llega a decir Jesús paguen el impuesto, puede ser interpretado así y pueden tener para acusarlo de estar reconociendo una divinidad que no es la que Israel ha encontrado en su peregrinar desde siempre.

Si Jesús dice no paguen el impuesto, entonces se pone en contra de la autoridad, que en ese tiempo aunque no legítima, gobierna sobre el pueblo y puede ser acusado por los mismos judíos en atención a los mismos romanos, como un revolucionario, a uno que tiene dentro de su grupo a dos celotes y por lo tanto Él mismo es un guerrillero de aquella época que viene como a poner las cosas en contra del imperio y altera el orden y todo esto que gira alrededor de un discurso populista que viene como a querer a enrostrarle a Jesús su condición de ser un revoltoso popular. Jesús, pide la moneda, ¿a ver que tenemos aquí?, el rostro del Cesar, muy bien denle al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios.

Con esto está diciendo, hay que pagar el impuesto, aunque la autoridad no sea legítima y al mismo tiempo, hay que diferenciar a ese que está allí con Dios. Ese no es Dios. A Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar. Si el Cesar, que es el que gobierna temporalmente, aunque no sea legítimo su modo, pide el impuesto, a él habrá que darle el impuesto.

En realidad no es el tema del impuesto lo que está en juego, sino el tema de la dignidad. ¿Quién es el que lleva adelante la divinidad?, no es el Cesar. Al Cesar lo que es del Cesar, a Dios lo que es de Dios. Esto nos permite a nosotros como a meternos en el mundo de los dioses falsos, que en este tiempo también piden pleitesía, reverencia, atención.

A Dios lo de Dios y a estos nuevos señores que quieren asumir condiciones casi mesiánicas en su lugar de preponderancia, de protagonismo en la sociedad lo que sencillamente les corresponde, si fuera un reconocimiento, un reconocimiento, si fuera sencillamente un avalar su capacidad por ser hombre o mujeres del espectáculo y se merecieran este tipo de mirada que reconoce en el arte o en el poder de presentar en lo público algo que eleva la cultura, bien, cuando sea por su condición deportiva que tienen una posibilidad, también, si fuera que son políticos destacados, que han puesto la cosa en su lugar, cosa que en este tiempo no es que sea lo que más salta a la vista también, pero tenemos como una consideración de endiosar todo cuando no tenemos contacto con el Dios directo.

Cuando se lo niega a Dios todo comienza a ocupar el lugar de Dios y todo se endiosa fácilmente. Tenemos un mundo lleno de dioses, porque Dios no ocupa su lugar. Le demos a Dios su lugar, a Dios lo que es de Dios. Y dejemos que estos otros Señores en los cuáles nosotros hemos proyectado nuestro anhelo y deseo de Dios ocupen el suyo. Un reconocimiento si fuera que lo merecen legítimo a su condición destacada, pero no endiosemos lo que no puede ser endiosado. Poner a Dios en su lugar.

No tengamos miedo, demos a Dios lo que le pertenece.

Esa moneda sirve de figura para comprender otra realidad mucho más importante, la de nuestra condición de ser humano. En la escritura leemos repetidas veces que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Cuando uno ve una imagen, determinada, importante, como puede ser esta, donde aparece la figura de una persona de relevancia en el concierto de la comunidad judía, como el Cesar, quien gobernaba, y ve que su imagen está allí estampada, al verla uno se ve reflejado en ella o no.

Esto es lo que nos estamos preguntando, ¿dónde nos vemos reflejados? Y por eso Jesús dice, atención porque en esa imagen de tanta importancia, de tanto valor como la del Cesar, acuñada en una moneda que es el lugar donde se construye la confianza en el vínculo comercial, dentro de la comunidad judía, no está la referencia de lo que ustedes están buscando, no es el lugar donde van a poder verse espejados, porque en realidad es en mismo Dios donde van a poder verse espejados.

Por eso es bueno separar y darle a Cesar lo que le corresponde y a Dios lo que le corresponde, y ustedes van a verse mejor vistos, reflejados realmente en la imagen del Dios vivo. Todo hombre por más insignificante que parezca es de Dios y a Él le pertenece. No le pertenece a nadie más que a Él, porque tiene gravado en lo más profundo de su ser, la huella de la semejanza de lo divino.

Esa imagen, esa inscripción en lo más profundo de nuestro ser, del rostro de Dios en nosotros, reclama una imagen semejante a la que llevamos dentro nuestro que no está acuñada en ningún lugar en particular y que en todo caso, en la persona de Jesús encuentra su más plena, su más perfecta, su única referencia de plenitud. Por lo tanto toda la otra imagen en todo caso puede aproximarse al rostro real de Dios reflejado en Cristo Jesús.

Ese reclamo profundo de nosotros como humanos de encontrarnos con el rostro que nos represente ese hambre que hay de nosotros de Dios, esa sed de infinito, esa sed de felicidad, esa sed de un amor auténtico, que resuelva esta necesidad de amar en lo profundo intensamente en comunión con otros, está expandido por todas partes.

Todo ser humano anhela esta presencia. Por eso nosotros con el salmista podemos hacernos eco de este hambre y esta sed, este deseo y decirle en lo más profundo de nuestro ser, busco tu rostro Señor, no me escondas tu rostro. Es a este rostro divino que está deseoso nuestro corazón de encontrarlo en el camino al que aspiramos y al que buscamos, por lo tanto confundirlo con otros que aparecen como propuestas falsas en el camino, es una profunda caída en el lugar al que no pertenecemos.

Busquemos al Dios verdadero y encontraremos el rostro real de ese Dios al que buscamos, reflejados en otros lugares, sin que termine de pertenecer a ninguno de esos lugares, hasta que lo encontremos en el que verdaderamente sintetiza esa presencia, el Dios verdadero está en Cristo Jesús.

Y hay muchas realidades suyas dispersas por el mundo entero, donde ha dejado sus huellas, esta Palabra, que es Jesús, el verbo que se ha hecho carne, que ha creado todas las cosas y a cada una de ellas les ha dejado un vestigio de su ser. Sin embargo en ninguna de ellas está presente, tiene personalidad por sí mismo y en su persona está la respuesta al anhelo más profundo que hay en el corazón humano. Por eso a Él debemos darle lo que le pertenece, nuestro propio ser, le pertenecemos y somos suyos, en lo profundo de nuestro ser sentimos este reclamo, es una necesidad imperiosa de Dios.

Al mismo tiempo experimentamos también un tremendo miedo de darle a Dios lo que le pertenece, miedo de entregarnos a Él confiadamente. Es un miedo que me quita lo que yo pienso que me hará feliz, es un miedo a que me pida más de lo que estoy dispuesto a dar, es un miedo que si lo amo demasiado perderé el control de mi vida, es un miedo absurdo.

Dios, o le damos lo que le pertenece o nos quedamos sin este vínculo que da razón de ser a nuestra existencia, y que tenemos que darle nuestra libre elección de ser de Él y a Él pertenecerle. Renovemos tu opción por Jesús, a que vuelvas a elegir por Él, a que ese anhelo profundo de tu ser, de tu corazón, de pertenecerle y puedas expresárselo, en un sencillo amén hoy que te acompañe durante todo el día y, en ese amén, a su presencia escondida dentro tuyo, puedas como empezar a descubrir que se abre un camino por donde Él mismo ha ido pasando.

Sobre todo para vos que sentís en lo más hondo de tu ser que los caminos se han cerrado, que no hay rumbo, no hay sentido, no hay camino. Si decimos amén a esa presencia escondida en lo más hondo de nuestro ser con el que estamos llamados a identificarlo, vamos ha descubrir que hay un montón de lugares por donde Él paso y nos ha dejado abierto un sendero, un camino.

Darle a Dios lo que es de Dios implica en lo concreto consagrarle a Dios la vida, las intenciones, amarlo con todo el ser y por eso mismo buscar hacer lo que Él quiere de mi. Vivir bajo su voluntad, trabajar por ver realizados sus designios en mi vida y alrededor mío.

En la medida en que tus orientes hacia Dios estén claramente dirigidos a Él, dándole a Él lo que le pertenece, devolviéndole a Él aquello que lleva su misma huella gravada en lo más profundo de tu corazón, vas a contribuir a que las tinieblas retrocedan, a que la sociedad encuentre cada vez más su rumbo, volviéndote de este modo un instrumento claro de su presencia que muestra su rostro de justo Dios, fraterno Dios, reconciliado Dios con nosotros.

A Dios lo que es de Dios. Y otro modo en la medida en que no reconozcamos esa huella divina gravada en lo profundo de cada uno de los hombres con los que compartimos la vida, desde recién concebido hasta el más anciano, o el que menos cuenta en la sociedad, sólo va a prevalecer lo injusto el abuso de los que ostenta el poder económico o político, la explotación abierta o encubierta, del hombre por el hombre, el asesinato suavizado con términos eufemísticos como interrupción de embarazo, o poner fin al sufrimiento de una persona. Estamos llamados a dar a Dios lo que le pertenece. Darle a Dios lo que le pertenece sin miedo, darle tu corazón, consagrarle tu vida.

Padre Javier Soteras