El itinerario de la fe

miércoles, 19 de febrero de 2020
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19/02/2020 – “Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron un ciego y le pidieron que lo tocara. Jesús tomó al ciego de la mano y lo llevó fuera del pueblo. Después le mojó los ojos con saliva, le impuso las manos y le preguntó: «¿Ves algo?». El ciego, que empezaba a ver, dijo: «Veo como árboles, pero deben ser gente, porque se mueven.» Jesús le puso nuevamente las manos en los ojos, y el hombre se encontró con buena vista; se recuperó plenamente, y podía ver todo con claridad. Jesús, pues, lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»”

Marcos 8, 22-26

 

En el evangelio de ayer Jesús ha dicho, ustedes tienen ojos y no ven, tienen oído y no oyen, este milagro hay que verlo en paralelo con la curación del sordomudo de Marcos 7,31 las similitudes nos ponen de cara a una intención por parte del evangelista que tiene que ver con ese carácter de ceguera y sordera propio de los discípulos según reprochaba en el evangelio de ayer.

En los casos de las dos curaciones, no se habla de la fe de los enfermos sino de quienes lo acercan para que los cure, en ambos casos le ruegan a Jesús que los toque, Él les impone las manos, las dos curaciones ocurren fuera del alcance de la multitud.

Sin embargo hay algo exclusivo de esta curación: se realiza en dos tiempos. El acceso al verdadero conocimiento de Jesús es progresivo. Al comienzo el hombre curado por la ceguera, que representa junto al sordo a la comunidad embotada para oír y ver, ve solo hombres como árboles, solo en la segunda intervención de Jesús ven claramente. Unos versículos más adelante, mañana lo compartiremos en el evangelio, Jesús pregunta ¿qué dice la gente del Hijo del Hombre? Y la respuesta es a tientas, cercana pero no certera: algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros Elías, y otro alguno de los profetas, a la segunda intervención de Jesús: ¿y ustedes quien dicen que soy yo?,la respuesta en boca de Pedro es inequívoca, tu eres el Mesías.

El reconocimiento de la persona de Jesús tiene sus tiempos, profundizar en el vínculo con Él Señor supone etapas. Como fue cuando niño, como fue en mi adolescencia, como en mi vida joven, como en mi adultez. En cada etapa hay rasgos que caracterizan nuestro vínculo con El Señor es bueno poderlos diferenciar para descubrir las etapas del camino y ver como vamos dejando progresivamente nuestra sordera y ceguera

Nosotros como los apóstoles recorremos un itinerario en el camino de la fe, lo hacemos como todo proceso de aprendizaje en un camino de pedagogía progresiva. Lo hacemos entre luces y sombras, el camino no es lineal hay avances y retrocesos, entendiendo a veces y preguntándonos muchas veces por donde y como.

La fe es un don pero no un tesoro adquirido de una vez para siempre. Para alcanzar una fe madura hay un camino y etapas a desarrollar:

  1. Caer en la cuenta de la presencia del Dios vivo en los signos de los tiempos, que debemos aprender a leerlos. Camino de discernimiento.
  2. Buscar la presencia de Dios en medo de signos pobres que revelan grandes misterios: Ellos lo reconocieron al partir el Pan (Lc 24,35) o como cuando Juan ve una llamita encendida a la orilla del lago y un hombre asando un pescado y dice: Es el Señor Jn 21,7. Este Dios escondido en signos pobres nos invita a orar con el Salmista: “Tu rostro buscaré Señor no escondas tu rostro” Sal 27,8
  3. La fe se hace anuncio y testimonio de Luz que se proclama por amor a los que la necesitan y esperan, el final del proceso es la misionalidad.

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