El Magníficat

jueves, 17 de abril de 2008
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Hoy te propongo que nos reencontremos con una mujer revestida de sol. Como la nombra el Apocalipsis, una mujer bautizada con fuego, una mujer encendida desde sus entrañas por la presencia de lo divino y una mujer que a pesar de tanto fuego, tanta luz, tanto sol, no ha quedado encandilada, ha transitado la cotidianeidad de la historia en un silencio doméstico hecho de pan, agua, levadura, sal, huertas, exilios, sufrimientos, lágrimas y esperanzas.

 

Hoy te propongo que nos encontremos con este arquetipo de mujer que es María, este modelo de hija de Dios que es María, este paradigma de fidelidad que es María.

 

Es cierto que hubo como una especie de exceso devocional antes del Concilio Vaticano II, en el que había un sentimentalismo y exageración doctrinal muy grande en relación a María y que por momentos María parecía desplazar a Cristo y que necesitaba corrección.

 

También es verdad que hoy no podemos caer en el silencio mariano, que no podemos caer en un cristocentrismo que le desplaza porque en verdad, María ha sido la maestra de la humanidad de Cristo, María ha sido quien le ha introducido a Jesús en esta categoría de ser hijo de hombre.

María ha sido quien ha educado a Jesús como ser humano y por lo tanto, desprendernos de María en nuestra Fe, es como olvidarnos de los aspectos humanos de Jesús.

 

Vamos a ir a María tratando de limpiar algo que nos solemos introyectar nosotros como modelos mundanos a la hora de rendirle homenaje a alguien y de mirar y tratar de determinada manera a las personas que consideramos importantes.

Porque en el mundo las personas importantes se segregan, se separan de la gente y nosotros acentuamos esa separación, las ponemos allá arriba, no nos vinculamos con ellas fraternalmente, entendido que son seres humanos igual que nosotros, son personas y las idealizamos, las divinizamos.

Tenemos una tendencia a la idolatría, y con María podemos hacer lo mismo, la podemos idolatrar y eso es un desvío, es un exceso, es una deformación.

Pero eso es una tendencia propia del mundo. Así rendimos homenaje a alguien, así tratamos y miramos de determinada manera a las personas importantes.

 

Cuando llegues a un lugar, no te sientes en el primer puesto, más bien sentate en el último, no sea cosa que te sientes en el primer lugar y venga alguien y te diga que ese lugar está reservado para otro, como dice en el Nuevo Testamento.

 

Y también Pablo, en una de sus cartas habla de este modo que tenemos las personas, porque tenemos en la cabeza estructurado el arriba y el abajo, el más y el menos, el importante sobre el no importante. Eso se traslada después a las razas, el blanco sobre el negro, el inteligente sobre el ignorante, etc. Pero siempre en una estructura piramidal donde vamos poniendo arriba en la cúspide personas sumamente idealizadas o importantes a las que tratamos con mucha reverencia, pero al mismo tiempo con mucha segregación.

 

Hoy vamos a recorrer en María, justamente, como ella ha querido correrse de ese lugar, pero explícita y voluntariamente. Hay una trampita en esto, cuando las personas importantes, cualquiera sea, de origen divino o humano, las ponemos ahí arriba, es una forma que no nos molesten, de que no nos incomoden, y así nos perdemos en esa distancia del compromiso y de la responsabilidad de imitar el espíritu que anima sus decisiones, opciones o conductas admirables.

 

Entonces, mientras desde abajo nosotros alabamos, entronamos, huimos en su honor, las coronamos con joyas, les llevamos flores, les llevamos velas, les vestimos de terciopelo, acentuamos sus privilegios, sus excepcionales atributos, nos resulta más cómodo al constatar esta distancia, seguir viviendo sin cuestionarnos en que nos afecta, todos los días de nuestra vida, esta María llena de gracia, inmaculada.

No nos cuestiona. Mientras le rindo culto, estoy de alguna manera conjurando esa distancia que tengo entre aquello que idealizo y mi vida, la mantengo a propósito a esa distancia para que no me comprometa.

 

No se me ocurre pensar que ella está aquí, entre nosotros, también como maestra de humanidad, como lo estuvo en la vida de Jesús.

 

María, como discípula camina con nosotros enseñándonos el abc de la vida del Reino y del proyecto de Dios, entonces, en vez de segregarla y excluirla allá arriba y allá lejos, la asociemos a la incluyamos en nuestra vida.

 

S el Padre envió a su Hijo, no fue para provocar nuestra admiración, nuestra adoración y nuestra alabanza, sino para asociarnos a El.

Si el Padre envió a su Hijo, y lo envió a los lugares más pobres, a los lugares menos apetecibles para hacerlo más cercano.

No hagamos lo contrario tratando de excluirlo, nos sentemos a la mesa de su Reino, sentarse a la mesa de su Reino implica incorporarse a su muerte y a su resurrección.

 

Nos sentemos a la mesa con María, claro que sentarse a la mesa con María implica incorporarse a sus dolores, a sus esperas, a sus paciencias, a ese ritmo por el cual María fue aprendiendo que era ser discípula del Padre, que era ser discípula de Jesús.

 

También implica tener determinadas enemistades.

El Génesis habla del pecado original, la serpiente que tienta a Adán y Eva, Adán y Eva que comen la manzana, obviamente no nos vamos a extender en esto, y después viene el castigo y después ¿qué le dice la serpiente, obviamente como símbolo del mal? “pondré enemistad entre ti y la mujer”.

La Iglesia siempre ha interpretado en la mujer la presencia de María, es decir, María la que viene a pisarle la cabeza a la serpiente, con su talón, con la parte más débil. La mujer con su vulnerabilidad sojuzga la fuerza del mal.

 

Pero pongo atención en esto. Hay enemistad entre las fuerzas del mal y la mujer. No basta con que nos alegremos con que haya existido una criatura que enamoró a Dios, fiel hasta el final. No basta con que nos alegremos con su presencia materna, tierna, misericordiosa, dulce, amable, benevolente, mediadora de todas las gracias.

Hay que también pensar que la presencia de María implica determinadas solidaridades, que son las solidaridades con Dios y que esas solidaridades implican determinadas enemistades.

 

Seguir a María es seguir a una criatura que está enemistada con los poderes del mal. De lo que se trata es de que ella nos arrastre a formar parte del grupo de los enemistados con las fuerzas del mal, obviamente enemistados con el pecado, obviamente con las tendencias y las fuerzas que generan el pecado en nuestro mundo.

Formamos parte, si somos marianos, de un grupo de los enemistados.

 

Y hoy yo te pregunto ¿Cómo actúan las fuerzas del mal? ¿hoy cómo actúan política, económica, social, estructural, formalmente las fuerzas del mal?

¿Formamos parte del grupo de los enemistados con la injusticia?

¿Formamos parte del grupo de los enemistados con la inmoralidad y la corrupción?

¿Formamos parte del grupo de los enemistados con la violencia?

¿Formamos parte del grupo de los enemistados con la exclusión?

 

Ojo, porque al igual que Jesús, al que acusaban de blasfemo, impero y subversivo, también a nosotros nos van a acusar.

Si estamos acá, quizás nos acusen de comunistas o marxistas, si estamos en China o Cuba u otros lugares nos van a acusar de antirrevolucionarios, socialistas o pequeños burgueses.

 

Siempre corremos el riesgo que nos pongan una etiqueta para neutralizar a este grupo de enemistados. Lo cierto es que con el talón, María aplastó la cabeza del mal.

 

Lo que el ángel le dice a María en esa aldea, en ese lugar pequeño, es

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”
¿Y eso que quiere decir para nosotros hoy?

Lo rezamos todos los días, eso quiere decir que ante tantas preocupaciones, ante tantos momentos sombríos y agobiantes, se abren de par en par las puertas de la alegría.

 

“Alégrate” es un don, no es una alegría que se basa en hechos humanos. Nosotros estamos acostumbrados a alegrías fundadas, alegrías sembradas, cultivadas y cosechadas, pero ésta alegría viene del ángel, viene del Cielo, baja, llega, alcanza, penetra. Son experiencias luminosas.

 

“Alégrate, el Señor está contigo”. En medio de tus preocupaciones, en medio de tus sombras, en medio de tus agobios, por favor visualizá esa puerta que se abre delante de ti y que te pide que atravieses el umbral dela alegría.

 

Es como dice, en la parábola de los talentos, el Señor al servidor fiel “…entra en el gozo de tu Señor…” la alegría no es nuestra, la alegría es de El.

 

María fue capaz de entrar en el gozo del Señor, ¿qué estaría haciendo en Nazareth, barriendo, limpiando, chusmeando con sus amigas?. Tantas cosas en la cabeza y de pronto el cielo se abre, la dimensión beatífica se abre ante ella y le dice “entra en el gozo del Señor”, no en el mío, no en el tuyo.

Si andamos hurgando en nuestro corazón, buscando motivos para la alegría, probablemente nos quedemos llorando arrinconados en un lugar de la casa, porque se nos ha acabado el vino. Y María lo sabe.

 

Y no hay motivos para la alegría, porque mi hijo está enfermo, porque el otro está drogado, porque se quedó sin trabajo mi esposo, porque tengo un diagnóstico de cáncer, porque ya no puedo pagar el alquiler, porque ya estoy harta de la pobreza, porque no me entiendo con los que amo, porque estoy sola, porque no he conocido el amor o el amor se me ha ido, porque mi corazón está árido, porque se me acabó la luz, porque estoy aburrido, porque la rutina me mata, porque no encuentro al Señor.

Tantos motivos nos agobian y sin embargo, también ante nosotros, se abre este mandato: “Alégrate, llena de gracia.” Entrá en el gozo del Señor.

 

Porque María entró en el gozo del Señor, es el motivo por el cual “sus palabras eran como una llama encendida” Ec. 48,1

¿Sabes cuales palabras eran como una llama encendida? Las del Magníficat, porque ella supo entrar en el gozo del Señor, porque supo enemistarse con las fuerzas del mal, porque supo llevar la promesa en su vientre.

María estalla de júbilo y canta el Magníficat.

 

A María se la llama el Arca de la nueva alianza. Te voy a decir por que. No es simplemente un título nobiliario inventado por alguien con sentimiento poético.

Primero quiero decirte que es el “Arca de la alianza”. El Arca era una caja que contenía las tablas de la ley que según la Biblia, fueron escritas por Dios mismo y entregadas a Moisés en el monte Sianí, tenía también la vara florida de Aarón y un vaso del maná con que el Señor alimentó a su pueblo en el desierto.

En esa caja, estaban estas cosas, se guardaba en el templo de Jerusalén y cada vez que había una batalla, el Arca iba al frente.

Una ley frente a la guerra. Una caja con el código de leyes al frente de una guerra, porque el pueblo sentía que en esa ley estaba la presencia de Dios, era como llevar a Dios mismo.

 

Se cree que desapareció con la destrucción del templo. El Arca significaba la unión de Dios con el pueblo. Si es así, que tremenda pérdida, la pérdida del Arca de la alianza.

 

Se dice que estaba hecha de madera de acacia negra, revestida por dentro con láminas de oro puro, que tenía 2,5 codos de longitud por 1,5 de ancho y alto, más o menos 1,35mt de longitud por 0,78mt de ancho y algo, no era muy grande.

Tenía una guirnalda de oro que la adornaba en su parte superior y a ambos lados llevaba fijos 4 anillos de oro a través de los cuales se insertaban dos palos de acacia que eran justamente, con los que se cargaba.

Sobre la tapa del cofre descansaban dos querubines dorados.

 

Este era el Arca que se depositaba en el Santa Santorum, es decir, el lugar más sagrado del tabernáculo del templo, ese que quedaba detrás del velo donde sólo podía entrar el sumo sacerdote una vez por año.

Y allí, el Arca de la alianza era lo más sagrado, tener el Arca era tener a Dios. Era una manifestación física de la presencia de Dios y fue un medio muy eficaz para mantener a los judíos lejos de la idolatría.

 

A ella se acudía en tiempos de guerra, concretamente en la conquista de Canán y según la Biblia, por ejemplo, las murallas de Jericó se derrumbaron gracias al Arca, de esa manera, los israelitas pudieron conquistar y entrar.

Ella era la que abría la marcha durante los años de la expedición por el desierto y siempre iba a la cabeza del pueblo.

 

Al plantar el tabernáculo, un velo lo separaba del santuario y al levantar la marcha, los levitas la envolvían en aquel velo e iba continuamente envuelta en ese velo y una piel que era de color azul.

 

¿Por qué te digo que María es el Arca de la alianza?

En el segundo libro de Samuel, se narra el traslado que hace David del Arca de la alianza y vamos a ir comparando a Samuel con Lucas, con la escena en que se narra como María, después del anuncio que hace el ángel y le anuncia que va a ser madre del Salvador y va hacia la casa de Isabel.

 

2 S. 6,2 “Se levantó David y partió a los cerros de Judá”

Lc. 1,39 “Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa de una ciudad de Judá”

 

2 S. 6,5 “David saltaba delante de Yahvé con todas sus fuerzas”

Lc. 1,44 “Saltó de alegría el niño en mi seno”, dice Isabel

 

2 S. 6,9 “¿Cómo voy a llevar a mi casa el Arca de mi Señor?”

Lc. 1,43 “¿De dónde viene a mi la madre de mi Señor” dice Isabel

 

2 S. 6,11 “Yahvé bendijo a Obededóm”

Lc. “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”

 

2 S. 6,11 “El Arca de Yahvé estuvo en casa de Obededóm tres meses” y María permaneció con Isabel unos tres meses.

 

Son demasiados parecidos para ser casuales.

¿No estará Lucas diciendo, a través de este procedimiento típicamente propio de las escrituras, que María es la nueva Arca de la alianza? Porque la semejanza es tremenda, todo lo que se le atribuye al Arca, se le atribuye a María.

 

Como el relato de Lucas estaba destinado para quienes desconocían esta historia antigua de Samuel, era evidente que lo que estaba queriendo decir es que María era la nueva Arca de la alianza.

Entonces, si María es la nueva Arca de la alianza, María lleva a Dios en su seno, María abre camino en el cruce del desierto, ella va adelante, María es auxilio en tiempos de guerra, María nos aleja de la idolatría, María como Arca de la alianza nos recuerda la ley, conlleva la ley de Dios, su pacto, su acuerdo.

 

Ahora sí podemos entender mejor el Magníficat. No es un detalle menor que Lucas quiera explícitamente comparar a María con el Arca de la alianza, era algo sumamente sagrado.

Salta a la vista la comparación de Lucas, María es el Arca de la nueva alianza.

 

El Magníficat, si lo comparamos con el Arca, sería las nuevas tablas de la ley. El Magníficat sería que dice este arca, de que habla. Es el canto, es el himno, muy parecido a otros que también hay en la historia del Antiguo Testamento.

Lo podríamos comparar con el de Débora, el cántico de Ana, el canto de Miriam, el cántico de Judith. Son todas mujeres y hay muchas semejanzas, también diferencias con el himno de María.

Mujeres que a lo largo de la historia de salvación han encendido en gozo. Por eso te decía que sus palabras eran como una llama encendida.

Son un himno de alabanza por algo que Dios ha obrado en su vida.

 

Pero María es el nuevo Arca, no es una profeta, no es una mujer más, no es una sacerdotisa, es el Arca de la alianza.

Vamos a recordar el contenido de lo que dice María cuando al encontrarse con Isabel, siente Isabel que ha saltado de gozo en su seno Juan el Bautista, esto es lo que canta María.

«Alaba mi alma la grandeza del Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador
porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso,

Santo es su nombre
y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.

Desplegó la fuerza de su brazo,

dispersó a los de corazón altanero.

Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías.
Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abrahán y de su linaje por los siglos.»

 

Vamos a analizar este texto del Magníficat, bellísimo.

 

En el Magníficat hay diferentes sujetos, hay diferentes personajes, está María, está Dios, están los fieles, los soberbios, los poderosos, los humildes, los hambrientos, los ricos, Israel, nuestros padres Abrahán y su descendencia.

Estos son todos los personajes que aparecen en el Magníficat.

 

Vamos a agruparlos porque la acción del Magníficat los divide.

Mira a unos, rechaza a otros, hace proezas con unos y dispersa a los otros, derriba a unos y enaltece a otros, colma a unos y despide a otros, auxilia a unos y se acuerda de lo que les había prometido y por eso, María lo proclama, engrandece y alegra porque Dios interviene en la historia, en las relaciones, en esa densidad ambigua de la historia de Israel y canta una acción de Dios que acontece en medio de la historia.

 

No le canta a un Dios en la paz de las montañas, en la belleza de los campos. No. María habla de una acción de Dios en la historia, en las relaciones sociales, políticas, económicas y de poder. Acá hay dos grandes bloques. De un lado los soberbios, los poderosos, los ricos, los reyes y del otro lado están los humildes de corazón, los hambrientos, los fieles, sería Israel que espera y espera, Abrahán y su descendencia.

 

María se titula “esclava” y a Israel se lo llama “siervo”, de manera que es claro que tanto María como Israel se ubican en este segundo bloque. Y no hay punto intermedio.

¿Y que hace Dios?

Mira a unos y desecha a otros, dispersa a unos y hace promesas en otros, derriba a unos y enaltece a otros, auxilia a unos y se acuerda de lo que había prometido.

 

La mirada de Dios envuelve a María, la fecunda, genera en sus entrañas la realidad del Dios vivo hecho hombre, lo envuelve con su ternura y María se sabe mirada así y se alegra hasta las raíces más hondas de su ser y esa alegría nace como un manantial en el Magníficat.

Pero también, después de que María se siente mirada por Dios, como nos invita a sentirnos mirados nosotros, como nos invita a dejarnos mirar así por Dios, parece que también ella se pone a mirar la historia con la mirada de Dios, su mirada cambia, como cambia la nuestra. Se pone a ver la historia con los ojos de Dios.

 

Ella que sale de si misma para prestar un servicio a su prima Isabel, contempla ahora la realidad con los ojos de Dios, con ese talante profético de quien conoce la inclinación del corazón de Dios por los humillados de la tierra, y su mirada descubre por debajo de las apariencias de la realidad cual es el fondo de la realidad.

Su mirada descubre quienes son los que para Dios están arriba, quienes son los que para Dios están adentro, los que están cerca y quienes los que están abajo, lejos y fuera.

 

Esa mirada contemplativa de María que se nos pegue, ese talento profético, esa mirada de águila para ver por debajo de las apariencias las preferencias de un Dios que nunca es imparcial, como tampoco lo fue María.

 

El ejercicio quizás consista en poner en práctica nuestra mirada contemplativa en estos tiempos de la Argentina, quizás, mientras leemos el periódico, quizás mientras paseamos por la ciudad, quizás mientras observamos atentamente los rostros, los mozos, los taxistas, el carnicero, el verdulero y quizás podemos ir nosotros situando a las personas a los grupos, como hizo María y tratar de mirarlas desde los criterios y las valoraciones que aparecen en el Magníficat.

 

Puede, entonces, que descubramos con gozo, como Jesús coincide con nuestros ojos, o como nuestros ojos coinciden con los del Padre que prefiere a los sencillos y a los pobres. Quizás también con la mirada de María, que es la mirada de Jesús, nos demos cuenta que nuestros ojos los tenemos cubiertos con muchas escamas que nos ciegan para ver la realidad tal como El la contempla.

 

Gabriela Lasanta