El Mandamiento Del Amor

lunes, 17 de mayo de 2010
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 “Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, Él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.”
Juan, 15,12-17

Debemos dejarnos cautivar y que se nos vaya llenando el alma con la Palabra de este tiempo Pascual, de espera de Pentecostés. Jesús nos trae el amor, la vida del Padre, esa participación intratrinitaria, el ser de Dios, ¡algo tan grande e inconmensurable! Dios nos hace participar en Cristo de su propio ser. Ante esto, no surge otra palabra más que GRACIA.
Lo propio del que ama es la gratuidad. Decimos gracias cuando no sabemos cómo reconocer tanto don. A veces sólo podemos llorar, vibrar, pero tal vez no hay palabra para expresar cuánto uno recibe. Y surge el gracias. ¿Y cómo podemos llamar a tanto don que nos da el Señor? GRACIA. Por eso para nosotros la vida de la gracia no es otra cosa que la experiencia de la gratuidad en la cual nos descubrimos amados por Dios sin tener el más mínimo derecho.
La iniciativa es del Señor de venir al encuentro del mundo, del ser humano y de abrazarlo, hacerlo suyo y hacerlo partícipe de su Ser y su dignidad, de hacernos cuerpo como Iglesia, cuya cabeza es Cristo. Todo es una sola unidad. Jesús nos invita a permanecer en la unidad.
Cuando uno se siente elegido y amado, no hay gozo más grande. Y Jesús ha venido a comunicarnos eso: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.” Dios es abundante. Dios conmigo ha sido abundante. Me ama, me cuida, me mima, me protege, me indica el camino, me recupera, me sana, me hace crecer. Dios es todo. San Pablo diría “para mí la vida es Cristo y hasta la muerte es una ganancia con tal de ganar a Cristo.”
    Por eso nuestra experiencia es permanecer en Él sabiendo que estamos llamados a dar fruto duradero, que perdure hasta la vida eterna; ésa es nuestra misión como cristianos, pertenecer gratuitamente.
    “Ámense -nos dice el Señor- los unos a los otros como yo los he amado.” Tenemos que mirarlo a Cristo e imitarlo. Para amar, es necesario hacerse pobre. Sólo siendo pobre se puede querer. Si la capacidad natural de querer y de apreciar la ejercitamos como una herramienta del ejercicio del poder, para poseer y satisfacer necesidades personales, para sólo sentirme bien, estamos despojando de la dignidad al corazón humano, lo estamos desviando de su verdadera vocación. Amar implica pobreza, vulnerabilidad, desprendimiento de sí mismo, renuncia. Por eso es tan bendecida la persona cuando, teniendo que amar, empieza a sufrir, cuando tiene que deshojarse, desprenderse, callar y esperar, buscando el bien del otro, cuando sangra la herida por amor. Cuando el corazón se hace pobre, renunciando a sus impulsos, sus razones, sus inquietudes, sus verdades, sus urgencias, da lugar a la espera.¡Qué sabiduría sucede entonces en el corazón humano!  Estamos hechos para el amor. Ser pobres para amar.

Padre Mario Taborda