El misterio de Dios en la sencillez

martes, 3 de diciembre de 2024

03/12/2024 – El Evangelio nos invita a hacernos a lo sencillo, a lo cotidiano poniendo allí nuestra atención, nuestro corazón, esperando en Dios la gracia de una presencia nueva que te renueve y te permita estar de una manera nueva en el mundo, abierto/a a la espera de un Dios que viene y está cercano.

“En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»”. Lc 10,21-24



Para esperar la llegada de Jesús en este tiempo en medio de dificultades, necesitamos levantar la mirada y abrirnos a las expectativas de lo hermoso que se nos aproxima y que no terminamos de animarnos a terminar de creer. En este tiempo de Adviento queremos abrirnos a la verdadera felicidad, la que nos trae el niño envuelto en pañales.

Nos conectamos con la expresión gozosa de Jesús, su alegre experiencia que se hace alabanza al ver al Padre Dios haciendo presente el misterio entre los pequeños y sencillos: “”Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”.

Queremos sintonizar con esa dimensión interior de gozo y alegría con la que Jesús alaba y bendice al Padre por esta posibilidad de ver que la revelación se manifiesta entre los pequeños. Y esta experiencia nos lleva a reflexionar sobre el inmenso valor de las cosas de todos los días. Para poder entrar en esta dimensión de gozo y alegría que nos saca de la rutina y el aburrimiento, con Jesús nos detenemos en el inmenso valor de las cosas de todos los días.

Una clave para no aburrirse es no quitarle valor a nada, no restarle importancia a las cosas por más insignificantes que nos parezcan, no desperdiciar ninguna tarea ni actividad, todo tiene su valor y peso. Quizás sea necesario quitarle valor a nuestra estructura mental que nos dice que “sólo algunas cosas valen la pena para jugarnos la vida y no todo”. Hay miles de cosas que valen la pena, ¿cómo reconocerlas y vivirlas cuando no podemos disfrutar nada?. No se logra haciendo fuerza, tampoco se logra imponiéndose una obligación. La posibilidad de gozar, sintonizando con la experiencia de Jesús, se logra cuando uno aprende a relajarse. Es dedicar tiempo y atención cariñosa a eso que la vida nos ofrece para adelante y saber disfrutar interiormente ese momento. Si uno está tenso, inquieto, preocupado, el cuerpo mismo se llena de resistencia y entonces el nerviosismo nos crispa la musculación, la mirada, el gesto y ponemos la cabeza en otro lugar lo que nos imposibilita darle importancia a quien tenemos al frente. Necesitamos de esta capacidad de poder estar donde estamos gozosos y alegres. Es una capacidad interior que necesitamos aprender a desarrollar, y eso es relajarse, no desentenderse ni huir. Relajarse es saber estar bien en el momento en que estamos en lo más fragoroso de nuestra tarea o servicio.

Hacer foco y entregarse a una cosa por vez

La sensación interior de inquietud a veces no nos permite valorar nada. Estamos inquietos y alborotados interiormente que en términos de discernimiento le llamaríamos estar con “inquietudes varias”, desolados y atribulados. En este relajarse, al que hacemos mención, es importante entregarse a una cosa por vez por más que la agenda nos demande mucho. Más que atropella el tiempo, multiplicamos las horas, cuando logramos meternos en cada una de las cosas que nos involucran, de a una por vez. Si no andamos por estos caminos se hace muy difícil la espera de la manifestación del Señor que gozosamente se quiere hacer presente en la sencillez nuestra de cada día.

En esto de aprender el camino del gozo interior en la actividad cotidiana y en eso encontrar la misma fuerza de la distención en el trabajo es un aprendizaje día por día .

El secreto es entregarse todo a una cosa por vez. Cuando por ejemplo vemos tele y hacemos zaping, San Ignacio referido a las cosas de Dios nos dice : “no el mucho hablar harta y satisface el alma sino el gozar interiormente las cosas de Dios”. En un momento hay que detenerse y centrarse en algo. Esto de saltar de una cosa a otra es propio de la cultura de lo descartable que nos impide volcarnos con todo el corazón en algo. Pareciera como si todo pasa y nada queda, propio de la cultura del consumo.

El tiempo del adviento es un tiempo bueno para purificar actitudes con las que nos vinculamos a la realidad. Nos viene bien esto de vincularnos con una cosa a la vez. En la entrega está la clave. Y podemos entregarnos a una cosa por vez si somos capaces

A veces cuando uno asume la tarea de todos los días con las dificultades propias de toda tarea se nos viene el “ufa existencial”, cansancio. Buscamos encontrar los motivos, las razones, para sin dejarnos ganar por el “ufa” vamos a lo que nos toca en lo de todos los días poniendo el alma y la vida. Como seres humanos podemos ser inmensamente creativos y a la vez la realidad es inmensamente más rica de lo que hemos alcanzado hasta aquí. Necesitamos aprender a convivir con la creatividad y a la vez disfrutar con lo que viene dado. La realidad nos ofrece muchas posibilidades y hay que saberlas tomar y disfrutar.
Cuando uno escuchó infinitamente una melodía, si le presto atención con una nueva apertura, puede permitirse disfrutar de sensaciones diferentes. El misterio de Dios es inmensamente grande y a la vez bien sencillo, todo gira en torno al kerygma que es muy sencillo, sin embargo es inagotable.

Esperar con expectativa


Victor Manuel Fernández habla de la importancia de tomar contacto con cada cosa. Nosotros nos movemos por hábitos y se nos incorpora cuando se nos ha vuelto espontáneo. La ansiedad es la que nos hace pasar las cosas por arriba sin gozarlas ni disfrutarlas. La liberación de la ansiedad es la que logra en nosotros poder disfrutar y gozar del contacto con lo puntual de cada día. El Señor nos quiere gozando. A veces cuando estamos ansiosos la espera se nos hace tediosa. Entonces queremos todo ya y no queremos esperar. Es un ejercicio de dominio de sí mismo, aprender a ser dueños de la interioridad, que es una gracia que da el Espíritu Santo y hay que pedirla. No es tener control obsesivo de sí mismo, sino liberando las fuerzas interiores que uno tiene, saber conducirse por la vida entrando en contacto puntual con cada una de las cosas que la vida nos da como oportunidad de crecimiento.

La relajación es muy importante para vivir bien, saludablemente. Mons. Fernández no lo dice desde el orientalismo ni la búsqueda de nuevos placeres, sino que lo dice desde una integración de la espiritualidad de todas las dimensiones que la vida nos plantea. Relajarse no es entrar en “off” de modo alienante. La relajación es encontrar en la misma actividad la capacidad de estar bien frente a las exigencias propias que la actividad nos plantea. Cuando no entramos en esta dimensión estamos trabajando y no vemos las horas de que lleguen las vacaciones, y cuando llegan las vacaciones queremos volver a la actividad. Nada nos viene bien, porque estamos descolocados, no estamos puestos de manera encarnada en la realidad.

La persona auténticamente relajada no está ausente, sino muy presente a lo que está vinculada. Por eso en esto de la espera de la Navidad estamos bien presentes en la espera; estamos metidos en la actividad con el corazón atento a la novedad que la misma actividad nos ofrece. Es una actitud en expectativa frente a las cosas buenas que la vida nos regala, lo que queremos vivir en este adviento. Como nos invita el Señor “Feliz aquel servidor al que cuando el Señor venga lo encuentre trabajando”.

“¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo,
en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!.
Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.
Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.
Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia,
aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza,
en los abismos de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María.
No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.
No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas.
Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer;
no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara”.


San Bernardo