El Niño Jesús nace en la simpleza de tu vida

jueves, 21 de diciembre de 2006
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En la región acampaban unos pastores que vigilaban por turnos el rebaño durante la noche. De pronto se les apareció el ángel del Señor y la Gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el ángel les dijo: – No teman, porque les traigo una Buena Noticia. Una gran alegría para todo el pueblo. Hoy en la ciudad de David les ha nacido un Salvador que es el Mesías, el Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y junto con el ángel apareció de pronto una multitud del ejército del Cielo, que alababa a Dios diciendo: – Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombre amados por Él. Después que los ángeles volvieron al Cielo, los pastores decían unos a otros: – Vayamos a Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo contaron lo que habían oído decir sobre este niño y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Los pastores volvieron alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído conforme al anuncio que habían recibido.”

Lucas 2, 8 – 20

La Palabra del Evangelio describe de una manera muy sencilla: había en la región unos pastores que pasaban la noche por turnos, velando sobre el rebaño. Belén era la región de los pastores. Lo había sido durante muchos siglos, antes ya cuando David fue arrancado de sus rebaños para ser ungido por Dios como rey y como guía del pueblo de Israel. Pero este glorioso precedente, no había influido en la fama que los pastores tenían en el tiempo de Jesús.

Eran, en realidad, en el tiempo de Jesús, los pastores una calaña de gente bastante despreciable y de pésima reputación. En parte, por la suciedad a que les obligaba el hecho de vivir en regiones sin agua, en parte su vida solitaria y errante que les había traído la desconfianza de todos. Había una expresión popular en boca de los pastores que decía algo así: “si no le fuésemos necesarios para el comercio nos matarían”; y otro, en boca de un padre de familia: “no dejes que tu hijo sea apacentador de asnos, ni conductor de camellos, ni pastor, porque son oficios de ladrones.”

Esta creencia y esta mirada, en tanto despectiva para con los pastores, hacía que los fariseos aconsejasen que no se comprase leche ni lana a los pastores, porque había una gran probabilidad de que ésta fuera robada. Los tribunales no aceptaban a un pastor como testigo válido en un juicio.

Es a estos hombres a los que el Señor sale al encuentro. A quienes el Padre elige para que vayan a adorar al Hijo, que se ha hecho hombre. Es a los que el Espíritu guía en la noche para que puedan caer de rodillas delante del Misterio.

Fueron entonces, cuenta el Evangelista, cuando vino el ángel con su gran luz. Ellos quedaron sobrecogidos de un gran temor. Nosotros ya hemos visto de qué se trata este temor que el Espíritu suscita en el corazón de los que reciben semejante Noticia. Y el consiguiente, no temas, del ángel. Pero esta vez el temor de los pastores fue mucho mayor que el de María, el de Zacarías, el de José. Aquella enorme luz en pleno campo a hombres rudos que no conocían de nada, el ángel, sin embargo, no gasta palabras en presentarse, ni en explicar, que viene de Dios. Comienza a dar buenas noticias y la da con un lenguaje que supone que los pastores son expertos. ¿Lo eran? Pareciera que no.

Se hicieron de golpe conocedores del Misterio, sólo porque la luz había ganado la noche de su condición y el firmamento, el Cielo, se había acercado a lo más despreciable de la tierra. Con lo cual se cumple aquello que, claramente, dice el apóstol San Pablo, cuando afirma en la Carta a los Corintios. Fíjense, ¿quiénes son los elegidos de Dios? Entre nosotros no hay muchos doctos, gente de la nobleza, personas importantes. Dios ha elegido a lo débil, lo frágil. Lo que no cuenta a los ojos del mundo para confundir a los que piensan que son algo.

Particularmente, quiero dirigirme en esta mañana a vos, hermano, que vas en la ruta o que estás en tu casa o que de golpe te encontraste con esta radio y que sentís que Navidad para vos no tiene sentido. Sentís en tu corazón que sos un mal tipo, que sos una mala mujer, que en realidad Dios está lejos porque no te merecés su Presencia. No es verdad, no es cierto. El testimonio maravilloso con el que Dios nos muestra en los pastores cuánto Él ama y cómo ve mucho más allá de lo que es la apariencia a los propios ojos y a los ojos de los demás.

Dios te elige, sale a tu encuentro y te dice como a algunos de aquellos pastores de aquella noche. En tus noches, en tus noches de posible alcohol, en tus noches de desenfreno, en tus noches de desencuentros, en tus noches sombrías o en tus largas noches sin sueño, en tus noches interiores de una conciencia que no está tranquila, que no está limpia, que te sentís como en no paz con vos mismo, en tu noche, en tu oscuridad, Dios viene a decirte que cantes la Gloria.

Que te llenes de Gozo y Alegría, porque para vos ha nacido uno que en este tiempo vas a encontrar, sencillamente, bajo el signo de la pobreza, envuelto en pañales, como tu Redentor. Y si vos sentís que estás cerca de Dios y para vos Dios te es familiar, te invito a que no te dejes llevar por la familiaridad, por la costumbre, sino que reconozcas que necesitás del mensaje, como este otro o esta otra, que tienen el corazón lleno de mugre y que por eso mismo sienten que no sirven para la Navidad, y le resulta ajena o extraña.

Los pastores nos muestran ese costado que todos tenemos sombrío, que todos tenemos oscuro, que en todos nosotros hay, como de mal olor. A nosotros y a los que se sienten muy alejados de Dios, hoy hay un mensaje: “Gloria a Dios en las alturas y paz para vos hermano, hermana.”

Vivir quiénes eran los pastores en el tiempo de Jesús, cuánto de despreciable era su imagen, su figura, cómo los dichos populares apartaban de aquel oficio, que en otros tiempos habían tenido caracteres tan fuertemente vinculados al reinado de David. Era un oficio bien considerado en Israel, pero en el tiempo de Jesús, no. En el tiempo de Jesús, los pastores eran gente sucia, gente errante, tenían fama de ladrones, eran gente vaga. Tenían todas las condiciones de aquellos que la sociedad los ubica en el margen de su funcionamiento, y en todo caso, era un oficio de última.

Éstos son los elegidos de Dios, de los primeros, junto con los magos que vienen de Oriente. Para los que pueden y para los que no, pero particularmente, para los sencillos de corazón. Para los que son sabios desde dentro.

Dios elige el camino de la Redención en la persona de Jesús. Ya desde el principio la historia empieza a escribirse en la figura del Hijo de Dios, nacido en Belén, que no pronuncia palabra. ¿Cómo va a ser su rumbo? ¿Cómo van a ser sus vínculos? ¿Cuál va a ser su misión?

Los pastores se anticipan a los ciegos, a los leprosos, a los mudos, a los sordos, a los paralíticos, a los publicanos, a las pecadoras públicas. Los pastores son como el primer rostro de los desposeídos, niños, mujeres, en el tiempo de Jesús, a los que Él va a venir con un mensaje de paz, con un mensaje de dignidad, a ponerlos de pie, a invitarlos a reconocerse como hijos de Dios. A llamarnos a levantar la cabeza para mirar hacia delante. A romper el yugo de la esclavitud y a proclamarles un tiempo nuevo de Gracia. Los pastores son como los que sintetizan todo otro costado humano despreciable, que en el tiempo de Jesús, va a ser particularmente objeto de su amor, de su entrega, de su servicio. Todos aquellos que reconocemos como desposeídos.

¿Cómo es entonces? ¿Para que Dios me quiera tengo que hacerme uno de ellos? No, no. Reconocerte que sos uno de ellos, que es distinto. No es que uno tenga que hacerse una mala persona para que Dios actúe a favor de uno, como de hecho lo hace en persona, los que aparentemente a los ojos de los hombres no son buenos. Hay que reconocer que nosotros necesitamos del Médico para que el Señor se acerque a nosotros. No va a haber si no Navidad. La Navidad es para los que saben, en lo más hondo de su corazón, que necesitan un mensaje de luz. A los que les hace falta un mensaje de Redención, de paz, de gozo.

La Navidad es para donde hay lío. Por ahí, nosotros decimos: en casa, ¿¡celebrar la Navidad, con la que estamos pasando?! Sí. No es que vamos a celebrar la Navidad porque las cosas están bien. Celebramos la Navidad justamente porque Dios viene para que las cosas estén mejor. Y entonces nos disponemos a recibir ese don, ese regalo que Dios nos hace para que las cosas vayan mejor.

Si vos te pones a analizar lo que supone celebrar la Navidad, hoy en tu casa, seguramente que no hay muchos motivos para celebrar, o en todo caso, habría motivos para no celebrar. Sin embargo, ahí donde nosotros encontramos el costado oscuro de lo que nos va pasando por estos días, Dios encuentra un lugar justo para hacerse luz. La luz brilla con mayor claridad cuando hay más oscuridad. Dios se hace realmente Él mismo en nosotros, cuando nosotros le dejamos espacios abiertos para todo aquello que en nosotros está necesitando de mayor claridad, de mayor luminosidad.

Suele ser, particularmente, sobre los lugares vinculares, donde Dios quiere establecer esta Presencia de renovación. Hay historias entre nosotros, hay historia no conversadas, hay historias de silencios que nos matan. Hay historias de desencuentros, hay historias de frialdad y de distancia en el vínculo. Hay historia de trabajo que nos pasó por arriba y nos impidió en todo este tiempo encontrar un espacio de calidez. Ése que nos hacía ser familia. Hay historias entre nosotros que no son claras. Hay preguntas que tenemos de los otros y de nosotros mismos, allí donde no nos conocemos o no terminamos por entendernos ni entendemos a los demás. Ahí es Navidad. Ahí es Nacimiento. Ahí es Vida Nueva. Ahí es Dios que se hace luz, como en aquella noche de ellos. En nuestras noches Dios viene a decirnos, con los ángeles del Cielo: nos ha nacido la Esperanza. Ha venido a nacer sencillamente en un niño envuelto en pañales, un tiempo nuevo se abre como posibilidad de transformación de tu vida.

¿Qué se hace con esto? Se lo recibe. Se le cree a Dios. Es decir, ubicados en estos lugares donde nosotros percibimos que las cosas no van bien, ahí mismo y desde ese lugar decimos: ¡Es Navidad! Dios ha nacido. Y escuchemos la voz de Dios que en los ángeles nos dice: Gloria en el Cielo, Paz a tu corazón. Porque en la descripción de todas estas realidades nuestras, hay algo que nos falta y que es donde la vida no es vida: nos falta paz. La Navidad es Paz. Nos falta alegría. La Navidad es Gozo y Alegría. Nos falta luz, no vemos más adelante. La Navidad es Luz. Hacé tu Navidad aún cuando creas que no merecés Navidad. Viví la Navidad, aún cuando te parezca que no puede ser Navidad para vos. Celebrá la Navidad solo reconociendo en el Niño que nace, el único y el gran motivo para decir: ¡FELIZ NAVIDAD!

Fue aquel encuentro entre los pastores, María, José, el Niño, posiblemente los reyes hayan estado allí presentes, un encuentro sorprendente para todos. Me imagino José preguntándose: ¿y éstos, que hacen por acá? ¿Qué estarán buscando? No sin temor, porque la imagen que había de los pastores como ladrones era muy fuerte. Los magos, que venían de Oriente, no habrá entendido nada: ¿qué será esta gente? Que gente tan simple, que gente tan sencilla.

María debe haber intuido en su corazón, que por el rostro de ellos, que algo había pasado en relación a este nacimiento. Como antes, algo había pasado con estos sorprendentes visitantes llegados de Oriente, que venían con regalos. Y ellos, ¿cómo estaban? Seguramente, dice Descalzo, tímidos y temblorosos, con una actitud congelada en sus pasos. Como la de los pobres cuando se acercan a la casa de la gente importante. Llevaban sus regalos también. Claro, nunca un pobre, dice Descalzo, se hubiera atrevido a saludar a una persona importante en Palestina, sin presentarle regalo como primer saludo. Pero sabían también que sus regalos eran pobres: leche, lana, quizá un corderito. Esto era para ellos ya un regalo grande, un regalo enorme, dice Martín Descalzo.

En la cueva encontraron a María, a José y al niño. ¿Se habrán quitado la gorra que llevaban, el sombrero que cubría su cabeza? ¿Se les habrá suelto la melena, el pelo largo y rizado y habrá quedado allí como al aire? En la gruta había apenas un poco de luz y está luz se parecía a en mucho, aunque esa menor y estaba en el rostro del niño y de la Madre, a aquella que habían recibido en la noche del anuncio.

María, dice Descalzo imaginando esta escena, apartó los pañales, y entre ellos apareció la carita rosada del niño. Los pastores lo miran con la boca abierta. Quizá quisieron todos tocarle, como hace la gente del pueblo Los sencillos, no entendían pero estaban felices.

No dice el evangelista que se arrodillaran pero ciertamente sus corazones estaban de rodillas, vencidos, sobrecogidos interiormente por tanto Amor que rodeaba aquel ambiente. Ése para el que no se daban tiempo por los caminos duros por los que debían atravesar para ganarse la vida.

Como nos pasa a nosotros, a veces lo que nos falta es el tiempo para caer de rodillas frente al Misterio. Hasta que el Misterio de Dios se acerca a nosotros como en cada Navidad, para que vencidos por el amor de Dios, de rodillas interior y exteriormente caigamos ante su Presencia. Para adorarlo. Para bendecirlo. Como somos y como estamos, siguiendo el ejemplo de los pastores, sucios con mala fama, con olor al trabajo y al contacto con los animales.

Así también nosotros, en esta Navidad, porque Dios se nos acerca, sencillamente porque Él se nos acerca, nos dejamos sobrecoger por el amor de su Presencia, y como estamos sin mucha vuelta.

Sin querer mostrar lo que no somos. Como estamos nos dejamos llevar por esa felicidad y esa alegría de reconocer que en aquello que en nosotros es más oscuro, que no está tan claro, que nos aparta de Dios de los demás y de nosotros mismos, ése es el lugar eligió para quedarse. Y para decirnos que allí mismo, donde no nos gusta como somos, no terminamos de aceptarnos como somos, ahí mismo Él viene a decirnos cuanto nos quiere, cuánto nos ama.

Pienso, desde esta mañana, particularmente en vos, que te sentís lejos, que aun cuando celebrás tu fe (en términos formales, en tus oraciones, en tu súplica en tu presencia en misa), en el fondo de tu corazón, vos sentís que nos está cerca de Dios, y Dios está cerca tuyo. Para vos es Navidad. Dios viene a nacer en vos, para decirte cuanto te quiere, y que no hace falta que le demuestres nada. En todo caso, sólo te pide que le dejes que te demuestre cuanto te ama.

¿Cuál va a ser el signo de este amor de Dios? Los pastores recibieron uno: un niño envuelto en pañales. Esto puede estar representado en este tiempo por muchas formas, bajo diversos signos, donde venga envuelto el Amor de Dios. Puede ser la caricia de tu hijo, simplemente una mirada. Puede ser una música, que por ahí escuchás que te trae un mensaje. A lo mejor es un abrazo, una llamada de teléfono, un regalo que te haces. Algo que dentro tuyo sentís como que nace de nuevo, y que no podés explicar, pero que encontrás una alegría ahora. Cuando antes no la tenías, no hace mucho tiempo. Dios viene envuelto bajo signos simples y sencillos como un niño envuelto en pañales.

Dejá que Dios te envuelva en su Amor y dejá que te muestre cuanto te quiere. Seguramente vas a entender lo que la Palabra dice de lo que los ángeles cantaban: Gloria a Dios en el Cielo, que es alegría para nosotros, y Paz a nosotros los hombres que la necesitamos y mucho.