El número siete: Perfección del universo y santidad de la vida

martes, 25 de septiembre de 2012
 

Desde la antigüedad, el simbolismo de este número está asociado al orden y armonía del universo, ya que en base a este número se organizan diversos fenómenos naturales:

 

* El arco iris presenta siete colores, que sumados dan como resultado el blanco, el color de la luz.

* El ciclo de la luna, que dura 28 días, se puede dividir en cuatro series de siete días cada una, dando así origen a la semana. Dado que este modo de ordenar el tiempo está señalado desde el cielo, en diversas religiones se consideró que el ritmo semanal estaba impuesto directamente por la divinidad.

* Según las observaciones astronómicas que se hacían en Oriente en la antigüedad, existían siete planetas en el universo.

 

Siete días y siete planetas aparecen juntos en el modo en el que algunas civilizaciones concebían los días de la semana, atribuyendo a un dios protector cada uno de esos días. En Egipto se decía que cada uno de esos planetas ejercía su influencia sobre un día de la semana.

 

De estas observaciones se desprende el valor del siete como un número que indica plenitud, totalidad, y también perfección. Hay una correspondencia entre el número siete y el orden perfecto que la divinidad ha establecido en el cosmos.

 

El siete es el mayor de los números primos de la decena; por su carácter indivisible evoca también lo íntegro, lo total.

 

El siete en el Antiguo Testamento

 

La raíz del número siete, en hebreo, aparece en diversas palabras:

 

siete                            shebá

sábado                        shabat

descanso                     shavat

abundancia, plenitud sabá

 

Encontramos el nombre hebreo Elishebá, en inglés Elizabeth, en castellano Isabel: “Eli”=mi Dios; “shebá”= siete, plenitud; de allí “Mi Dios es plenitud”.

 

El número siete aparece frecuentemente en el culto:

 

* El candelabro que alumbraba el templo (en hebreo Menoráh) era de siete brazos: Ex 25,31-40.

* Las fiestas duran siete días: Lv 23,7.

* En ciertos sacrificios, las aspersiones deben hacerse siete veces: Lv 16,19, y también son siete el número de animales a sacrificar: Nm 28,11. Es curioso ver que existen dos tradiciones sobre la cantidad de animales que Noé introdujo en el arca:

 

19 También harás entrar en el arca una pareja de cada especie de seres vivientes, de todo lo que es carne, para que sobrevivan contigo; deberán ser un macho y una hembra. 20 Irá contigo una pareja de cada especie de pájaros, de ganado y de reptiles, para que puedan sobrevivir. 21 Además, recoge víveres de toda clase y almacénalos, para que te sirvan de alimento, a ti y a ellos”. 22 Así lo hizo Noé, cumpliendo exactamente todo lo que Dios le había mandado. (Gén 6,19-22)

 

1 Entonces el Señor dijo a Noé: “Entra en el arca, junto con toda tu familia, porque he visto que eres el único verdaderamente justo en medio de esta generación. 2 Lleva siete parejas de todas las especies de animales puros y una pareja de los impuros, los machos con sus hembras 3 –también siete parejas de todas las clases de pájaros– para perpetuar sus especies sobre la tierra. 4 Porque dentro de siete días haré llover durante cuarenta días y cuarenta noches, y eliminaré de la superficie de la tierra a todos los seres que hice”. 5 Y Noé cumplió la orden que Dios le dio. (Gén 7,1-5)

 

Seguramente este segundo relato pertenece a la tradición sacerdotal. Al rememorar el relato sobre Noé, los sacerdotes quieren dejar en claro que Noé se proveyó de los animales suficientes para seguir realizando sacrificios a Dios, incluso durante los días que duró el diluvio.

 

Dentro del culto y de la espiritualidad judía hasta la actualidad, hay que destacar el carácter sagrado del séptimo día, el día sábado:

 

1 Así fueron terminados el cielo y la tierra, y todos los seres que hay en ellos.

2 El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido. 3 Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado. (Gén 2,1-3)

 

12 Observa el día sábado para santificarlo, como el Señor, tu Dios, te lo ha ordenado. 13 Durante seis días trabajarás y realizarás todas tus tareas, 14 pero el séptimo día es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. En él no harán ningún trabajo ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni ningún otro de tus animales, ni tampoco el extranjero que reside en tus ciudades. Así podrán descansar tu esclavo y tu esclava, como lo haces tú. 15 Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor te hizo salir de allí con el poder de su mano y la fuerza de su brazo. Por eso el Señor, tu Dios, te manda celebrar el día sábado. (Dt 5,12-15)

 

Dos preceptos se indican sobre este día: es un día de descanso y un día consagrado a Dios. La alternancia trabajo-descanso indica que el sábado es el día para la contemplación; así como Dios “trabajó” seis días y descansó el séptimo, así el ser humano dedica el septimo día para el descanso y la contemplación de la obra hecha. Con su trabajo, el hombre modifica la creación; el séptimo día, por el contrario, “deja el mundo como está” para alabar a Dios por su obra.

Para tener presentes los dos preceptos sobre el sábado, en las casas judías se encienden dos velas.

Como regalo especial se desea la paz del sábado, con el saludo “Shabat shalom”.

 

Los primeros cristianos tomaron el carácter festivo y religioso del sábado, y lo trasladaron al domingo (primer día de la semana según este orden), para celebrar el día de la resurrección de Jesucristo (Hech. 20,7).

 

El número siete en el Apocalipsis

 

«Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete Iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea». Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro. Su cabeza y sus cabellos tenían la blancura de la lana y de la nieve; sus ojos parecían llamas de fuego; sus pies, bronce fundido en el crisol; y su voz era como el estruendo de grandes cataratas. En su mano derecha tenía siete estrellas; de su boca salía una espada de doble filo; y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza.

Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: «No temas: yo soy el Primero y el Último, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro. El significado misterioso de las siete estrellas que has visto en mi mano y de los siete candelabros de oro es el siguiente: las siete estrellas son los Ángeles de las siete Iglesias, y los siete candelabros son las siete Iglesias». (Ap 1,11-20)

 

 

Dado que el número siete indica totalidad, plenitud, las cartas dirigidas a las “siete iglesias” tienen como destinataria a “toda la iglesia”. Jesucristo, el Señor, tiene la iglesia en su mano, El la conoce, con sus buenas obras y con sus pecados.