08/07/22- El padre Javier Soteras y el rabino Marcelo Polakoff nos acompañaron como cada viernes en “Acortando Distancias”, con el ciclo “Diálogo de hermanos”. La charla comenzó desde el texto del libro de los Números en el capítulo 20, versículos 7 al 11: “El Señor le dijo a Moisés: «Toma la vara y reúne a la asamblea. En presencia de esta, tú y tu hermano le ordenarán a la roca que dé agua. Así harán que de ella brote agua, y darán de beber a la asamblea y a su ganado». Tal como el Señor se lo había ordenado, Moisés tomó la vara que estaba ante el Señor. Luego Moisés y Aarón reunieron a la asamblea frente a la roca, y Moisés dijo: «¡Escuchen, rebeldes! ¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?» Dicho esto, levantó la mano y dos veces golpeó la roca con la vara, ¡y brotó agua en abundancia, de la cual bebieron la asamblea y su ganado!
Moisés, el líder por antonomasia, el que habló con Dios cara a cara, el que sacó al pueblo de la esclavitud egipcia, no va a participar de la culminación de su tarea. No entrará a la Tierra Prometida. Su pecado ha de haber sido gigantesco, terrible. Sin embargo, no parecería así, al menos en una primera lectura.
El evento sucedió en un lugar llamado Kadesh. ¿Qué pasó? Se repitió un hecho acaecido 38 años antes, al principio de la travesía. Se repitió, pero de manera distinta.
En el Éxodo se nos cuenta que el pueblo desfallecía de sed. Moisés consulta con Dios, y –por su orden– golpea una roca y de ella extrae agua.
Años más tarde la historia es casi calcada. La gente estaba harta del desierto. Todavía no comprendían la grandeza de su periplo. Querían volver a la vida fácil de Egipto. Volvió a escasear el agua. Armaron un motín. Nuevamente, Moisés consulta a Dios y le llega la respuesta: “Toma tu bastón, reúne al pueblo, y háblale a la roca para que dé agua”.
¿Qué hace Moisés? No le habla, la golpea. Y sale agua. La gente bebe –y, satisfecha– se calla. Y Dios, por eso, le prohíbe entrar a la Tierra Prometida.
Nuestros sabios no podían creer que esta pequeña desobediencia justifique tal castigo. Sin embargo, si Dios dice que esa fue la causa, debiera hallarse algo más profundo, algo que Moisés –como líder y modelo para una sociedad de hombres libres– no debía hacer.
El cabalista medieval Iosef Gicatilla parece haber dado con la respuesta. El gran pecado de Moisés no fue el golpear en lugar de hablar, sino el conservar lo conocido, el no cambiar la rutina, el no innovar. Es claro, si antes funcionó golpeando, ¿para qué probar algo nuevo? Pero Moisés se quedó solamente con la primera chance, con la respuesta aprendida y archivada. Con la certeza ciega de que no hay otra. El mensaje es fantástico. He aquí un clamor enorme ante la comodidad, ante la falta de riesgo, ante la ausencia de coraje para intentar un camino distinto.
Eso nos hace mucha falta, y más aún si queremos evitar que las piedras nos sigan tapando los manantiales…Por algo, una vez Albert Einstein afirmó: “Es más fácil desintegrar un átomo que abolir un preconcepto”.
No te pierdas de escuchar el diálogo completo en la barra de audio debajo del título.