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El perdón de corazón es fuente de paz
viernes, 27 de octubre de 2006
“Después de arrestarlo lo condujeron a Jesús a la casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se presentaron alrededor de El y Pedro se sentó con ellos. Una sirviente que lo vio junto al fuego lo miró fijamente y dijo: -“éste también estaba con El”. Pedro lo negó:-“mujer, no lo conozco”. Poco después otro lo vio y dijo: -“ Tú también eres uno de aquellos”, pero Pedro respondió:-“no hombre, no lo soy”. Alrededor de una hora más tarde otro insistió diciendo:-“no hay duda de que éste hombre estaba con El, además el también es Galileo”. –“Hombre, dijo Pedro, no es lo que dices”. En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor dándose vuelta miró a Pedro. Este recordó las palabras que Jesús le había dicho:-“hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”. Y saliendo afuera lloró amargamente.”
Lucas 22, 54 – 62
La mirada de Jesús que ha advertido a Pedro que lo va a negar puede más que la advertencia de Jesús a Pedro y puede más que el encuentro de Pedro con su propio límite para no negar a Jesús. La mirada de Jesús penetra de tal manera el corazón de Pedro que lo pone en contacto con su propia fragilidad y hace que asuma aquello que ha cometido como pecado, apartarse de Jesús y de la alianza con el Señor. Llora Pedro amargamente el dolor que le supone hacerse cargo de sí mismo frente a ésta circunstancia dolorosa de conversión en la que Jesús lo pone sólo con su mirada. No dice que hizo muchas cosas Jesús ni que dijo grandes discursos, simplemente se dio vuelta y lo miró. Pedro cayó en la dónde estaba, desnudo, sólo, negando al maestro. Fue una mirada la de Jesús cargada de amor, una mirada llena de ternura, llena de posibilidades para que Pedro se pueda mirar a sí mismo. Estas son las miradas que necesitamos para poder recorrer verdaderamente un camino de conversión, transformación, de encuentro con el perdón y con la misericordia de Dios. Miradas que no acusan, miradas que no indican, miradas que no corrigen violentamente sino miradas profundas como las del Señor y la del Señor particularmente es la única mirada, que puede estar en la mirada de otro que nos mueve el corazón al arrepentimiento, a estar en compunción, y nos hace desde ese lugar dar pasos en procesos de conversión reconciliándonos con nosotros, con Jesús, con los hermanos. Esta mirada de Jesús sobre el corazón de Pedro queremos hoy ofrecerla desde éste lugar de encuentro nuestro y proyectarla sobre cada uno de los que estamos necesitados verdaderamente de la misericordia y del perdón de Dios. Mirada misericordiosa, que no juzga, que no castiga, mirada llena de ternura, mirada que aliente, mirada que pone de cara al encuentro con uno mismo, que no permite escapatoria, que hace que uno se reconozca como es y a partir de allí comenzar a recorrer un camino nuevo. Es lo que hace Simón Pedro a partir de éste momento hasta el encuentro que tenga con Jesús en la orilla del lago de Tiberíades donde el Señor, en un diálogo profundo con él,le devuelve el amor pastoral que Pedro había perdido cuando negó la presencia de el Pastor en su propia vida. –“
Me amas más que éstos, apacienta mis ovejas
”. Y por tres veces Jesús pregunta lo mismo para ayudarlo a Pedro a revertir las tres veces con las que el mismo Simón había negado la presencia de Jesús en relación a su vida.
¿Cómo se hace un camino de encuentro con uno mismo desde ésta mirada misericordiosa? Un encuentro que verdaderamente sea de reconciliación, un encuentro que de verdad suponga una transformación de la vida. Cuando hablamos de reconciliación no decimos:-“está todo bien, no pasó más nada, acá hay uno que se equivocó y a partir de ahora intentará hacer las cosas mejores”… No se trata de justificarnos delante de nadie cuando nos reconciliamos sino de recorrer un camino que transforma nuestra vida y muestra en signos concretos que de verdad nosotros queremos ser y hacer y Dios puede y quiere hacer de nosotros hombres y mujeres distintos.
El camino de la reconciliación no es el camino de las disculpas. Cuando metemos la pata, hacemos una macana, nos equivocamos, erramos nuestro modo de relacionarnos con los demás, queda evidenciado a los ojos de los otros y de nuestra propia mirada de que lo nuestro no estuvo del todo ubicado, que nos desubicamos, que nos descolocamos, que se evidenció mi corazón no humanizado, que es lo mismo que decir un corazón no cristianizado. A veces tenemos la tentación de querer “disculparnos” delante de los otros como si con eso pudiéramos rearmar la situación y creemos que de verdad armar la cosa de nuevo es hacerlo sólo con buenos modales y buenos gestos, como gente de buena educación que formalmente expresa su disculpa para que otros lo acepten y pueda comenzar un nuevo camino. No es que esto esté mal, no es que no corresponda a esto hacerlo, pero es un nivel superficial, es un nivel un tanto racional de la comprensión del propio error o del desencuentro que podamos haber tenido con otro. En realidad lo que se necesita para que haya una verdadera transformación, más que un reconocimiento del error y un pedir disculpas de manera educada es un camino por rearmar la historia haciéndonos cargo de nosotros mismos. Para con los otros y para con nosotros mismos, perdonar y perdonarnos no es disculparse. La disculpa es un nivel superficial. La mirada de Jesús proyectada sobre Simón y sobre nosotros no da lugar a disculparnos, da lugar a hacernos cargo, da sólo lugar a asumirnos, a descubrir, que esa mirada que no juzga, que no acusa, que no condena, que ama y en el amor se nos mete dentro, nos mueve a decir:-“mi vida tiene que comenzar a ser distinta” Te invito a que te abras a esa mirada de Jesús y te animes a comenzar a caminar de una manera distinta, deja de disculparte, deja de cargar con la culpa que te pesa y que hace que tengas que dar razón a los demás de algo que solamente los otros y vos esperan sea “opción” por una vida distinta. No hay que dar razones de lo que nos equivocamos, hay que comenzar a caminar de una forma distinta.
Dos errores se oponen a la sanación interior que viene del encuentro con la mirada que perdona. Una es la negación, que es una actitud muy común que nos impide ser sanados interiormente y liberarnos de las emociones negativas que hay dentro de nosotros al no querer terminar de enfrentar el origen de esto que nos pesa y nos hace ir para atrás más que avanzar en la vida. Dice el padre Carlos Aldunate:-“ es muy propio de nuestra vanidad animarnos a aceptar lo malo en nosotros, queremos mantenernos en la ilusión de una vida impecable, sin pecado, intachables. La inseguridad, la angustia, los celos, el miedo, o cualquier otro conflicto supone en un primer momento no escapar de el, no postergarlo, no ocultarlo, no racionalizarlo, no condenarlo, no culpar a ninguno. Lo primero que tenemos que hacer es sencillamente ponernos de cara a el con lo que tengo y con lo que venga, no para confabularnos, no para pactar, no para dialogar, no para minimizarlo, tampoco para maximizarlo, sencillamente para mirarlo de frente, para diferenciarnos sin dejar de decir esto me pasa a mi y también para animarme a decir “esto no quiero ser yo. Cuando nosotros tenemos ésta actitud frente a los que nos ocurre y que nos hiere, sea por nuestro modo de ubicarnos en la vida o por los desencuentros que surgen en la vida, estamos en posibilidad de mirar al hecho de frente y llamar a las cosas por el nombre que tienen y desde el hecho de asumirlas transformarlas. Cuando escapamos lo que hacemos es sencillamente demorar la resolución de lo que nos pesa. Muchos afirman que arrastran el pasado, que no tiene sentido la vida y que es una pérdida de tiempo volver a cosas que es mejor olvidar. Las heridas, las emociones son como las heridas físicas, si no se las cura, si no se las atiende y se las abandona se infectan y pueden traer consecuencias peores. La herida debe traerse a la luz y ser tratada. Dice el fraile Hades, un sacerdote franciscano en un escrito que nos ofrece en la revista El Mensajero:-“
La negación es la primera manera de pararnos frente a lo que debemos asumir
”. Es lo que hace Pedro cuando lo ponen de cara a aquél que es su amigo con el que ha compartido el camino y muestra, en todo caso, y queda al descubierto su fragilidad ante el misterio de la cruz que lo toma a Jesús y lo podría tomar a él para ser linchado Pedro se niega a aceptar su propia condición, la que encontró de cara a Jesús. La negación es como una primera reacción que tenemos que nos ocurre cuando algo no está bien en nosotros, casi como un mecanismo de defensa y de subsistencia hasta que nos damos cuenta que la negación de lo malo en nosotros, lejos de permitirnos subsistir, nos va hundiendo más y más. Sólo cuando miramos de frente, cuando nos miramos y miramos las situaciones que no son buenas en nosotros y las abordamos, las asumimos, las sobrellevamos con paciencia y con amor, esas mismas realidades nos van transformando, nos van cambiando. Lo que no se asume no se redime. De lo que no nos hacemos cargo no podemos sino esperar que termine por hundirnos, por aplastarnos. La cruz, o la llevamos con grandeza, entereza, con amor, asumiéndola, o la cruz nos aplasta. El Señor nos invita ésta mañana a la aceptación de nosotros mismos y hacernos cargo de lo nuestro, poniéndole nombre a las circunstancias que rodean nuestra vida, y desde ese lugar en el que lo negativo puede transformarse en positivo dejar que Dios obre en nuestra debilidad, nuestra fragilidad. El camino para la verdadera reconciliación y la paz interior en la sanidad que Dios nos trae se inicia por aprender a superar la negación primera con la que reaccionamos frente a lo que a nosotros sabemos que dentro de nuestro proyecto de vida no es lo mejor.
Dice Pablo en Colosenses 3, 15: -“Que la Paz de Jesús reine en sus corazones, ustedes fueron llamados a encontrarla”. La paz de Jesús llega sin duda a través del camino de el perdón y de la reconciliación. Volvamos sobre el texto que da pié inicial a nuestro encuentro de hoy, el encuentro entre Simón Pedro y Jesús, entre el Pedro todo decidido, todo armado que dice –“jamás te negaré Señor , seré fiel a ti “ y el Pedro todo acurrucado, arrugado: –“yo no lo conozco, yo no sé de quién hablan, yo no soy uno de ellos”… Entre el Pedro decidido, determinado y el Pedro que arruga está el Pedro verdadero, el Pedro real, que siendo frágil, impetuoso y arrebatado como es, comienza a ser un pedro más real, concreto, más él mismo a partir de una mirada de Jesús que lo pone de cara a su propia realidad. Pedro llora amargamente su herida profunda de negación de la Vida y de si mismo a partir de negarlo a Jesús. Pedro llora profundamente a partir del no reconocimiento de sí mismo, a partir del no reconocimiento de Jesús. Llora la amargura de no saber quien es o en todo caso llora la certeza también junto a la amargura, de comenzar a ser el que esta llamado a ser a partir de la mirada de Jesús. Este Pedro nos regala a partir de su encuentro con Jesús, una actitud que debemos tener a la hora de curar la herida. No se trata de la negación, tampoco se trata de la introspección. La introspección es un trabajo racional donde las personas, para con nosotros mismos o para con los demás, analizamos todas y cada una de las causas “intelectualmente” sin bajar demasiado al sentir que suponen aquellas causas para entendernos o para entender a otros. Cuando nos movemos en el plano de la introspección, rápidamente desde la racionalidad, intentando entendernos en las causas que dan origen a nuestros conflictos, caemos en la justificación o en las disculpas. En realidad debemos movernos más en un plano de franquezas, de evidencias. La franqueza y la evidencia de lo que somos y lo que tenemos y que tiene que cambiar en nuestra vida, brota y viene de un encuentro como el encuentro de Simón con Jesús. Pedro no hace un largo recorrido de aquellas tres negaciones para darse cuenta que Jesús le había que cuando cantara el gallo tres veces el lo habría negado. No, un “encuentro” determinó la evidencia de la herida. No se trata de decir cómo hago yo para encontrar mi herida, para no escaparme, para hacerme cargo, para llorar lo que tenga que llorar de mi vida y para animarme, no a hundirme desde el llanto, sino a proyectarme desde un cambio y una transformación. ¿Qué hago, por donde comienzo, me encierro en un cuarto a escribir los males que me pesan, conexiones que me ayuden a entenderme y desde ahí en el dolor ver si puedo salir? No, no se trata de eso, no es introspección lo que genera el cambio que me hace asumir la propia herida, es encuentro. A Pedro le bastó una mirada. La mirada de Jesús lo puso de cara frente a la fragilidad. Le mostró que no era el tan gauchito ni tan gallito, le mostró que sus buenas intenciones eran buenas pero eran sólo intenciones, que no terminaban de concretarse en opciones que verdaderamente se hacen a partir de asumir la propia fragilidad. No hay opciones en la vida que sean concretas y que verdaderamente puedan llevarnos hacia adelante que no cuenten con el asumirnos así como somos, con todo lo que podemos y con todo lo que nos falta para llegar a ser lo que estamos llamados a ser. La elección y la opción en la vida tiene que suponer la propia fragilidad si no construimos castillos en el aire, armamos una historia sin nosotros. Somos lo que somos, estamos llamados a ser mejor pero esto que somos es lo que somos y no somos otra cosa. Desde aquí hay que ver como transformamos la propia vida para llegar a ser lo que estamos llamados a ser. En el mundo de la imagen en el que vivimos, en el mundo de lo automático, en el mundo del ya, del ahora, del inmediato, se niegan los procesos de transformación, todo parece casi como mágico, como de un instante para otro, cuando en realidad, para que las cosas lleguen a ser lo que están llamados a ser suponen caminos, se supone recorrer largos caminos y profundos procesos. El Pedro que lloró amargamente ante la mirada de Jesús que lo puso ante su propia fragilidad es el Pedro que se asume así con humildad gracias a la misericordia de la mirada de Jesús y de aquí hasta el mar de Tiberíades, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, hace un largo camino, un largo camino por dentro para decirse a sí mismo: -“no soy tan líder como creí ser, no soy tan gaucho como me parecía, no soy tan fuerte como creía, no soy tan leal como entendía, no he sido tan fiel como hubiera querido. Soy éste Pedro frágil, que arruga, éste Pedro no tan leal, éste Pedro que está llamado a ser el conductor de la comunidad, el guía de su pueblo, el pastor, pero no lo soy si no lo soy en Jesús”. Pedro tenía todas las condiciones naturales para ser el jefe de la comunidad, el conductor de la comunidad, tenía condiciones que lo ponían de cara a los demás como el que dice: -“vamos por acá” casi como una intuición natural suya que tal vez le venga de su oficio, de su formación familiar, pero no basta con eso. Para ser un buen pastor no basta con tener algunas buenas condiciones naturales, y Jesús se encarga de mostrarle que el pastor es El, y para ser pastor lo será en El, por lo cuál Pedro tendrá que despojarse de todo aquello que a el no le permite ser lo que está llamado a ser. ¿Como se hace eso, sacándose de arriba lo que uno es en lo que tiene de negativo? No, es en hacerse cargo, porque Jesús cuenta con éste frágil hombre para apoyar allí su Iglesia, cuenta con éste frágil pescador para ser pescador de hombres. Decimos todo esto porque sólo en la medida en que nosotros nos encontramos con nosotros, con nuestra historia, con lo que somos, y particularmente en lo que somos con nuestra herida, no buceando por algún lugar frágil de los costados abiertos que tenemos sino dejando que en el encuentro se transparente lo que somos, sino sólo así podemos ser el proyecto de vida que Dios quiere que seamos. Cuando hablamos de un proyecto de vida tenemos la tentación de figurarlo bajo los ideales o los modelos de vida que nos ofrece hoy la sociedad particularmente a través de los medios de comunicación, que los héroes, artistas, políticos, deportistas,.. que ocupan el centro de la sociedad de consumo y que nos invitan a ser como ellos, no nos terminan de ofrecer el verdadero modelo de hombre que tiene que ver con lo que ocurre y que se puede ser , no estando en la tele sino en tu casa, en tu oficina, con tus hijos, con tu esposa, esposo, con tus hermanos, con tus compañeros de estudio, de trabajo, ahí se puede ser un gran modelo de hombre, de mujer, sólo si nos hacemos cargo de quienes somos. Si nos queremos parecer a….. y quisiéramos ser como……, y lo que determina consciente o inconscientemente lo que yo aspiro a ser está marcado por la sociedad de consumo y los héroes de éste tiempo, difícilmente podamos transitar éste camino que podemos hacer con ésta catequesis, el de hacernos cargo de nuestra debilidad, de hacernos cargo desde un encuentro con Jesús y desde allí, como Simón ser fuertes desde nuestra misma debilidad en Cristo Jesús.
Padre Javier Soteras
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