…..pastores, hombres cuidadores de sus rebaños, acostumbrados a una vida dura, hombres también despreciados por parte de la sociedad judía de su época. De pronto vemos el ángel de Dios y la luz de su gloria, y una multitud de ángeles que canta y alaba a Dios con un “gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres amados por El”: ¡qué puente! ¡Qué arco iris es esta Navidad entre el cielo y la tierra! Nunca, en ninguna religión, ni pasada ni posterior a la de Jesús, se ha producido un encuentro de tal magnitud entre la tierra y el cielo, entre la humanidad y la divinidad. Este es realmente un eje central en nuestra fe. Lucas nos narra el nacimiento de Jesús como un nacimiento que sucede en camino, en tierra extraña, fuera del hogar, del refugio, de las seguridades. Lucas es griego y comprende el devenir humano de Dios en Cristo a la manera de los griegos. Para él, Jesús es el caminante que baja del cielo para caminar con nosotros y recordarnos nuestro núcleo divino. Nos transmite que no somos solo seres humanos de esta tierra sino que también somos de alguna manera seres humanos del cielo, que estamos en camino, y que también nosotros esperamos ser admitidos en la gloria de Dios. Al no haber lugar para ellos en el albergue, de alguna manera también nos ponemos en contacto con la cantidad enorme de migrantes que –en todos los tiempos, pero particularmente en nuestro tiempo- saben de lo que se trata. Allí, donde Dios habita en nosotros, allí hay un terruño. La tierra extraña que Lucas pinta tan dramáticamente aduciendo que ”no había lugar para este parto”, no había espacio, no había lugar seguro, como no lo hay hoy para muchos refugiados y asilados, tantos miles de personas que buscan un hogar y de manera similar que a María y José, son rechazados. Después de la 2º Guerra Mundial, había una canción muy famosa que decía “¿quién llama a la puerta?” Evidentemente, la 2º guerra mundial produjo una enorme cantidad de desplazados de un lado para el otro. Los desterrados, los exiliados, los migrantes, sienten en esta parte del evangelio, una identificación especial. Saben de lo duro que es estar fuera de casa, saben de lo tremendo que es ser rechazado cuando se busca albergue. El espacio de la protección, del lugar donde se puede estar a salvo del enemigo y reparar las fuerzas. Albergue es lo que todos necesitamos en nuestras luchas externas e internas, Albergue es lo que necesitamos para sentirnos a salvo de nuestros enemigos internos y externos, de carne y hueso, o invisibles, como hay tantos en estos tiempos. Nuestro devenir en esta existencia busca siempre del hogar. Necesitamos ese espacio protector en el que nuestro niño desprotegido y vulnerable, pueda sentirse seguro –porque todos tenemos dentro un niño vulnerable-. Necesitamos el lugar en el que nos podamos arraigar para desarrollarnos interiormente. La búsqueda de Dios de un albergue para nacer, su estar siempre en camino, este ser peregrino sin una morada fija, nos regala su corazón como “amparo provisorio”. Este albergue eterno que es el Corazón de Jesús, este decirnos “en mi siempre encontrarán refugio”. Todos somos de alguna manera peregrinos. Todos estamos en tránsito de una situación a otra. Todos necesitamos seguridades en nuestras luchas interiores y amparo en nuestras fatigas. Ojalá en esta Navidad encontremos ese refugio en el que me amparo, en las mismas entrañas de la familia de Nazaret.
María da a luz un niño, lo envuelve en pañales y lo deposita en un pesebre. Por allí andaban acampando algunos pastores, que se transforman en los primeros mensajeros del devenir humano de Dios. ¿Por qué los pastores? Ellos, que se ocupan de cuidar a los animales, tienen una sensibilidad, quizá una capacidad de creer y ayudar. Pero el dato importante es que ellos vigilan en medio de la noche. Mientras otros duermen, ellos están despiertos. En la noche no se ve, pero se escucha. Esa es la imagen de la mente y el corazón dispuestos a la recepción de la gracia y de la verdad que encierra la Navidad: ESCUCHA, VIGILANCIA. En la noche no se puede ver, por tanto hay que confiarse a la escucha, hay que confiarse al alma.Cada uno de nosotros tuvo, tiene o tendrá su propia noche. Hay que escuchar en la noche, desarrollar otros sentidos, otros modos de la inteligencia, de la percepción. Quizá allí se abre el alma a lo inesperado. Quizá allí se escucha exactamente lo que necesitamos escuchar.
El que está atento, plenamente presente (no distraído, superficial, lleno de bulla y de ruido) y oyendo obedece, puede escuchar esta inaudita noticia de que Dios se hizo hombre.Los fariseos, que consideraban despreciables a los pastores, y sin embargo no fueron los primeros en recibir esta buena noticia. Parece que en el cielo, no abunda mucho la diplomacia. El Padre Juan Manuel Gonzalez explicaba que la Biblia en general es un libro que apela fundamentalmente al oído. El pueblo judío es un pueblo de la escucha. Por eso habitualmente en el Antiguo testamento repite tantas veces “escucha, Israel”. El Dios de Israel es un Dios que habla, y el interlocutor es un pueblo que escucha. Por eso los primeros en recibir esta buena noticia, es un grupo de pastores tan capaces de escuchar que también son capaces de acertar en el sigilo de los animales depredadores. Hay que tener muy buen oído para escuchar a un lobo. Ellos oyen cualquier cosa que perturba el silencio. Un psicólogo dice que “la cualidad femenina es el oído y la cualidad masculina es la vista”. Por eso –digo yo- es importante para la mujer oír más que ver. Mientras que el varón-según los especialistas- es más proclive a verLas mujeres necesitamos escuchar, por ejemplo, las palabras “te quiero”. Somos particularmente sensibles, receptivas a la dulzura, a la ternura, al afecto, a la emoción, y al oído. Son los oyentes como ustedes los que están más dispuestos a acoger al Niño Dios que quiere ser dado a luz entre ellos. Se dice de los pastores que “montan guardia”. Hay muchas palabras en la Biblia que elogias esta capacidad de montar guardia, como el buho y la lechuza, que durante la noche están bien despiertos, y vigilan , y velan. Y cuando comienza el alba, levanta sus alas y vuela.
Hay una parte en el evangelio de Lucas donde Jesús es extremadamente claro y poético: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, y cómo desearía que ya estuviera ardiendo” (Lc 12,49). Jesús tenía sus deseos, sus anhelos. Le quemaba por dentro, estaba ansioso por terminar su misión. No se debe separar la Navidad de la Cruz. Pero vamos después con esto.Es bueno tener en cuenta que vamos a celebrar la llegada de Alguien que vino a traer fuego sobre la tierra. Esto no es ni para los fríos ni para los tibios.Hay un poema titulado “Poema del fuego en voz alta para encender la primavera”: de Efraín Bartolomé. Creo que algo así diría Jesús
El pecador y el voluntarista tienen algo en común: Los dos están centrados en ellos mismos. El pecador se empecina en buscar felicidad donde no hay, y evita generalmente lo arduo, lo sacrificado. Busca en la superficialidad, la seguridad que debiera buscar en el interior. El voluntarista, por muy buenas intenciones que tenga, está convencido de que es el artífice de su propia vida, de que en realidad la felicidad es una conquista personal, exclusiva. Confía en su voluntad , no en Dios ni en la vida. Creo que Jesús, cuando dice “he venido a traer fuego” es que no podemos achicar el anhelo y la sed de felicidad. Porque el fuego es vida en plenitud, es realización, es ardor de vida. El llamado que todos tenemos a la santidad, es un llamado a la “vida en abundancia” y por tanto a la felicidad. Pero no depende solamente de nuestro esfuerzo en pos de una estética espiritual, sino de nuestra capacidad de abandono a esa vocación incendiaria que Dios tiene en nosotros. Ser buenos sin ser felices, es una trampa en la que se cae con mayor frecuencia de la que uno piensa.Aspirar a la felicidad en plenitud es la forma de honrar a la Navidad, porque para eso ha venido el Señor, y no a resignarse con la tibieza y la mediocridad, con la rutina, con lo gris , con lo opaco… Hablamos de la felicidad, de lo que colma el corazón, de lo que nos impulsa a crecer, de lo que nos enamora de la vida, de conquistar: el fuego es conquista, avanza, no se detiene. Hablamos de una experiencia de Dios que unifica, potencia, que nos descentra la mirada para reconocer a los otros. Los que arden se entregan, se arriesgan son audaces, corajudos. Tenemos que transformar nuestro corazón, tantas veces limitado y apagado, a lo sublime que Dios nos quiere regalar.Jesús increpa a los que hacen de la ley el valor supremo, reta a los que escapan de los desafíos de la vida, y les dice con un simple y rotundo “ven y sígueme” todas las preguntas que la gente se hace. Seguir al Señor, es nuestra felicidad. Belén es un proyecto, que se susurra a nuestros oídos , -claro, a veces en el corazón de la noche-, invitándonos a adorar, es decir, a amar intensamente. No hay requisitos para acercarse al niño. No existe una lista de condiciones. No hay pasos que deban cumplirse ni purificaciones que tengan que realizarse. Simplemente hay que acercarse y experimentar la felicidad del encuentro. Hay que creer que El ha venido a traer esa clase de fuego para nosotros. La desesperación por alcanzar la meta, nos arrebata el valor del camino. Muchas veces sabemos dónde quisiéramos llegar, pero se nos van los días intentando seguir huellas y enredándonos en mentiras, y estancándonos en los mil rostros de la muerte. Jesús, un niño frágil, encierra el misterio de lo divino. El ha dicho “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, y ha dicho también que quiere hacernos arder.
Oro, incienso y mirra: realeza, oración y remedio de Dios para el hombre.Dice el libro de los Hechos 10,38 que Jesús pasó haciendo el bien. Toda su vida fue una ofrenda que terminó en la Cruz. Entonces , por más que algunos ‘oponen’ Navidad y Cruz, Navidad es una fecha linda, romántica, llena de ternura, alegría y esperanza. La Pascua es una fecha sangrienta, donde abunda la muerte, el sufrimiento. Pero el niño de Belén, es el mismo de la cruz. Precisamente desde la Cruz debemos comprender la profundidad de Belén: un Niño que nace para entregar la vida.Hay una canción muy antigua que, en boca de la Virgen, dice “¿quién le ha regalado esta cruz a mi Niño? Preguntó llorando María en Belén”. Es poco probable que María en Belén haya anticipado la muerte de su Hijo. Pero en cambio es muy probable que se diera cuenta del enorme compromiso, hasta el fin, que conllevaba ese nacimiento. La alegría de la Navidad a veces no nos permite recordar que el seguimiento de este Niño es hasta Jerusalén. Es un Niño que nace a los márgenes del Imperio, y es un niño que muere fuera de las murallas de la ciudad. Es un Niño que transcurre su vida adulta dando vueltas por los barrios y ciudades de los marginados. Dios se hace hombre no solo por condescendencia, sino para obrar y enseñar en medio nuestro. Este Niño de Belén porta un mensaje y dedica toda su vida a transmitirlo, y es el contenido de sus palabras y de sus acciones y de sus posturas, y de sus gestos, y de los lugares por los que transitó, lo que lo condena a la Cruz. No podemos entonces, renegar de este aspecto de la vida del que hoy nos convoca a adorarlo en su ternura y en su recién Ser nacido.LUEGO DIOS VOLVERÁ A HABLAR DE MANERA MÁS CONTUNDENTE Y DEFINITIVA CON LA RESURRECCIÓN. LA PASCUA ES EL EJE CENTRAL DE LA FE CRISTIANA. PERO NO SERÍA POSIBLE LA PASCUA SIN LA NAVIDAD, POR ESO BELÉN ESTÁ PREÑADO DE CRUZ, Y POR ESO NO HAY SUFRIMIENTO, NI EXCLUSIÓN, NI ABANDONO, NI OSCURIDAD QUE NOS PUEDAN DEJAR FUERA DE ESTE PORTAL DE BELÉN.EN JESÚS, DIOS NOS DIO SU PALABRA DEFINITIVA
¿A qué nos compromete? ¿qué significa amar a todos? ¿Cómo amar al que nos provoca sufrimiento?Estas son las grandes preguntas que llevamos al pesebre y Jesús va respondiendo a lo largo de su vida, y hasta en el momento culminante que es la Cruz. A veces los cristianos adherimos muy rápido a un amor sin conflictos, a un amor que no genera incomodidad. Jesús está justamente en los que nos “incomodan”: en los pequeños, los hambrientos, los presos –en los que no estamos hablando precisamente de ‘gente correcta’-, los fracasados. ¿Qué pasa en las escuelas, que incomodan tanto los niños que repiten? ¿Por qué hay que expulsarlos? ¿qué pasa que hemos perdido ese fuego del Evangelio por excluir a los más necesitados¿ Somos tal vez capaces de gestos nobles, solidarios, de gestos de donar parte de nuestro tiempo, y de nuestro dinero, pero a la hora de denuncia una injusticia o comprometernos en la defensa de una verdad, no siempre estamos dispuestos a arriesgar ni siquiera nuestro buen nombre. Es que la imagen romántica del pesebre, cobra su dimensión cuando comprendemos por qué Dios se hizo hombre, y asumió la condición humana con toda su grandeza, pero también con todos sus límites. Se mezcló con nuestro barro, experimentó la tentación, la traición. Se enojó, se frustró, se lamentó. Porque la única forma de poder amar a todos y de verdad, fue esa. La Cruz fue la prueba radical de que el amor que anunció en la encarnación, fue comprometido y auténtico. Vivir amando es vivir arriesgando. Es darle a la vida un sentido de ofrenda, de entrega, de compromiso con la verdad, de lucha contra la mentira. Es asumir que el amor con que nos amó Jesús lleva la marca de la cruz, y guarda en sus entrañas la semilla de la esperanza y de la felicidad. No podemos recortar este mensaje del cual este Niño es portador. No me resigno a vivir sin ser feliz, no me resigno a vivir sin esperanza, no me resigno a vivir sin lucha, No me resigno a la injusticia, a la mediocridad. No me resigno a la pobreza de mis hermanos.
Pensando en el silencio de la noche de Belén, que ojalá podamos gestar y realizar –aunque como el aceite de las lámparas de las vírgenes imprudentes estas cosas no se improvisan y no se les pueden pedir a nadie: por más que pidamos el aceite del silencio prestado, si no hacemos un camino.., Thomas Merton
Salmo 115: “Yo amo al Señor porque el escucha mi voz suplicante”
QUE LA HUMILDAD DEL SEÑOR QUIEBRE EL SILENCIO DE NUESTRO ORGULLO