El pesebre de Belén

lunes, 7 de enero de 2013
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Continuamos con la lectura del libro de Joseph Ratzinger, el Papa que como teólogo nos regala “La infancia de Jesús”. Y tomamos el capítulo 3 que habla sobre el nacimiento de Jesús en un pesebre, ese lugar donde van a comer los animales. Dios nos regala en Jesús el alimento de nuestra vida. El Niño Dios es el Pan de Vida.

El buey y el asno

Los medios se hicieron profusamente eco de lo que dice el libro: “En el Evangelio no se habla de animales”. Y publicitaron que el Papa dijo que en el pesebre de Jesús no estaban el buey ni el asno, “hay que sacarlos del pesebre…” dijeron. Pero no es así.

El Papa lo que está diciendo es que en los Evangelios no aparecen definidos ni nombrados los animales. Pero dice que la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo Testamento y relacionándolo con el Nuevo Testamento, ha colmado muy pronto esta laguna, ya que nos remite a un texto de Isaías (1, 3): “el buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su dueño, ¡pero Israel no conoce, mi pueblo no comprende!”. No había lugar en la posada para la familia del Niño, sin embargo el texto de Isaías profetiza acerca de “el buey y el asno”. Por eso la tradición pone a estos dos animales, el buey y el asno.

La iconografía cristiana ha captado muy pronto la razón por la cual poner al buey y al asno. Y esto nos ayuda a profundizar este misterio de fe y a descubrir que yo me puedo identificar con el buey y el asno, no simplemente porque soy un animal, sino a la luz del texto de Isaías 1, 3, “el buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su dueño”. Es ese conocimiento fiel: no entiende demasiado, pero conoce, está ahí.

También pudo influir en la tradición la traducción griega de Habacuc 3,2: “En medio de dos seres vivientes… serás conocido; cuando haya llegado el tiempo aparecerás”. Los dos seres vivientes son como los edecanes del presidente, estos que están al lado de la figura central.

O a la luz de Éxodo 25, son los querubines del Arca de la Alianza (cfr. Ex 25,18-20).

¡Qué interesante! Se nos presentan tres nuevos modos con los que uno puede identificarse con el buey y el asno.


 

El primogénito

En el Evangelio de Lucas (2,7) dice: “María dio a luz a su Hijo primogénito.”

Dice el Papa: ¿Qué significa “primogénito”? El primogénito no es necesariamente el primero de una descendencia sucesiva, no se refiere a una numeración consecutiva, sino que indica una cualidad teológica expresada en las recopilaciones más antiguas de las leyes de Israel. Este término nos lleva a Éxodo 13, 2: “Conságrame a todos los primogénitos. Porque las primicias del seno materno entre los israelitas, sean hombres o animales, me pertenecen”. Y en Éx 13,13 dice: “Al primogénito del asno, en cambio, lo rescatarás con un cordero; y si no lo rescatas, deberás desnucarlo. También rescatarás a tu hijo primogénito”. Por lo tanto, la palabra “primogénito” es una expresión anticipada de lo que después sigue en el Evangelio acerca de la presentación de Jesús en el Templo. En cualquier caso, con esta palabra se alude a una pertenencia singular de Jesús, que luego es tomada por la teología paulina. En la Carta a los Romanos (8, 29) dice: “En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos”. En el nuevo nacimiento de la resurrección, Jesús ya no es solamente el primero por dignidad sino que inaugura una nueva humanidad. Una vez que las puertas de la muerte han sido abatidas son muchos los que pueden pasar por ellas junto a Él. El Niño de Belén es primogénito, porque viene a vencer la muerte para llevarnos al Padre. En Colosences 1, 15 se amplía esta idea: “El es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación”. El concepto de primogenitura adquiere una dimensión cósmica: Cristo, el Hijo encarnado, es la primera idea de Dios y precede a toda creación.

En Lucas no se habla de todo esto, pero para los lectores posteriores de su Evangelio, para nosotros, en el humilde pesebre de la gruta de Belén está ya el esplendor cósmico: aquí ha venido entre nosotros el verdadero primogénito del Universo. Acá termina la reflexión del Papa sobre ese sencillo versículo: María dio a luz a su Hijo primogénito”.

Los pastores

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz.” (Lc. 2, 8-9)

Al respecto, dice Ratzinger que los primeros testigos del gran acontecimiento son pastores que velan. Jesús nació fuera de la ciudad, en un ambiente en el que había por todos lados pastos a los que los pastores llevaban su rebaño. Era normal, entonces, que al estar más cerca del acontecimiento, fueran los primeros llamados a la gruta. Pero no solo fueron llamados porque estaban más cerca físicamente… quizás ellos vivieron más de cerca el acontecimiento no solo exterior sino interiomente, más que los ciudadanos que dormían tranquilamente. Y tampoco estaban interiormente lejos de Dios que se hace Niño. Esto concuerda con el hecho de que formaban parte de los pobres, de las almas sencillas a las que Jesús bendeciría, porque a ellos está reservado el acceso al misterio de Dios (cfr. Lc. 10, cuando Jesús se conmueve porque Dios le ha revelado estas cosas a los sencillos). Los pastores representan a los pobres, los predilectos del amor de Dios. Jesús nace entre los pastores, porque también Él está llamado a ser el gran pastor, el Buen Pastor de los hombres. Ratzinger también relaciona este hecho con David, que era un pastor. David venía de pastorear las ovejas cuando es constituido pastor de Israel.

Los ángeles

El Papa nos remarca que primero el Ángel del Señor se presenta a los pastores:

De pronto, se les apareció el Angel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Angel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Lc. 2, 9-12

Hasta acá es un Ángel el que se les aparece, como fue el ángel Gabriel a María, un mensajero que anuncia esta Buena Noticia. Pero luego el texto continúa diciendo:

Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él». Lc. 2, 13-14

Acá aparece una multitud del ejército celestial. Y el texto no dice “cantando”, sino “diciendo”. Pero los cristianos tuvieron en claro desde el principio que el hablar de los ángeles es un cantar en que se hace de modo palpable todo el esplendor de la gran alegría que ellos anunciaban. Y por eso desde entonces el canto de alabanza de los ángeles jamás ha cesado.

Tanto los ángeles como los hombres cantamos la gloria de Dios. No es algo que nosotros podamos suscitar, la gloria de Dios ya existe. Dios es glorioso y esto es verdaderamente un motivo de alegría. Existe la verdad, el bien, la belleza. No es que nosotros de alguna manera producimos la gloria de Dios, nos advierte el Papa, sino que la contemplamos. Por eso nuestro corazón se llena de gozo.

Dice el Papa que en español traducimos “paz a los hombres de buena voluntad”, pero esta traducción es rechazada por los exégetas modernos con buenas razones, porque podría ser demasiado moralizante. No es que la paz del Señor es solamente para los que se portan bien, sino que es para todos, para todos los que se dejan abrazar por el amor de Dios.

Por lo tanto, aunque yo sea pecador, no debo alejarme de Dios, al contrario, debo acercarme a Él para que Él me transforme.

P. Alejandro Puiggare