El poder transformador del anuncio, fruto de la comunión con Cristo

jueves, 26 de febrero de 2009
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Jesús llamó a los doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.  Y les ordenó que no llevaran para el camino, más que un bastón. Ni pan ni provisiones, ni dinero.  Que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.  Les dijo:  “Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.  Si no los reciben en algunos lugares y la gente no los escucha al salir de allí, sacudan hasta el polvo de los pies, en testimonio contra ellos”.  Entonces fueron a predicar exhortando a la conversión; expulsaron muchos demonios, y sanaron a numerosos enfermos ungiéndolos con óleos.

Marcos 6, 7- 13

El primer punto de nuestro encuentro de hoy es el poder transformador del anuncio, es fruto de la comunión con Cristo.

En el capítulo tres del evangelio de Marcos, que acabamos de proclamar, desde el verso trece en adelante se dice: Jesús llamó a los que él quiso para que estuvieran con Él; y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios. A lo largo de los primeros cinco capítulos del mismo evangelio, los discípulos han visto predicar a Jesús, en este estilo tan particularmente cercano, por medio de parábolas; y lo han contemplado admiraros.

Como expulsa demonios.

Esto ha fortalecido el vínculo de comunión con el maestro, que ahora desde ese lugar de pertenencia mutua, de los discípulos de él, en él. Y de ellos y él, una misma comunión, participan de este ministerio profético. Mejor dicho, Jesús los participa, en la tarea de hacer lo mismo que él ha hecho. Y por eso los envía, para que no sólo prediquen la palabra, sino también que liberen a los oprimidos, y para que unjan a los que están con alguna dolencia. Anunciando la paz.

En el texto que hoy nos acerca la liturgia, los discípulos con invitados a realizar lo que hizo el maestro, obrando en su nombre. Y porque él va con ellos, la pobreza de medios, en su misión, no es una limitación. Sino un camino que se abre. Es Cristo quien opera y trabaja. Y la instrumentalidad, aun cuando sea pobre, es lugar desde donde el Señor, manifiesta su gran poder.

En realidad no hay instrumento que sea rico, bajo ningún aspecto, bajo la mirada de Dios, que pueda más que el mismo Dios que actúa a través de esos instrumentos.

No se necesita más que estar en comunión con Jesús, con la vida y el estilo de Jesús, para la eficacia de la misión.

La pobreza, en consecuencia, es sencillamente, el encuentro con esta gran riqueza, con la que se cuenta en la tarea misionera. La presencia de Cristo.

Es Cristo y toda su riqueza, la que hace que los discípulos puedan ir así. Bien ligeros, sin nada para el camino. Más que un bastón. Ni pan, ni provisiones. Ni dinero. Nada. Jesús va con ellos. Y esto es suficiente. La gran riqueza está en su corazón.

Para eso hay que haber hecho experiencia de encuentro con Cristo Jesús. En este sentido, se entiende la expresión del apóstol san Pablo (Fil. 3, 7), donde dice: lo que era para mi ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Más aun, considero que todo es pérdida, ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, por quien perdí todas las cosas. Y las tengo por basura, para ganar a Cristo.

Es el conocimiento de Cristo Jesús. La íntima comunión con Él. Lo que hace que todo sea poco, o nada, o basura dice Pablo, al lado de lo que significa esta presencia de vida, que nos hace ir tanto más allá, de lo que por nuestras fuerzas podríamos hacer, si no contáramos con este don.

Es más. Vamos sin nada. Vamos libres de toda carga. Porque el peso que llevamos es suave y es liviano. Es su presencia. Es la vida de Jesús que se manifiesta a través de nosotros.

La pobreza en la misión evangélica, es fruto de la riqueza del misterio de Cristo.

Es esta presencia de profunda comunión con él, la que determina el poder del anuncio de la palabra creadora, y recreadora en Cristo.

Es justamente esto. Es la presencia del misterio de Jesús, que se comunica, Él, palabra creadora y recreadora, lo que nos permite a nosotros, ir por todas partes con el don de la paz y el don de la alegría.

El don del gozo y el mensaje de la redención. Porque todo es pérdida frente al conocimiento de Cristo Jesús. En realidad, Él es nuestra única ganancia. Él es nuestra gran riqueza.

¿Cuándo se puede decir esto? Cuando se ha crecido en el profundo conocimiento del misterio de Jesús.

Hay momentos en que con muy poco, Dios nos ha mostrado que es capas de mucho.

Hay momentos en el camino en que con nada… Dios nos mostró, que él hacia todo.

¿Te acordás de esos momentos? Te viene a la memoria de esos instantes de profunda entrega en Dios, abandono en ÉL. En medio de muchas carencias, y verlo actuar a Él yendo más allá de los medios con los que contabas.

Te recuerdo; esta hermosa obra con la que hoy contamos, comenzó en el garaje de la casa parroquial, sin embargo, había una presencia rica de Jesús en medio nuestro. Y que nos decía que debíamos ir mucho más allá. Hasta los confines de la tierra. Predicando como locos el evangelio de Jesús. Sin atadura de nada. Sino, sencillamente unidos y enraizados en el Misterio de Cristo.

Hoy todavía sigue siendo esta nuestra experiencia.

Imaginate, nos esperan cien radios más, por instalar. Son ciento setenta y ocho radios al final del proceso de instalación de la red en Argentina.

Y estamos como en el garaje de la casa todavía. Porque frente a lo que viene, es nada lo que tenemos. Y frente a lo que Dios quiere, que es mucho más que una radio, el uso de otros medios también para la evangelización, es muy poco con lo que contamos.

Claro, Jesús, si somos fieles, permanece con nosotros.

Experiencia del misterio de Cristo Jesús.

Para poder hacer esta experiencia, pedimos este momento, la Gracia del conocimiento interno, del Señor. Segundo punto de nuestro encuentro es pedir la Gracia del conocimiento interno de Jesús.

En los ejercicios espirituales ignacianos, el santo fundador de la compañía de Jesús, invita, en la segunda semana, a pedir una Gracia. La del conocimiento interno de Cristo. Ignacio invita a pedir esta Gracia del Espíritu, en la línea en que Pablo, hablaba de ella, en Filipenses 3, 7. Todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo.

En el conocimiento interno de Cristo, el que se hace seguidor en el camino, se encuentra con la posibilidad de estar indiferente ante la elección de vida con tal de hacer la Voluntad de Dios. El conocimiento interno de Jesús es el que hace que, ante semejante don, de gracia y de riqueza, no querramos –como dice Ignacio hablando ante la necesidad de la santa indiferencia para poder hacer una opción de vida-, ni salud, ni enfermedad. Ni pobreza, ni riqueza. Ni gloria, ni humillación. Que nos de lo mismo todo con tal que en Jesucristo se cumpla la Voluntad del Padre en nosotros.

Este conocimiento interno de Cristo Jesús, es el que nos libera de inclinar la balanza, en el camino de la vida. Nuestra suerte propia, sobre lo que es una autodeterminación personal, sin una referencia clara al misterio de Dios.

Uno puede permanecer santamente de manera indiferente, ante el camino que debe recorrer, cuando se sabe en profunda comunión con Cristo. Y entonces, todo da igual. No porque todo es igual en términos de relatividad; de relativización moral. Sino en todo caso de relación relativa al misterio de Jesús.

Da todo igual, con tal de que sea en Cristo. La suerte que se corra por parte de nosotros, y la adhesión libre a la voluntad que en Él se manifiesta.

Por su presencia. Cuando nos encontramos frente al misterio, del amor de Cristo, y desde el amor profundizamos en el conocimiento interior, nada nos importa. Con tal de que en nuestra vida, el querer de Dios sea realidad.

Fruto de este conocimiento interior de este Cristo es el despojo de todo, para que sea Él conocido, y amado por todos. Porque el instrumento está más disponible. Más a la mano de lo que Dios pueda hacer con él.

No estamos atados a nada ni a nadie. Y entonces estamos solo, bajo la mirada y la suerte de Cristo. Que se vale de sus instrumentos para comunicar su Gracia.

Los discípulos que salen, al encuentro de las multitudes, a anunciar la Buena Nueva de Cristo, liberados de toda atadura. Y de la misma muerte. Y liberando de atadura y muerte, realizan la obra movidos por este interior que es el conocimiento de Cristo.

Es el conocimiento de Jesús, el que regala esta Gracia.

El padre Miguel Fiorito, sacerdote Jesuita, define así este conocimiento; “como vital, que no nace del estudio, ni está vinculado al propio talento. Ni a la capacidad que la persona tenga de aprender, intelectual, racionalmente. Es un conocimiento proporcionado por el Espíritu Santo. Y alcanza, dice el Padre Fiorito, al Dios viviente”

Cuando predicamos como los discípulos, a Jesús, lo hacemos desde este lugar. De los que Pablo llama, los sentimientos de Cristo Jesús.

“tengan ustedes los mismos sentimiento de Cristo Jesús”, si no es así, nuestra voz, nuestra presencia, nuestro testimonio se opaca, se apaga.

Somos como una campana que resuena, pero que su sonido no llega.

El conocimiento interno de Cristo, es el conocimiento bíblico. No es un mero conocimiento racional. Sino un Amor. Y amor que se conoce más por las obras, como dice san Ignacio, que por las palabras.

Es un amor en la praxis, en lo concreto. Un amor, digámoslo así, comprometido.

¿Quién puede decir que ama a Dios, si no ama a su hermano? Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano, está mintiendo. La misión, que es anuncio del misterio de Cristo, está unida a este conocimiento, que nos pone en comunión con Cristo, y nos hace hablar de Él, desde Él.

Esto que parece como una cacofonía; que suena así como un eco repetido de una palabra que es la misma, no lo es. Nosotros solamente somos eficaces en la acción misionera, cuando hablamos de Jesús, desde Jesús.

Y hablar desde Jesús, de Jesús, es hablar de estar insertados en ese conocimiento profundo del misterio de Dios. Desde ese saber permanecer en Cristo.

Como dice hermosamente el evangelio de san Juan 15; “ permanezcan en mi, como yo permanezco en ustedes. Si ustedes permanecen en mi como yo permanezco en ustedes, ustedes, como el sarmiento está profundamente adherido a la vid, hará que den muchos frutos”.

Todos nosotros en algún momento, hemos hecho o estamos a punto de hacer experiencia de esto. Por Gracia del Espíritu Santo.

El conocimiento interior de Jesús es un conocimiento del Amor. Y ese conocimiento del Amor de Jesús que es una relación de amistad. Es relación de pertenencia en la amistad. Y que es por el amor que Dios nos tiene. Nos llega por Gracia del Espíritu Santo. Por eso hemos iniciado este segundo punto de nuestro encuentro titulándolo, “pedir la Gracia del conocimiento interno del Señor”.

Solamente así, estamos disponibles a lo que Dios quiera. A la manifestación de su Voluntad. Porque cuando se está en Cristo, nada importa. Con tal que se viva según la Voluntad del Padre.

Sin dudas este ir sin nada del que habla el evangelio de hoy; no lleven ni pan, ni oro, ni alforja, ni provisiones. Es fruto, como decíamos, de ir con todo. Se puede ir sin nada cuando uno está firme en ese andar, y este todo y esta firmeza, es una. Cristo. Él mismo en el corazón. Él libera de toda presencia que pudiera borrar la totalidad que significa, el estar suyo con nosotros.

Como decíamos, el amor es revelador, y revelador en la interioridad del encuentro con Jesús. Este estar seguros, y este estar libres, es propio de una experiencia de amor totalizante, que es lo que más anhela el corazón humano. Si algo anhela el corazón es el amor. Porque por amor hemos sido hechos y para el amor, definitivamente hemos sido creados.

1Cor. 13, no quedará nada al final del camino, dice Pablo. Todo va a desaparecer. Sólo quedará el amor. De allí la invitación de Teresa de Jesús, de permanecer en paciencia. No como quien mientras espera mueve los deditos, y hace con el pie, para arriba, para abajo… y mira el reloj diciendo cuando se pasa. Sino como quien, pacientemente se sabe sostenido en el amor, y aunque pase por momentos complicados, sabe que el amor lo sostiene, y que el amor puede transformar su vida y transformar la vida de otros.

De ahí el valor de la paciencia, vinculada a la certeza del amor. Del amor que no pasa. Porque todo pasa, dice Teresa, pero Dios no se muda. ¿De qué Dios habla Teresa de Jesús? Del Dios amor, del Dios bíblico. Dios es amor dice Juan, en la primera de las cartas.(1 Juan, 4,1)

No busquemos otra definición de Dios. No busquemos otros Dios. No hay un Dios que no sea amor. EL Dios Verdadero, es amor. Y este Dios Amor, revela, su propio misterio, por eso el conocimiento interno de Cristo Jesús, es un conocimiento del que hablábamos, viene de la mano del amor, y es fruto de la acción del Espíritu Santo en nosotros.

En el documento eclesial, del C. Vaticano II, Gaudium et Spes, en el número 22, dice “ conocer a Cristo, nos trae como consecuencia, el conocimiento profundo de nuestra misma identidad. De nuestra propia realidad” En este real conocimiento de nuestra verdad, en el Amor, es donde alcanzamos la verdadera libertad.

Siguiendo aquello que dice Jesús en el evangelio de Juan; “la verdad los hará libres”

No es la verdad de la racionalidad, de la intelectualidad, de la idealidad. Es la verdad del Amor. Es el amor que revela la Verdad. Es el Amor, este Amor, el Amor de Dios. En este real conocimiento de la verdad en el Amor de Dios, es donde alcanzamos la verdadera libertad. Es en este lugar, donde aprendemos a ser libres. Dejándonos amar hondamente por Dios, y amando a Dios y a los hermanos en Él.

Sólo podemos ir sin nada para la misión, si nos animamos a permanecer en el amor revelador de nuestra verdad. La que como dice el evangelio de Juan, nos hace plenamente libres. Vayan sin nada. Porque en realidad, nada tienen. Como dice Job; desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo volveré a él.

No tenemos nada. No tenemos nada en realidad y lo que tenemos en todo caso, lo tenemos en la medida en que están orientadas, nuestras posesiones y teneres, a la Gloria de Dios.

Y por eso Ignacio de Loyola, dice que es un amor libre el que se necesita para orientar la vida en Dios. Y debemos usar de todo, de todo. En tanto la vida puede orientarse, desde ese valernos de todo, para la Gloria de Dios.

Dice Pablo, “todo sirve para los que están llamados a la Gloria de Dios. Todo vale. En la medida en que vamos ordenando, la vida en función de la Gloria de Dios.”

Cuando nuestra orientación de vida es esa. La Gloria de Dios. Es esta Gloria de Dios, la que nos deja paupérrimos. Pobres. La Gloria de Dios, manifestada en su pueblo, es la que revela la pobreza absolutamente. Es decir, la incapacidad que tenemos para llegar a Dios, por nuestras propias fuerzas. Por nuestra propia inquietud. Por nuestra propia iniciativa. Por lo que somos y por lo que tenemos. Sólo, en todo caso, Dios podrá, levantarnos entre sus brazos, y ponernos a la altura de Él mismo.