05/08/2021 – Por la cortedad de nuestra mente, no podemos pensar en algo eterno. La Palabra de Dios intenta expresarlo diciendo: “Mil años son ante tus ojos como el día de ayer que ya pasó, como la vigilia de una noche” (Sal 90, 4). “Delante del Señor un día es como mil años y mil años como un día” (2 Pe 3, 8). San Gregorio Nacianceno lo explicaba así: “Es y será son porciones de nuestro tiempo… Dios, en cambio, siempre es, y así se llama a sí mismo cuando habla a Moisés en el monte. Pues abarca en sí mismo todo el ser, sin principio ni fin, como un mar infinito”.
San Agustín lo convertía en oración: “Sumo eres y no admites mutación. Por ti pasan los días, y sin embargo pasan en ti, porque tú contienes todas las cosas con todos sus cambios. Y porque tus años no pasan. Tú vives en un eterno día, en un eterno hoy. ¡Cuántos días de los nuestros y de nuestros padres han pasado ya por este Hoy tuyo, del que recibieron su ser y su modo! ¿Y cuántos habrán de pasar todavía y recibir de él su existencia? Tú eres siempre el mismo, y todo lo está por venir en el más hondo futuro, y lo que ya pasó, hasta en la más remota distancia, Hoy lo harás, Hoy lo hiciste”. “Tus años son un solo día, y ese día tuyo no es cada día, sino simplemente Hoy, un hoy que no tiene mañana y que no tuvo ayer. Tu día de hoy es la eternidad”.
En sus comentarios a los salmos explica que “en Dios no hay tiempo alguno, ni término, ni punto temporal, ni el menor fragmento de hora, ni momento, ni instante alguno. La eternidad es el mismo ser de Dios que nada tiene de cambio, allí nada hay de pasado como si dejara de existir, ni de futuro como si todavía no existiera. Allí sólo hay es, no hay fue ni será”. Nosotros, cuando alabamos, de algún modo participamos del hoy pleno de Dios. Él es el acto purísimo de ser, sólo ser, que no necesita nada del pasado o del futuro porque tiene ahora mismo toda la plenitud. Él es pleno ahora, es total ahora en ese puro presente, y si yo vivo en él y me aferro a él, también yo puedo ser pleno y total en este momento presente, sin necesidad de esperar, de anhelar, de buscar, de elegir, de añorar.
Por eso no caben las nostalgias. El pasado sólo fue una preparación para vivir ahora, para llevar bien este presente, no para debilitarse y distraerse en nostalgias. En todo caso, el recuerdo del pasado, la memoria, es para recordar las maravillas del Señor, darle gracias y vivir ahora con ese amor y esa gratitud. Al mismo tiempo, tampoco caben las nostalgias del futuro. Lo que importa es este momento unido al puro presente de Dios. De esa manera cualquier futuro me encontrará bien preparado y cada paso será penetrar más y más en la espesura de esa vida pura que es Dios. Porque por su gracia he entrado en ese tiempo pleno de Dios que es su eternidad gloriosa. Por fuera pasarán las angustias del mundo, pero el corazón de mi vida estará salvado en ese tiempo sin tiempo que es la plenitud divina, donde todo está realizado, todo está logrado, para siempre.