El recurso a los tribunales paganos

viernes, 1 de agosto de 2008
image_pdfimage_print
“¿Ignoran que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se hagan ilusiones: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los pervertidos, ni los ladrones, ni los avaros, ni los bebedores, ni los difamadores, ni los usurpadores heredarán el Reino de Dios. Algunos de ustedes fueron así, pero ahora han sido purificados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios”.

Corintios 6; 9 – 11

El origen de la palabra bautismo, se traduce por sumergir. Esta es la idea central de la doctrina paulina, de la doctrina de San Pablo en torno a nuestra adhesión a la persona de Cristo Jesús por el don de la fe, en esta gracia bautismal. Cristo aparece como ese lugar, esa presencia que nos da el espacio de la redención y de la salvación, y bautizarse es como un introducirse en ese espacio llamado Jesús. En Pablo la idea original esta dada por la idea de sumergirse y de quedar envuelto en el misterio de Jesús, es como cuando uno se tira al agua y queda todo mojado por haberse metido en el agua, queda todo empapado, así el que se mete en Jesús, queda igualmente empapado de Cristo, revestido, envuelto en El.

En las Cartas a los Gálatas, se recurre a otra figura, todos ustedes han sido bautizados en Cristo, han sido esto no, revestidos en Cristo, bañados, envueltos, es decir toda la persona está en Jesús por la gracia del bautismo, esto es un dato fundamental de la doctrina paulina en torno al tema del bautismo.

Cuando se habla de sumergirse en Cristo se utiliza también la expresión “en el nombre de”, fundamentalmente significa lo mismo porque se entiende que el nombre es lo mismo que la persona, entonces sumergidos en el nombre de Cristo, quiere decir en la persona de Cristo, metidos dentro de Jesús.

En la Primera Carta a los Corintios, Pablo dice que esa inmersión se celebra en un rito, el rito bautismal aparece mencionado además en los evangelios, lo hacía Juan el Bautista, como hemos orado recién pidiendo la gracia de ser llevados por el espíritu, como Jesús al encuentro del don bautismal, como El dice la palabra, fue conducido a través del desierto al encuentro con su primo Juan, quién lo bautizó.

En el final del evangelio de Mateo y de Marcos, es el mismo Jesús resucitado quién ordena a los discípulos que ellos realicen este don del bautismo, de sumergir a los hermanos en el misterio de meterlos dentro de El.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles hay testimonio respecto esto, de este rito, que era celebrado por los primeros predicadores   para introducir a la iglesia a los nuevos creyentes, allí Pablo y Pedro aparecen haciendo este tipo de acción. Pedro recordamos que, en la primera predicación del querigma, después de la muerte y resurrección de Jesús, cuando los discípulos han recibido la gracia del Espíritu Santo, predica con poder el misterio de Dios y son aproximadamente unas 3000 personas las que piden la gracia de ser metidas, introducidas, sumergidas en el don de Cristo Jesús.

En un texto de la primera Carta a los Corintios, este que hemos compartido hoy, en la primera lectura de Corintios 6, 9-11, se habla de que se trata este sumergirse. Básicamente se trata de tres acciones, que realiza el don del bautismo, cuando nos mete en el misterio de Jesús, nos lava, nos santifica y nos justifica. Sobre estas tres acciones de las que habla Pablo en Primera de Corintios 6, 9-11, estamos compartiendo el eje central de nuestra catequesis.

Ahora por la gracia del bautismo, como dice Pablo en la primera de corintios, 9-11 “ustedes han sido lavados, santificados y justificados en el nombre de nuestro señor Jesús Cristo y en el espíritu de nuestro Dios”. “Lavados” dice Pablo, es la primera consecuencia que surge de esta inmersión bautismal en Cristo, hemos sido limpiados del comportamiento anterior. Esto ocurre en la gracia bautismal, se renueva en nosotros por la celebración de la gracia del sacramento de la reconciliación.

También cuando frente a la presencia de Dios en oración, reconocemos nuestro pecado, y de El, recibimos la gracia de la justificación que después la celebramos en el sacramento del encuentro del amor del padre bajo el signo de la reconciliación. Se actualiza este don bautismal cada vez que nosotros en la oración entramos en contacto con el señor cuando ejercemos también la caridad, cuando prestamos nuestro servicio apostólico, cuando vivimos fieles a nuestro estado de vida o cuando compartimos la vida con nuestros hermanos, en la conciencia de que estando con los otros, Jesús esta en medio nuestro, somos inmersos en el misterio de Jesús y todo este camino guiado por la caridad va siendo un proceso de purificación interior que nos libra de todo eso que llamamos con Pablo inmundicia. Inmundicia quiere decir sucio, suciedad, no s va limpiando, la gracia del bautismo nos va lavando.

En el antiguo testamento se habla de los pecados del pueblo como una suciedad de la que es necesario lavarse, por ejemplo en Isaías 1,16 dice así: “lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones”, “porque por más qué te laves, dice Jeremías 2,22, con potasa y no mesquines la elegía permanecería la mancha de tu inequidad ante mi si yo no te lavara”.

Es Dios quien hace este proceso de purificación interior, este proceso de transformación interior del corazón por la gracia de la caridad que nos unifica en el amor y en el don maravilloso de ser integrado totalmente en la persona de Dios, por este don de la presencia que unifica el corazón, el don del amor, nosotros somos transparentados en la presencia de Dios, y esta limpieza interior es la que n os permite contemplar el rostro de Dios, eso que mas anhela nuestro corazón.

Esta gracia de ser lavados, limpiado, purificado, transformados en Dios por la gracia del amor, nos va como disponiendo interiormente, y hace crecer en nosotros el anhelo y el deseo de Dios, y en su presencia y en la contemplación de su rostro, porque justamente en los limpios de corazón en los que se da esta capacidad de ver el rostro de Dios. Bien aventurados los limpios del corazón, porque ellos contemplaran a Dios, verán su rostro. El salmo 51,4, nos pone en contacto con esta conciencia siempre latente en el corazón del que busca a Dios, “lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado”.

En nosotros esa gracia de limpieza de purificación, de ser “lavados” interiormente, viene como de una fuente escondida en nuestro corazón, que ha sido instalada allí por la gracia bautismal. El don del bautismo es fuente de vida que nos lava totalmente de la culpa, que nos purifica totalmente del pecado.

Esa fuente bautismal escondida en nosotros se actualiza por los sacramentales, por las obras de caridad en los sacramentos particularmente en la eucaristía, y particularmente también en la gracia de la reconciliación. Pablo enseña que todas estas culpas que llevamos dentro, quedan lavadas cuando hemos sumergido nuestra vida en Cristo Jesús, particularmente en el ejercicio de la caridad, “lávame totalmente de mi culpa señor, purifícame de mi pecado”, y esta expresando el salmista, esta oración como desde una actitud pasiva, es decir el que puede realizar esto es Dios que toma la vida y actúa en nosotros, el don de la transformación por su amor que nos inhabita y nos mete dentro de El mismo.

Pablo dijo, en Corintios 1, 6-11, que además de ser lavados en Cristo, cuando hemos sido sumergidos por la gracia del bautismo, en el don del espíritu santo, hemos sido santificados en Él.

En el antiguo testamento, la santidad es lo que no es profano, por decirlo en términos de comparación, lo que pertenece a Dios, es decir, una persona es consagrada, un objeto es consagrado cuando se diferencia de lo profano y cuando se pone a la persona y al objeto en las manos de Dios. En este sentido, todo se santifica, cuando de alguna forma se separa para dárselo a Dios, como Yahvé es santo, dice la palabra, todo aquello que le pertenece tiene que ser santo. Ustedes serán santos porque Yo Yahvé, su Dios soy santo.

Es decir, santidad hay que entender por plenitud, plena realización, ustedes mismos estarán plenamente realizados cuando entreguen sus cosas, se entreguen ustedes a mí. Ustedes serán plenos, serán santos porque yo soy pleno, su Dios, yo llego a la plenitud de la vida y quiero compartir esta plenitud de vida con ustedes. El pueblo, las personas, en la palabra parecen como santos en la medida en que están metidas en Dios, y en este sentido tienen como aprender a diferenciarse del modo y el estilo en el que el mundo vive.

A sido por la gracia del bautismo dice Pablo, el bautismo en Cristo, como el hombre ha sido trasladado al ámbito de lo que le pertenece a Dios, es la gracia bautismal, dice San Pablo lo que nos mete en Cristo Jesús, y en este estar abañados, sumergidos, revestidos en Cristo, nosotros hemos sido separado de todo aquello que no es Dios y hemos sido puesto en Dios para vivir la plenitud de la vida. Uno desea vivir plenamente, debe renovar en sí mismo la gracia bautismal, y esto supone elegirlo a Dios y apartarse de todo aquello que no es Dios.

Eso que realizamos tan maravillosamente el día sábado santo, cuando la celebración de la luz en la noche, cuando entra el sirio pascual, cuando todo el templo está a oscuras y vamos encendiendo nuestras velas, y después en el medio de la celebración con la vela encendida, con el amor de Dios encendido en nuestro corazón, representado en esta vela, decimos, nos apartamos de la oscuridad, nos quedamos en la luz, por la gracia bautismal que se renueva en nosotros, nos apartamos de las obras de las tinieblas y elegimos las obras de la luz.

Esta elección, no es de una vez, nosotros por ser personas en espíritu encarnado, la elección en el ejercicio de la libertad debemos renovarla permanentemente, y justamente en esta obra virtuosa de elección, donde se va reafirmando en nuestro corazón, la gracia de pertenecer a la luz de estar apartados de las tinieblas.

En el ejercicio de la libertad donde nosotros re actualizamos la gracia bautismal, nos reconocemos perteneciéndole a Dios en plenitud apartado de todo aquello que no es Dios, a lo que llamamos justamente tinieblas, sombras, muerte, oscuridad. Por eso se llama también, rito de la iluminación, el rito bautismal.

Este sumergirnos en Cristo es participar, va ha decir Pablo, de su muerte y de su resurrección, dejando atrás las obras de la carne, empezando a participar de las obras del espíritu que es luz y es vida. Por estar dentro del misterio Cristo Jesús muerto y resucitado, ya no se pertenece a las obras de las tinieblas del mundo, sino que se pertenece a las obras de la luz y de Dios.

Cuando Pablo escribe las cartas, por ejemplo en romano 1,7 dice: “los santos, los elegidos, los que plenamente viven el misterio, los que están consagrados, los que se apartaron de las obras de las tinieblas, los que no pertenecen al mundo, sino a Dios”. La condición de santo no se pierde ya que está dada como un sello por la gracia del bautismo, sello que hay que re actualizarlo permanentemente. Es el hecho de ser cristiano, lo que nos hace participar de este don maravilloso de la gracia bautismal, ser santos por estar revestidos de Cristo Jesús.   

Este ser iluminado no es una fantasía, este ser iluminado en Cristo Jesús es un realidad de justificación. Justificación en términos paulinos significa un fruto, una obra que se origina en la fuerza del espíritu que opera, trabaja, actúa en nosotros, obteniendo por ese sumergirse en el bautismo el don de dar fruto de espíritu en amor, alegría, paz, magnanimidad, bondad, confianza, mansedumbre, temperancia, son obras del espíritu que nos justifica en obras concretas, en acciones concretas. No es una luz que se disipa, es una luz que se focaliza, es una luz que se concentra, que penetra la oscuridad, que la traspasa, se proyecta hasta el infinito, en obras concretas.

Pablo en Gálatas 5, 22-23 dice cuáles son los frutos de la luz, del espíritu santo en nosotros, son obras de amor, es presencia alegre de Dios, es dónde la paz que nos habita, es capacidad de grandeza en la magnanimidad haciéndonos concretos en afabilidad, en bondad, en confianza, siendo mansos de corazón y con el espíritu templado.

En las cartas de la tradición paulina, se encuentran otras imágenes del bautismo, como esta que aparece en Colosenses 2,9-13 :“En Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad y ustedes participan de esa plenitud de Cristo, que es la cabeza de todo principado y de toda potestad, en Él fueron circuncidados, no por mano de hombre sino por una circuncisión que los despoja del cuerpo carnal.

La circuncisión de Cristo, en el bautismo, ustedes fueron sepultados con Él y con la resurrección, por la fe en el poder de Dios que los resucitó entre los muertos. Ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y de la ira, pera ahora han sido circuncidados en la carne. Cristo los hizo revivir con Él perdonando toda muestra de faltas”. En la gracia del bautismo, el autor de este texto, resume los grandes temas de la teología de Pablo, en torno al bautismo, sumergidos en cristo, participamos en la divinidad de Dios y la resurrección es la que vence la fuerza que tiene el pecado por el don del perdón.

Cuando vivimos en la gracia bautismal y en su dinámica, cuando crece en nosotros la conciencia del vivir en Dios y estamos en plena comunión con Él y con toda la vida en tensión a caminar y a vivir hacia Él, entonces este maravilloso don termina por romper alrededor nuestro y dentro nuestro todo lo que quisiera obstaculizar la presencia de esta luz, penetra la oscuridad, el misterio de la gracia bautismal.

Los discípulos de Pablo, autores de la carta a los Efesios y Colosenses, saben que algunos de los elementos de la resurrección de Jesús, ya hacia adelantan en el momento mismo del bautismo y operan, trabajan, actúan en nosotros, habilitándonos desde dentro del corazón por estar en Dios para que podamos vencer las obras de la muerte, por la gracia de la resurrección ustedes ya han resucitado, dice Efesios 2,6. En el bautismo ustedes fueron sepultado con Él, y con Él han resucitado dice Colosenses 2,12.

Pero al mismo tiempo se reconoce que la plenitud de la gracia de la resurrección no ha alcanzado todo nuestro ser y que hay una tensión entre lo que ya está ocurriendo y lo que todavía no ha terminado de acontecer, ya sí, pero todavía no del todo.

Es este gemir interior que surge del corazón de todo los que vivimos en Cristo Jesús, y es esta dar a luz a los hijos de Dios los nacidos del bautismo, por lo que el mundo entero clama está expectante a nuestra manifestación gloriosa, es la gloria de Dios en nosotros, la gracia bautismal, la que nos permite testimoniar con alegría y con gozo esa presencia del Dios vivo que nos inhabita interiormente y que nos hace vivir en Él. Somos un reflejo de la gloria del padre, trasparencia de su ser por esta comunión con Cristo Jesús.

La vida de ustedes dice Pablo en Colosenses 3,3-4: desde ahora está oculta con Cristo en Dios, cuando se manifieste del todo Cristo Jesús, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con Él llenos de gloria. Esta espera de la manifestación gloriosa de Jesús, es a la que tendemos con la hora del espíritu que nos habita interiormente, y en el que vivimos. En el vivimos nos movemos y existimos. Y es justamente este espíritu el que clama por la venida segunda de Jesús, donde la plenitud de la gracia bautismal, será ya la obra completa, cuando definitivamente en cuerpo y en alma resucitemos para la vida eterna.

En la teología de San Pedro, en la primera carta, en 3-23, aparece una nueva terminología que está muy emparentada con la perspectiva paulina en torno al bautismo que es la de engendrar de nuevo, que en toda la Biblia aparece solo aquí, en esta expresión “el bautismo es mas que una transformación, es un engendrar vida, es un dar vida”. Pablo se siente tan identificado con Cristo Jesús , hasta llegar a decir que ya no vive él, es Cristo que vive en mi, llevo yo las marcas de Cristo en mi cuerpo, vive Cristo en mi y yo en El y yo los he engendrado dice Pablo mediante la predicación del evangelio.

Quién lleva el evangelio de Jesucristo en su corazón y ha sido engendrado por El para la vida nueva en la gracia bautismal, engendra vida, dice Pablo y por eso el don del bautismo no es para si mismo sino para dar vida a los demás, comunicar vida y dar la vida de Dios, no cualquier vida, que pueda ser así, que lo podamos gozar de esta manera, siguiendo las enseñanzas de Pablo.