El Rencor

lunes, 22 de diciembre de 2008
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El resentimiento es dolor y enojo retenido, enfriado y cronificado. Si lo tomamos como una lava caliente, la ira es una pasión más que cálida (de hecho, se dice “no te calentés”). La ira, el enojo, se asocian con el fuego, porque evidentemente es una pasión intensa, fuerte.
    Imaginemos que ese enojo, ese resentimiento, es como lava que se enfría y se cronifica, está como petrificada en el corazón ocupando lugar, demandando energía porque no está muerto.
    El resentimiento es una demanda permanente de justicia o de venganza (“estoy resentido con mis padres porque no se ocuparon de mi, no me comprendieron, y cada vez que los veo ese recuerdo está ahí y tiñe todo lo demás”. Y tal vez pasaron 30 años)- (mi mujer se separó de mi y para mí no existe más. El dolor y el enojo que me produjo al irse siguen en mí y borraron todo otro sentimiento…”)

    Imaginemos a una relación como una película, una sucesión de escena. Si en una de ellas algo me duele y me enoja, y el enojo y el dolor se integran al resto de la película, y sigo viviendo la película, afecto, confianza, gratitud…la película puede tener un final “x”. Pero cuando el enojo evoluciona hacia el resentimiento en lugar de evolucionar hacia la disolución o hacia la expresión, la escena que me enojó queda como una foto fija. Se desconecta de lo que pasó antes y de lo que sucede después y permanece inmutable en el tiempo. La película sigue rodando.

    La misma palabra expresa lo que es el resentimiento: “re sentir”, seguir sintiendo, volver a sentir. Y es como atarse a un destino de dolor y enojo no resuelto que endurece mucho el alma y que impregna de ahí en mas la relación con la persona que lo produjo y a veces con otras, y a veces también conmigo mismo. Se complejiza en uno mismo porque el alma es sabia, y como tengo resentimiento inmediatamente aparece la culpa: señal de alarma: acá hay algo que no funciona bien. Y entre el resentimiento y la culpa, quedo entre la espada y la pared. El que tiene el corazón lleno de resentimiento, no puede comprender, ni olvidar, ni tampoco puede resolver. Es como la envidia: es una emoción muy descalificante y muy descalificada socialmente. Es casi como si fuera un insulto.
    Pero como todas las emociones, tiene causas que la explican y tiene una profunda razón de ser (hay quienes son de una línea dura: “la letra con sangre entra”, “el pecado se resuelve con el máximo rigor” “si tu ojo es ocasión de pecado arráncatelo”). Yo me inclino porque para empezar a disolver el resentimiento hay que buscarle una explicación: el corazón está pidiendo ayuda, y está dispuesto a colaborar con la vida, para que la vida se lleve definitivamente, arrastre en su fluir maravilloso esos sentimientos, pensamientos, emociones tan llenas de enojo y de venganza.

    Habitualmente asociamos el resentimiento casi con exclusividad al enojo. Y debajo del enojo está el dolor. Cuando comenzamos a reconocer su presencia y a hacernos responsables –porque el dolor, por su significación, pide responsabilidad- ese proceso que había desembocado en el resentimiento se abre a un escenario más grande, más amplio, donde seguramente Dios podrá hacer muchas más cosas. Es distinto decir “Te odio” a decir “estoy herido”. Es distinto decir “ojalá te mueras” a decir “hubiera preferido morirme antes de vivir esto”. Hay nuevos recursos para transformar y salvarnos del rencor.

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