El riesgo de comprometerse

viernes, 10 de octubre de 2014

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10/10/2014 – En el espacio de “Palabras de Vida” el P. Ángel Rossi, sacerdote jesuita, nos invita a poner la mirada en el compromiso.

Muchas veces hablar de compromiso suena duro y hasta pesado, sin embargo el compromiso es algo lindo, significa compartir una promesa. Nuestro compromiso, suele decir García Roca, pone en domicilio la utopía en lo cotidiano, no es algo esporádico, sino cotidiano, y eso nos defiende de la indiferencia. Hoy muchas cosas son abstractas, y el compromiso se vincula a lo concreto.

El compromiso voluntario es basico cuando necesitamos liberarnos de la indifirencia. Nuestro compromiso se guía por aquel ideal Ignaciano de no tener miedo al sueño grande y a la vez no descuidar el detalle. No contentarnos con el mero acto de caridad, sino animarnos a más. Es lo que pedía San Alberto Hurtado, decirle al pueblo con obras que nos comprometemos con su dolor, que no implica tanto palabras, sino más las obras.

Nuestro compromiso ante todo, dice el Papa Benedicto XVI, supone la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: dar de comer a los que tienen hambre, de beber a los sedientes, vestir al desnudo, sanar al enfermo, visitar a los presos…  y nuestro compromiso tiene como recurso más valioso, no solo cuestiones profesionales, porque la excelencia por sí sola no basta. Los seres humanos necesitan una atención “cordial”, es decir atención del corazón.

Y el compromiso supone de la esperanza, que como dice Bernanos, es una misteriosa alegría en el seno de la oscuridad. La esperanza es valiente y sostiene nuestro compromiso.

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Arriesgar las manos

No es justo borrarnos de los sindicatos, de los partidos políticos, de los foros… no es justo ni para nosotros mismos ni para Dios.

Vivimos tiempos en donde rápidamente nos desilusionamos y se vuelve más tentador cuidar los pequeños intereses personales, vivir para la vida privada y la propia comunidad; es más conveniente no intervenir en las discusiones. También sabemos que al llegar a la última hora preferiremos mil veces más habernos equivocado por arrojos a equivorcarnos por no haber arriesgado. Supone llegar con las manos sucias y llenas de nombres, más que con las manos envueltas en un guante por no haberlas ni estrenado. No cuidamos la santidad guardándonos, sino saliendo a las encrucijadas de los caminos, que por supuesto supone el riesgo de herirnos, pero son heridas repletas de dignidad. “Prefiero una iglesia accidentada” dirá el Papa Francisco.

El compromiso crea inseguridad o miedo, pero ciertamente, no podemos no comprometernos, no sólo por cristianos sino por ciudadanos. Es tiempo de hacernos cargo de nuestro compromiso.  Juan Pablo II decía que la grandeza de corazón de un hombre radica en la capacidad que tiene de sostener los compromisos tomados.

Padre Ángel Rossi sj