El rostro real de Dios – Primera parte

jueves, 22 de noviembre de 2007
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El material que utilizo para esta Catequesis lo extraigo del libro "El rostro real de Dios", del Padre Ricardo Martense, impreso por la Editorial de la Palabra de Dios, Buenos Aires 1996.
El lenguaje, el mensaje de la Cruz, no deja de ser locura para los que se pierden. En cambio, para los que somos salvados, es el poder de Dios, como dice la escritura; “Haré fallar la sabiduría de los sabios, echaré abajo las razones de los entendidos. Sabios; Filósofos; teóricos. ¿Cómo quedan?

Y a la sabiduría de este mundo, Dios la dejó como loca. En un primer tiempo habó Dios el lenguaje de la sabiduría, y el mundo, lo reconoció a Dios con su sabiduría. Y a Dios entonces, le pareció bien salvar a los creyentes mediante la locura que predicamos. Los judíos piden un milagro. Y los griegos buscan un saber superior. Mientras tanto nosotros proclamamos un Mesías crucificado. Para los judíos, escándalo. Para los griegos, qué locura.

Él sin embargo es Cristo, fuerza de Dios, sabiduría de Dios, para aquellos que Dios ha llamado. Sean de entre los judíos, sean de entre los griegos.

Mientras vamos caminando juntos detrás de Jesús, para buscar su rostro, nosotros como aquellos griegos que, se acercaron a los discípulos les decimos; “queremos verte, descubrirte, reconocer donde estás. Y queremos hacerlo con el realismo con el que Vos te mostrás Jesús. Queremos tener una buena disposición interior para captar esa presencia tuya. Real, concreta. Que todo lo hace nuevo y los transforma.

La realidad de Dios es distinta a la que ayer describíamos. Cuando compartíamos en la catequesis las caricaturas de este dios mentira; dios fatalista; dios verdugo; dios sobre-protector; dios cubre-necesidades; dios amuleto.

El rostro real de Dios es otra cosa. Que no es tan fácil de reconocer. Que no está tanto en tener nosotros la posibilidad de captarlo, cuanto de siempre dejarnos sorprender.

Sólo el corazón que se dispone en esta perspectiva de mirada, de dejarse siempre sorprender por Dios es capas de encontrarse con este rostro Real de Dios.

Querer seguir escuchando: esta es la actitud a que nos invita a generar la catequesis. De la búsqueda del rostro real de Dios.

A seguir escuchando, a seguir advirtiendo, su llegada, su venida. Su manifestación. Su teofanía. Su presencia que se despliega y se muestra gratuitamente a quien se dispone sencillamente a querer captar donde está el Dios de la vida, el Dios vivo.

Para poder entrar en esa dimensión expectante, de ser como niños, para poder captar esa presencia, siempre sorprendente de un Dios que no lo podemos meter bajo ningún esquema, que nosotros queramos construirnos, es bueno quitar de en medio dos grandes disposiciones interiores con las que nosotros, sin terminar de generar una caricatura de Dios; impedimos que se muestre, manifieste, que se haga presente, que se despliegue con todo su poder.

Son dos actitudes que no nos dejan dejarnos tomar y sorprender por Dios. El racionalismo, y la presencia en nosotros del hombre cumplidor.

El deber ser, por el deber ser en sí mismo.

Detrás de estas dos actitudes, que obstaculizan y no dejan avanzar a Dios, estaremos trabajando, las sacaremos a la luz. Las descubriremos como que conviven con nosotros, que forman parte de la resistencia a nuestro encuentro con Dios, y una vez desenmascarados sus mecanismos, sus artilugios, intentaremos como abrirnos desde el reconocimiento que por ahí muchas veces nos movemos, en el racionalismo, o en Dios de la ética y de la moral, para poder abordar al Dios del evangelio.

Si el hombre evangélico no es racionalista, ni tampoco el hombre cumplidor, es que verdaderamente nos permite encontrarnos con el rostro real de Dios.

El soplo del Espíritu, nos permite desenmascarar estas dos actitudes básicas, de impedimento, de resistencia. Con las que convivimos y de las cuales no siempre somos concientes, y las que intentan de alguna manera manipular la presencia de Dios, para no dejar,( desde la soberbia y el orgullo, como raíz de toda resistencia), que Dios sea Dios en nuestra propia historia. Y justamente la racionalidad y el hombre cumplidor, el hombre “ético”. El que tiene el deber ser por sobre cualquier otra consigna vital. El que genera esta ausencia de Dios en la vida, como modo básico de pararse frente al Dios que se acerca; asistiéndole a su presencia.

¿Quién es el hombre racional o el hombre razonador?

El que quiere conocer a Dios. Tiene una inquietud básica, es el conocimiento de la idea. Es la pregunta de los griegos; cuando se acercan a Felipe; “queremos verlo, queremos conocerlo”.

A veces, un compromiso meramente intelectual es el de querer conocer a Dios. Interesa la existencia de Dios. Más que la vida de Dios. Poder hablar de su ser, puede ser una modo de querer dominarlo. Poseerlo. De reducirlo al límite humano. Entregarse a compartir su vida, es mucho más riesgoso. Es lanzar la propia vida al océano del Misterio. Perder en cierto modo, las amarras del control de la propia barca.

Este hombre se pregunta más por el sentido de la vida, que por el sentido vivido.

Dios es más importante como parte de una cosmovisión, que como una actitud de vida.

El templo de este hombre o de esta mujer, toda racionalidad, es un sistema perfecto de ideas. Esta perspectiva de hombre, logra plasmar una imagen racionalizada de Dios. Una imagen estilizada. Perfectamente arquitectónica. Pero no tiene fuerza. Tampoco tiene vida.

El Dios que se nos representa en la racionalidad, y al que presentamos desde la racionalidad, es un Dios frío, de exposición. Para admirarlo intelectualmente. Pero no tiene fuerza. No es eficaz su operatividad. No es un Dios real. Es un Dios hecho desde la razón.

A Dios se lo describe como intemporal. Como inmutable, como infinito. Causa suprema de todas las cosas. Esto es lo que dice el razonador frío. Y no dice mentira. Dice verdades. Pero medias verdades que suelen terminar siendo mentiras. Constituyen hasta su fanamentación racional desde la fe.

¿Sabés dónde está el ateísmo de este razonador frío, calculador? En que Dios ha sido constituido más en objeto de pensamiento que en perspectiva vital. Existencial.

Dios está en lo que se piensa.

A este hombre razonador, a esta racionalidad de la imagen de Dios, la acompaña peregrinando en un mismo sentido, el hombre “ético”. El cumplidor. El que tiene como horizonte de su propia vida, el deber ser.

Este hombre del deber ser, ético; el hombre cumplidor, lo vamos a estar como desenmascarando para que al igual que el hombre racional, pueda ponerse de rodillas ante el misterio en silencio.

       ¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna? Los mandamientos los había cumplido desde su juventud. Ahora tenia que dejarlo todo. Venderlo e ir detrás de Jesús. A esto no se animó el joven rico. Aquel hombre que con buena disposición se acercaba a Jesús para intentar dar un paso más en todo lo que hasta acá había dado. Como si alcanzarlo fuera propio de quien da pasos detrás de el, en una carrera de ascenso detrás de la persona que se presenta como el Dios verdadero.

Vende todo, y sígueme. Es decir. Abandoná tu esquema, abandoná tu comportamiento, desprendete de lo que hasta aquí has creído respecto de Dios, animate a dar un paso en la oscuridad de la fe, detrás de las sorpresas con las que yo te voy a ir guiando en el camino. YO soy el Dios vivo, y real. Con rostro concreto.

No me comprometo a identificarme con tu comportamiento. Por más bueno que sea.

Esto es lo que Jesús le está diciendo al joven rico. Cuando le dice que de un paso más. No está mal lo que hizo. Pero no está todo lo bueno que podría estar.

Para esto tiene que animarse a desprenderse de su modo de manipular de alguna manera. De su actitud “ética”, al Dios real, al Dios verdadero.

El hombre cumplidor quiere agradarle a Dios.

Quiere ser bueno. Vive el compromiso de los actos, y de las obras. Hay veces un compromiso meramente moral.

Le interesa más el juicio que Dios puede hacer de él, que Dios mismo.

Está mas pensando en lo que está bien y en lo que está mal, que pensando en Dios. Para quien intenta vivir de la mejor forma posible.

Hay que salir de la ética del deber ser para entrar en la ética de lo posible. La ética de lo posible no es la del relativismo, donde todo da igual.

Donde todo es exactamente lo mismo.

La ética de lo posible tiene muy bien claro por delante que es lo que es el ideal de vida.

Pero también tiene muy claro desde esta parte, y alrededor suyo, qué se puede ir haciendo mientras buscamos alcanzar aquello que es lo que marca el rumbo.

En un hombre cumplidor, no hay espacio para lo posible. Sólo hay espacio para lo que debe ser.

Y en realidad esto no le da espacio a aquel que se hizo uno de nosotros, y hace posible lo que resulta imposible. Para el hombre ético, todo es posible por su propia fuerza. Por su propia insistencia. Para este hombre no hay posibilidad de que Dios haga posible, lo imposible. No está abierto al milagro. No está abierto al proceso. Mucho menos al proceso de camino que se hace en la búsqueda de crecimiento.

El hombre ético, del deber ser, no entiende que el camino de la fe, supone camino justamente. Supone etapas. Que las etapas hay que recorrerlas con paciencia, y que posiblemente en las etapas del camino, avanzar a veces sea también, dar algunos pasos hacia atrás. Para encontrarnos con la fragilidad necesaria con al que debemos aprender a reconciliarnos para, dejar que Dios actúe allí, dando toda su fuerza.

El hombre cumplidor no puede olvidarse de sí mismo. Vive como calificándose. Conciente o inconcientemente. En bueno o malo. Propiamente no conoce el rostro del amor de Dios.

Cultiva en todo caso la honestidad, y el cumplimiento del deber. Es el hombre del derecho. De las obligaciones de la ley. Y las normas que son como las muletas con las que puede ayudarse para “ ser bueno…”.

¿Quién es Dios? Es el supremo legislador. El bien absoluto. Y la retribución de Dios es más un mérito personal que una gratitud de bondad que nos permite alcanzar lo que por nosotros mismos no podríamos alcanzar si no estuviera de nuestro lado.

¿Dónde tiene construido el templo este hombre?

Ya no sobre las ideas sino sobre el esquema del orden. Todo puesto en su lugar. Un sistema perfecto que lo construye normas. Que encuadra en todas las posibilidades humanas que no deja resquicio para las complicaciones de la espontaneidad; el Espíritu y lo creativo.

Es un mártir de la ley.

Las normas preservan la iniciativa creadora que desordena. Esto piensa el. Es un hombre atado. Es esclavo de su comportamiento. Es un ateo que dice así, “sólo es posible creer en el Dios que tiene puesto bajo orden, y ese orden lo establezco yo”. Es su propio Dios. En las leyes que ha construido para defenderse del Dios que sorprende, mucho más allá de la ley. Que no la excluye, ni la deja de lado. Pero que no corresponde al orden que uno daría a las cosas. Es el que muestra la imagen de un Dios práctico. Que obliga pero que no transforma el fondo de la historia. Hace bueno al hombre pero no lo hace nuevo.

Envolver a Dios en una norma es también reducirlo. Limitarlo. Es desacralizarlo.

El evangelio comprende y encierra, si, una ética y una moral, pero la supera. “A ustedes se les dijo, pero yo les digo”.

Este hombre, el ético, cree que puede manejarlo a Dios desde su “ser bueno…” de éste el racionalismo se ha reído. Particularmente Voltaire. Era un crítico de esta moralina cristiana. De esta moral que lejos de darle cauce a la vida, la encierra, la atrapa. La encasilla. No la deja liberar a la vida.

Cuando nosotros no dejamos liberar la vida de Dios en nosotros, es porque en el fondo nosotros, tenemos miedo que Dios marque el rumbo de la vida. Y entonces, o desde la racionalidad, o desde la ética, le ponemos algún freno a Dios que quiere más. Que buscaba más de mí.

La presencia de Jesús cerca de nosotros crea una nueva humanidad, y es el hombre evangélico es el que puede entender el evangelio.

No es el cumplidor de la ley ni el que racionaliza a Dios. No es el dios de los griegos, como dice Pablo, ni tampoco el dios de los judíos.

Es el Dios que viene a rebelarnos Cristo Jesús, como decía la primera carta a los corintios con la que comenzábamos la catequesis, que viene a manifestarse en el misterio de la cruz, para algunos es una locura, para otros es una cosa de necios. Para nosotros, dice Pablo, es la fuerza de Dios, el misterio escondido, de la vida que vence la muerte bajo la crueldad de la cruz.

El que quiere seguirme que renuncie a sí mismo y me siga. Es decir que renuncie a la racionalidad, que renuncie a vivir bajo la norma, bajo la ley, bajo la ética. Que cargue con la cruz. Que supone vivir en la fe y sueltos, lanzados al misterio. En el mar de la vida. Porque el que quiera salvarla la va a perder. En cambio el que se pierda en el misterio va a encontrar lo que está buscando.

Esto dice la Palabra y a esto nos invita Jesús cuando nos llama a recrear dentro de nosotros con su gracia un hombre distinto al de la ley, un hombre distinto al de las racionalidades. El hombre evangélico.

No se quiere parar en sí mismo sino que quiere estar para Dios.

“Que Dios y mi prójimo tengan siempre la mejor parte de mi.”Decía Juan XXIII. 

El hombre evangélico es un hombre de servicio, de sacrificio, o no es lo que está llamado a ser.

Es un hombre de búsqueda y de inquietud, de riesgo y de entrega. Descubre a Dios más allá de los signos de la vida. Lo descubre en ellos mismos y más allá de ellos.

Cree y ama. Eso le basta. De eso vive. De creer y de amar. La experiencia de Dios no le permite evadirse, fugarse en ideas ni en actividades, ni encasillarlo en alguna ideología o en algún código de ética mínimo.

No necesita describirlo a Dios. Porque Dios describe su propia vida. Y en todo caso habla del mapa vital existencial con el que Dios, le regaló la oportunidad de encontrarse con lo mejor que tenía adentro de si.

Entiende que el tesoro escondido surge a la luz de esta presencia que rebela, y pone de manifiesto lo mejor que hay en nosotros.

Más que convencer por argumentos, vence con el testimonio. Su fuerza no es de argumento. Sino de vida que trasciende.

Su vida se construye desde la interioridad. Del espíritu que emerge, toca el corazón y el espíritu del prójimo.

Se nota, se percibe que no está fundamentado en sí mismo. Sino en el motivo absoluto de su existencia.

Eso no lo puede explicar con una razón. No lo puede definir su comportamiento. Porque es libre y ni la razón misma, ni alguna palabra puede terminar de encerrar, desde donde está parado. Es vincular su relación. Toca a la persona y deja tocar su propia persona. Es alcanzado por Dios e intenta alcanzarlo. Como dice Pablo; ahora me lanzo hacia delante, pero yo ya he sido alcanzado en realidad.

El hombre evangélico es un hombre que se siente alcanzado por Dios. Y desde aquí, se anima a intentar alcanzarlo al Dios vivo.