05/01/2022 – “Me detengo. Y pienso que hoy es el día EXACTO para hablar de la alegría. Porque el gozo que van a pregonar estas páginas que siguen no es el que se experimenta porque las cosas vayan bien, sino el que no cesa de brotar «a pesar de que» las cosas vayan cuesta arriba. (No quiero decir mal). Éste es, me parece, el sentido de la bienaventuranza cristiana: no se promete en ella la felicidad a los pobres porque vayan a dejar de serlo, ni a los que tienen hambre porque ya está llegando alguien con un bocadillo. El gozo que allí se promete es aquél en el que las razones para la alegría son más fuertes que las razones para la tristeza, no el gozo que proporcionan la morfina o la siesta…”
Con estas líneas comenzamos el nuevo ciclo “Descalzos ante la Hoguera”, el cual tiene como objetivo compartir en torno a la riqueza de la obra del sacerdote, periodista y escritor español José Luis Martín Descalzo (1930-1991). El texto mencionado corresponde a la introducción de su libro Razones para la Alegría (1985), siendo un artículo de dicha obra el seleccionado para reflexionar esta semana.
En este primer programa, y luego de la bienvenida realizada por Gaspar, Lautaro relató el origen del grupo, y Ana mencionó aspectos biográficos del autor convocante: “según leí la introducción de una de las Razones, que la introduce un amigo suyo, José María Cabodevilla, dice que su reseña bibliográfica coincidiría exactamente con su ficha biográfica, y esta figura se llama coherencia… Fue poeta, periodista, ensayista, reportero, novelista, autor teatral, y ganador de varios premios (Nadal, Narranco, Ínsula) … Su obra, lo más conocido, lo más popular es la novela por la que recibió el Premio Nadal, ‘La frontera de Dios’, que la escribió en 1956, muchas poesías, teatro, también es muy conocido por el libro ‘Un periodista en el Concilio’, que escribió durante el Concilio Vaticano II, sus ‘Razones’ y sobre todo ‘Vida y Misterio de Jesús de Nazaret’…”
Interpelados por la pregunta “¿Qué te hace sonreír?”, los miembros del grupo fueron reflexionando y dialogando con la audiencia, después de haber leído “El sacramento de la sonrisa”. Llegando al final del programa, se sumó a brindar su testimonio Milagros Rodón, quien trabaja en Radio María y es seguidora de José Luis Martín Descalzo desde hace muchos años.
Aquí el texto íntegro que se leyó y en torno al cual reflexionaron:
“Si yo tuviera que pedirle a Dios un don, un solo don, un regalo celeste, le pediría, creo que sin dudarlo, que me concediera el supremo arte de la sonrisa. Es lo que más envidio en algunas personas. Es, me parece, la cima delas expresiones humanas.
Hay, ya lo sé, sonrisas mentirosas, irónicas, despectivas y hasta esas que en el teatro romántico llamaban «risas sardónicas». Son ésas de las que Shakespeare decía en una de sus comedias que «se puede matar con una sonrisa». Pero no es de ellas de las que estoy hablando. Es triste que hasta la sonrisa pueda pudrirse. Pero no vale la pena detenerse a hablar de la podredumbre.
Hablo más bien de las que surgen de un alma iluminada, esas que son como la crestería de un relámpago en la noche, como lo que sentimos al ver correr a un corzo, como lo que produce en los oídos el correr del agua de una fuente en un bosque solitario, esas que milagrosamente vemos surgir en el rostro de un niño de ocho meses y que algunos humanos —¡poquísimos!— consiguen conservar a lo largo de toda su vida.
Me parece que esa sonrisa es una de las pocas cosas que Adán y Eva lograron sacar del paraíso cuando les expulsaron y por eso cuando vemos un rostro que sabe sonreír tenemos la impresión de haber retornado por unos segundos al paraíso. Lo dice estupendamente Rosales cuando escribe que «es cierto que te puedes perder en alguna sonrisa como dentro de un bosque y es cierto que, tal vez, puedas vivir años y años sin regresar de una sonrisa». Debe de ser, por ello, muy fácil enamorarse de gentes o personas que posean una buena sonrisa. Y ¡qué afortunados quienes tienen un ser armado en cuyo rostro aparece con frecuencia ese fulgor maravilloso!
Pero la gran pregunta es, me parece, cómo se consigue una sonrisa. ¿Es un puro don del cielo? ¿O se construye como una casa? Yo supongo que una mezcla de las dos cosas, pero con un predominio de la segunda. Una persona hermosa, un rostro limpio y puro tiene ya andado un buen camino para lograr una sonrisa fulgidora. Pero todos conocemos viejitos y viejitas con sonrisas fuera de serie. Tal vez las sonrisas mejores que yo haya conocido jamás las encontré precisamente en rostros de monjas ancianas: la madre Teresa de Calcuta y otras muchas menos conocidas.
Por eso yo diría que una buena sonrisa es más un arte que una herencia. Que es algo que hay que construir, pacientemente, laboriosamente.
¿Con qué? Con equilibrio interior, con paz en el alma, con un amor sin fronteras. La gente que ama mucho sonríe fácilmente. Porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad interior a sí mismos. Un amargado jamás sabrá sonreír. Menos un orgulloso.
Un arte que hay que practicar terca y constantemente. No haciendo muecas ante un espejo, porque el fruto de ese tipo de ensayos es la máscara y no la sonrisa. Aprender en la vida, dejando que la alegría interior vaya iluminando todo cuanto a diario nos ocurre e imponiendo a cada una de nuestras palabras la obligación de no llegar a la boca sin haberse chapuzado antes en la sonrisa, lo mismo que obligamos a los niños a ducharse antes de salir de casa por la mañana.
Esto lo aprendí yo de un viejo profesor mío de oratoria. Un día nos dio la mejor de sus lecciones: fue cuando explicó que si teníamos que decir en un sermón o una conferencia algo desagradable para los oyentes, que no dejáramos de hacerlo, pero que nos obligáramos a nosotros mismos a decir todo lo desagradable sonriendo.
Aquel día aprendí yo algo que me ha sido infinitamente útil: todo puede decirse. No hay verdades prohibidas. Lo que debe estar prohibido es decir la verdad con amargura, con afanes de herir. Cuando una sola de nuestras frases molesta a los oyentes (o lectores) no es porque ellos sean egoístas y no les guste oír la verdad, sino porque nosotros no hemos sabido decirla, porque no hemos tenido el amor suficiente a nuestro público como para pensar siete veces en la manera en la que les diríamos esa agria verdad, tal y como pensamos la manera de decir a un amigo que ha muerto su madre. La receta de poner a todos nuestros cócteles de palabras unas gotitas de humor sonriente suele ser infalible.
Y es que en toda sonrisa hay algo de transparencia de Dios, de la gran paz. Por eso me he atrevido a titular este comentario hablando de la sonrisa como de un sacramento. Porque es el signo visible de que nuestra alma está abierta de par en par.”
Te invitamos a escuchar el programa completo en el audio que acompaña esta nota y a compartirlo en tus redes sociales!