28/01/2015 – Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:
“¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda;pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.
Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.
Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno”. Y decía: “¡El que tenga oídos para oír, que oiga!”.
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.Y Jesús les decía: “A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola,a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón”.Jesús les dijo: “¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría;pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra,pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno”.
San Marcos 4,1-20
Marcos describe a Jesús de pie sobre una barca entregado a la enseñanza. El sembrados derrama la semilla en el campo, parte cae en lugares duros, apretados por el egoísmo.. Parte en corazones llenos de piedras de actitudes negativas, resentimientos, odios y enemistades. Estas piedras no dejan lugar a que crezca la semilla. Parte cae en corazones lleno de raíces salvajes, la codicia, y las malas raíces ahogan la tierra buena. Pero parte, por fin cae, en corazones dispuestos, humildes, y la semilla da frutos, el 30, 60 o el 101%.
La semilla es la Palabra, el sembrador es Dios, el Padre. Así como el sembrador tiene su ilusión y mientras siempre ya está pensando en el fruto de la cosecha, Dios también como padre tiene una ilusión en cada uno de nosotros. Es su ilusión que ha sembrado en nuestro corazón tantos valores y virtudes. Así como el sembrador mirando la semilla entre sus manos va soñando con la cosecha, así lo es el Padre con nosotros. Nadie le puede arrebatar a Dios la ilusión que tiene sobre nosotros, lo que piensa que podemos dar. La semilla de su Palabra tiene en sí una potencia con un valor incalculable.
San Marcos empieza este capítulo 4 que contiene 5 parábolas seguidas. Hoy comienza con la del sembrador. Hay 4 puntos: el primer aspecto la proclamación de la Palabra, la segunda explicación de Jesús de por qué habla en parábolas, y la 3º la explicación propiamente dicha.
Aunque aparentemente hay un fracaso, la fecundidad de la semilla del reino está asegurada, porque cuando encuentra tierra fertil compensa sobreabundantemente las otras perdidas. El sembrador Cristo, como el apóstol (nosotros) cuando esparce la semilla confía en el éxito final. Es el optimismo del reino de Dios. Comienza comparando el reino con una siembra trabajosa pero apunta a esa cosecha espléndida, aun en medio de las dificultades. Este trio de cifras (30, 60 o 101%) es la expresión final del reino que supera con creces el fruto esperado de una cosecha. Aunque con difucultades, el éxito es seguro.
Los cristianos sienten un gran desánimo ante el espectáculo que ofrece el mundo actual: crueldades, desprecio ante los más débiles, la indiferencia ante los débiles… Quizás otros más sensibles se afligen por la miseria de todos los hombres. Pero el sembrador de la Palabra, con el que se identifica Jesús, no tiene miedo ni a la tierra dura del borde del camino, ni a la llena de espinas ni a la poco profunda. No se desanima ni se asusta. Lo suyo es sembrar, no sólo en la tierra buena que la hay y que promete una cosecha como nunca se haya visto, sino en todas las partes.
Nosotros también, como Jesús, somos sembradores de las semillas del reino. Como consagrados, padres, trabajadores, en el apostolado entre los vecinos, en la familia, en la escuela…. todos somos sembradores. No podemos tener las manos llenas de semillas pero cerradas. La semilla que se pierde es la que queda en la bolsa. Para ser buenos sembradores necesitamos conocer la vida encerrada dentro de la semilla que solo da vida cuando se esparce, cuando sale de la mano y es arrojada. Dios se encargará de que de fruto en los corazones que la reciben.
La ilusión del padre Dios que tiene en las semillas de nuestras vidas, piensa en aquello que siembra para bien nuestro, para bien de toda la humanidad. Se repite muchas veces la expresión “palabra” porque con ella se nos da a conocer aquello tan profundo que Jesús viene a poder en el corazón de la comunidad. Siempre en el reino de Dios se siembra la Palabra. El sembrador es el Padre Dios y nosotros somos el campo, pero también Dios necesita de otros sembradores que concientes de esta semilla de la Palabra la sigan esparciendo en las realidades concretas del mundo.
San Juan Pablo II en una catequesis había tenido esta expresión, controvertida en su momento: en el mundo entero, en todas las realidades, hay semillas de la verdad, semillas esparcidas que el Espíritu suscita e introduce, aún en aquellas realidades que a nosotors nos parecen malas. Sin embargo, Dios coloca también semillas allí para que si encuentra la tierra propicia, pueda crecer y dar frutos abundantes. Esa es la ilusión de Dios y la de todo cristiano que no puede perder la esperanza. Porque esta semilla que se refiere a la palabra y luego al terreno, es la síntesis de lo que también hoy vemos en el mundo.
Jesús podría haber desplagado todo el poder de Dios para un éxito fulminante. pero prefirió la lenta aventura de una semilla. Así señanala el camino de la Iglesia, el nuestro: camino de desprendimiento, de pobreza, de servicio, de conversión contínua, de éxodo… Cada expresión de esta parábola, cada terreno, tiene una razón. El camino donde los pájaros se comen rapidamente la semilla es un corazón ocupado con muchas cosas que no tiene espacio, de manera que palabra escuchada es olvidada. El terreno pedregoso que tiene una capa fina de tierra, por la poca profundidad no retiene la humedad y el sol la quema. Representa los corazones que reciben la parábola con gozo pero que siempre están atentos a las dificultades; el dolor y los problemas hace que la palabra no les alcance para tener paz y pueda más su necesidad de vivir sin molestia. Las espinas representa las distracciones, el corazón parece aceptar lo que dice, pero la palabra no puede dar frutos de generosidad, de servicio, de entrega porque es afixiada. Solo da frutos la que cae en tierra fértil.
Varias de estas realidad conviven en nuestro corazón o en el de nuestra comunidad.
La siembra que Dios hace en nuestro corazón es la siembra del reino que vamos viviendo de diferentes maneras. Recordando que hay una parte de nosotros que es el corazón que recibe la semilla y que en diversas circunstancias puede tener parte de estas realidades que menciona el evangelio pero que también la Iglesia o las realidades de nuestro corazón cuentan con tierra fértil. ¡Qué lindo descubrir que somos semillas de Dios!
Nos dice el Documento de Aparecida (360-363):
La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo: “Quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión.
El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por eso pide a sus discípulos: “¡Proclamen que está llegando el Reino de los cielos!” (Mt 10, 7). Se trata del Reino de la vida. Porque la propuesta de Jesucristo a nuestros pueblos, el contenido fundamental de esta misión, es la oferta de una vida plena para todos. Por eso la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, y toda la actividad misionera de la Iglesia, debe dejar tran sparentar esta atractiva oferta de una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y para cada mujer de América Latina y de El Caribe.
Asumimos el compromiso de una gran misión en todo el Continente, que nos exigirá profundizar y enriquecer todas las razones y motivaciones que permitan convertir a cada creyente en un discípulo misionero. Necesitamos desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso se volverá imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad “para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
La fuerza de este anuncio de vida será fecunda si lo hacemos con el estilo adecuado, con las actitudes del Maestro, teniendo siempre a la Eucaristía como fuente y cumbre de toda actividad misionera. Invocamos al Espíritu Santo para poder dar un testimonio de proximidad que entraña cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso con la justicia social y capacidad de compartir, como Jesús lo hizo. Él sigue convocando, sigue invitando, sigue ofreciendo incesantemente una vida digna y plena para todos.
Nosotros somos ahora, en América Latina y El Caribe, sus discípulos y discípulas, llamados a navegar mar adentro para una pesca abundante. Se trata de salir de nuestra conciencia aislada y de lanzarnos con valentía y confianza (parresía) a la misión de toda la Iglesia.
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