El Señor, en su soberana libertad, en su infinito amor, sigue llamando

viernes, 19 de enero de 2007
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En aquellos días, Jesús subió al monte, llamó a los que quiso, y se acercaron a El. Designó entonces a 12, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar, con el poder de expulsar a los demonios.
Designó a estos doce: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro, a Santiago el hijo de Zebedeo y a su hermano Juan, a quienes dio el nombre de Boanerges (es decir hijos del trueno), a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Marcos 3, 13-19

Un relato que seguramente muchas veces hemos escuchado y meditado. Y a veces frente a estos relatos donde tenemos una larga enumeración de nombres, los leemos de memoria y no dejamos que esta Palabra vaya sacando a la luz pequeños y grandes detalles que hacen al contexto de lo que escuchamos, de lo que hoy se nos anuncia. Es tan hermoso que está cargado de un contenido bárbaro, brillante. Podemos decir que tenemos un marco absolutamente solemne.

Tenemos a Jesús subiendo a la montaña, subiendo al monte como una especie de nuevo legislador, un nuevo Moisés. La montaña, a lo largo de toda la escritura, se ve como el lugar del encuentro, del punto extremo del encuentro entre el cielo y la tierra. Los altares se levantaban en la montaña, y las montañas siempre han sido el lugar de las grandes revelaciones, el lugar de las alianzas, el lugar donde Dios se manifestaba de un modo particular a su pueblo.

Pensemos en algunas de las montañas características del Antiguo Testamento: el Monte Sinaí, en el Nuevo testamento el Tabor y el Gólgota, aquel monte donde la revelación llegó al extremo de la locura, de darse a conocer a sí mismo en su totalidad, hasta el extremo, hasta la muerte, hasta la entrega de Cuerpo y de su Sangre, hasta la entrega de su Vida. El monte de las bienaventuranzas, allí donde el Nuevo Moisés, Jesús, nos da la Nueva Ley del Reino, esa Ley que escuchamos en nuestro corazón y queremos vivir en la cotidianeidad.

Hoy también la solemnidad de esta escena nos presenta a Jesús subiendo al monte, nos presenta a Jesús con un poder, una soberanía absoluta para crear algo nuevo, para crear a los 12. Esa es la impresión: Jesús crea a los 12. No solamente los llama y los designa, sino Jesús los HACE. Jesús sube al monte y desde allí llama a los que quiso. Nos vamos a detener primero en estas expresiones de Jesús: “ desde el monte llama a los que quiere, y ellos se acercaron a El.” Primero la soberanía de Jesús para poder elegir, la libertad con la cual El se mueve. 

No hay condicionamientos humanos. No hay méritos. No hay privilegios por los cuales Jesús llame a unos o a otros. Llama a los que El quiere. Incluso ya sus discípulos lo seguían. Habíamos leído en varias oportunidades, incluso en el Evangelio de ayer, cómo le pide a sus discípulos que le preparen una barca desde la cual empezar a enseñar a esta multitud que lo apretujaba por un lado y por el otro. Veíamos a Jesús en Caná de Galilea. Si bien es otro Evangelio según San Juan, allí con sus discípulos cambiando el agua en vino, haciendo nuevas todas las cosas. Y hoy escuchamos y vemos a este Jesús que llama a los que El quiere. Es la libertad del que elige, motivado por el amor, ese amor que lo lleva a elegir incluso a Judas Iscariote, el que lo entregó. Así termina este párrafo del Evangelio que acabamos de escuchar. Jesús elige con total libertad. 

La iniciativa parte de El , y es la iniciativa del amor. Hoy Jesús sigue llamando a los que quiere: te llama a vos, me llama a mí, nos llama para misiones muy concretas. Nos elige para esta vida de la fe, para meternos en lo más profundo de la comunión con El. Jesús sigue llamando a los que quiere, llamó a los que quiso (dice el Evangelio), y se acercaron a El.

A lo largo del Evangelio van apareciendo otros llamados (por Ej. El del joven rico, aquel llamado que entre Jesús y las muchas riquezas que tenía, optó por las riquezas. Por aquello material o espiritual que lo ataba y no le daba la libertad necesaria para dar una respuesta tan generosa que suponía le entrega de toda la vida. Hoy el maestro sigue llamando a los que quiere, como dice otra parte del Evangelio: “muchos los llamados, pocos los elegidos”, pero el Señor sigue mirando a los ojos, y llamando para que sean muchos los que vayan detrás de El, los que lo sigan.   “Y se acercaron a El.” 

Tal vez hoy es una buena oportunidad para que en nuestra reflexión y en nuestra meditación estemos pensando en la necesidad de responder a un mandato del Señor, a una indicación: “pidan al dueño del campo que envía trabajadores para la cosecha. La cosecha es grande, los trabajadores son pocos”. 

Es nuestra responsabilidad también hoy en el pensar en este llamado: Jesús llama a todos si nos consideramos todos desde nuestro Bautismo, nuestras vocaciones particulares. Cada uno es llamado, pero hoy te pido que en este Evangelio miremos muy particularmente la necesidad de orar y pedir por las vocaciones sacerdotales, religiosas, monásticas. No salimos los consagrados de una especie de probeta espiritual, sino que salimos de familias, de nuestras comunidades, de nuestras escuelas, de nuestros trabajos, es ahí donde el Señor nos encuentra y nos llama.  

Llama a los que El quiere, y se acercan a El. Entonces falta que con nuestra oración vayamos creando el clima necesario para que muchos oídos tapados se abran a la posibilidad de escuchar el llamado del Señor y muchos que se hacen los distraídos, sacudan su corazón y se pregunten si el Señor no los está llamando también a esta vocación consagrada.

Yo te estoy hablando desde la ciudad de Recreo, en la Diócesis de Santa Fe de la Veracruz.   Tuvimos un obispo muy querido y muy recordado: Monseñor Saspe. Y yo me acuerdo que en una de las homilías de su mensaje, enseñó una frase que decía algo así como: “Cada joven a lo largo de su vida tiene la obligación moral, cada cristiano, de preguntarse si el Señor no lo está llamando a la vocación sacerdotal, a la vocación religiosa, a la vocación monástica”.

Una pregunta que no la podemos eludir, y que tampoco nadie puede dejarla sin respuesta. Pienso en los lugares a donde está llegando nuestra radio, la señal de Radio María que se multiplica y crece como una gran familia. Lugares totalmente impensados. No podemos vivir lejos de la gracia que significa esta Obra de Dios que es la radio. Pero tal vez muchos de los que nos están escuchando, que están siguiendo la catequesis, para ellos particularmente es este llamado a preguntarse si el Señor no lo está llamando también a seguirlo, si El no puso en sí también su mirada. Llamó a quienes El quiso, como el joven rico que no le respondió, pero se acercaron a El los que El quiso. 

Dice el Evangelio: “Llamó a los que El quiso y se acercaron a El”. Ojalá el Señor te dé la gracia de poder responder a esta invitación. El Señor pasa, sigue pasando, y a medida que pasa, sigue llamando y a los que llamó, los creó discípulos, los hizo discípulos. Llamando por esta consagración total al Señor de la mente, del corazón, del cuerpo, de toda la vida, podemos aceptar la llamada y decir bueno, renuncio en mucho a mi vida familiar, renuncio a la posibilidad de la propia familia, del éxito personal o de la realización personal, pero hoy me está llamando a algo muy grande: a dejarlo todo y de ir detrás de El. 

Los que escuchan y siguen la catequesis pueden decir: “padre, pero yo soy grande, no puedo responderle al Señor”. Pero sí podemos estar rezando. Si podemos estar rezando para que el Señor siga enviando trabajadores para su cosecha. La necesidad de la oración por las vocaciones es en todos los lugares. Hoy vamos experimentando en nuestras comunidades diocesanas, en las congregaciones, en los institutos de vida consagrada, en los monasterios, que quienes han escuchado la voz del Señor y deciden seguirlo son cada vez menos.

Necesitamos no solamente muchos, sino también santas vocaciones consagradas, que tengan realmente el corazón de Cristo. El Profeta Jeremías profetizaba y decía: te daré pastores, en nombre del Señor, según mi corazón. Pidamos al Señor estos pastores con el corazón de Cristo, que con conciencia, santidad y prudencia, no solamente nos alimenten con la Palabra, sino que también nos alimenten con el pan de vida, con la reconciliación y con el testimonio de su vida. La oración, la entrega, la fidelidad, están dando al mundo el testimonio de que es posible la consagración total, es posible este amor de corazón indiviso al Dios que nos ha amado, y que se ha cruzado por nuestra vida, y al que hoy queremos decirle “Señor, aquí estamos”. 

Y la primera reflexión que quiero compartir con Ustedes en esta mañana es: “Llamó a los que El quiso” y el Señor quiere seguir llamando, sigue llamando. Pero tal vez tantos intereses en nuestro mundo (necesarios o creados), van haciendo que la voz del Señor sea como una especie de murmullo entre tantas voces, y tantas palabras, entre tantas solicitudes y tantos llamados, entre tantos gritos y tantas desesperanzas. Sepamos pedir al Señor entonces por aquellos que se animan, que le han dicho si al Señor, pidamos por nuestros consagrados para que perseveren en la fidelidad, nuestros seminaristas, novicios, por aquellos que están en la etapa de formación, pidamos por nuestras monjas y nuestros monjes, nuestras religiosas y religiosos, para que ellos, que sí han escuchado y comprendido, se han acercado al Señor, hagan crecer en su vida ese amor primero, esa respuesta original, en la cual han dado su primer y enamorado SI. 

Que vayan creciendo en ese amor, y siendo para toda la Iglesia un aliento a crecer en la Fe, en la Esperanza. Pensemos en las vocaciones consagradas también como un aliento para la vida de los matrimonios, porque es una experiencia de fidelidad, de entrega y de amor, que en medio de las dificultades, crisis, dolores (pecados también), tiende a purificarse, a crecer y a hacerse una entrega total. Es responsabilidad de toda la Iglesia que haya sacerdotes. No es solamente responsabilidad del obispo (pobre obispo), que se arregle el obispo, el pobre superior o religioso, que se arregle y que haga lo que pueda con lo que tiene….

Es una tarea de toda la Iglesia, y podemos hacer muchísimo. Por eso hoy a partir de este Evangelio, es mi invitación en esta catequesis a tomar conciencia de nuestra responsabilidad y a darnos cuenta que muchos son los llamados, y hace falta que los apoyemos con nuestra oración para que respondan a ese llamado, y que mucho también podemos hacer nosotros para que otros, que tal vez han cerrado sus oídos, que están mirando para otro lado distraídos o entretenidos entre tantas cosas que nos ofrece hoy nuestro mundo, no dejen de oír la voz del Señor, que sigue caminando, sigue mirando a los ojos, y sigue diciéndonos “VEN Y SIGUEME”.

Llamó a los que El quiso. El Señor, en su soberana libertad, en su infinito amor, sigue llamando. Jesús no ha dejado de llamar nunca. Nunca ha dejado de hacer resonar y voz. Y SE ACERCARON A EL. Acercarnos a El sin temor en este nuevo desafío, casi aventura o locura del amor que es el llamado del Señor: dar un paso allí donde nunca nadie ha pisado, un paso hacia delante, porque el Señor lo quiere. Me acuerdo de la pesca milagrosa.  

Los discípulos no habían pescado nada en toda la noche, pero cuando el Señor aparece a la mañana, esa pesca se hace de algún modo fructuosa, esa pesca se hace fecunda. ¿Por qué? Porque en la palabra del Señor tiran sus redes “SI TU LO DICES”…  Hoy también, si el Señor llama, Dios quiera que haya jóvenes que le puedan decir “Aquí estamos”, y le respondan con generosidad, con amor.

Jesús subió al monte

Llamó a los que quiso

Y se acercaron a El

Designó entonces a doce.

Creó a doce. En realidad, Jesús los constituye como doce a los que llamó Apóstoles para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios. Es hermoso escuchar que Jesús no solamente los elige, sino que los elige para una misión bien concreta, muy concreta. En primer lugar Jesús crea a los doce y los llama apóstoles.  

De algún modo, como un nuevo Israel, va a constituir a estos que van a ser testigos de la resurrección, su misión fundamental: estar testimoniando lo que vieron, lo que oyeron, compartiendo la intimidad con el maestro para después anunciarlo, como dice el evangelista Juan: “lo que hemos visto y oído, lo que tocamos con nuestras manos, nosotros lo anunciamos”, y Jesús constituye este nuevo Israel, no ya sobre las 12 tribus, sino sobre estos 12 que El llamó, eligió.

Llamó a los que quiso, los elige como son, con sus virtudes, con sus méritos y también con sus pecados, con sus faltas. Los llama porque El quiere, y los llama como quiere. Los llama a seguirlo. Pensemos en algunos de ellos: Llamó a los que quiso.  

Llamó a PEDRO, aquel a quien iba a constituir como roca para toda su Iglesia, sobre el cual iba a edificar su Iglesia, y le entrega las llaves del Reino de los Cielos, pero también aquel que lo desconoció en el momento del calvario, aquel que huyó como todos en el momento de la pasión, aquel que quería evitar la pasión porque todavía esperaba un Mesías reinante y triunfante, sin entender que nuestro Dios reina desde un madero.

Llamó a tantos otros, a TOMAS, aquel que incrédulo, necesitaba meter sus dedos en el lugar de los clavos, y su mano en la herida del costado.

Llamó a JUAN, el discípulo amado, aquel que supo reconocerlo en la mañana de la pascua, aquel que viendo las vendas creyó, el único que permaneció fiel junto al Señor en el momento de la Pasión. Y llamó también al traidor. Llamó a los que quiso.  

Qué paradójico que llame a aquel que lo traiciona; quizás en ese último intento de cambiar el corazón de aquel que tomó una decisión absolutamente libre. Pero en esa libertad, traicionó a su maestro, a aquel que lo había llamado en el amor y desde el amor. Cuanta generosidad de parte de Jesús, cuanta generosidad de parte del maestro, que a pesar de la traición sigue llamando. Cuanta enseñanza también para nosotros que, a pesar de nuestras traiciones, todavía somos llamados, amados, elegidos, mimados de algún modo por el mismo maestro, por el mismo Jesús.

En esta reflexión que vamos haciendo, vamos a quedarnos con algunos detalles: ”Creó a estos 12, el nuevo pueblo de Israel, su nueva familia, a los que llamó Apóstoles”, y nos vamos a detener en un detalle que por ahí puede pasar desapercibido en una lectura rápida que podamos hacer. “Designó entonces a 12, a los que llamó apóstoles”. ¿Para qué? Para que estuvieran con El.

Fíjate que grandiosa que es la primera misión del Apóstol: no es ir y anunciar, no es ir y predicar el Evangelio, no es ir y estar asistiendo a los pobres, a los enfermos, a los solos, a los abandonados, sino que LA PRIMERA MISIÓN DEL APÓSTOL ES ESTAR CON JESÚS. ¿Para que los llamó? Para que estén con El, para que lo acompañen, para compartir los secretos del reino de los Cielos que Jesús estaba revelando, dando a conocer. 

¿Qué es lo que nos da a conocer a nosotros? El misterio del amor del Padre. ¿Qué es lo que nos da a conocer a nosotros?   El misterio del amor de Dios hasta el fin. Entonces la primera tarea del apóstol es como la de MARÍA, es escuchar la palabra, guardarla, meditarla en su corazón. O como MARÍA LA HERMANA DE LAZARO. Te acordás que estaba a los pies del maestro sentada para no dejar que ninguna palabra de Jesús caiga por tierra. Como quien de algún modo está obnubilado, está seducido por aquel que habla. 

De esa manera los apóstoles están llamados a estar con Jesús. Por eso siempre en el apostolado, en el discipulado, antes que la misión (antes que el ir), está el estar. Primero estamos, primero el discípulo escucha. Primero el discípulo abre su corazón a la gracia, para que la gracia vaya llenando su corazón y transformando todo su interior. Es lo primero que necesitamos.

Es lo primero que tenemos que estar de algún modo atentos y con el corazón lo suficientemente abierto para escuchar, para estar con El, para compartir, para disfrutar. Así como Jesús tuvo su etapa oculta en Nazaret, nosotros también necesitamos abrir nuestro ser para que la palabra nos ilumine, para que la gracia nos transforme para después ir y anunciar.

Estar con Jesús supone compartir los secretos del reino, supone como Juan, apoyar nuestra cabeza en su pecho, supone meternos en el corazón de Jesús para tener sus mismos sentimientos, como dice la carta a los Filipenses: “TENGAN LOS MISMOS SENTIMIENTOS DE CRISTO JESÚS” y ese estar se hace de la oración, se hace en la escucha de la palabra, se hace de Eucaristía, se hace de reconciliación, se hace de amor, se hace de paciencia…

Llamó a los que El quiso ¿Para qué? Para que lo acompañaran, para que estuvieran con El. Esa es la primera tarea y la primera gran misión del apóstol: poder estar junto a Jesús. Es lo que nosotros queremos hacer. Marcos lo deja bien claro: los Discípulos van a tener una tarea que no va a ser una especie de función institucional, estar transmitiendo instituciones, sino que van a estar transmitiendo una experiencia profunda: la del encuentro con Aquel que nos ha amado.

Entonces, a partir de esta experiencia tan profunda, tan grande, nos van a poder contar aquello que ellos mismos bebieron del corazón abierto de Jesús. El apóstol que va y anuncia algo que todavía no ha experimentado, que anuncia algo que simplemente le han contado, como una película que vio, como una historia de la cual no fue testigo, como un libro que se leyó sin ningún tipo de sentimiento, o como un encuentro con una persona con quien ni siquiera se ha cruzado una mirada. Cuánto tenemos que aprender de estos primeros discípulos: a estar con el Señor para después ir a anunciar.

Pienso en nuestros misioneros parroquiales, pienso en nuestros grupos misioneros, pienso también en nosotros, los consagrados: Cómo sin la oración, ese encuentro personal con el Señor, nos podemos transformar en verdaderos funcionarios de la religión. Anunciamos algo que no solamente no sentimos, no hemos experimentado, no conocemos. El camino es la oración, es el primer paso para el anuncio. El estar con Jesús para después estar proclamándolo. El compartir con El este tiempo de encuentro, de silencio, al mejor estilo de la Virgen María, para después poder ir y anunciar. Para después poder dar a otros aquello que nosotros hemos visto y oído. Aquello que hemos experimentado.

Sus discípulos reciben esta primer llamada del Señor que de algún modo se sitúa de una manera central. El centro de la vida del apóstol. Entonces, Dios quiera que al constituirnos su comunidad, nosotros aprendamos a conocerlo y a estar con El para darlo, para ayudarlo, para anunciarlo después.

¿Cuál es la misión del discípulo , de todo apóstol? Primero a estar con Jesús, a eso nos llama: a ser testigo de lo que hace, de lo que dice, de lo que enseña, de su presencia. La primera misión del Apóstol es esa relación interpersonal, al encuentro con la persona que nos ama, con esa persona que está con nosotros.

¿Y que evangelizar? Esta cultura de la muerte, esta muerte a la cual no solamente nos quieren hacer que nos vayamos acostumbrando, sino que la vayamos aceptando y bendiciendo, haciendo de la muerte prácticamente un estilo de vida. Muerte hecha muchas veces de droga, evasión, muerte hecha de violencia.

Somos como especies de testigos directos o indirectos de la muerte en accidentes de tránsito, en los que la vida aparentemente vale tan poco que hay como un desprecio por la vida propia y por la vida del prójimo. Una infracción de tránsito, un semáforo cruzado en rojo, un adelantamiento en una curva, y tantas otras maniobras extrañas a las cuales también nos acostumbramos, es parte de esta cultura de la muerte donde la vida no vale absolutamente nada.

Una cultura de la muerte hecha de anticoncepción y aborto, una cultura de la muerte hecha de eutanasia, una cultura de la muerte hecha desde la desprotección de los menores y de los más indefensos, cultura de la muerte donde la ignorancia y la marginalidad van ganando lugares, uno y otro día. A esa cultura de la muerte, nosotros tenemos algo que anunciarles, algo que decirle: es el Evangelio de la vida, esta vida nueva que Jesús nos ha venido a traer.

Y por último dos ideas más de esta buena noticia que nosotros tenemos que anunciar: “El Señor nos ha llamado para estar con El y para que vayamos a anunciar el Evangelio con el poder que El nos da”.

Anunciamos la Esperanza. Tal vez la esperanza sea una de las virtudes más difíciles de poder practicar. Dei decía que podemos tener “algo” de Fe, podemos tener “algo” de Amor, pero qué difícil es tener “algo” de Esperanza. Y nosotros tenemos para darle al mundo un motivo de Esperanza. Y ese motivo de esperanza es la presencia de Jesús en medio de nosotros. Hay una presencia que tenemos que descubrir. Cuando la descubramos, no podremos más que anunciarla.

La vida del hombre tiene un sentido, tiene un norte. No es una especie de paradoja o un tango fatal. Sino que la vida del hombre está orientada hacia Aquel que es la Verdad y la Vida, hacia Jesús. Y si somos anunciadores de Esperanza, no podemos de algún modo convalidar la tristeza de nuestro tiempo o la amargura de nuestro mundo.

Tenemos que encontrar en el mismo Señor la fuente de la alegría. En El está la fuente de alegría para todos los hombres. En El está la fuente de la alegría y de la Esperanza Hay un Evangelio de la alegría que nosotros también tenemos que anunciar. No una alegría que sea una especie de displicencia frente a la vida, una especie de irresponsabilidad frente a lo que nos sucede, sino un Evangelio de la Alegría por sabernos amados, inclusive elegidos, como lo escuchamos al comienzo del Evangelio: ”llamó a los que El quiso”. Y también te llamó a vos, me llamó a mí, nos llamó a todos, nos llamó a la vida, nos llamó a la Fe, fuimos elegidos. Elegidos y amados. Bien, entonces tenemos mucho para dar, mucho para compartir, mucho para anunciar.

Acuérdate: el Señor llamó a los que El quiso, se acercaron a El, los creó, los hizo de nuevo como hizo nuevos a sus discípulos, los creó como a la nueva comunidad a partir de la cual El estaría fundando su Iglesia, y también nos llamó para estar con El, para compartir su intimidad, para ir y anunciar el Evangelio con el poder de expulsar los demonios. Y ahí vamos nosotros. Sabemos que llamados por el Señor tenemos esta misión, y queremos cumplirla: vos en tu casa, en tu familia, con tus amigos, en el club, donde estés de vacaciones, en la escuela cuando vuelvas, en todos los lugares. Ahí nosotros podemos seguir anunciando este Evangelio del cual somos depositarios, para el cual el Señor ha confiado profundamente en cada uno de nosotros.

Padre Carlos Scatizza