El Señor es mi pastor

lunes, 18 de junio de 2007
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El Señor es mi pastor, la imagen riquísima arquetípica tan fuertemente simbólica, el pastor, a pesar de no estar entre nosotros como una imagen cotidiana. No vemos pastores todo el día, vemos colectiveros, taxistas, conductores, muy lejos de la mansedumbre o del silencio de esa actitud casi mística que tiene el pastor, muy lejos de eso.

Sin embargo, el simbolismo del pastor está. Durante cientos de años, hemos heredado esta imagen pastoril, que fue tan propia de la humanidad durante buena parte de su historia, que la imagen del pastor probablemente todavía nos suscite un motón de cosas. No se para los chicos más jóvenes.

Les comentaba la otra vez lo que es un pastor en las tierras de los lugares bíblicos de Palestina, como es guía, como es compañero de destino, como es brindando seguridad y protección, sobre todo contra los animales peligrosos, la autoridad que tiene el pastor.

Hoy vamos a centrarnos en el otro símbolo que tiene el salmo, el del hospedero, que también era sumamente importante. El hospedero, la persona que hospeda, que brinda hospitalidad en aquellos tiempos, de los tiempos bíblicos.

La hospitalidad, en realidad, es una virtud muy importante en todo el oriente medio. En la tradición de Abraham es muy importante también, para los judíos, para los árabes, para los cristianos, para los musulmanes, hasta el día de hoy la hospitalidad es sumamente importante.

Está especialmente arraigada en esos lugares donde ha habido y hay muchos nómades o semi-nómades en el desierto por donde deambulaban también los pastores.

Antiguamente había lugares de refugio, por ejemplo los templos, algunas ciudades destinadas para eso, donde tenía que reinar la más amplia hospitalidad, en esos lugares de refugio o en esas ciudades.

Si por la razón que fuera, por ejemplo, alguien era perseguido por soldados, por el poder oficial, y conseguía llegar a uno de esos lugares, era como llegar a una embajada y pedir asilo político, más o menos. Tenía la certeza de que fuere quien fuere iba a quedar a salvo de sus enemigos, es decir, esas personas, esos lugares, tenían la obligación moral y espiritual de darle hospitalidad. No importaba la condición del que estuviera huyendo.

El propio Jesús, perseguido y amenazado de muerte, se refugió en la ciudad de Efraím, junto al desierto, conocida como ciudad refugio (Jn 11,54), también Jesús conoció la persecución, no sólo la tortura, la muerte, sino también la persecución y el asilo, el refugio.

Imaginá la siguiente situación. En un campamento instalado en el desierto surge un gran problema, una lucha, una desavenencia entre una persona y un clan familiar distinto del suyo. La situación es tan delicada que esa persona, al sentirse amenazada de muerte, decide en plena noche, abandonar el campamento y su familia y aventurarse sólo en el desierto. Obviamente, con el miedo a ser perseguido, alcanzado y muerto. Después de andar mucho, lleno de angustia y miedo, esa persona llega a una pequeña aldea donde hay un pequeño templo en el cual viven los sacerdotes o las personas encargadas de atender a los peregrinos. Entonces, esa persona apela al derecho de hospitalidad y el sacerdote le recibe, no sólo a disgusto, sino con gran cordialidad, sin ni siquiera preguntar por las razones buenas o malas que le han obligado a huir. Es una ley moral de sobrevivencia. Y lo trata como un gran huésped, le ofrece agua para beber, le ofrece agua para lavarse, le unge la cabeza con aceite perfumado, prepara para él una mesa con abundante comida y no deja en ningún momento que su copa de vino esté vacía para alegrarse el interior. Al cabo de unas horas, llegan furiosos los enemigos, los cuales, cuando ven al fugitivo que está ahí adentro, sentado a la mesa, perfumando, lavado y con la copa rebosante de vino en la mano, lo ven, y saben que no pueden hacer nada.

La hospitalidad impone un límite que no se puede traspasar, asique, muy frustrados los enemigos, acaban marchándose por donde habían venido, porque esa es la ley.

Días después, el sacerdote ofrece, al refugiado, una escolta de dos hombres para que lo acompañen al destino que el considera seguro, tal vez, junto a otros familiares distintos a los que él ha dejado en el campamento. Y a esos dos hombres de escolta, el salmista los llama simbólicamente, bondad y fidelidad, porque el dice “tu bondad y tu fidelidad me acompañan”, es decir, uno se va de su refugio, pero se lleva dos escoltas, dos guarda espaldas, la bondad y la fidelidad del Señor.

El refugiado, cuando sale de allí lleno de agradecimiento, a salvo y liberado, expresa este deseo “me gustaría quedarme a vivir en tu casa”, le dice al que lo refugió, “cómo me gustaría quedarme acá todos los días de mi vida, o por lo menos venir acá todos los años en peregrinación a este lugar donde he sido objeto de tanta hospitalidad, protección y bondad”

Ahora observemos la coherencia de estos hechos de la figura del hospedero con lo que quiere decir el salmista acerca de la experiencia de Dios.

Dios como hospedero y como pastor, ojalá, conversando y leyendo sobre éstos maravillosos versículos de la Biblia, sobre este mensaje que hoy el Señor a través de esta conversación nos quiere dejar a todos, comencemos a sentir en nuestro corazón la mesa preparada y el perfume a copa de vino y la alegría de estar en casa.

 

Si vos me permitís, te voy a contar dos experiencias, que las recuerdo con mucha emoción.

Una fue la experiencia de ser realmente hospedada en una situación dramática, no límite pero realmente dramática. Ocurrió en la ciudad de Río Gallegos, llegábamos muy cansados, volvíamos de Ushuaia, llevábamos más de un mes de viaje y ya se notaba el peso de todos esos días de campamento, de viaje de horas y horas, el peso en el cuerpo sobre todo. Llegamos a Río Gallegos muy entrada la noche, serían como las 12 de la noche, pensábamos dormir en Río Gallegos y como era muy tarde, era imposible desarmar y armar carpas, estábamos con el equipaje muy dado vuelta. Llegamos y empezamos a buscar un lugar donde dormir porque necesitábamos bañarnos, comer, dormir. Resultó ser que no había un solo lugar en todo Río Gallegos, ni estaba el clima como para intentar desarmar alguna carpa, el viento estaba helado, lloviznaba, un clima espantoso. Después de llamar a todos los lugares para buscar hospedaje, subimos al auto y buscamos un lugar para tomar un café con leche y comer algo calentito. Estábamos sucios, cansados, agotados, con frío y con hambre. Estaba todo cerrado. Encontramos como único lugar abierto una heladería-confitería, y nos sentamos casi derrumbados sobre la mesa. Pedimos algo caliente.

La persona que nos atendió, vió el estado en que estábamos, o nos escuchó comentando lo cansado que estábamos y nos preguntó que pasaba. Le contamos y se fue adentro del local. Nosotros veíamos que estaba con los otros mozos conversando y al ratito vino y dijo: “miren, si ustedes quieren, yo con los otros mozos, podemos alojarlos en tres lugares diferentes” Así fuimos, algunos por un lado, otros por otro y esa noche fuimos a cada una de las casas.

Lo gracioso es que a la casa que fui a dormir, a lo de una moza, cuando llegamos había un familiar durmiendo que le cuidaba a la hija y le pidió al familiar, a la una de la mañana, que se fuera y que nos dejara la cama para que nosotras pudiéramos dormir tranquilas, en una habitación, mi hija y yo. Igual que este hospedero. Llegamos, yo no la conocía ni ella me conocía a mi. Llegamos, nos ofreció un baño caliente, nos ofreció una comida caliente, a la mañana siguiente se levantó más temprano y fue a comprar facturas calentitas, nos llevó el desayuno a la cama. Esto fue una experiencia de hospitalidad de alguien que ni siquiera nos conocía, nos acababa de conocer.

Experiencia similar tuvo el resto de la familia, en cada uno de los lugares donde fueron alojados. Todos éramos desconocidos.

 

La otra experiencia, también fue un día muy feo, hacía mucho frío, llovía, era invierno y toca a la puerta una señora con un niño pequeñito que tenía 2 ó 3 años, pidiendo dinero para poder volver a su casa. Según decía, volvía del hospital de niños y no tenía plata para volver a su casa.

Fue la experiencia de recibir a un ángel. La hice pasar, la invité a cenar, la invité a quedarse a dormir, le dijimos que al día siguiente podía viajar, que si no tenía urgencia y nadie la esperaba se podía hospedar en casa.

Nos contó su historia, conmovedora. Nos contó que ella es esposa de un hachero, que cuando el chiquito nació, ése que estaba en casa que tenía un problema muy grave del corazón, por lo cual había venido hasta Códoba que nació en el medio del monte. Su esposo tenía que salir si o si a cortar leña porque sino no tenían nada para comer, ella ya estaba muy cerquita del parto, no se animaba a quedarse sola en medio del monte, así que ella decidió seguir a su esposo.

Le siguió caminando monte adentro hasta que se desencadenó el parto, y contaba que su esposo fue su partero, dio a luz en el medio del monte y con la misma hacha con que cortaba los tronco cortó el cordón umbilical y ni bien vio que ella estaba bien, tomó el bebé entre sus brazos, lo alzó hacia arriba, pegó un alarido y se lo entregó a Dios.

Y ella cuenta, que por ese acto que nunca se olvida, de su esposo arrodillado en el medio del monte con su bebé alzado hacia el cielo, sabe que Dios los va a escuchar y que el hijo va a sanar.

Esa noche me acuerdo que se cortó la luz, y era tarde en la madrugada, y mi familia y yo estábamos todos alrededor de esta mujercita que con su niño en brazos nos relataba tan conmovedoras historias de fe, de esperanza, de lucha y de sobrevivencia.

Cuando se fue al día siguiente, mi hija me comenta: “mamá, me parece un ser de otro mundo”, y ahí me acordé de esta cita de Hebreos que dice “a veces hospedarán ángeles”

 

Yo se que muchas veces se puede hospedar un ángel y muchas veces se puede hospedar demonios, quiero decir con esto, que hoy abrir las puertas del hogar no es para nada fácil, pero no podemos perder esa entrañable costumbre de la hospitalidad más allá de las razones y de las seguridades. Porque de este tipo de experiencias se ha nutrido y se nutre siempre la humanidad. Este tipo de experiencias nos recuerdan que somos humanos.

 

Hay constantes situaciones de riesgo, corremos peligro en nuestros viajes en automóvil, en avión o en el ómnibus, cada vez más, lamentablemente. Incluso en la calle podemos ser asaltados en cualquier momento. Nuestros hijos, nuestras hijas pueden ser secuestrados o pueden morir en un accidente, una enfermedad puede acabar con nuestra existencia, en suma, no controlamos el curso de nuestra vida, estamos a merced de innumerables imprevistos, todos ellos posibles. No se quien nos ha metido en la cabeza la idea de que a nosotros estas cosas no nos van a pasar.

Entonces, frente a esta existencia tan frágil, la hospitalidad es un consuelo y es justamente lo que busca garantizar las cosas básicas de la vida. El alimento, el abrigo, la protección, el agua.

El Señor se ha mostrado como hospedero en medio del desierto, guiándolo como un pastor guía a su rebaño pero al mismo tiempo garantizándole la comida, el maná, el agua extraída incluso de la roca y el descanso. Y cuando el pueblo llega a la tierra prometida, el Señor se muestra como hospedero y lo acoge en su santa morada. Esta es la casa del Señor, la persona que se entrega confiadamente a Dios, es aquella persona que es acogida en su casa, es decir, por supuesto no en la iglesia, sino en sus bendiciones, y El nos trata con la más exquisita hospitalidad.

 

Hay otro salmo, el 36 que quiere también expresar como Dios es un hospedero: “que admirable es tu amor, oh Dios, por eso, los hijos e hijas de los hombres se cobijan a la sombra de tus alas, se sacian con la abundancia de tu casa, del torrente de tus delicias les das de beber porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz vemos la luz.”

Seguramente todos tenemos experiencia de ser perseguidos. Algunos la tendrán de ser perseguidos por personas que se comportan como adversarios, o con cierta malignidad o por diferencia de carácter. Todos soñamos alguna vez pesadillas en las que algún personaje maligno nos persigue, que sufrimiento, son las peores. La experiencia de la persecución, es una experiencia existencial y no hace falta, para eso, haber caído en una situación de delito y ser perseguido por las fuerzas del orden.

Todos sentimos, muchas veces, que algún vínculo o alguna situación o una enfermedad o una carencia, no se quiere desprender de nosotros, no nos abandona, nos persigue realmente. A veces nos persigue una sombra, otras veces una oscuridad.

La vida es un largo camino impregnado de riesgos, pero en ese largo camino, está la figura del posadero, de la posada, de aquel que no sólo acoge y recibe, sino que cuida, hace reparar las fuerzas, nos invita a reponernos y además nos preserva de todas las sombras que nos vienen persiguiendo. Por eso el salmista dice: “felices los que se cobijan a la sombra de tus alas” . Tenemos que saber llevar el corazón hacia esa posada, tenemos que ser nosotros pastores de nuestro corazón, que lleva todos sus pensamientos y sentimientos bajo las alas de este buen pastor y de este buen hospedero que nos acoge y nos calma y que provee nuestras necesidades más básicas, no sólo en el orden de la vida material, sino también en el orden de la vida espiritual.

También, como dice el salmo, tenemos que darnos cuenta de que cuando el Señor es nuestro pastor, nada nos falta, pero de esto hay mucho para decir.

 

El salmo dice: “el Señor es mi pastor, nada me falta”, a veces puede resultar un poco árido decir “nada me falta” sobre todo cuando faltan muchas cosas, en el orden material, en el orden espiritual, en el orden intelectual. Y muchas veces esas carencias producen huecos, pozos, vacíos tan profundos y tan enfermantes que si digo “el Señor es mi pastor, nada me falta” lo digo con una convicción intelectual pero sintiendo el latido de esa ausencia o de esa carencia que puede ser ausencia de amor, de padres, de hermanos, de cónyuge, de pareja, de estudio, de trabajo, de dinero, de alimento, de techo, tantas ausencias azotan a nuestra sociedad y a nuestros hermanos.

Es justamente, muchas veces, de los corazones más pobres, de donde surge con más necesidad la experiencia de “nada me falta”.

¿Qué quiere decir este “nada me falta”?¿cómo lo puedo yo orar cuando siento que en realidad me faltan tantas cosas?

Por un lado, tenemos que meditar en la forma del deseo, en la intensidad de nuestro deseo. El ser humano es un ser muy especial, porque desea infinitamente. Quizá sea la prueba de su esencia infinita y eterna el hecho de desear con características eternas e infinitas. No desea solo como los animales lo que necesita para vivir, siempre necesita irse a mas, deseamos la eternidad, deseamos ser Dios, deseamos el poder, deseamos vivir con la persona amada, deseamos sentirnos contentos, deseamos los bienes materiales. Deseamos siempre por encima de nuestras posibilidades, en concreto, siempre hay deseos que van más allá de lo que hoy puedo reunir. Y justamente porque esta es la característica del corazón humano, corremos el grave riesgo de la ansiedad, de la angustia y de la insatisfacción, porque vivimos tratando de hacer realidad los deseos, nos esforzamos por concretar sueños, viajamos a cualquier lado con el fin de satisfacer nuestros deseos de conocer o de experimentar o de poseer.

Somos capaces de hacer enormes sacrificios para hacer realidad los deseos acariciados durante toda la vida, especialmente los deseos de felicidad, de amar y ser amados. También, claro, hay quienes hacen enormes esfuerzos por adquirir fama, gloria, un simple éxito profesional o reconocimiento.

Esta es la temática, la complejidad de nuestro deseo, es ilimitado y se confronta permanentemente con una multitud de objetos deseables.

De aquí nacen muchas cosas, la competitividad, la voluntad de rivalizar con los demás, y en el peor de los casos, la eliminación de los demás. Esta lógica se quiebra, cuando en lugar de la concurrencia de todos contra todos emerge la cooperación de todos con todos y la decisión de todos tener las mismas cosas y participar todos, de alguna manera, sin tensiones, sin guerra de los bienes de la humanidad.

Sin embargo, esta no es ni ha sido nuestra historia.

Cuando decimos el “Señor es mi pastor, nada me falta”, estamos haciendo un gran bien a nuestra alma y estamos haciendo un gran bien a esta humanidad cansada de tanto depredar la naturaleza y crear desigualdades y rivalidades, este sistema consumista que desea constantemente la oferta de objetos de deseo que puedan ser comprados y consumidos y que está verdaderamente liquidando el planeta.

Cuando decimos “el Señor es mi pastor, nada me falta”, estamos convocando a todas las fuerzas desarticuladas y caprichosas de nuestros deseos, sean cual fueran, a nuestra profunda ambición, a nuestro deseo de poseer, de crecer, de alcanzar la cima de los vientos. Le estamos recordando que nada somos y al polvo volveremos, que sólo Dios basta, que El provee de lo necesario para que nuestra alma viva, que después de todo no hemos resistido en nuestra lucha contra el pecado hasta derramar la sangre.

Cuando decimos “nada me falta” es tranquilizar el corazón, aquietar las ambiciones, llamarnos a la austeridad, aprender a conformarnos, al menos hoy, con lo que hoy tenemos y después emprenderemos la lucha por alcanzar otras metas, pero al menos, en el aquí y ahora, debo llamar al remanso a mi alma para que deje de ambicionar, para que descanse en paz, para que confíe en Dios, para que le de a cada día su afán, para que confíe que Dios cuida de su rebaño, para buscar primero el Reino y saber que El nos dará la añadidura.

 

Hay que volver al fuente originaria de nuestro ser, de eso se trata esta expresión “nada me falta”. Si es propio del Espíritu suscitar deseos tan radicales, referidos al sentido de la vida, de la existencia, del mundo. A ver, si es propio de Espíritu suscitar sed tan tremenda, hambre tan gigantesca, es propio del cielo el pan que baja y el agua que calma toda sed. El Espíritu suscita deseos infinitos, nuestro espíritu es consciente de una falta total de plenitud, de un vacío tremendo y es lógico que andando camino adentro de nuestro corazón, si vamos por buen camino, llegaremos a la conclusión que llegó San Agustín, Dios mío, que inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en Ti.

Y es así, probaremos muchas posadas.

A la larga todas nos dejarán cierto sabor a insatisfacción o a insuficiente, hasta que lleguemos a la sombra de sus alas.

Probaremos muchas aguas, volveremos a tener sed, eso es lo que claramente Jesús nos quiso enseñar en la samaritana, vamos a volver a tener sed. Solo el que bebe el agua que Yo le daré no tendrá más sed.

Probaremos muchos alimentos nutritivos, trataremos de nutrir el hambre de nuestros deseos a través de muchas cosas y, la verdad, que nuestros deseos son tan infinitos, que sólo un ser infinito puede estar a la altura de nuestro deseo.

Dos infinitos, Dios y nuestro deseo, que se ven frente a frente, que se reconocen y se sienten afines, ese es el escenario del hombre frente a Dios, cuando se abre a Dios y Dios se abre a el, se produce la eclosión de un estado de bienaventuranza y sosiego que aquieta la angustia más profunda para dar paso a la luz y por eso, y en este sentido es que podemos decir “el Señor es mi pastor, nada me falta”, esto es reconocer que mi corazón no se satisface solo con cosas perecederas, con cosas precarias, con cosas que son parte. El corazón siempre quiere el todo, no se contenta con las criaturas, quiere al Creador, quiere el ser en su totalidad, no quiere únicamente la competición sino que anhela sobre todo la cooperación, la gratuidad, la comunión con los demás, con la Naturaleza, con el ser esencial de Dios, la armonía con todo lo creado.

Hay un mecanismo muy engañoso en esta cultura globalizada, que consiste en hacer creer a las personas que si consumen y acumulan bienes materiales o emocionales o psicológicos, dinero o poder, serán felices y se sentirán humanamente realizadas. Y como buen sistema mentiroso que es, ha montado un aparato impresionante para mantener la seducción de esta mentira. Y ahí lo tenemos, a toda la parafernalia creando continuamente necesidades que tapan las necesidades más profundas y tratando de acumular objetos que puedan producir sensación de saciedad a corto plazo.

Basta con ir a cualquier país de los llamados adelantados, por haber conseguido elevados índices de consumismo, lo que abunda cada vez más, en lugar de un pueblo consciente, de ciudadanos críticos participativos, en una historia que está hablando claramente de un sistema que ya no da más. Es una masa de consumidores y usuarios pasivos, embobados, inconscientes. En esos lugares donde supuestamente crece el desarrollo, disminuye la solidaridad, aumenta la soledad, crece la infertilidad, crece el miedo al futuro, crece la violencia real o simbólica, decrece la voluntad de participar en la sociedad. Está en marcha un proceso de desmontaje del ser humano, su deseo verdadero y su percepción sólo se sacia en lo infinito y en la ley que el infinito le impone porque es criatura. Estas dimensiones solo afloran en un ámbito de cierta austeridad, donde aparece la verdadera sed y el verdadero hambre, la verdadera fragilidad, el verdadero refugio.

Sólo Dios puede traer aliento al ser humano, porque con su aliento éste se ha formado. Cuando cae en la cuenta que no solamente somos cuerpo con determinadas necesidades, o mentes con determinadas curiosidades, sino que estamos habitados por un Espíritu orientado hacia lo radical, hacia lo infinito, capaz de encontrar ese objeto infinito adecuado a nuestro deseo igualmente infinito, entonces, es cuando más nos encontramos en el camino esencial, espiritual y eterno.

 

Frente a la tentación permanente de querer asegurarnos el futuro, de querer asegurarnos los deseos, los sueños, es bueno saber que la vida con sus golpes, a veces, desarticula todas esas torres que levantamos, como cuando éramos chicos y levantábamos con maderitas las torres y venía algún hermano menor descuidado y nos tiraba todo abajo y había que volver a levantarlas.

En esta ansiedad preocupada y dispersa ante lo desconocido, este salmo nos llama a la serena audacia de confiar que en ultimo termino nuestra vida y la de todos los que amamos descanse en el hueco de las manos de alguien mayor. Y de ahí es de donde surge la experiencia del “no tener” que es, creo yo, la peor de las experiencias. Todo lo que en el fondo de nuestro corazón se gesta como neurosis, como enfermedades, suele tener su raíz más profunda en el miedo.

Alguien que nunca nos ahorra el penoso batallar en medio de las dificultades y trabajos siempre responde con un “yo estaré contigo”, a todas nuestras temerosas existencias.

Este sistema que crea tantas desigualdades y que deja a tantos afuera, este sistema que hemos creado los hombres y en el que unos pocos, solamente el 20 % de la humanidad, acumula el 80% de los bienes, y así, en sentido inverso. Este mundo que tiene el riesgo de que en medio de esta familia humana haya un escisión tremenda y peligrosa con los bienes industriales y culturales, naturales y todos los bienes que el hombre puede producir. Este sistema que deja abandonada a su suerte a millones de seres humanos que no quiere integrar en la gran familia humana. Este sistema que no se da cuenta de que la nave es una sola, y que lo que ocurre en un lugar de esta nave, tarde o temprano puede hundir la nave toda. Este sistema que por un lado ha generado objetos de ciencia, de arte y de cultura tan maravillosos y que por el otro los ha destruido. Este sistema que crea tantas contradicciones y desigualdades no es el rostro de Dios, no es el plan de Dios, es el plan de una fuerza muy siniestra que ha tomado como títere al hombre.

Dios no quiere esto y para eso camina siempre con nosotros, acompañando a todos y cada uno de los hombres que se suman a esta gran batalla para que triunfe la verdad, el bien y la vida en el sistema que los hombres seamos capaces de generar para la familia humana.

Dios está siempre con nosotros, El es nuestro pastor, nada nos falta.