El Señor redobla su apuesta

jueves, 29 de julio de 2021
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30/07/2021 – Pero “Así como una mujer engaña a su compañero, así me engañaste” (Jer. 3, 19-20). Sin embargo, Él sigue siendo fiel a la alianza y es capaz de renovarla cuando ha sido rota por nosotros. Es más, él redobla la apuesta y hace una nueva alianza que será eterna: “Tú no te acordaste de los días de tu juventud. Pero yo sí me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré a tu favor una alianza eterna” (Ez 16, 22.60-62).

En esta nueva alianza él mismo hará una obra transformadora en el interior de las personas para que puedan ser capaces de una fidelidad amorosa: “Yo haré con ustedes una alianza eterna” (Is 55, 3). “Sobre sus corazones escribiré mi Ley” (Jer 31, 33). “Los rociaré con agua pura y ustedes quedarán purificados. Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo” (Ez 36, 25-26). “Arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 11, 19). Es el Amante capaz de reaccionar ante la infidelidad con más fidelidad, ante la alianza quebrantada con una alianza renovada, ante el pecado con el perdón: “Yo estableceré mi alianza contigo, y tú sabrás que yo soy el Señor para que en tu confusión no te atrevas a abrir la boca cuando yo te haya perdonado todo lo que has hecho” (Ez 16, 62-63).

En realidad todos estos textos se refieren a la alianza del Esposo con su pueblo,  y sólo pueden aplicarse a los individuos en cuanto miembros de ese pueblo amado. Por ejemplo, en Deuteronomio 31, 6 aparece la expresión “no te dejaré ni te abandonaré”, que se refiere “a todo Israel” (31, 1).  Inmediatamente después se aplica a Josué como líder del pueblo (31, 8). Pero si vamos al Nuevo Testamento vemos que esa expresión se aplica a cada individuo creyente  (Heb 13, 5b-6). Por eso los santos y sabios de la Iglesia han aplicado a cada persona las promesas bíblicas y las palabras de consuelo que en la Biblia se dirigían al pueblo, y los grandes místicos hablaron del “matrimonio espiritual” de cada persona con Dios. De todos modos, siempre hay que recordar que esta relación de amor con Dios no puede vivirse verdaderamente si uno no se siente parte del pueblo, porque el Señor deja de derramar su vida en nosotros si no vivimos como hermanos de los demás: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3, 14).

Cristo hace con cada uno de nosotros una alianza que lo convierte en Esposo. Él mismo dijo: “Esta copa es la nueva alianza en mi sangre”. Por eso los santos han hablado de un matrimonio espiritual: “¡Oh cuan espléndido te mostraste en el día de tus bodas, rey mío, esposo mío, buen Jesús!” (San Buenaventura, Vid mística, VIII, 2). “Grande es, Esposo mío, este regalo. Sabroso convite, precioso vino me das, que con una sola gota me hace olvidar de todo” (Santa Teresa de Ávila, Sobre los Cantares, IV, 6).