24/02/2021 – Se lo conoce como el cura surfero. El padre Santiago Arriola es párroco en la comunidad Padre Pío de Pietrelcina, ubicada al sur de Mar del Plata. También es capellán en el Colegio Northern Hills, ayuda con la dirección espiritual de los seminaristas marplatenses en el Seminario San José de la Plata y acompaña la Mesa de Diálogo por la Dignidad de las Periferias y la Pastoral del Surf.
“El surf lo aprendí en la parroquia Padre Pío, hace 5 años atrás. Esta práctica te enseña a tener mucha tolerancia a la frustración”, dijo el joven sacerdote. “Tengo 38 años. Nací el 3 de noviembre de 1982 y soy el primero de tres hermanos, del segundo matrimonio de mi papá (tengo otros tres medios hermanos). Nací en Buenos Aires y después vivimos en varias ciudades por circunstancias laborales de mis padres hasta que nos radicamos en Mar del Plata en 1995”, indicó Arriola.
“Fui bautizado unos quince días después de nacer en la Parroquia Las Victorias de la Ciudad de Buenos Aires. Recibí la Primera Comunión en la Parroquia Santísimo Sacramento de la Ciudad de Tandil, donde viví mi infancia. Fui Confirmado de adolescente en la parroquia San Pío X de Mar del Plata. Mucho juego, deportes y arte es lo que recuerdo de mi infancia. Hoy continúo dibujando, pintando, escribiendo y tocando la guitarra”, indicó el padre Santiago.
“Cuando era chico mi mamá me llevaba a misa, pero fue en mi adolescencia que conocí primero a María, y luego llegué a Jesús. María, la Mater, me regaló un ambiente muy hermoso, irresistible. Eso me fue atrayendo y así llegué al Señor”, relató. “Luego fui dirigente en el Movimiento de Schoenstatt, ja, porque no había otro. Esa experiencia de paternidad en el servicio a los otros chicos más pequeños me interpeló, me cautivó y fue semilla de mi vocación sacerdotal. Ahí sentí que el Señor me pedía todo mi tiempo, y sobre todo me pedía el corazón, mis sueños, mi futuro, mis dones. Tuve un tiempo de lucha contra Dios, me resistí hasta que Jesús me venció. A los 20 o 21 años me rendí y decidí ser sacerdote. A esa edad yo estaba a full con la música y la guitarra, incluso tenía una banda”, recordó. “El Señor supera todo y redobla toda apuesta. Así es él”, dijo Santiago.
“Ingresé al Noviciado de los Padres de Schoenstatt en Paraguay, y luego pasé al Colegio Mayor de la Comunidad en Chile. Estuve cinco años y medio en los Padres schoenstattianos y luego de un intenso discernimiento me retiré de la comunidad. Hice una experiencia en mi diócesis de Mar del Plata, en una capillita en la periferia oeste de la ciudad y continuando con el discernimiento ingresé al Seminario Diocesano. Luego de cinco años más de formación en el Seminario San José de la Plata, donde estudiamos los marplatenses, recibí la ordenación diaconal y luego la ordenación presbiteral, por la imposición de manos de monseñor Antonio Marino, el 13 de diciembre de 2013, en la catedral”, manifestó Arriola.
“Pertenezco a la Federación de Presbíteros de Schoenstatt, una comunidad de sacerdotes diocesanos que caminamos juntos en la alianza de amor con María y según el carisma del padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt”, expresó. “Dios nos ama tanto que siempre encuentra la forma de llegar a nosotros. En la Pastoral del Surf hacemos la misa en la playa y muchas otras cosas. Monseñor Gabriel Mestre nos acompaña y bendice nuestras tablas, se mete al mar con todos los de la Pastoral del Surf, aunque aún no sabe surfear. Lo que sí, nada muy bien, como lo hacen otros sacerdotes de Mar del Plata”, dijo el padre Santiago.
Por último, el sacerdote marplatense compartió esta oración:
Gracias Señor por el don de la vida, pequeña y sagrada;
semilla, proyecto y sueño.
Gracias por la gente querida, la familia y amigos,
los hermanos y hermanas que vamos encontrando en el camino.
Gracias por las cosas lindas de la vida, por la música, el arte,
el deporte, la naturaleza y tantas pinceladas de tu amor en el lienzo de nuestra historia.
Gracias por los tiempos difíciles, por las heridas y dificultades,
porque nunca te vas lejos, y porque con tu Gracia
seguimos adelante, aprendiendo a aprender de todo y de todos.
Gracias por las grandes alegrías, por las experiencias de gozo intenso,
de plenitud, de amor y comunión, de paz profunda,
de apertura radical al don de la existencia.
Gracias por el don inmerecido de la fe, por los santos de la puerta de al lado
que nos enseñan a creer, por la Virgen María y tantos compañeros de camino
que ya nos precedieron en el encuentro con vos en el Cielo.
Gracias por el don inmenso de la vocación sacerdotal,
por el regalo de que hayas tomado el corazón entero
y por la bendición de poder gastar la vida amándote y sirviéndote en los demás.
Gracias por el horizonte de la Vida eterna
que empieza aquí y ahora y que promete tanto.
Gracias por la Misericordia infinita e incondicional c
on la que acompañas cada paso de nuestra vida,
y porque ella es nuestro único mérito para saltar en tus brazos cada día
y alguna vez para siempre.
Que por la intercesión de nuestra querida Madre la Virgen María,
descienda la bendición del buen Dios sobre nosotros,
las personas que llevamos en el corazón,
aquellos con quienes compartimos la vida, la fe y el servicio,
y especialmente sobre quienes más lo necesitan, y permanezca para siempre.
Amén.
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