El sí de Maria

viernes, 2 de diciembre de 2011
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En el sexto mes, el ángel Gabriel, fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una Virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la Virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó diciendo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” Al oír estas palabras, Ella quedó desconcertada y se preguntaba que podía significar ese saludo, pero el Ángel le dijo: “No temas María, porque Dios te ha favorecido, concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, Él será grande y será llamado hijo del altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso si yo no tengo relaciones con ningún hombre?” El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre Ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Niño será Santo y será llamado hijo de Dios. También tu pariente Isabel recibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios” María dijo entonces, “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí lo que has dicho” Y el Ángel se alejó.

 

                                                                                                                      Lucas 1, 26-38

 

Es la respuesta que Santa María ofrece al anuncio del Ángel, “He aquí la esclava del Señor”, está su sí, su aceptación, la expresión de adhesión humana a este misterio de Dios que la invita a ser la Madre del divino redentor hecho hombre, está expresada en este “Hágase en Mí según su palabra”, el sí de María, la aceptación, el considerarse esclava, es decir toda de la voluntad de Dios, abrazada plenamente a esta voluntad de Dios que la invitaba a ser colaboradora en la obra redentora de Dios. De allí que el sí de María, es lo que nos mueve a nosotros a alabarla a la Virgen por su disponibilidad, su sencillez, su apertura total, la toda inmaculada es la que también manifiesta su ser toda fiel, el querer ser toda fiel a la voluntad de Dios.

La consigna que nos proponemos compartir en esta catequesis es a partir de este sí, preguntarnos ¿A qué te mueve el sí de María? ¿Qué realidad que estás viviendo en este momento de tu vida se siente iluminada por este sí de María, por esta disponibilidad de Ella?

El concilio Vaticano II, en la constitución apostólica Lumen Gentium, luz de la gente, cuando habla de la iglesia, dedica un capítulo especial, el octavo, a la Santísima Virgen María y hay un párrafo sobre María en la Anunciación, allí el magisterio de la iglesia, nos dice, El Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida, lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús, por haber dado al mundo la vida misma que renueva todas las cosas y por haber sido adornada por Dios con los dones digno de un oficio tan grande. Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios, totalmente Santa, e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva creatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad singular, la Virgen nazarena, por orden de Dios, es saludada por el Ángel de la anunciación como llena de gracia, a la vez que ella responde al mensajero celestial “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” Así María, hija de Adán al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno, la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su hijo y sirviendo con dirigencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios omnipotente. Con razón piensan los santos padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en la mano de Dios, sino que coopero a la salvación de los hombres con fe y obediencia libre, como dice San Ireneo, obedeciendo se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano, por eso, no pocos padres antiguos afirman gustosamente con Él, en su predicación, que el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María, que lo atado por la virgen, Eva con si incredulidad, fue desatado por la virgen María mediante su fe y comparándola con Eva llaman a María, madre de los vivientes, afirmando aún, con mayor frecuencia, que la muerte vino por Eva, la vida por María. Con el sí de María comenzó en nosotros la vida para siempre, la vida verdadera, la vida en abundancia que Cristo nos ha traído.

En el relato de la anunciación se trata, sobre todo, de las maravillas de Dios con la virgen, Dios le muestra todo lo que hace por ella, lo que tiene la intención de hacer y le pide permiso para encargarse de ella, es como si el Dios, tres veces Santo, dirigiese una súplica a María diciéndole, “Quieres decir sí a la encarnación de mi hijo”, sin duda que esta expresión, nos denota la paternidad de Dios como hasta tímida y respetuosa, que no se impone porque sabe que querer impone siempre un cierto poder, como aparece allí un Dios desarmado, que expone su deseo de realizar la obra redentora necesitado de ser escuchado y de una respuesta favorable para que la obra redentora pensada desde siempre se pueda realizar entre nosotros los hombres. Todo el amor de Dios necesitó del sí de una mujer para que sea toda obra entre los hombres y las palabras de la Virgen en la Anunciación nos presenta cómo Ella con un sentido fuerte, con un sentido orante, con el dinamismo de la fe, con su apertura a la palabra de Dios, con su adhesión ilimitada a la propuesta divina, acepta ser partícipe de esta obra redentora, lo que equivale decir que descubre en este sí su vocación y su misión. En Santa María, no se puede disociar la oración de la misión, están entrelazadas siempre porque su oración formulada en estas breves palabras “He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra”, expresa todo lo más profundo de su ser y su adhesión total a la voluntad de Dios a lo largo de toda su existencia, es una oración sin necesidad de multiplicar palabras, realiza plenamente la palabra de su hijo. Aquello que escucharemos en el evangelio de Mateo, “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” y esta expresión de Jesús conlleva una alabanza al sí de María, porque Ella ha querido ser fiel a la voluntad del Padre, adhiriéndose a su obra salvadora. Jesús fue el primero que vivió esta síntesis entre su oración y su consagración al Padre, es el que cumplió perfectamente la voluntad del Padre. Pero en María, nosotros descubrimos, como va a decirnos el apóstol San Pablo, a alguien de nuestra raza, que se adhirió plenamente a esta voluntad de Dios, con su sí simple, sincero, apostó con esperanza a que Dios iba a realizar su plan, aún si saberlo, aún sin conocer en detalle paso a paso lo que le iba a ocurrir. Es que con las cosas de Dios siempre pasa de este modo, Dios es el que nos pide un sí pero la obra la hace Él. Y en nuestro sí, en nuestra adhesión a esa voluntad de Dios va involucrado también todos nuestros dejarnos estar en sus brazos. No es que Dios viene a presentarnos un formulario donde está metodológicamente expresado en pasos, en momentos, en actividades, en situaciones todo lo que nos va a ir ocurriendo cuando nosotros nos adherimos a su voluntad. Dios lo que quiere es nuestra aceptación primera, y a partir de allí Él realiza todo el resto y nosotros cuando damos nuestro sí a la voluntad de Dios, lo damos de una forma primera, pero adhiriéndose luego a todo lo que nos va a ir ocurriendo, porque de veras nos adherimos con todo nuestro amor y sabemos como decía antes, que en la voluntad de Dios está todo lo mejor que nos puede pasar y todo lo bueno y todo lo mejor que nos toca vivir en este momento de nuestra vida. Cuando miramos de cerca nuestra vida de relación con Dios, nos vemos obligado a reconocer que no va todo en nosotros tan bien como quisiéramos, me vasta por ejemplo, el contemplar el sí de María en la Anunciación o cuando Ella hace la oración en el Magníficat, para confesar humildemente que también nos gustaría a nosotros consentir así con la voluntad de Dios, pero que somos incapaces. Está a nuestro alcance descubrir la voluntad de Dios, verla, realizarla, pero a veces no está al alcance de nuestra voluntad adherirnos con esa fuerza con que lo hizo María, con ese convencimiento y de pronto a veces nos puede pasar que ante atisbos de la voluntad de Dios que se presente en nuestra vida, sobre todo en momentos de cruces, pruebas, de búsquedas, ese sí cuesta un poco que arranque porque debemos apostar a la confianza en los brazos de Dios, a la confianza en su voluntad entre nosotros. Cuando existe una dificultad real, tenemos la tentación de plegarnos para nuestro favor y para quedarnos como escudados por nuestra timidez o por nuestro miedo o no atrevernos a llamarlo a Dios como Padre y confiar en Él y en su obra o a no ser capaces de entregarnos a Dios porque me falta voluntad y generosidad, a veces a causa de cansancios, de la depresión, de la circunstancia que me rodea, de mi ambiente, de las cosas que me toca vivir, también puede ser de mis miedos, de mis temores. Y en esto tenemos que ser muy concretos, ante todo debemos reconocer y no podemos negar los problemas que tenemos o que existen, pero que no debemos dejarnos atrapar por ellos, porque a veces se ocultan allí una dificultad todavía aún más profunda y es al mismo tiempo un peligro que nos pueda apartar de la voluntad de Dios. Es evidente que existe el peligro y que no viene solamente por las complicaciones y penas de la vida, el peligro existió siempre como tentación para postergar o retrasar la voluntad de Dios, pero también existió para la Virgen en la prueba de la Anunciación. La incertidumbre, el no conocer lo que iba a ocurrir, la magnificencia de la noticia que se le daba, que iba ser la Madre del Hijo de Dios, la Madre del Redentor, María, libre, podría haberla rechazado a esta propuesta, sin embargo fue precisamente su amor incondicional al Dios, la que arrancó su sí generoso, total de la vida de María unida a la voluntad de Dios.

 

Nos unimos en la oración de unos por otro para que esta respuesta de Santa María, su sí y aceptación a la voluntad de Dios, también se haga efectiva hoy en cada uno de nosotros. Ya sea en los momentos de gozo, bienestar y también a veces en las pruebas, o en la cruz, cuando aparece, en la oración de intercesión, nos ayuda a que esta generosidad de corazón, nos permita elegir siempre la voluntad de Dios.

En esta meditación de hoy del Sí de María a la luz del evangelio de la Anunciación, decíamos es como que en este momento nosotros estamos frente a la voluntad de Dios, como lo estuvo María, y o uno sigue la idea propia o sigue la idea de Dios. Si yo opto por mi propia idea, voluntad, voy a recibir la desorientación, pero cuando seguimos la voluntad de Dios se recibe la Bienaventuranza por la fe y la esperanza. Estos son los dos caminos que en el Salmo I nos lo presenta como opción de vida. Dice el salmo: “El camino del justo, y el camino del impío”. Si elijes mi camino, mi voluntad, serás bendecido tú y toda tu vida, será como el árbol plantado junto a las aguas del río. El hombre maldito, malvado, porque pone su confianza en el hombre y allí es como va a experimentar la sequedad y la desolación.

Lo que hemos dicho de la fe de María, una preferencia permanente dada al pensamiento de Dios, también es una invitación para nosotros, que como hijos, como hermanos de Jesús, necesitamos dar una respuesta siempre a la voluntad del Padre en cada momento de nuestra vida. Es aquí donde encontramos la línea de separación entre la confianza y la humildad, Por confiar, fiarse de Dios, también hay que ser humilde, es decir que no hay que mirarse a uno mismo, sino mirar únicamente a Dios y lo que quiera hacer con nosotros.

La dificultad de la fe es la misma que el de la humildad, se trata siempre de dar preferencia a Dios y a su pensamiento más que al nuestro. Por eso en el evangelio, Jesús llama bienaventurados a los humildes y a los pequeños, pues sólo ellos son capaces de fiarse de Él, de confiar en Él de una manera absoluta, ya que no tienen otra solución de recambio. Los que prefieren su juicio al de Dios, tienen el peligro de obstinarse, de encerrarse en la voluntad humana, lo que les hace incapaces de confiar. Uno desconfía del otro porque ha puesto más confianza en uno mismo. Los profetas expresarán más claramente estos dos caminos representados por dos tipos de hombres. Nos va a decir el profeta Jeremías, “Maldito sea aquel que se confía en hombres y hace de la carne su apoyo y de Yahvé se aparta su corazón”. “Bendito sea aquel que confía en Jahvé, pues no defraudará el Señor su confianza”.

En definitiva, el único y verdadero problema de la vida es saber si nos vamos a fiarnos de Dios o apoyarnos en nosotros mismos, en los demás. Confianza en Dios o confianza en el hombre.

La respuesta de María cuanto la decimos en latín, decimos “el Fíat” de María, que quiere decir el sí. Ella confió, se fió de lo que Dios le presentaba como su plan, no sólo para Ella sino para toda la humanidad, estaba este peso en la propuesta de Dios que en el sí de María estaba involucrada la salvación y la redención de toda la humanidad. Basta leer en el evangelio para comprender que la única actitud del hombre que arranca Cristo con exclamaciones de alegría y de fe, es precisamente cuando el necesitado confía en Él. En alguna oportunidad en textos del evangelio cuando Jesús antes de realizar un milagro de una curación, pide esta actitud de confianza, actitud del Fíat, del sí, pide esta adhesión del enfermo, del necesitado, del endemoniado, del paralítico, pide esta adhesión a su voluntad que es la salvación. Pero también en algún pasaje del evangelio de San Lucas, Jesús afirma que no ha encontrado esta fe en Israel. Cuando tiene que alabar la confianza en algún pagano que pone su confianza en Él, manifiesta este reproche.

Para Cristo, nuestro Señor, la línea de partida no pasa entre el pecador y el no pecador, sino entre el que cree y el no creyente, porque el que cree, se adhiere a la voluntad de Dios.

En este tema, de una manera unánime afirmamos con aquellos que han escrito en la vida espiritual, afirmar que la fe es la gran prueba de la vida, es descubrir que también es un combate que debe llevarnos a la victoria, no un combate de fuerza física pero sí de nuestro interior, porque siempre el corazón del hombre va a tener también la capacidad o la posibilidad de desconfiar por más que nos aparezca la voluntad de Dios, cuando uno se encierra en la limitación humana, o en la miseria humana, es allí donde aparece la desconfianza y por eso vivimos un combate que tiene que romper el egoísmo de nuestra desconfianza para confiar más en Dios, para ponernos totalmente en sus brazos y sobre todo saber que cuando confiamos en la voluntad de Dios, es lo mejor que nos puede pasar.

A veces queremos hacer mucho por Dios, sobre todo ser generosos, pero nos cuesta comprender que la primera generosidad de nuestra vida es poner nuestra confianza en Él, lo que equivale decir que esta súplica que hacemos de nuestro corazón nos permite dar el salto a lo imposible. Decir que debemos volver a menudo sobre este don de la confianza, pues siempre queremos dar a Dios otras cosas y lo que le interesa a Dios y a Cristo no es el bronce de nuestra generosidad, sino el oro de la confianza. San Pedro en su primera carta, nos manifiesta esta expresión, dice: “L a calidad probada de vuestra fe es más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego”. Allí es donde se nos presenta el objeto de nuestra fe, que es confiar y confiar con todo lo que nosotros somos y con todo lo que podemos.

La fe es esta actitud que Jesús pide a los que ya le han dado su adhesión. Por eso en alguna oportunidad reprocha a los apóstoles que fueron hombres de poca fe. Quien confía cree y por creer es que antes hemos confiado en la voluntad de Dios, de allí que a Santa María la llamamos la mujer creyente, porque con su sí, confió totalmente en Dios.

 

                                                                                                                          Padre Daniel Cavallo