El sol

martes, 20 de diciembre de 2011
 

La simbología del sol es masculina y se relaciona con los arquetipos del padre y del gobernante. El sol desde el cielo observa todo, sabe todo y se impone sobre todos, por eso representa una imagen de la justicia. El movimiento del sol en el cielo no es impredecible, al contrario, responde a un ritmo que se repite año tras año, lo cual permitió desarrollar los calendarios. Este cumplimiento exacto del ritmo solar hace que este astro esté asociado también a la idea de la ley que organiza el universo.

 

El culto al Sol como divinidad se extiende en las más diversas culturas. Y así encontramos los nombres que se le dio en distintas religiones:

 

Apolo / Febo: romanos

Ra: egipcios

Helios: griegos

Utu: sumerios

Inti: incas

Huitzilopochtli: náhuatl

Pagé abé (padre sol): dasana (Colombia)

 

Las sociedades en las cuales el culto al Sol fue dominante o exclusivo, presentan una estructura fuertemente jerárquica. Así por ejemplo entre los incas; el Inca gobernante era considerado “hijo del sol”.

 

El sol en la Biblia

 

Para evitar la idolatría que podría surgir del contacto con el paganismo, la Biblia remarca, desde la primera página, que el sol es una criatura puesta por Dios al servicio de la humanidad, con determinadas funciones:

 

14 Dios dijo: “Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años, 15 y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra”. Y así sucedió. 16 Dios hizo los dos grandes astros –el astro mayor para presidir el día y el menor para presidir la noche– y también hizo las estrellas. 17 Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, 18 para presidir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que esto era bueno. 19 Así hubo una tarde y una mañana: este fue el cuarto día. (Gén 1,14-19).

 

El sol responde a una ley, que ha sido puesta por Dios. En el siguiente salmo apreciamos la correlación entre la Ley divina que rige al ser humano (la Torá) y la ley que cumplen el sol y los demás astros ocupando su lugar en el universo:

 

5 Resuena su eco por toda la tierra

y su lenguaje, hasta los confines del mundo.

Allí puso una carpa para el sol,

6 y este, igual que un esposo que sale de su alcoba,

se alegra como un atleta al recorrer su camino.

7 Él sale de un extremo del cielo,

su órbita llega hasta el otro extremo,

y no hay nada que escape a su calor.

8 La ley del Señor es perfecta,

reconforta el alma;

el testimonio del Señor es verdadero,

da sabiduría al simple.

9 Los preceptos del Señor son rectos,

alegran el corazón;

los mandamientos del Señor son claros,

iluminan los ojos. (Salmo 19, 5-9)

 

Es en Dios en quien están los atributos de gobierno y de ley, porque El hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5,45).

 

Jesús, sol de justicia

 

El “Benedictus”, himno entonado por Zacarías, el padre de Juan Bautista, nos presenta a Jesús como sol que llega a traer la luz sobre los que están en sombra:

 

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
. (Lc 1,78-79)

 

En el siglo IV, una vez terminadas las persecuciones del Imperio Romano, los cristianos comenzaron a celebrar la Navidad. Para esto, no contaban con la fecha cierta del nacimiento de Jesús. Decidieron hacerlo el 25 de diciembre. Ese día, las religiones paganas europeas festejaban el Nacimiento del Sol Invicto. En el hemisferio norte, esa es la noche más larga del año. Pero a partir de esa fecha, ya comienzan a alargarse los días, el sol va saliendo más temprano y se pone más tarde. Esa noche era especialmente festejada con luces y mucha alegría, porque a partir de allí, comenzaría a “volver” el sol. Los cristianos europeos consideraron que, al no saber la fecha exacta del nacimiento del Señor, lo más adecuado era festejarlo en ese día, celebrando a Jesús que, como dice el Benedictus, es el Sol que llega hasta nosotros.

 

El Sol que encontraremos al final

 

Jesús brilla como Sol eterno, como luz con la cual nos encontraremos cuando llegue el Reino en forma definitiva.

Esto estuvo anticipado en la transfiguración de Jesús:

 

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. (Mt 17,1-2)

 

En el Reino, no será necesaria la luz de este astro, el Sol, porque Jesucristo mismos nos iluminará:

 

Y la Ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero. 24 Las naciones caminarán a su luz y los reyes de la tierra le ofrecerán sus tesoros. Sus puertas no se cerrarán durante el día y no existirá la noche en ella. (Ap 21,24-25)