El soplo del Espíritu

lunes, 8 de octubre de 2007
image_pdfimage_print
¿Cómo vivir con sencillez en un mundo angustiado?

La angustia complica mucho las cosas, la angustia trae una fuerza de disociación, de división, de tensión interior.

¿Cómo vivir con sencillez en un mundo angustiado? ¿será posible? No sin el soplo del Espíritu que nos renueva una y otra vez.

 

Una vez vino López Quintás, hace mucho años, yo no era creyente en esas épocas, pero había ido a escucharlo a una conferencia, no sabía que el era sacerdote, conocía algo de su filosofía, de su teoría y fui a escucharlo.

Me acuerdo, siempre me quedó grabado, una expresión que el hace “Cuando la realidad es complicada, hay que ser complicado” y me quedó grabado.

Está muy bien, para el análisis de las cosas. No podemos caer en simplismos que son una gran tentación, el querer reducir los matices y la complejidad de la realidad, como es agobiante a veces la realidad o nuestros temas son complejos y tienen como muchas aristas y entonces queremos reducirlos egocéntricamente para que resulte más fácil encontrar una solución.

A veces estamos años sin encontrar la solución a un problema.

 

Yo quiero plantear el otro costado de esta luna. El otro costado es la simplicidad o la sencillez, pero para entender porqué podemos vivir con simplicidad, porqué el espíritu hace simples, porqué Jesús nos exhorta a ser como niños, porqué nos manda a ser como corderos en medio de lobos, o nos dice que tengamos la paz de las palomas o la mansedumbre de las palomas, es necesario escudriñar el significado que el Espíritu le da a la simplicidad o a la sencillez.

 

En los 54 textos que en el Antiguo Testamento aparece traducido por simplicidad el lenguaje hebreo, en todos ellos la concepción que domina estas traducciones es entrega total e incondicional a Dios.

De manera que la simplicidad sería la entrega incondicional a Dios. Ser simples no es ser bobos. Ser simples en estos términos, ser sencillos, es entregarse incondicionalmente a Dios.

 

El Padre Carlos de Fucoult, le escribe una carta al Padre Roger el 20 de Abril de 1903. Carlos de Fucoult fue este hombre que se fue a vivir al desierto del Sahara, en el África, siguiendo la vida pobre y solitaria de Jesús oculto y que muere hasta por un error asesinado.

En la carta le dice “Jesús no nos pide nunca cosas complicadas” tan distinto a lo que uno siente, cuantas veces tenemos ganas de decirle al Señor ¡qué complicadas que son las exigencias evangélicas!, ¡qué agobiantes son las exigencias evangélicas!, ¡qué complicado es vivir como cristiano en este mundo!

 

Fijate lo que dice este santo “Jesús no nos pide nunca cosas complicadas, a todos nos pide una simplicidad de niños unida a una gran prudencia”.

Yo digo, ¿no se contrapone pensar en una simplicidad de niños unida a una gran prudencia? Los niños no son prudentes. Si, lo son.

Cuando un niño se siente inseguro, se para al borde del peligro y llama a papá, y nunca hace nada que sienta que pone en riesgo su vida.

 

…“una simplicidad de niños unida a una gran prudencia, la cual consiste en buscar cuidadosamente cual es la voluntad de Dios y hacerlo sin error.”

Dos cosas interesantes, buscar la voluntad de Dios pero para hacerla, no para entrar en disquisiciones intelectuales, no para elaborar teológicamente, no para deliberar o generar una teoría sobre la vida, sobre Dios, sobre el pecado, sobre la gracia o lo que fuera.

Buscar la voluntad de Dios para hacerla.

Esto es tener un sentido práctico de la búsqueda de la voluntad de Dios, y esto es la simplicidad, el desapego de todo lo que Dios no quiere.

 

Disponibilidad, abandono, docilidad, a estas acepciones es a lo que la Biblia llama simplicidad o sencillez. Nada tiene que ver con la apatía, con la tontería o con las ganas de hacer fáciles las cosas.

La sencillez y la simplicidad es tener en claro para qué estamos en este mundo y hacia donde vamos.

 

También se lo asocia con rectitud. ¿Y rectitud que significa? ¿Qué uno va a ser rígido, estructurado, moralmente insobornable y al mismo tiempo estricto y exigente con los demás?

Cuando se dice que es una persona recta, muchas veces se nos viene la imagen de una persona intransigente. No. La rectitud tiene que ver con el sentido.

Es alguien que va derechito hacia el lugar en donde quiere ir.

 

La simplicidad tiene que ver con esa capacidad de ir derecho a donde queremos ir. Y la complejidad viene, a veces, de preguntarnos demasiado más por las causas de nuestros problemas que por el sentido de nuestros problemas.

 

Por lo tanto, muchas veces tenemos demasiado en cuenta cual es el origen o la causa de nuestras mociones, nuestros impulsos en vez de darle prioridad al sentido de nuestras cosas.

Entonces, volviendo a lo concreto, la pregunta es: para ser simples en este mucho angustiado ¿para qué vivís? ¿a dónde estás yendo? ¿para que estás trabajando? ¿con qué sentido estás sintiendo lo que estás sintiendo, estás viviendo lo que estás viviendo? ¿cuál es el rumbo final de tu existencia?

 

Quizá empiecen ordenándose los impulsos y sentimientos en torno a esa meta, ese fin o ese horizonte, o ese paisaje y recuperes la alegría.

 

Cuando nos alteramos, creemos casi automáticamente que solamente nos sentiríamos mejor si alguien o algo cambiara en nuestro entorno.

Tenemos esa tendencia a rápidamente identificar qué del entorno exterior a nosotros mismos debería cambiar para que nosotros nos sintiéramos mejor. Está bien. Es muy importante tener en cuenta lo que uno necesita en el entorno exterior, cuales son las necesidades y trabajar para alcanzarlo.

Es muy importante saber cuales son las necesidades que están insatisfechas o cuales son los cambios que hay que hacer para sentirnos mejor.

 

Pero ocurre que a veces, pasamos toda una vida esperando que estos cambios acontezcan y estamos cada vez más empantanados y cada vez nos sentimos más conflictuados y se derrocha una gran cantidad de energía en lamentarnos y en intentar controlar la situación o a los demás.

 

He visto personas caer en depresiones muy agudas, hasta peligrosas, cuando al cabo de los años van comprobando, a veces abruptamente y otras veces lentamente, les va cayendo la ficha de que la circunstancia que rodea a esa persona no va a cambiar. A veces es tan increíble el poder que tiene la mente, como se resiste a darse cuenta que no va a poder cambiar al otro sea cónyuge, hijo, padre o madre.

Es increíble como nos engañamos a nosotros mismos y pasamos años de nuestra vida esforzándonos por lograr cambios en los demás o en el entorno sin que logremos nada.

 

Esto se resume en la frase de Pedro cuando le dice a Jesús “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada”. Arduamente trabajamos noches enteras de la vida, me refiero a esos trabajos de oscuridad, esos trabajos que se hacen fatigosos, esos que se hacen en las sombras, esos trabajos arduos que se hacen en una confianza que termina siendo una esperanza maldita porque nos defrauda terriblemente y corremos el riesgo de no izar nunca más nuestra vela hacia altamar.

 

Anthony de Mello solía contar una experiencia budista. Un discípulo que siempre se quejaba a su maestro de los otros, el maestro le dijo “si lo que quieres es paz, trata de cambiarte a ti mismo y no a los demás. Es más fácil proteger tus pies con zapatillas que tratar de alfombrar toda la tierra”.

 

¿Cómo vivir con sencillez en un mundo angustiado? Asidos fuertemente en la fe, porque la fe nos trae la esperanza y el amor. El amor nos trae la fe y la esperanza. La esperanza nos trae la fe y el amor. Son tres hermanas inseparables, siempre andan juntas. Los ojos de la esperanza son ojos de agradecidos.

 

¿Cómo voy a estar agradecido con todos los problemas que tengo? ¿Cómo voy a estar agradecido cuando no tengo para pagar la luz o comprarle las zapatillas a Juancito? Pocas expectativas, mucha esperanza. ¿será una fórmula válida para tu vida? ¡qué combinación tan extraña!.

 

La visión que se forma en el alma que tiene muchas esperanzas pero pocas expectativas, es decir, no depende de los resultados, y en este sentido es el soplo del Espíritu el que mantiene a este corazón permanentemente asido a la esperanza en la confianza de ser amados.

La confianza en que Dios es definitivamente el timonel de la historia, de mi historia y me ayuda a encontrarle sentido aún al dolor y al sufrimiento, porque el dolor y el sufrimiento son situaciones que vienen en nuestra vida para enseñarnos cosas.

 

Madre Teresa de Calcuta explica en una narración muy bonita claramente la importancia que tiene realmente creer en Dios más allá de lo que la gente diga o haga.

Dice Teresa, “tenemos un lugar en Australia, que como saben, viven bastantes aborígenes en muy malas condiciones. Cuando fuimos allí, encontramos un anciano en unas condiciones terribles, fui a verle, traté de charlar con él y le dije “permítame limpiar este lugar y también su cama y todo lo demás” el me contestó “estoy perfectamente, no necesito nada” le dije “estaría mucho mejor si esto estaría limpio” finalmente me lo permitió y mientras estuve en su habitación, aunque en realidad eso no era una habitación. Vi que tenía una lámpara muy hermosa llena de polvo y suciedad. Le dije “¿no enciende usted la lámpara?” y el respondió “¿para quién? Nadie viene acá, nunca veo a nadie. Nadie viene a verme, no necesito encenderla”. Entonces le pregunte “si las hermanas vienen a verle ¿encenderá la lámpara para ellas?” “si lo haré” me respondió.

Así que las hermanas comenzaron a visitarle por la tarde y se habituó a encender la lámpara. Algún tiempo después, vivió más de tres años, me envió un mensaje con las hermanas diciéndome “díganle a mi amiga que la luz que puso en mi vida todavía alumbra”.”

 

Este hermoso testimonio que ha relatado Teresa de Calcuta nos pone en evidencia, como estas circunstancias de este hombre cambió poco o nada, pero el cambio se operó a través del amor y la esperanza que enciende el amor en el corazón del hombre.

 

Thomas Merton, escribió a un joven activista, la época en que esta carta fue escrita, década del 70´, mucho jóvenes que trabajaban denodadamente en diferentes frentes del mundo del trabajo por un mundo mejor.

Thomas Merton, un monje, maestro espiritual, teólogo, trapense, escribió esta carta:

“No dependas de la esperanza en los resultados. Cuando hacés la clase de trabajo a la que vos te entregás, esencialmente a un trabajo apostólico, quizás tengas que afrontar el hecho de que sea aparentemente inútil o incluso sin resultado alguno, cuando no, el resultado contrario al que esperabas.

Si te acostumbras a la idea, empezarás a concentrarte cada vez más no en los resultados, sino en la autenticidad del trabajo por si mismo, en el valor del trabajo por sí mismo y hay también un gran labor por hacer que gradualmente te esforzarás menos por la idea y más por personas.

El campo tiende a estrecharse pero es cada vez más real, al final, lo que salva el asunto es la realidad de las relaciones personales. Y no tanto las causas o las ideas que habías sembrado en tu cabeza.

Estás harta de palabras, no te lo reprocho, también a mi en ocasiones me producen nauseas, para decir la verdad, me dan nauseas, muchos ideales y palabras y causas me dan nauseas.

Esto puede sonar a energía, pero espero que entenderás lo que quiero decir, es tan fácil llenar el aire de ideas, de slogan y mitos que al final uno se encuentra llevando la bolsa vacía, sin nada a ella que tenga significado.

Y entonces la tentación es gritar más fuerte que nunca para hacer volver el sentido como por arte de magia. Sufrir esta clase de reacción te va a ayudar a guardarte de ella.

Tu sistema se lamenta de un exceso de verborragia, tiene razón, los resultados no están ni en tus manos ni en las mías, pero sucede de repente y podemos participar en ello, aunque no tiene objeto construir nuestras vidas sobre esta satisfacción personal que puede no estarnos permitido y que a fin de cuestas no es tan importante.

El paso siguiente en este proceso es que veas lo que piensas a cerca de lo que haces y te des cuenta que lo que haces tiene una importancia capital.

Probablemente te esfuerzas en construirte una identidad en tu trabajo, fuera de él y en tu testimonio. La utilizas al hablar para protegerte contra la nada, la aniquilación y ese no es un uso correcto de tu trabajo.

Todo lo bueno que deseas hacer no vendrá de ti, sino del hecho de que has permitido en obediencia de fe que el amor de Dios te utilice. Lo más grande es vivir, no poner tu vida al servicio de un mito o convertir en mito las mejores cosas. Si puedes librarte del dominio de tus causas y servir tan sólo la verdad de Cristo, podrás ser más y te sentirás menos aplastado por las inevitables decepciones.”

 

Cuando terminó el Concilio Vaticano II, Carl Ranner, famoso teólogo, afirmó: “La purificación ha comenzado por al casa de Dios.” Y la verdad que se vino fuerte la purificación después del Concilio Vaticano II, todavía estamos viviendo los cimbronazos.

La Iglesia se encuentra dentro de un verdadero movimiento sísmico y frente a este cimbronazo están los que padecen turbación, inquietud, agitación, tentaciones, desconfianza, falta de esperanza, tristeza que azota a todos, sacerdotes, obispos, religiosos, laicos, todo forma parte del tembladeral.

Y están también los que tiene, como decía Teresa, un ánimo animoso, también eso lo hemos visto como fruto del Concilio, una alegría interna que atrae hacia Dios y que aquieta y llena de paz el alma y gente que aumenta en la esperanza y en la fe y movimientos laicos y comunidades y verdaderas primaveras, como decía Juan Pablo II, de la Iglesia.

 

Y ambas actitudes, no es que unas sean malas y otras buenas, ambas actitudes pueden pasar por el mismo corazón, ambas actitudes pueden pasar por al misma existencia.

Ya ves, Teresa de Calcuta estaba en una situación de mucha desolación y de mucha agitación e inquietud y mirá la obra que a través suyo hizo Dios.

 

El tema es que después del Concilio se acentuó fuertemente el seguimiento de Cristo, el discipulado, la vida de la fe ya no como una inercia socio religiosa, ya no se es creyente por inercia cultural, sino que se es creyente por respuesta personal, consciente y libre.

Ahí estamos, frente a nuestras opciones y por medio de esta respuesta personal, consciente y libre el Espíritu busca soplar en las almas con mayor grandeza y madurez sicológica y espiritual formando verdaderos profetas o líderes o creyentes discípulos que asumen realmente el mensaje de Cristo con radicalidad.

Y por esa razón, en la actualidad, vemos a los ánimos animosos, tanto como a las personas angustiadas y decepcionadas en nuestras propias comunidades.

 

“El que esté de pie cuídese de no caer, los fuertes sostengan a los débiles” dice san Pablo.

 

Para saber responder sin angustia a los cimbronazos religiosos, eclesiales y sociales que se están viviendo en estos tiempos, hay que decir un sí al Espíritu con ánimo y fortaleza frente a las exigencias del mundo de hoy, que son muchas.

Estos son tiempos heroicos, porque ya hace falta heroísmo hasta para criar una familia, hasta para educar una familia, la empresa familiar es hoy una empresa heroica. Hace falta heroísmo para resistir la corrupción, ya hoy trabajar honestamente sin modificar la balanza, como dice el Antiguo Testamento, a favor mío, es hoy una exigencia heroica en este mundo que apela rápidamente al pecado como un modo de amortiguar el impacto de sus propias inquietudes.

 

Pero para los que tienen ánimo y fortaleza, la fe les dice que el Espíritu no se ha quedado estático, en determinados hechos del pasado. Todo lo contrario. Obra, es un hacedor, está y obra aunque a veces, claramente, no lo sintamos.

Cuando esa experiencia se hace carne, evidentemente la esperanza reina en nuestro corazón y cuando la esperanza reina en nuestro corazón ya no creemos que estamos haciendo algo bueno sino que Dios está haciéndolo a través nuestro, a pesar nuestro y a veces con nuestras propias dificultades.

 

Si estás deprimido, seguramente te habrán dicho más de uno que te levantes de la cama y que comiences a trabajar. La marcha, el movimiento es vida.

Si estás deprimido levantate de la cama y comenzá a hacer algo, si no encontrás inspiración, agarrá un pincel, agarrá una birome y comenzá a escribir o pintar.

La muerte es el congelamiento, la vida el es movimiento.

 

Lo que nos paraliza es sentir que no tiene sentido el movernos ni levantarnos de la cama, ni comenzar a pintar porque de todas maneras mi cuadro no será famoso, mi obra, mi poesía o mi libro no será bueno y aquello que pueda ser al cruzar la corriente no será trascendente.

Eso no nos corresponde a nosotros.

Lo que nos corresponde es ponernos de pie y largarnos a andar.