El Valor de La Palabra

viernes, 19 de junio de 2009
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CUANDO UNA SOCIEDAD COMIENZA A PERDER LA CONFIANZA EN LA PALABRA, COMIENZA UN PROCESO DE CORRUPCIÓN Y DE DEGRADACIÓN EN LOS VÍNCULOS Y AL MISMO TIEMPO TAMBIÉN TODO TIPO DE TRATOS.

 

“CUANDO EL HOMBRE ABRE LA BOCA, SE JUZGA A SÍ MISMO” Emmerson

Una palabra no dice nada y al mismo tiempo lo esconde todo
igual que el viento que esconde el agua como las flores que esconde el lodo.

Una mirada no dice nada y al mismo tiempo lo dice todo
como la lluvia sobre tu cara o el viejo mapa de algún tesoro.

Una verdad no dice nada y al mismo tiempo lo esconde todo
como una hoguera que no se apaga como una piedra que nace polvo.

Si un día me faltas no seré nada y al mismo tiempo lo seré todo
porque en tus ojos están mis alas y está la orilla donde me ahogo,

    Cuando las cosas son muy decidoras, como esta canción, no me dan ganas de hablar más nada.

Jesús ha dicho “cielo y tierra pasarán, pero Mi Palabra no pasará”


Hay palabras que, aunque no estén escritas en ningún papel, muchas veces pesan en nuestra conciencia tanto o más que los documentos escritos.

Cuando era niña recuerdo haber presenciado escenas de cuando alguien pedía algo y quería firmar para darle mayor credibilidad a su promesa, y el prestamista –el que daba- se negaba a recibir una firma o documento escrito por considerar que eso era menoscabar la confianza que tenían en el otro.

Tratos y contratos de la vida, se respetaban a rajatabla, que tenían que ver con la propia dignidad, honorabilidad, contratos de palabra que nadie ni nada los debía romper, y que estaban justamente haciendo eso: dándole valor a la palabra.

    Sócrates enseñaba usando la palabra. Los pitagóricos –corriente filosófica griega- no confiaba en la escritura porque decía que ‘la escritura vulgarizaba las enseñanzas’.

    Los historiadores marcan el comienzo de la historia con el comienzo de la escritura, y en realidad llaman la “Pre-historia” a todo el devenir temporal de la cultura humana previa al comienzo de la escritura.  Yo, humildemente, quisiera que revisemos esa distinción arbitraria, porque si bien la escritura es un paso importantísimo en el desarrollo de las sociedades, no puede ser subestimado el valor de esas trasmisiones orales, ni condenar a sociedades sin escritura a la pre-historia.

Voy a leer “la revalorización de las palabras utilizadas en muchas culturas pre-históricas” –según esta distinción- para que descubran verdades tan importantes como para revisar también qué valor le estamos dando nosotros a nuestra propia palabra.
 ¡Cuántos de nosotros disfrutamos de ciertos bienes tanto morales, espirituales o materiales, justamente porque una palabra fue cumplida. A veces, para cumplir esa  palabra, hizo falta un nivel de heroísmo importante. No solo la palabra dada en lo que hace a los contratos económicos. A veces son palabras que se dan y se mantienen durante años: un vínculo con una promesa en fidelidad a un contrato. A veces son simples hechos cotidianos entre vecinos en los que uno siente que puede reclinar su propia cabeza porque sabe que en momentos de necesidad, de debilidad, vulnerabilidad, urgencia, cuenta con la fidelidad a una palabra dada.
    Estas experiencias son hoy muy necesarias, porque cuando una sociedad comienza a perder la confianza en la palabra, comienza un proceso de corrupción y de degradación en los vínculos y al mismo tiempo también todo tipo de tratos.

    Citado por Mercedes Facunda en el libro “La escuela sumergiendo la cultura autóctona”, Ñanderú Narciso Acevedo Portillo, de la etnia guaraní, dice:
“Para los guaraníes, la palabra es canto, es danza y es oración para comunicarse con sus propios dioses, porque el ser guaraní se identifica profundamente con la palabra, y ésta marca el rasgo esencial del hombre. Desde el momento en que está engendrado, la palabra lo marca. En la unión sexual amorosa, el padre -creen ellos-, comunica la palabra soñada por Dios a la madre. Y la mujer queda preñada tanto por el esperma como por la palabra que el padre le dice en el momento de la concepción. Ellos creen que el ser humano es una encarnación de la palabra. Del mismo modo, el yaman guaraní que está sentado en su apica de cedro en la profundidad de su sueño, concibe la palabra, la que se engendra y nace igual que el hombre. Y esta palabra es instrumento de perfección a través de la cual el guaraní se hace más sabio y más hombre. Es la materia por la cual el hombre desarrolla su mayor talento, y la que puede redituarle su mayor prestigio. Esa palabra, la virtud más alta del guaraní, está en su capacidad de creación poética de concebir y de expresar justamente la palabra más hermosa. Por esa razón, no es de extrañarse este mensaje de la comunidad guaraní, que está escrito en su libro sagrado: “ Nuestro Padre Grande –dice- nos creó para resguardo de la selva. Para eso, nuestro Padre grande nos dejó la selva, la miel y todos los animales que están en ella. Para vivir en armonía con ellos. Estamos para preservar el bosque, para que no sea destruido. Los antiguos ya murieron. Nosotros somos los hombres del bosque.



No nos enseñaron a leer y a escribir porque no necesitamos poner nuestra palabra en un papel. Porque  nuestra palabra sirve por sí sola, porque es nuestra alma. Los blancos no saben esto, por eso necesitan poner su palabra en un papel para que se les crea. Esto significa que su palabra no tiene el valor por sí sola: porque tiene un alma que no procede de nuestro Padre Grande. Nosotros no necesitamos llamarnos por nuestros nombres. Nuestro nombre es sagrado. No debe pronunciárselo así no mas, por cualquier cosa. Pero como los blancos quieren llamarnos de alguna manera, dejamos que nos pongan sus nombres cristianos. Para nosotros esos nombres no tienen valor. Tan poco valor tienen, que los blancos necesitan tener un documento que garantice la veracidad de su nombre. Necesitan tener un papel que diga que éste hombre se llama de tal manera, -que de cualquier manera, puede ser tan falso como a veces es falsa su alma-.”
Con estas palabras de raíces guaraníes, quizá se puedan entender muchas cosas.

San Cayetano  Peteco Carabajal

Tímidamente los hombres llevando sombrero en mano
se inclinan mordiendo un ruego llegando al viejo santuario.

Las mujeres y los niños en corrillos apretados
se persignan y le rezan su amor a San Cayetano.

La procesión encendida con sirios y con reclamos
corea un cantico antiguo corea un antiguo salmo:

San Cayetano te pido que tenga pan y trabajo
no nos dejes sin tu ayuda Bendito San Cayetano.

"El que debe responder no ha de ser San Cayetano
los que deben responder están mirando a otro lado."

El pueblo muy bien lo sabe pero se aferra al milagro
en tierra quieren el premio de algún cielo anticipado.

El olvido siempre empuja con pena a los olvidados
buscando amparo en la fe no conocen otro amparo.

La procesión encendida con sirios y con reclamos
corea un cantico antiguo corea un antiguo salmo:

San Cayetano te pido que tenga pan y trabajo
no nos dejes sin tu ayuda Bendito San Cayetano.

"En otra puerta será en otra puerta el reclamo
el que debe responder no ha de ser San Cayetano."


    Cuando he leído leyendas y tradiciones guaraníes he encontrado muchas similitudes con la Biblia, fundamentalmente con el valor de la palabra dentro de la tradición judeo-cristiana. De hecho, ellos consideran que cada hombre es concebido por una palabra.
    Isabel Allende, una contadora de cuentos que sabe dar la palabra clave, que produce milagros en la vida de las personas.

    Pensemos en la inmensa burocracia que se crea justamente cuando se pierde el valor de la palabra, que es no solamente empeñarse en comprometerse a la promesa que se ha dado, sino también darle densidad a la palabra: hacer que la palabra tenga su propio peso, que deje una huella. No digo que concibamos la palabra con una fecundidad tan grande como nuestros hermanos guaraníes, que piensan que nuestra palabra fecunda y concibe a las personas, pero sí que concibe vínculos,  que una palabra llegada a tiempo puede salvar vidas –si no físicas, espirituales y morales, que somos heridos por palabras, así como también por ausencia de palabras, que hay palabras que decimos, que marcan huellas tan profundas que muchas otras millones de palabras jamás podrán borrar.
    El valor de la palabra, que ha sido nuestro modo de contarnos los aprendizajes durante tantos miles y miles de años entre los hombres.
    Vivimos en una cultura que le ha dado a la palabra un valor muy grande, al punto de marcar una división entre pre-historia e historia, a partir justamente de la palabra. Pero Jesús, la Palabra hecha carne, cuando vino, no dejó un testimonio escrito. Los Evangelios no fueron obra de Jesús. El ni siquiera se preocupó por tener un escriba al lado como hicieron otros profetas u otros maestros espirituales. Jesús vivió. No dejó testimonio escrito: quedó un testimonio escrito justamente por el valor de su Palabra. Su Palabra cambió la vida de tantas personas, que suscitó un testimonio escrito. Mientras tanto, pasaron muchos años después de la muerte de Jesús sin que hubiera una sola palabra escrita de lo que el Señor había dicho, había obrado, había ignorado, había omitido, había expresado.
    El valor de la palabra escrita es muy importante, y no quiero quitarle ni una coma al valor de la escritura. Pero ¡cuantas veces la escritura comenzó a ser un elemento de poder y de estratificación social en muchas sociedades!. Hasta hace poco, decir ‘no sabe ni leer ni escribir’ era una forma de subestimar el valor de una persona, que muchas veces su palabra tenía un valor inmenso. Muchos hemos conocido personas analfabetas con una riqueza enorme de su palabra.
    Después vinieron otros estratos: los legos, los faltos de letras o de noticias, y los letrados, que manejaban las letras. Después vinieron los doctores, que manejaban los conocimientos y que al mismo tiempo sabían escribirlos, y por eso sabían decirlos bien. Y los ignorantes.
Y de pronto hablar pasó a ser un hecho menor. La palabra pasó a ser un hecho menor. El hablar dejó de tener peso.
Creo que es hora de que comencemos a revisar nuestras propias palabras y nuestro propio compromiso frente a la palabra dada. Podemos ir revisando qué decimos cuando decimos “sí” y cuando decimos “no”.
Cuando Juan Pablo II reunió millones de jóvenes en el jubileo del año 2000, se produce un hecho sin antecedentes: una multitud de jóvenes nunca vista, reunida por un anciano. Cuando Juan Pablo II apareció, la ovación de los jóvenes fue un verdadero terremoto. Tuve la suerte de poder en ese momento tener una comunicación telefónica con jóvenes argentinos que estaban allí, y les pregunté: – ¿Me pueden decir –chicos- lo que encuentran en Juan Pablo II? ¿Dónde se ha suscitado este amor tan extraño entre un hombre grande, viejo, que a duras penas se le entiende cuando habla, y ustedes –que parecen vivir en un paradigma y en un mundo totalmente diferente al suyo? ¿Dónde está la clave de este encuentro? . Me respondieron: “Juan Pablo no nos miente. Su palabra dice lo que El piensa que es.”

No somos dueños de la tierra, pero sí somos dueños de las palabras.
“Siendo que el nativo se consideraba parte de la tierra, hijo de la tierra, en nuestro afán de poder y riqueza no vemos lo esencial” G.Wolf
Debe haber algún correlato en esta soberbia, en esta ambición de acaparamiento de poder y la pérdida del valor de la palabra.
En las culturas precolombinas y en general en  todas las culturas ancestrales –esto está también muy presente en el pueblo hebreo a la hora del advenimiento de Jesús-, el valor estaba en el corazón del hombre y era de allí de donde brotaban sus palabras. No en la zona externa al hombre, en los documentos externos, sino en la zona interna al hombre. Y por eso creo que hemos depositado muchas veces esa valía afuera, y creemos que  podemos manipular las palabras, los contratos, las promesas, porque está afuera, no nos contamina. Grave error.

Participan los oyentes:
– Cuando te dicen “te doy mi palabra de honor”. Pienso:¿Cómo? ¿Usted tiene alguna otra? ¿Tiene otra palabra que no es ‘honorable’?

…confío en que la humanidad va a volver a creer en el valor de la palabra, porque tiene una larga tradición –hasta hace muy poco, y por algo ha sido-, que tiene que ver hasta con su propia subsistencia.

QUE BROTEN LAS PALABRAS ‘
 

Hoy solamente quiero hablar, dejar que broten las palabras
Echar las frases a nadar por sobre un mar de quietas aguas
que digan ellas lo que quieran o callen sin decirnos nada
tal vez que soplen lo que el viento escucha cuando anda de andadas.

Vengan a esta fiesta improvisada hoy está de día la palabra
/ echen a volar aquellas trampas que hacen repetir lo que nos mandan/ (bis)

Si quieres hablar del amor o de la rabia que te abraza
si quieres cuenta la razón aquí podemos escucharla.
Hoy día la conversación ha puesto sus mejores galas
y se ha escapado de la jaula que la mantiene encajonada.


    Abraham Liconln: 1860, en plena euforia por el éxito de la nominación republicana, que lo conduciría a fines de ese mismo año a convertirse en el 16º presidente de Estados Unidos, un grupo de vecinos se acercaron para pedirle que hable. Estas fueron sus únicas palabras: “…hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacerse es no despegar los labios”. Probablemente él haya sido portador de una sabiduría ancestral: tanto en los momentos de euforia como en los de ira, las palabras que brotan por impulso pueden convertirse en tajos o en trampas que luego el tiempo no cierra.

Otras anécdotas de políticos que no han tenido la sabiduría de lo que A.Lincoln recomendó, fueron palabras que quedaron en el vacío.

Voy a leer algunos fragmentos de una nota publicada por Jorge Palomar titulada “Esclavo de sus palabras”, porque creo que estamos en unos tiempos políticos importantes. No solo para criticar esta “barbarie” lingüística que protagonizamos desde algunas décadas, esta guerra de palabras tan triste, no solo guerra porque se considera al adversario como un enemigo que hay que ‘liquidar’ aunque sea verbalmente. Yo no sé si nosotros estamos vacunados o nos impermeabilizamos lo suficiente ante esta verdadera batalla verbal de descalificaciones mutuas, y toda la decadencia que esto trae para Argentina.
    Todo el mundo dice “en vez de discutir ideas y proyectos, se arremete, se menoscaba…” pero en definitiva casi todo el mundo cae en este embrollo de ataques y posturas defensivas a través del lenguaje, en los que ya ni siquiera esto tiene valor. Se va perdiendo el valor de la palabra en nuestro país. Es inmensa la cantidad de denuncias por difamación, injurias, y que tiene que apelar a los tribunales. Con todo lo que los jueces tienen para resolver, tienen que dedicar tiempo a estas estupideces por la lengua larga, desatada y liviana que la comunidad política en general tiene.
    “La historia argentina, en especial el escenario político en los últimos 60 años, ha sido pródiga en frases. En ese extenso arco iris de palabras, muchas trascendieron por su pretensión. Por ej: Carlos Menem dijo “también Jesucristo fue crucificado por los odios que despertó” (jun 2002). Varias se instalaron para siempre en la memoria popular, por ejemplo la de Alvaro Alzogaray “…hay que pasar el invierno”. Debe haber sido el único año en que el invierno nunca pasó. Casildo Herrera, Secretario general de la CGT (mar 1976 “yo me borro”, como dijeron tantos gremialistas en esa fecha. Leopoldo Fortunato Galtieri, antes de la Guerra de las Malvinas en 1982 “…si quieren venir que vengan. Les presentaremos batalla”. Frases que desnudaron algunos desvaríos en el 2001. “Qué lindo es dar buenas noticias. El 2001 será un gran año para todos” (Fernando de la Rua). En 1996, el sindicalista Luis Barrionuevo “en este país tenemos que dejar de robar por dos años”

Videla, en 1981, cuando un periodista les preguntaba por los desaparecidos: “Los desaparecidos no están. Los desaparecidos no son”. Muchas palabras, muchas  frases fueron pronunciadas por personajes de la historia argentina que sirvieron para dejarlas congeladas y significar ese momento, no solo por lo que expresan sino por la significación que la historia le dio a esas palabras, y por lo que había detrás.

Algunas palabras honrosamente célebres como las que dijo Balbín cuando despidió en el congreso los restos de Perón: “Este viejo adversario despide a un amigo”. En un momento en que la conflictividad política era muy dura en Argentina (año 1974). Fue un gesto de conciliación, donde se venía de una confrontación de discursos políticos guerreros, donde había que suprimir al enemigo

Hacia fines del Siglo XX se fueron acumulando discursos políticos cada vez más belicosos, agresivos. Se venía acumulando esta política de masas que después despunta con una crueldad terrible en la Alemania Nazi, que fue una manipulación de palabras que llevó a esa adhesión multitudinaria de un pueblo tan inteligente y noble como el alemán, una de las masacres más grandes de la historia de la humanidad.

El peronismo y el irigoyenismo profundizaron en esto con la denigración de la oligarquía como algo falaz y este discurso verbal de intolerancia que se proponía hacer desaparecer al adversario, al debate.

El arzobispo de Bs. As Mons. Quarrachino dijo “en 1994 los homosexuales son una sucia mancha en el rostro de la nación”

“CUANDO EL HOMBRE ABRE LA BOCA, SE JUZGA A SÍ MISMO” Emmerson
 “Palabras que matan” de Luis Alberto Romero
“Los pecados de la lengua” de Manuel Ostertag