05/11/2021 – En su reflexión semanal el padre Ángel Rossi, SJ., compartió una carta escrita por el padre Ricardo (Tano) Ferreira, S.J., jesuita argentino misionero en Taiwán, al enterarse que su madre estaba gravemente enferma.
“Taiwán, 13 de septiembre de 1965
¡Mí siempre linda mamá! Ya va saliendo el sol. La noche queda atrás. Es preciosa la aurora. A la luz de la fe las cosas se ven más claras, el corazón se fortalece y la sonrisa se ensancha. Oh, Doña, piense en Dios, que lo demás no importa. Amelo y alégrese con Él y por Él; y de paso también un poquito por usted misma, porque también usted es de Dios.
¡Doña brava! ¡Ya va llegando! Ya se van abriendo ante sus ojos los infinitos horizontes del mundo. ¡Qué vista! ¡Qué grandeza! ¡Qué paz! ¡Qué lindo, ya no habrá más tierra! ¡Sólo cielo! ¡Sólo Dios! ¡Usted supo ser fiel! ¡Dentro de poquito viene el premio y Dios da a lo Dios!
Regale, Doña, sus flores, suelte los canarios, deje sus chucherías, adórnese el jopo, póngase buena moza, mire el Crucifijo, hágale una guiñada de ojos y con la mejor sonrisa, extendiéndole los brazos con el último de sus simpáticos regalos -su dolor- dígale que venga a buscarla cuando guste; que usted ya está preparada, que lo espera.
Que no se le ocurra querer verme por última vez. Eso no se lo permito. Yo quiero verla muchas veces más. Y sé que usted también. No dude un segundo. La esperanza nos asegura que lo haremos, que nos veremos muchas veces más, que conversaremos largo y seguiremos juntos el resto del camino, con toda la eternidad por delante. Si, Doña, lo haremos. Por ahora usted camine unos pasos más y espéreme en esa curva. Dentro de sólo unos minutos espero yo también llegar. Entonces ya no nos separaremos más. Son sólo unos minutitos, mamita, que quiero aprovechar para indicar a otros el camino. ¡Oh Doña! Levantándose dos palmos se ve por sobre el polvo de lo terreno y se ve siempre lo mismo, la única y grande realidad: ¡Dios! Dele un beso al Crucifijo. ¡El la quiere! Dígale muchas veces que usted también. En mi Misa de cada día le hablo al Señor de usted. Hasta luego, mamita. Que Dios la bendiga. Un beso grande. Tano”.
“Una carta fuerte y hermosa”, expresó el padre Ángel y agregó que “pero quizá tan linda como esta es la carta de la madre, la respuesta de la madre no se hizo esperar ni en tiempo, ni en ternura, ni en abnegación, ya que casi ahí nomás le contesta la madre”:
“Córdoba, septiembre de 1965.
Mi querido Tano. Si vivo te volveré a escribir. Si muero este será mi adiós de despedida. Yo no pregunto ya nunca donde estás. Yo sé donde estás. Yo te veo. Te veo siempre con tus hombros cargados de mies madura y espero verte eternamente más brillante que el sol del mediodía y seguirte con el canto feliz que toda madre participará por la gloria de haber dado un hijo a Su servicio. En las alegrías eternas. La mamá”.
En este sentido, el padre Ángel relató que “Lo lindo, -a modo de anécdota- fue que los superiores de la Compañía de Jesús en Córdoba, al enterarse de que la mamá estaba enferma y que el padre Ricardo no podía viajar, le mandaron un pasaje para viajar a la Argentina inmediatamente y pudo acompañar a su madre en los últimos días de su vida, ella falleció y volvió a China, a su misión”.
Finalmente, el padre Ángel Rossi destacó que “A veces hace bien ver a estos testigos, estos hombres, como este misionero que entendió con la cabeza y el corazón qué significaba el espíritu ignaciano”.