Él viene a ser luz y nos llama a la conversión

miércoles, 16 de enero de 2013
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Cuando Jesús se entero de que Juan Bautista había sido arrestado se retiró a Galilea y dejando Nazaret se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: “Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de la nación. El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en sombras oscuras de la muerte, se levantó una luz” A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: ¡Conviértanse porque el reino de los cielos está cerca! Jesús recorría toda la Galilea enseñando en las sinagogas de ellos, proclamando la Buena Noticia del reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria y les llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos. Endemoniados, epilépticos, paralíticos y Él los sanaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania”.

Mateo 4,12-25

Después de haber celebrado la fiesta de la Epifanía del Señor, la manifestación, una manifestación esplendorosa y clara porque Cristo se ha mostrado a todas las naciones, a todos los pueblos, en la figura de estos magos que van a adorarlo, siguiendo un signo, el signo de la estrella que los guiaba. Este evangelio ya nos introduce en la vida de Cristo ya adulto, comenzando su vida pública pero con esta impronta y con esta importancia, Él viene a ser la luz, la luz de la nación. La estrella ha sido un signo que llego a los magos y que nos lleva a nosotros para este encuentro con aquel que es la luz de las naciones. Galilea era una zona fronteriza donde habitaban muchos extranjeros, Cafarnaúm se encontraba a orillas del lago de Galilea, también llamado Tiberíades, porque era un lugar de paso entre los comerciantes, los que negociaban, los que se dirigían y movilizaban en este camino del imperio, por allí pasaba un camino romano y también existía un puesto militar, por lo tanto es el lugar donde se concentraba toda una actividad de movimiento humano, de comercio, de seguridad, de paso, un lugar en donde construían las distintas realidades de ese tiempo. Desde ese lugar humano o llamémosle que presenta estas características de monopolio en el comercio y en todas las realidades sociales propias de ese momento, allí Jesús aparece y empieza a proclamarnos que Él es la luz y que viene a hacer la luz en nuestra vida de todos los días. Podríamos decir que esta Galilea de la Transjordania, de los pueblos paganos, de los pueblos que no formaban parte del pueblo judío por lo tanto eran pueblos considerados paganos, desde ese lugar Cristo viene a instruirnos en el amor de Dios, viene a proclamar el evangelio de la misericordia de Dios que nos abraza para intuirnos en un proyecto y en un plan redentor y salvador de Dios. Desde ese lugar que reúne a las diversas culturas, razas, realidades humanas, el evangelio es luz, Cristo, el hijo de Dios que se hace hombre, es la luz que viene a llamarnos a la conversión. ¿Por qué necesitamos de esta conversión? ¿Por qué lo necesitamos a Él como luz, si nuestra realidad de pecado, de hombres viejos, es una realidad de oscuridad proclamarlo a Cristo?. Luz es descubrir que debemos hacer una conversión, convertirnos para recibir a aquel que viene a poner claridad en la oscuridad de nuestro interior. Seguir la estrella de Belén recordando esta fiesta de la Epifanía, no es una realidad folclórica o un sentimiento que mueve nuestro interior, es mucho más que esto, es definirnos para seguir a aquel que viene a poner luz en nuestro interior y esto para nosotros es un desafío porque cuando lo aceptamos a Cristo que es luz y aceptamos la luz que Él nos trae, aceptamos que vamos a ver muchas arrugas en nosotros, especialmente vamos a ver nuestros defectos, vamos a ver las realidades que tenemos que cambiar, vamos a ver las situaciones que tenemos que convertir, eso es la conversión, hacer una opción por aquel que viene a denunciar en nosotros y en nuestra sociedad, en nuestra comunidad, lo que tenemos que cambiar para acercarnos más al evangelio de la vida que Él nos trajo. El grupo de Jesús se forma por este llamado personal, Él realiza esta llamada: “Conviértanse porque el reino de los cielos está cerca” y quien llama es el Señor. Esta es la clave de la llamada que Cristo nos hace, seguirlo para convertirnos. Él conoce de antemano al que llama, nos conoce a cada uno de nosotros, en todas las épocas, conoce nuestra historia, conoce lo que somos. Ante Cristo no podemos ir con doble vuelta, con doble cara porque Él nos conoce, por lo tanto cuando Él nos llama, nos llama porque nos conoce y nos invita a formar parte del grupo que lo seguimos porque sabe que nosotros podemos dar, porque no podemos quedarnos de brazos cruzados, no podemos quedarnos pensando en que la llamada a la conversión es para los demás, es para cada uno de nosotros y cada persona es diferente, tiene su ritmo propio, da su respuesta interior con libertad y a su tiempo, de allí que el amor nos pasa de la muerte a la vida y nos compromete en esta comunión, quien no ama permanece en la muerte, permanece en la oscuridad y Jesús es el centro y así lo proclamamos, por eso el grupo de quienes lo seguimos alcanza su cumbre cuando cada uno o todos con mentalidad comunitaria lo proclamamos: “Tú eres el hijo de Dios”. En toda comunidad de creyentes arranca de un principio de fe, en la llamada gratuita de Dios y crecemos en la formación al escuchar al maestro, cuando vivimos con alegría la comunión, la participación y cuando nos convertimos en testigos del amor de Dios y del servicio solidario a los demás. Ésta es la llamada que hoy la palabra de Dios nos hace, saber que Cristo es la luz y desde esa afirmación de corazón, de convencimiento, reconocer que Él porque es la luz nos llama a la conversión, la luz siempre pone en evidencia los defectos, no solo resalta la perfección, sino que pone en evidencia los defectos y es algo que Cristo en su Epifanía realiza de la humanidad, de la creación, de nosotros, de cada una de nuestra vida, Él que es la luz pone en evidencia lo que Dios nos ha regalado, las virtudes que tenemos, las cualidades que Dios nos dio, las actitudes con las que podemos enriquecer nuestra vida y la vida de la comunidad, pero también determina y detalla los defectos que tenemos que cambiar, los claros-oscuros, las sombras, en la vida de cada uno de nosotros que tenemos que convertir y que tenemos que dejar entrar la luz de Cristo para que llegue hasta lo más profundo de nuestro ser y allí entendamos que en esa realidad nosotros tenemos que convertirla a Él para ser más luz y para que el reino de Dios se construya entre nosotros.

¿Cómo construís al reino de Dios? ¿En qué lugares de tu vida o también de tu persona hace falta esta luz de Cristo, que Cristo con su nacimiento vino a traernos? ¿Cómo sos luz entre los hermanos? ¿De qué manera estas descubriendo que hay hermanos tuyos que son luz para tu vida por el testimonio que te dan?

La navidad y la Epifanía de Cristo no es para quedarnos allí absorbidos por el pesebre, es para que hoy recibamos esto, la luz que Cristo nos trae con su vida es para el pueblo que se hallaba en tinieblas, que vio una gran luz que es Cristo y esa luz es una llamada a la conversión por eso hoy te viene a decir: “Convertite, la luz que hoy traigo, mi vida, tiene que llegar a lo más profundo de tu corazón”

Estamos compartiendo lo que la palabra de Dios nos decía. Esta llamada, la Galilea de las naciones, es país de la Transjordania, lugar de los paganos, que han recibido la luz de Cristo. El pueblo parafraciando al profeta Isaías y el pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran luz y sobre las regiones de oscuridad, se levantó una luz, esta luz que es Cristo, que no se queda en el pesebre, sino que ya ahora comienza su vida pública a decirnos: “Conviértanse porque el reino de los cielos está cerca” Un Cristo luz de las naciones, un Cristo luz de nuestra vida, que viene a llamarnos al compromiso, por eso nos llama a la conversión. Decíamos que este texto parece ya con la presencia de Cristo adulto, después del episodio de las tentaciones en el desierto, Jesús deja Nazaret y se establece en Cafarnaúm. Y decíamos que los estudios arqueológicos nos muestran que Cafarnaúm era una población muy pequeña, pero que sobre esa población, entre el lago y una ruta romana, se desarrollaba toda la vida del pueblo, todo el movimiento pensado económicamente o militar de aquel momento. Por eso era un lugar en donde las cosas que ocurrían se transmitían inmediatamente y todos se enteraban de eso, y allí Cristo comienza su vida pública diciéndonos: “Conviértanse porque el reino de los cielos está cerca”. Es el comienzo de la predicación de Jesús como el surgimiento de una gran luz para el pueblo. La palabra y la presencia de Jesús que se ofrece a todos, es para dignificar la realidad también de los paganos. Él fue enviado no solo a las ovejas de Israel sino también a todas las demás ovejas que están descarriadas. Así lo había anunciado el profeta Isaías, el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz. Y allí en esta Galilea, Jesús comienza a llamar a sus discípulos y esta llamada invita a la conversión, son llamados y somos llamados para un servicio, para que seamos pescadores de hombre que acompañaremos a Jesús que se dedicaba a curar toda dolencia en el pueblo, no son llamados, ni somos llamados para formar un pequeño grupo de selectos, aislados del mundo, sino para el servicio de los demás y es importante que dentro de este planteo que nos estamos haciendo de Cristo que es luz para mi vida, que no solo realza nuestra virtudes sino que nos hace detectar nuestros defectos, aquellos que tenemos que cambiar, entendamos que esto y la conversión, no es para que yo esté bien sino para que descubramos cual es el objetivo de la conversión que siempre es la evangelización. Soy evangelizado para evangelizar. No se puede entender en un discípulo, que aceptemos la conversión para quedarme tranquilo y bien yo mismo. La conversión siempre es el punto de partida, el lanzamiento, para entender que estoy destinado a los demás. La conversión que Cristo nos trae y a la que Él nos convoca, no es para recibir su luz y sentirme un iluminado, sino por el contrario, es para que yo, aceptando esta luz y convirtiéndome a la vida nueva que Cristo nos trae, yo sea luz para los demás, que es el sentido pleno de la conversión y en el fondo es el sentido más profundo de la evangelización. En varios documentos de la iglesia y de nuestros obispos de la iglesia, llamemos por ejemplo, recordemos el documento eclesial en América del beato papa Juan Pablo II o yendo a lo más cercano nuestro, las líneas pastorales para la nueva evangelización aquí en Argentina, el documento de los obispos argentinos, siempre tiene esta característica puntual, soy evangelizado para evangelizar, yo recibo la luz de Cristo que me convierte pero no para quedarme tranquilo porque estoy convertido es porque esta llamada me incluye en una propuesta que Cristo me hace, ser destinado a los demás. En el fondo es entender lo que el mismo Jesús enseñó en el evangelio, la luz no está puesta para estar oculta debajo de un mueble, sino que está para que sea colocada en lo alto del mueble, que ilumine a todos los que están en la casa. La sal no está puesta para quedarse en una bolsita, esta puesta para salar la comida. La levadura no está para estar fuera de la masa, está para que se mezcle con la masa y fermente la masa. Son ejemplos concretos y si yo tengo conciencia después de haber celebrado y estar todavía celebrando el tiempo de navidad, tengo conciencia de haberlo recibido a Cristo como niño en Belén, no está para que yo me quede absorto en ese misterio de Dios hecho hombre, por cierto que lo contemplamos, sino porque ese misterio de Dios hecho hombre, viene a profundizar en mi corazón una llamada, una exigencia que es ser para los demás. Ahí está el sentido pleno de la evangelización, ser luz para los demás y yo me convierto no para transformarme en una imagen de santo para una urna, sino me transformo para estar en la masa, para estar metido en el ambiente en donde me toca actuar todos los días, que puede ser el de la familia, el de nuestro trabajo, el de nuestros amigos, en las poquitas cosas que a lo mejor puedo hacer, como visitar a un enfermo, escuchar a alguien que necesita un consejo, como ser un gesto solidario para con los demás, ser un gesto que unifique en lugar de que divida. Allí es donde nosotros nos transformamos en luz y donde en definitiva la iglesia es luz, cuando compartimos este camino de conversión de ser para los demás, de evangelizarme para evangelizar, de dejarme convertir por Cristo luz para yo ser luz para con los demás.

Me pareció oportuno que en esta semana que estamos haciendo este camino de la Epifanía hacia el bautismo del Señor donde vamos a tener la oportunidad de renovar nuestro propio bautismo, donde el gesto de la luz, bien lo sabemos, aparece notoriamente en la celebración del bautismo, mientras hacemos este camino de la Epifanía hacia el bautismo, en este año de la fe, podamos en la catequesis, tomarnos de las manos de uno de los documentos del Concilio Vaticano II, un documento de la iglesia como luz de los pueblos, la Lumen Gentium, constitución apostólica sobre la iglesia que está llamada a ser luz de los pueblos, así empieza el documento, esta constitución apostólica del concilio, Cristo es la luz de los pueblos y en Él la iglesia está llamada a ser luz de los pueblos. Me pareció oportuno citarla, primero porque en todas las semanas los evangelios que vamos a utilizar para la catequesis va a hacer referencia a esto, Cristo luz, la llamada a la conversión tuya, pero para ser evangelizador de los demás, la identificación de la iglesia con esta visión de Cristo que es luz de los pueblos y también porque en este año de la fe, cuando el papa Benedicto XVI convoca al año de la fe, hemos escuchado en reiteradas oportunidades, nos dice: “Es un año también donde celebramos dos acontecimientos que son el motivo para este año de la fe, primero, los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II y también los 20 años de la promulgación del catecismo de la iglesia católica” Entonces me parece oportuno que tomemos este documento del Concilio Vaticano II sobre la iglesia, la Lumen Gentium , la iglesia luz de los pueblos, para extraer algunos párrafos que nos ayuden en la catequesis a sentirnos iglesia, luz en este tiempo donde a veces humanamente parece que la oscuridad avanza, pero en donde con Cristo estamos nosotros destinados a ser luz para los demás.

Mientras vamos haciendo este camino de dejarnos interpelar por la palabra de Dios de este día sabiendo que Cristo es la luz que ha venido a iluminar nuestra vida, ha venido a iluminar a los pueblos, que es el modo en el que el reino de Dios se construye y en el que nosotros somos evangelizados para evangelizar, queremos tener una apertura de corazón a este documento del Concilio Vaticano II que nos habla de la iglesia como luz de los pueblos, como luz de las naciones y que va a ayudarnos en estos días, en esta semana en la catequesis a meternos también en el espíritu del Concilio Vaticano II, que ha querido ser la luz en medio de un momento de la historia de la humanidad que todavía ilumina el accionar de la iglesia y lo hace con un esplendor muy real, de hecho, somos consientes que el espíritu del Concilio Vaticano II, recién en este tiempo de la iglesia comenzamos a vivirlo y que todavía no es vivido en plenitud, falta mucho camino para poder vivir lo que el Espíritu Santo, a través del Concilio Vaticano II, ha regalado a la vida de la iglesia y este documento, la luz de los pueblos, la Lumen Gentium, nos dice, “Cristo es la luz de los pueblos, por eso este concilio reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los , anunciando el evangelio a toda criatura con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la iglesia y porque la iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo de instrumento de la unión intima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión, su naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los concilios precedentes. Las condiciones de nuestra época hacen más surgente este deber de la iglesia, a saber a que todos los hombres hoy están más íntimamente unidos por múltiples vínculos sociales, técnicos y culturales, consigan también la unidad completa”.

Qué bueno es cuando el concilio empieza a hablarnos de Cristo luz, inmediatamente nos dice en Cristo la iglesia es también luz de los pueblos y solo es luz desde su unión a Cristo, no por sí misma y nos viene bien a nosotros ajustarnos a esto, tenemos que ser luz no por nosotros mismos, sino porque lo seguimos a Cristo y en Cristo la conversión nos hace luz para los demás. Este desafío es la llamada también de Cristo, Él nos llama para ser luz y nosotros aceptamos esa llamada como un desafío, no como un honor o por merito nuestro, sino porque nos sentimos interpelados en Cristo a transformar nuestra vida para ser para los demás.

Sigue diciendo el número dos de la constitución apostólica, Lumen Gentium, “El Padre Eterno, por una disposición libérrima y arcana de su sabiduría y bondad, creó todo el universo. Decretó elevar a los hombres a participar de la vida divina y como ellos hubieran pecado en Adán, no los abandonó, antes bien, los dispensó siempre los auxilios para la salvación en atención a Cristo Redentor, que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura. A todos los elegidos el Padre, antes de todos los siglos, los conoció de ante mano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos”. Parafrasea aquí el concilio, el texto de San Pablo a los colosenses y a los romanos. “y estableció convocar a quienes creen en Cristo, en la iglesia que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y la Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumaran gloriosamente al final de los tiempos. Entonces como se lee en los santos padres, todos los justos, desde Adán, desde el justo Abel hasta el último elegido, serán congregados en una iglesia universal en la casa del Padre. Vino por tanto el hijo enviado por el padre, quien nos eligió en Él, antes de la creación del mundo y nos predestino a ser hijos adoptivos, porque se complació en restaurar en Él todas las cosas. Así pues Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los Cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención. La iglesia o Reino de Cristo presenta actualmente el misterio por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo. Este comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre y en el agua que emanaron del costado abierto de Cristo crucificado y está profetizado en las palabras de Cristo acerca de su muerte en la cruz: “Yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré todos a mí” La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebre en el altar el sacrificio de la cruz por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado. Y al mismo tiempo la unidad de los fieles que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representado y se realiza por el sacramento del pan eucarístico. Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos”.

Qué linda es esta última expresión del número tres, del documento conciliar, “Todos los hombres están llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos”. Ésta es la llamada a la conversión que nosotros recibimos, que estás invitado a recibir vos también.

Jesús nos ha llamado en el evangelio de hoy a seguirlo para que nuestra conversión sea luz para los demás, aceptándolo a Él como luz que nos muestra lo grandioso que Dios hace en nuestra vida, pero también que nos muestra aquellos defectos, aquellas realidades que uno tiene que cambiar para transparentarlo a Cristo.

¿En qué lugares de nuestra vida hace falta esta luz? Yo tengo que detectar en mi persona o bien en los ambientes en donde me muevo, tener claro donde la luz de Cristo tiene que llegar porque yo después voy a llevarla a esa luz, ¿Cómo sos luz hoy entre tus hermanos? O también poder pensar cuales de nuestros hermanos es luz para mí, porque a través de un gesto, una palabra, una actitud, yo estoy descubriendo que la luz de Cristo llega a mí por ellos. Detectarlo, tratar de definirlo, tenerlo claro, porque es el modo en que la estrella de Belén sigue marcando nuestro rumbo, sigue llevándonos hacia aquel que es la luz de las naciones, la gloria de Israel, Cristo que se ha hecho hombre para que tu vida tenga sentido. Este es el misterio de la navidad que estamos desentrañando en todo este tiempo y que vamos hacerlo en estos días desde la Epifanía hasta el bautismo de Jesús, nuestro bautismo, que el próximo domingo vamos a tener oportunidad de renovarnos. Entonces esta consigna que nos proponemos hoy es una pregunta que tiene que dar vuelta todo nuestro día de hoy a la luz del evangelio.

Acuérdate siempre de esto: convertirme para iluminar, evangelizarme para evangelizar, nunca la llamada a la conversión que Cristo nos hace termina en uno, siempre somos para los demás, porque esa es la misión de la iglesia ser luz para los demás.

En esta catequesis de hoy, a la luz de la palabra de Dios, de este texto del documento conciliar, Lumen Gentium, la luz de la gente, la iglesia luz de la gente, vamos a iluminar la catequesis de toda esta semana. Por eso decíamos comenzando con la palabra de Dios de hoy ¿Cómo construís el Reino de Dios? Porque Jesús nos llama a eso. Esta llamada a la Galilea de las naciones, luz de la gente, también hoy nos interpela a nosotros. Cómo hoy tienes que ser luz en los lugares donde falta esta luz o que es necesario tener actitudes, tener gestos que hagan presente la luz de Cristo pero porque antes tu corazón vivió esta conversión y esta llamada de seguirlo a Jesús. También poder descubrir y preguntarte quienes son luz en tu vida, ya sean personas o bien acontecimientos, momentos de nuestra vida donde descubrimos que a partir de ellos, ahí está la luz que Cristo hace llegar a tu vida. Esa es la riqueza de la manifestación de Cristo, es la fiesta que ayer celebrábamos, la Epifanía, la gran riqueza de Cristo manifestado como luz de la gente, de las naciones, como luz de tu vida, de la mía, de esta comunidad que necesita convertirse para evangelizar, evangelizados para evangelizar.

Padre Daniel Cavallo