10/04/2023 – A lo largo de esta semana vamos a estar viendo cómo la Palabra nos ilumina con el capítulo 3 del evangelio de San Juan. Hoy compartimos los versículos del 16 al 21. Venimos de escuchar la hermosa catequesis de Jesús sobre la necesidad de renacer de lo alto. La enseñanza del Evangelio de San Juan hoy es clara: Dios vino para salvar en Cristo no para condenar.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios. San Juan 3,16-21
Cuando uno anda a oscuras sin saber por dónde ir, la presencia de la luz marca el rumbo y el sentido. Es fuerte la experiencia de la noche. ¿Cuándo pasará la noche? solemos decir. Son los lugares donde necesitamos que la luz brille en nuestras vidas y nos regale esperanza. Así es la salvación en Cristo. Él trae la luz que ilumina nuestras vidas invitándonos a pasar de las sombras a la luminosidad que nos trae su amor. Así se re significa luminosamente la vida humana por la presencia de Jesús que trae claridad, que permite diferenciarnos de lo que es sombrío y lo que es oscuro.
Es muy lindo descubrir y encontrarle la belleza a esto que Jesús dice. El binomio que hay entre la muerte y la vida. Estamos en el tiempo pascual, tenemos que ser amigos de la vida, pero ¿qué significa eso? San Juan lo asocia a la fe. Jesús dice que todo aquel que cree no muere, sino que tiene vida eterna. Y esto nos puede ayudar a pensar, ¿no? Porque uno puede decir: “Pero, ¿cómo? Si yo estoy vivo y tengo fe. ¿Cómo puede ser que el Señor hable de la vida? Está muy bien decir esto. Sin embargo, muchas veces no tenemos vida en serio: todo se vuelve rutinario, medio que nos acostumbramos a nuestros defectos, andamos cansamos. La realidad es que la fe nos hace tener una movilidad, nos vuelve dinámicos, la fe verdadera te hace ponerte de pie, encontrarle un gusto diferente a todo, disfrutar de los momentos de encuentro con el Señor con mayor intensidad. Esa es la fe que tiene que brillar, la que te da vida nueva, vida eterna, la que te ayuda a seguir adelante y anunciarlo al Señor. Así que fíjate cómo estás creyendo, eh. Porque siempre hay que pedirle a Jesús que te aumente la fe, una fe de calidad. Tené seguridad, no dudes, no reces con miedo, como dando lástima. No no, hay que tener convicción, confianza. Eso es lo que verdaderamente te va a dar una vida nueva: saberse sostenido e impulsado por el buen Dios.
Este es el otro binomio que usa Jesús en el evangelio. Los hombres prefirieron las tinieblas, dice el Señor. Claro, porque muchas veces nos acostumbramos a andar a oscuras, la visión espiritual se acomoda muy fácil a lo chato, porque zafamos, porque andamos medio tibios. Hoy me animo a decirte que vos y yo tenemos que ir hacia la luz. Aunque nos cueste, aunque nos delate, aunque se muestre nuestra fragilidad, aunque sepan que nos equivocamos. ¿Sabés para qué? Para que brille Cristo, no vos. Vos no tenés que brillar, tiene que brillar Jesús y a través tuyo iluminar la vida de los demás. Que el que te vea, vea el reflejo de la luz, que es Cristo Jesús. Pedile al Señor la gracia de acercarte a la luz, de renunciar a toda mentira que te ata, que te oscurece y proponete andar vivo, resucitado y como hijo de Dios.
Caminar en la oscuridad por una habitación suele ser complicado. Por más que uno conozca el lugar por donde se desplaza, aunque se sepa de memoria la ubicación de los muebles, más allá de tener noción de las distancias y se vaya con las manos extendidas, siempre está el peligro de chocarse con algo. Ni que hablar si ibas descalzo y te levantaste en medio de la noche y el dedo chiquito de tu pie encuentra el filo de la pata de la cama… ¡auch! Claro, las pupilas se dilatan y buscan el más mínimo hilo de luz que permita distinguir las figuras, pero no siempre hay luz. Bueno, pienso que en la vida de fe puede pasar lo mismo. Por momentos podemos encontrar todo iluminado y reconocemos la presencia de Dios en todo, pero en otros la penumbra o la oscuridad nos hacen ir como al tanteo. Es ahí, cuando no vemos nada, donde sales desde lo más profundo de nuestro corazón un pedido, una súplica, un grito: “¡Señor, prendeme la luz, quiero ver! Aunque sea un poquito, aunque sea un pequeño haz que me oriente.” Y así Dios se nos transfigura, nos cambia, nos renueva, nos pone en camino, ilumina lo que necesitamos para seguir en camino. La gran novedad es que, antes de que lo pidamos, Jesús ya estaba iluminando. Tal vez la clave sea aprender a percibir esos hilos de luz que justamente hacen eso, iluminar, no encandilar.Caminar en la oscuridad no es fácil. Pero nadie dice que todo tiene que estar oscuro. La luz está, Dios está. Lo que nada más hace falta es dilatar las pupilas de los ojos de la fe. A prestar atención nomás.¿Qué te ilumina hoy? ¿Y si compartís esto con quien puede estar medio así?
La certeza, el anuncio más importante del Evangelio de hoy y de nuestra vida también es que Dios nos ama. El amor de Dios es un misterio porque es fiel e incondicional. Dios ama. ¿Cuándo? Siempre; ¿cómo? Mucho. Acordate que el amor no es algo que se merezca, se da y punto. Uno decide responder o no. Es más bien un regalo que bondadosamente Dios nos quiere dar. ¿Por qué? Porque somos sus hijos, porque nos amó primero, porque nos soñó para que seamos felices. Descubrir esto, que Dios te ama tanto que envió a su Hijo para que tengas vida, te tiene que cambiar. Es una realidad que tiene que transformarte el corazón. No pasa solamente por el hacer, o por el saber, sino por dejar que Dios haga, que Dios ame, que Dios te renueve, que Dios te llene de su paz y alegría. Pará un poco en este miércoles, frená un rato y hacete esta pregunta: ¿estás dejando que Dios te ame? Si todavía te cuesta, no te preocupes, a todos nos pasa. Pedile esa gracia al Señor, creele y déjate abrazar por su misericordia. Acordate que Dios dio a su Hijo por vos, esa es su prueba de amor.
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