En la cruz hay sanidad, libertad

lunes, 13 de agosto de 2018
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13/08/2018 – El Evangelio de hoy nos habla del segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús (Mt 17,22-23). El primer anuncio (Mt 16,21) había provocado una fuerte reacción de parte de Pedro que no quiso saber nada del sufrimiento de la cruz. Jesús había respondido con la misma fuerza: “¡Lejos de mí, satanás!” (Mt 16,23) Aquí, en el segundo anuncio, la reacción de los discípulos es menos agresiva. El anuncio provoca tristeza. Parece que empiezan a comprender que la cruz forma parte del camino.

 


“Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: lo matarán y al tercer día resucitará». Y ellos quedaron muy apenados. Al llegar a Cafarnaúm, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?». «Sí, lo paga», respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?». Y como Pedro respondió: «De los extraños», Jesús le dijo: «Eso quiere decir que los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti».


Mt 17,22-27

 

No pocas veces nuestra primera reacción ante la cruz es querer huir, no querer asumirla porque nos cuesta, es querer ir para otro lado. Como Pedro, durante la última etapa de su vida, cuando va camino a la crucifixión que ya le había anunciado Jesús; y Pedro agarra para otro lado. Entonces un ángel se le cruza en el camino y le pregunta ¿A dónde vas Pedro?

El Señor también a nosotros nos pregunta ¿a dónde vas?, escapando de la cruz. Uno quiere ir para otro lugar. La fuga se da de muchos modos: evadir la propia responsabilidad, evitar cargas pesadas, rechazar a los demás, no defender o no asistir a quien me necesita para no meterme en problemas, o no asumir tal apostolado que me da más trabajo, no perdonar a quien me ha ofendido; son modos diversos de escaparle a la cruz. Otras veces, al no poder evadir el sufrimiento, no queremos sino deshacernos de eso que nos pasa, y arrojar lejos la cruz. Más aún: cuando la cruz la llevamos por mucho tiempo, o nos pide una gran dosis de sacrificio, le preguntamos al Señor ¿hasta cuándo?, ¡basta ya! Incluso hay quien opta por pelearse con Dios, apartarse de Él.

La actitud adecuada ante la cruz, según lo que dice Jesús, es aceptarla, cargarla, saber llevarla. Es todo un aprendizaje saber llevar la cruz de todos los días. A veces lleva un tiempo hasta que uno le agarra la vuelta, hasta lograr que el peso sea bien soportado, haciendo fuerza pero una fuerza equilibrada en toda tu persona.

Cuando la cruz tiene novedad, tiene un peso y una densidad nuevos: hay que aprender a cargarla. Hay que encontrarle la vuelta. Saber asumir la cruz con inteligencia y con intentos, con aciertos y desaciertos; pero con una conciencia: Dios a nadie le pide más de lo que puede. Y también: Dios nos da la gracia, nos basta la gracia de Dios. En medio de nuestra dificultad, nos basta la gracia de Dios.