En la Palabra de Dios está la acción salvadora del Espíritu Santo en la historia

miércoles, 27 de marzo de 2019
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27/03/2019 – Desde Chile, el padre Carlos Schickendantz, doctor en Teología, abordó el tema de los documentos conciliares “Dei Verbum” y “Gaudium et Spes” en el espacio de “Concilio Vaticano II, una brújula para la Iglesia en el Nuevo Milenio”. En relación a la constitución dogmática Dei Verbum, aprobada por el Concilio Vaticano II en octubre de 1965, el sacerdote cordobés recordó que “se trata de la revelación y su transmisión. Ella comprende la revelación como la manifestación de Dios mismo en su voluntad de salvar y hacer más pleno al ser humano. Dios ha querido mostrarse cercano y solidario con la humanidad. Por esto habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor, y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. ¿Qué frutos y desafíos para la vida de los cristianos tiene esta manera de comprender la revelación? ¿Qué caminos abiertos ha dejado esta constitución conciliar promulgada hace cuarenta y ocho años?”.

Ante estas preguntas, el padre Schickendantz respondió: “Según las palabras del Concilio, la tradición viva de la Iglesia y, con ella, la Sagrada Escritura son espejos de la revelación personal de Dios; son guías para el discernimiento de la acción salvadora del Espíritu en la historia. No vemos allí al verbo de Dios cara a cara, sino de forma indirecta. El cristianismo no es, entonces, una religión del libro, puesto que la Escritura y la Tradición no se identifican con la Palabra de Dios. Los redactores del texto preferirán decir, entonces, que las verdades reveladas por Dios se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura. Por este motivo la Constitución dedicará amplio espacio a la interpretación de la Palabra de Dios en la Biblia, pues esta última no puede ser recibida como palabra directa de Dios. Debe practicarse, en el fondo, una lectura creyente y crítica a la vez. Para realizar una lectura de este tipo debiera tenerse siempre presente una teología de la encarnación en la cual tenga pleno sentido que una religión que no tenga la valentía de hablar a favor del hombre, tampoco tiene derecho a hablar a favor de Dios. En otras palabras, todo lo auténticamente humano es al mismo tiempo un esclarecimiento de Dios”.

En relación a la “Gaudium et Spes”, el sacerdote argentino radicado en Chile indico que “un teólogo tan lúcido como Marie-Dominique Chenu descubría que el término ´pastoral` era un criterio primordial utilizado en la hermenéutica y en la presentación de la verdad y no debía ser considerado simplemente como algo práctico. Con ello, ´pastoral` sintetiza una teología, una ratio para esta y la manera de transmitir y testimoniar la fe; finalmente, un modo de interpretar el plan salvífico de Dios. Hoy en día el teólogo Christoph Theobald ha recordado la forma pastoral de la doctrina, de modo que la nueva forma de relacionarse con el mundo depende de una nueva manera de relacionarse con el patrimonio dogmático del catolicismo. Ya durante el transcurso del Concilio y a la luz del rol protagónico que adquiere en este la Palabra de Dios, se repiensa a fondo lo que había sido una comprensión conceptual y abstracta de la verdad, de la idea del cristianismo como verdad concebida más como una serie organizada de proposiciones dogmáticas que como encuentro, devoción y seguimiento de la persona concreta de Jesucristo. Ese repensar remite a las interrogantes claves del cristianismo: ¿qué haría Cristo en mi lugar?, ¿qué haría yo en lugar de Cristo? Este es el revelador definitivo de Dios como Padre, un evento concreto que se universaliza en cada época por el Espíritu. DE esa forma se intentaba superar la idea de cristiandad como una mera suma de doctrina y de disciplina”.

El padre Schickendantz sostuvo que “aquella idea de verdad preconciliar había llevado al lenguaje de la fe a un banco de arena de cara a su misión evangélica, salvífica y liberadora de la humanidad. La influencia del helenismo había opacado la otra gran herencia, la hebrea-semítica del cristianismo. La influencia no pocas veces excesiva y unilateral del enfoque metafísico platónico, y su desarrollo en la dirección del esencialismo otorgaron un rol cada vez más importante a la verdad como abstracción intelectual. La verdad, en vez de ser identificada con la persona, mensaje, praxis y obra de Jesucristo, como propone la Constitución Dei Verbum del Concilio, reveladora del verdadero rostro de Dios y de la humanidad auténtica, plena y lograda, fue presentada como una secuencia sistemática abstracta y atemporal de ideas y conceptos. Desde la Biblia, la verdad del cristianismo, que es el misterio salvífico y liberador trinitario desocultado en la persona de Jesucristo como verdad del hombre, un misterio inagotable del cual cada generación y cada cultura obtiene cosas antiguas y nuevas, ocupaba un lugar secundario en la escolástica manualística decimonónica que había primado hasta la época preconciliar. La verdad como sistema de formulaciones dogmáticas univocas se iba configurando como la medida definitiva de la fe y de la comunión. El desplazamiento del Jesucristo joánico como camino, verdad y vida en dirección a una manera doctrinal, impersonal y ahistórica de pensar la verdad, llevó a la teología a ser entendida como una elaboración escolástica, como una dimensión separada que tenía primacía en la vida eclesial. Todo esto trajo también consecuencias a la idea que la Iglesia tenía de sí misma y su misión. El Concilio, gracias a la textura pastoral dada a la doctrina y el magisterio por el papa Juan 23, desarrollado además en sus constituciones y otros documentos, sobre todo en Gaudium et Spes, supuso una superación de esa idea monolítica y simple de la verdad”.