En los otros, Dios nos sale al encuentro

lunes, 4 de noviembre de 2013
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04/11/2013 – En la Catequesis de hoy descubrimos el amor que renueva los vínculos. Dios se manifiesta en cada una de las personas con las que compartimos la vida, y si hacemos esta realidad consciente, podremos dejar a Dios que nos salga al encuentro en ellos "haciendo todo nuevo".

Un Dios ignorado

"Una vieja leyenda eslava cuenta la historia del monje Demetrio, que un día recibió una orden tajante: debería encontrarse con Dios del otro lado de la montaña en la que vivía, antes que se pusiera el sol. El monje se puso en marcha, montaña arriba, precipitadamente, pero, a mitad de camino, se encontró a un herido que pedía socorro. Demetrio, casi sin detenerse, le explicó que Dios le esperaba del otro lado de la cima antes que atardeciese, y que volvería en cuanto atendiese el Señor. Y continuó su precipitada marcha.

Horas más tarde, bastante antes del atardecer, llegó a la cima de la montaña y desde allí se puso a buscar a Dios. Pero Dios no estaba: se había ido a ayudar precisamente al mismo herido que le pidió ayuda"

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Esto, más que una fábula, es tal vez la síntesis más perfecta de la doctrina católica. San Vicente de Paúl afirmaba que “hay que abandonar a Dios por el prójimo” y un teólogo (Ruisbroeck) dice que “si un día estás en éxtasis, y un pobre te pide limosna, debes bajar del éxtasis y ayudarle”. Más duro todavía, San Juan dice que “quién no ama a su hermano, a quién está viendo, ¿cómo va a amar a Dios a quién no ve?

Efectivamente, en el amor a Dios puede haber engaños: alguien puede decir que ama al Señor cuando lo único que siente es un calorcillo que le gusta en su corazón. Tal vez al decir que amamos a Dios estemos simplemente amando la tranquilidad espiritual que ese supuesto amor nos da.

Amar al prójimo, en cambio, no admite trucos ni trampas: se lo ama o no se lo ama. Se le sirve o se utiliza: Y ese amor se demuestra con obras o es una simple palabra bonita. Otra vez San Juan afirma que “Si uno posee bienes en este mundo y viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra su entrañas, ¿cómo puede estar en él amor a Dios?”. Y otro teólogo, Cabodevilla, afirma que “el prójimo es nuestro lugar de cita con Dios”.

Te pusiste a pensar ¿cuál es el lugar dónde hoy Dios te espera?. ¿En dónde te sale al encuentro?.

Dios te sale al encuentro en los demás

Donde hay un rostro humano que espera, allí Dios te espera para encontrarse. “Donde dos o más se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20) dice Jesús. Ahí donde sea que estés, mientras pensás en los distintos rostros humanos con los que te cruzás en tu tarea, familia, trabajo, servicio…. ahí seguramente Dios te quiere salir al encuentro.

Él es el artífice y creador de lo nuevo en esos mismos ámbitos de nuevo… El diálogo renovado con tu pareja, el desafío de acompañar a tus hijos, una conversación con un compañero de trabajo… Ahí podrás descubrir la presencia del Señor escondida.

Hay que descrubrir estos lugares donde el señor nos sale al encuentro, reviviendo cada encuentro fraterno como un lugar donde Dios se manifiesta.

Las tres plenitudes

Nos encontramos con los demás desde lo que somos y lo que tenemos dentro. Martín Descalzo, citando a San Alberto Magno plantea que hay tres tipos de plenitudes entre los hombres:

  1. La del vaso, que retiene y nada da.

  1. La del canal, que da y no retiene nada.

  1. La de la fuente, que crea, retiene y da.

Los hombres vasos son aquellos que se dedican a almacenar virtudes o ciencia, que lo leen todo, coleccionan títulos, saben cuanto puede saberse, pero creen terminada su tarea cuando han concluido su almacenamiento: no reparten sabiduría, ni amor, ni alegría. Tienen pero no comparten, retienen pero no dan. Son magníficos, pero magníficamente estériles. En el fondo, son simples servidores de su egoísmo.

Los hombres canal son aquellos que se desgastan haciendo y haciendo cosas, que nunca rumían lo que saben, que nunca interiorizan lo aprendido, que cuanto les entra de vital por los oídos se les va por la boca, sin dejar ningún resto adentro. Padecen la neurosis de la acción, tienen que hacer muchas cosas y todas de prisa. Creen estar sirviendo a los demás pero su servicio, es a veces, el modo de calmar sus ansiedades. Así después de dar les queda la sensación de estar vacíos y la pregunta de qué sentido tiene lo dado. Son los que hacen muchas cosas y rápido, sin valorarlas y sin aprenderlas.

Los hombres fuente son aquellos que dan lo que han hecho carne en su alma, que reparten la llama de su amor encendiendo la del vecino, pero sin disminuir la propia, porque recrean todo lo que viven y reparten todo cuanto ha recreado. Dan sin vaciarse, riegan sin secarse, ofrecen su agua sin quedarse con sed. Cristo –pienso- era así: la fuente que brota inextinguible el agua que calma la sed para la vida eterna.

Cuando misionamos por ejemplo, salimos más enriquecidos de lo que fuimos a entregar. Es el agua que calma la sed para la vida Eterna, cuando en el encuentro descubrimos que es más lo que recibimos cuando damos, entonces recibiendo más nos lanzamos a ofrecer más.

Pensemos nuestras citas según el modo de estar en el encuentro: si somos como una taza, bastante impermeables…; si somos como un canal en donde se nos pasa todo y no llegamos a aprender nada; o si somos como la fuente, al descubrir que lo que damos se convierte en eternidad.

Dios nos amó primero

“Queridos míos, amémonos unos a otros porque el amor vienen de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” 1 Jn. 4,7

Para nacer de nuevo y dejar a Dios ser Dios en mi corazón, hay un solo camino = Amar.

  1. El amor es un mandato. Está mandado porque nos hace bien. Una ley nueva y suprema. “Les doy un mandamiento nuevo”, dice Jesús.

El amor viene como invitación (seduce) y como mandato por lo tanto supone una repuesta y un acto de ofrenda y obediencia. Esto ayuda a la hora de someter mi resistencia a amar. Sobretodo cuando en el acto de la entrega en el amor, en el vínculo con el otro, uno no siente que estén dadas las mejores condiciones. Jesús, hablándoles a sus dicíspulos les dice que“ Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”». (Mt 5, 38-42). Si Dios manda esto ¿será que es imposible su realización?. “Amar a Dios es guardar sus mandatos, y sus mandatos no son pesados”. “ Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30).

Es posible recuperar la confianza en los vínculos y mirarnos de una mirada positiva después de los desencuentros. Dios recrea el vínculo en la cita que nos hace frente al encuentro con cada hermano. Dios se goza siendo Dios en aquellos que se nos hacen más difíciles, ahí Él actúa con más poder y sólo nos pide que le creamos.

 

  1. El amor es una respuesta. Vivir con la certeza que Dios nos amó primero cambia la perspectiva. Tenemos que cambiar esa mentalidad que nos lleva a creer que nos amamos primero. “En esto está el amor, no es que nosotros hayamos amado a Dios sino que El nos amó primero” (1 Jn. 4,10)

Cuando yo tomo la iniciativa de amar a mi hermano no tengo derecho a generar una deuda. En realidad “hay que dar amor sin esperar nada a cambio” (Lc. 6, 35). En la ofrenda de la vida, en el encuentro con el otro, ambos nos enriquecemos.

El horizonte del discípulo es el tu. Pero no hay un “tu” con mayúscula (Dios) y un tu con minúscula (el prójimo) y hasta un tu que es el adversario. “Si uno dice: Yo amo a Dios y odia a su hermano es un mentiroso. Si no ama a su hermano a quien ve, no pude amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4,20).

San Agustín dice: “Cuando amamos con amor a un hermano amamos con Dios a nuestro hermano, y no es posible que amemos a Dios por encima de ese amor con que amamos a nuestro hermano”. No hay un amor mayor y un amor menor. Está el amor de Dios en el vínculo fraterno.

¿El termómetro será el amor con que amo al hermano más querido o será aquel que me genera dificultades? ¿El Dios en mi hermano menos querido es un Dios de segunda mano? ¿Cómo trato a Dios en el templo? ¿Cómo trato a mi hermano más querido? Y ¿cómo a aquel que más me cuesta?

A amar se aprende amando

Jesús me invita a tratar así a mi hermano menos querido. “Bendigan a aquellos que los maldicen, amen a sus enemigos, rueguen por los que los maltratan, da al que te pide y al que te arrebate lo tuyo no se lo reclames” (Lc. 6, 27) Para obrar de esa manera hace falta mucha humildad y hace falta creer que lo enteegado y ofrecido nunca se pierde cuando en las manos de Dios es recibido. Es creer en el poder que Dios tiene cuando entregamos las cosas que nos cuestan. “Da al que te pide, y al que te quita lo tuyo no se lo reclames” (Lc 6, 30) . Es la actitud de la ofrenda y de la entrega.

El problema es que el hombre viejo tiene su motor. En las situaciones concretas de la vida tengo que descubrir qué actitudes y pensamientos me llevan a motorizar el amor y cuales me mantienen atado a mis propios enredos. Sólo se pueden liberar las cargas interiores con la actitud de la ofrenda y de la confianza. Se trata de liberar ese amor que reposa en el corazón y para eso tengo que estar dispuesto a olvidarnos de nosotros mismos en el encuentro con el otro.

Hagamos una experiencia de actitudes interiores: cuando se va opacando y nos cuesta encontrarnos con el otro. Lo oigo pero no lo escucho (me escucho e mi mismo), lo miro pero no lo veo (me voy viendo a mi mismo), lo abrazo pero en realidad “me abrazo” en el, le hablo pero en realidad no me comunico. No puedo transparentarme, sino amo me opaco.

Durante estos días de retiro con el P. Mamerto Menapace, escuché una frase que me parece tiene mucho que enseñarnos. Decía “dejarse amar sin engancharse, sin depender. Amar sin poseer, gustando el hecho de amar”. En el amor somos recreados por la presencia de Dios sabiendo que Él tiene una capacidad mucho más grande que la nuestra. En la medida que amamos a los demás, crece la capacidad de amar al punto tal que en la vida comunitaria si no se amplía nos lleve a dudar si es Dios quien está actuando o si le estamos cerrando la puerta. Dios siempre nos lleva a agrandar el corazón.

La primera comunidad cristiana crecía “porque veían como se amaban”, nos dice los Hechos de los Apóstoles. El verdadero vínculo de amor en Dios, aumenta nuestra capacidad de amar y da la bienvenida a la llegada del amor a otros.

 

Padre Javier Soteras