Poniendo al amor por nuestros hijos y alumnos como piedra fundamental que sostiene todo el edificio educacional, Saint Exupéry en su obra póstuma e inconclusa, “Ciudadela”, y encarnado en el responsable de aquella ciudadela (para nosotros en este caso el papá, la mamá, la maestra el director o responsable del colegio) dice:
“Hice venir a los educadores y les dije: No maten al hombre, presente en germen en los pequeños, ni los transformen en hormigas para que sostengan la vida del hormiguero. Poco importa que el hombre esté más o menos colmado. Importa que sea más o menos hombre.
No los llenen de fórmulas vacías, sino de imágenes cargadas de estructuras (de valores) que los ayude a enfrentar la vida con dignidad.
No los llenen de conocimientos muertos. Y en cambio ayúdenlos a forjar un estilo propio.
No juzguen sus aptitudes por su aparente facilidad para una cosa u otra. Porque tiene más mérito el que más trabaja venciéndose a sí mismo. Y para juzgarlos consideren siempre en primer lugar su amor.
Enséñenles el respeto, y no la ironía, que los hace ir para atrás y despreciar los rostros de sus hermanos o compañeros.
Ayúdenlos a luchar contra los lazos del hombre por los bienes materiales, para que no se endurezcan.
Enséñenles a rezar, porque con la plegaria se dilata el alma.
Les enseñarán el ejercicio del amor. Porque a éste nadie lo puede reemplazar. Y recuérdenles que el amor egoísta, el excesivo amor de sí mismo es exactamente lo contrario del amor.
Corrijan en primer término la mentira y la delación. Recuérdenles que solamente la fidelidad nos hace fuertes. Y que no puede haber fidelidad en un campo y no en el otro. El que es fiel, siempre es fiel. Y no es fiel quien puede traicionar a su compañero de labor.
Les enseñarán de a poco el perdón y la caridad.
Enséñenles las maravillosa colaboración de todos por todos y por cada uno.
Si son fieles a todo esto que les he dicho, entonces el cirujano se apresurará a cruzar corriendo el desierto para reparar la rodilla de un humilde peón. Porque sabrá que ambos son vehículos (mensajeros) del amor, y ambos tienen el mismo conductor: Dios”1.
Y aprovechando el envión que nos da Saint Exupéry podríamos agregar:
Y entonces el político no será el paradigma del corrupto, como tanta gente cree, y tantos políticos se encargan de que así lo crean.
Y el empresario sabrá que cada uno de sus obreros lleva atrás una familia, tan digna como la propia y que todos y cada uno de esos rostros valen más que todo lo que tiene, que son su mejor capital.
Entonces el abogado no se aprovechará de la sencillez y el sufrimiento de la gente.
Y el ingeniero y el arquitecto soñarán no tanto en construir la mejor de las mansiones con la más infranqueable de las murallas, sino un barrio de casas dignas para la gente sencilla.
Entonces el sacerdote pastoreará a su rebaño, y en vez de vivir de su lana y cuidar de las ovejas fuertes que adulonamente le dicen que es una “monada”, saldrá a campear a las más débiles, a las más alejadas, a las que por mil circunstancias andan heridas en los desfiladeros de la vida y necesitan ser buscadas, entablilladas con delicadeza y cargadas sobre sus hombros, que es propiamente lo que nos define como sacerdotes: el hacernos cargo de los otros.
Entonces la excelencia de nuestra medicina y de nuestra educación no será un lujo al que acceden unos pocos, como cada vez más está sucediendo, sino lo que debe ser: un derecho inalienable del pueblo al que acceda con la naturalidad conque un niño mete su jarrito en el pozo para tomar la mejor de las aguas.
Me dirán a esta altura: ‑Padre, dejemos de soñar. Bajemos a la realidad. Y yo les diré: ‑¡Ni loco, no quiero dejar de soñar, porque si dejamos de hacerlo dejaremos de ser cristianos, y no tendrá sentido ni nuestra palabra, ni nuestros gestos, ni nuestra conducción en la escuela, ni cada uno de los consejos que pueda decir un maestro a su alumno, un padre a su hijo. No, no quiero dejar de soñar, no podemos dejar de soñar. Si lo hacemos traicionaríamos a nuestros hijos, corromperíamos a nuestros alumnos!
Si educar es bello en gran parte es por esto: porque es misión de soñadores, que a su vez cuidan, protegen, hacen crecer sueños de otros: de los hijos, de los alumnos.
“Hay que seguir soñando y sembrando empecinadamente, como lo hace el sembrador, ‘en esperanza de que el mañana multiplique lo que hoy desparrama, sin saber lo que decidirán las lluvias, las heladas, los calores’… Sabe sí que tiene que sembrar. No es un ingenuo, sabe también de la ingratitud de esa tierra, sabe que parte de lo sembrado se va a perder. Sabe que hay zonas que parecen buena tierra pero abajo tienen piedra, sabe que va a tener que llorar por plantas que cuando sólo les faltaba fructificar murieron asfixiadas. Y sin embargo no mezquina en la siembra, porque ¿quién que ame realmente no está dispuesto a perder mucho por lo que ama?
Educar es difícil, posible y bello
P. Ángel Rossi
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