21/09/2021 – Toda la Biblia está llena de palabras de amor del Padre, nos expresa su amor de maneras muy variadas, para que alguna de esas palabras de amor llegue a tocar nuestro corazón. Nos dice que el amor del Padre es “eterno” (Jer. 31, 3), porque no comenzó a amarte ayer ni el año pasado, o cuando eras niño, o cuando estabas en el seno de tu madre, sino mucho antes. Cuando tu madre pensaba en casarse y en tener un hijo él ya te estaba amando, desde siempre. Por eso todo tu ser es amable para él: tus orejas, tu rostro, tu forma de moverte, tu sonrisa, todo lo cautiva. No es para menos, porque él te creó, y antes de crearte pensó bien lo que iba a hacer. Si pudieras crear un hijo lo pensarías bien, y no le pondrías nada que no te guste, nada que te resulte desagradable. Pues bien, tu Padre creador te ama por entero porque él te pensó desde toda la eternidad, y esperó con amor que tus padres se amaran para poder engendrarte en el seno de tu madre.
Quizás haya detalles de tu ser que no te agraden, porque los miras con criterios y gustos humanos. Además, los gustos humanos cambian ya que en una época son más apreciadas las personas gordas y robustas, en otras épocas se valoran más los delgados y delicados, y la moda también nos condiciona. Pero el Padre no está atado a esos criterios cambiantes, y para él eres una bella criatura. Los demás podrán hacerte elogios por cumplido, por conveniencia, o para conseguir algo. Pero cuando el Padre te habla de amor es la más absoluta verdad, no tienes derecho a desconfiar o a dudar de su declaración de amor. Y ese amor es absolutamente fiel, por más que le respondas con infidelidades. Es incondicional, no se deja vencer por el rechazo del hijo amado, por sus debilidades, por sus olvidos: “Podrán correrse las montañas, pero mi amor no se apartará de tu lado” (Is. 54, 10).
Es posible que haya en tu vida noches de soledad, de dolor, de abandono, porque parece que todos se han ido, que pueden hacer su vida sin necesitarte, que ninguno te ama de verdad. No es así. Siempre hay alguno que te aprecia; pero su amor es imperfecto, débil y manchado por el egoísmo. No es un amor falso, es real, pero es pequeño e imperfecto como todo amor de esta tierra. Pero aunque en algún momento de tu vida te sientas abandonado por todos, y hasta pareciera que tu propia madre se ha olvidado de ti, no dejes de escuchar lo que te dice el Padre: “Aunque tu propia madre se olvidara de ti yo no te olvido. ¡Míralo, en la palma de mis manos te llevo tatuado!” (Is. 49. 15-16). Y en el fondo nuestra profunda soledad interior sólo se saciará en la intensidad de amor del Padre, que es la fuente de todo amor y de toda ternura. Nos engañamos una y otra vez con los amores de este mundo, porque les pedimos más de lo que pueden dar. No les pidamos mucho, no pueden darlo, porque su amor es un pálido reflejo del amor del Padre. Tenemos que convencernos de que nuestro corazón fue creado para él. De hecho nuestra felicidad eterna no será contemplar el rostro de seres humanos que amemos en esta tierra. Podremos estar con ellos, pero lo que saciará nuestro corazón no será el amor de ellos, sino el desbordante, ardiente y fecundo amor divino: “¡Oh Dios, qué precioso es tu amor! Por eso los humanos se cobijan a tu sombra. Calman su sed en el torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente de la vida” (Sal. 36, 8-10).
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