20/12/2020 – El padre Padre Gustavo Rubio es párroco en la comunidad de María Auxiliadora de Berisso, que pertenece al arzobispado de La Plata. Nos dejó una historia de vida sosprendente que lo llevó por México en busca de su vocación sacerdotal hasta volver a La Plata. Hace un año atrás conoció a Diego Maradona en su etapa como técnico de Gimnasia y Esgrima, al bendecir al plantel profesional de fútbol y también al recordado ex futbolista. El padre Rubio incluso estuvo un tiempo en Haití donde acompañó a un regimiento militar como capellán de cascos azules.
“Me presento, soy Carlos Gustavo Rubio, pero nunca nadie me ha llamado Carlos, siempre me han nombrado Gustavo. Naci en la Ciudad de La Plata un 15 de agosto de 1966, tengo 54 años. Mi familia fue la tipica de clase media. Mi padre Carlos Rubio, hoy con 77 años, es jubilado de SEGBA, la empresa de Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires. Mi madre Maria Luz Dimarco, con 74 años, es jubilada docente. Soy el mayor de tres hermanos. Tengo una hermana del medio y un hermano menor, además de cinco sobrinos varones: el mayor de 25 años y el menor de 4. Tuve una linda infancia. Recuerdo que vivimos un tiempo en Verónica, allí íbamos a pescar, fuimos muy felices”, inició diciendo el padre Rubio.
“Pase por más de un jardín de infantes, primarias y secundarias. De pequeño era muy travieso. Luego me dieron trabajo de cadete en el Laboratorio Roche y estudie Historia en el Instituto Terrero a quien le debo el regreso a la fe. Especialmente a la Comunidad Total Dedicacion que lo regenteaba una amiga y compañera de estudios, Maria Inés Hernandorena. De chico armaba altares naturales, esa fue seguramente la raíz de mi vocación sacerdotal”, agregó.
“Mis padres han sido y son gente de fe sencilla y practicantes. De niño jugaba a ser sacerdote y armaba altarcitos. En la pubertad y la adolescencia deje de lado los altarcitos y sin Dios y sin Iglesia vivi intensamente la efervescencia de la década de 1980. Después volví a Dios con la ayuda y la paciencia de don Gabriel Galetti, santo y alegre sacerdote con gran experiencia y un amor apasionado y profundo por el Espíritu Santo. En la Parroquia Nuestra Señora de la Salud de La Plata participé de un grupo de jóvenes de Caritas, con su oratorio y copa de leche, y fui dirigente scout del glorioso Grupo San José. A ambos le debo muchísimo. El Señor me dio unos cachetazos en la adolescencia y volví a Él. Y peregrinando a Luján me decidí a ser sacerdote”, dijo el padre Gustavo.
“Con la ayuda del padre Galetti; así nomas y de la nada, me volvóo la idea de ser sacerdote que, poco a poco y creciendo brotecitos de fe en el alma, se volvería idea fija y obsesión. Con el discernimiento y el acompañamiento de don Gabriel, rezando con él, rezando yo solo me decidí a probar la vida religiosa con los Padres Misioneros de la Caridad, fundados por la Madre Teresa de Calcuta de quien me fascinó su vida y su obra. Las Hermanitas Misioneras de la Caridad de Zárate (Buenos Aires) fueron quienes me ayudaron a conocer la obra y la vida de los sacerdotes. Escribimos con Galetti e insistimos durante año y pico. Y un día me llamaron y me fui en un accidentado viaje a Tijuana (México), frontera con los Estados Unidos en el extremo noroeste sobre el Océano Pacífico. Creo que estuve tres años con los Padres Misioneros de la Caridad, a quienes amo profundamente por lo vivido y aprendido con ellos y mis compañeros formandos. Hacíamos vida de monjes, en silencio, pero con mucho apostolado: trabajo rudo e impactante”, contó.
“Luego me pase al Seminario Diocesano de Tijuana para comenzar mis estudios con la idea de ser sacerdote también de la diocesis fronteriza Mexicali. Cuando se abrió el seminario mayor en Mexicali, me trasladaron allí y completé la teología. Fui ordenado diacono y casi por año y medio primero colaboré en la Iglesia Inmaculada Concepción, y luego en el Introductorio del Seminario Mayor de Mexicali. Me pude ordenar sacerdote en La Plata por manos de monseñor Carlos Galón, arzobispo de aquí, quien lo hizo a nombre del que era mi obispo en Mexicali. Fue una gran y bella gracia y bendicion de Dios, realmente inolvidable”, indicó el sacerdote platense.
“Volví a México, y quede como encargado del Seminario Menor en el Ejido Saltillo. Luego el Menor fue trasladado a su nuevo edificio en otra ciudad desértica y fronteriza: San Luis Río Colorado, en Sonora. Trabaje en el Menor como director Espiritual. Fui muy feliz con los seminaristas que ahora son hombres de familia muchos de ellos, y también fui muy feliz en esta pequeña ciudad con su gente buena y colaborando en las parroquias para no oxidarme como formador. Luego de cinco años sacerdotales, me entro el bichito de volver a la tierra natal. Fue muy duro para mí: yo estuve en México 15 años. Deje mucho. Y volví en el 2003. Me recibió monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata. Fui vicario en la Salud del padre Daniel Manzuc (el mejor compañero y amigo de vida comunitaria diocesana: fue un gran párroco y padre, hoy somos hermanos y amigos) y me hicieron Capellán Auxiliar del Regimiento 7 y el Escuadrón de Calleria 1, ambos en un mismo predio en Arana. Fuí párroco por primera vez de la Parroquia de la Santa Cruz, con una comunidad humilde y de fierro. En ese interín el Regimiento 7 fue asignado como cabeza de la misión de los cascos azules en Haití, y también, por gracia de Dios, me ligué esta otra aventura que jamás en la vida pensé vivir: me dieron permiso de ir como capellán. Estuve 6 meses en Haití, la primera mitad del año 2009”, dijo el padre Gustavo. “Y luego volví por un corto tiempo a la Santa Cruz, luego fui designado como párroco de María Auxiliadora de Berisso, donde tengo Colegio Parroquial de tres niveles, dos capillas y soy capellán del Cementerio Municipal. Amo a María Auxiliadora, amo a la gente de Berisso, tengo un grupo de hermanos y colaboradores que son familia” añadió.
“El año pasado tuve la oportunidad de conocer a Diego Armando Maradona. Diego me pidió que lo bendijera a él para lo que fuera a vivir. Me dijo que lo único que quería era paz. Me llamó la atención que Maradona llamara a un cura. Pensé mal, pensé que era para sacar la mufa y no. Cuando llegamos lo esperamos un rato, y cuando nos encontramos me llamó mucho la atención que me pidió que lo bendijera a él y al equipo de parte de Dios, pero a él en especial para su vida y lo que viviera de ahí en adelante. Fue entonces, al momento de sacar el frasco de óleo para la unción, cuando Maradona exclamó: “¡Uh, el aceitito!”. Y me contó que cuando a su mamá, Doña Tota, la vida se le ponía muy dura iba a la parroquia y el cura le daba el aceite para llenarla de fuerza y salir adelante. Uno tiene la imagen superficial de Maradona de lo que uno ve en la televisión, en los diarios y me impresionó mucho encontrarme con el hombre, con un semejante, y pidiendo paz para lo que Dios le regale de vida de aquí en adelante. Diego me dijo, con sus palabras: ‘Yo me mandé muchas macanas en la vida, muchas, y me arrepiento, pero tuve cosas buenas, y habló de afectos y del fútbol. A mí me impresionó que Diego pudiera reconocer las faltas, las macanas que uno se manda, y me dijera: ‘Yo no soy ejemplo para nadie’. Era importante que quisiera reconocer sus límites y su pequeñez”, sostuvo el párroco de María Auxiliadora en Berisso. Además, el padre Rubio también remarcó el cariño que Maradona tenía hacia sus padres: “Cada vez que hablaba de ellos lo hacía con mucha admiración, con mucho cariño, se le llenaban los ojos de lágrimas. Diego me contó que su vuelta a la Iglesia estuvo inspirada sobre todo por la vida y fe de su madre, que de ella aprendió la fe simple y que quería ponerla en práctica”.
Finalmente, el padre Rubio compartió esta oración misionera:
Padre Bueno y Misericordioso, gracias,
me has llevado a caminar un camino ilógico para mi pobre mente,
con muchas vueltas y firuletes para volver después de años,
al mismo punto de partida.
Camino con mucho gozo y mucho sufrimiento,
en el cual me enseñaste qué debo hacer
para amarte, serte fiel y servirte como tu sacerdote
y como amigo y servidor de tus hijos, mis hermanos, los hombres.
Me enseñaste, pero siempre creo que no he aprendido mucho.
Que nunca me suelte de tu mano, Dios y Señor mío.
Ya más viejo y cansado, pero con ganas y el corazón
que me arde por buscarte y tenerte,
te doy gracias por todos los dones y las virtudes que me has dado,
y te suplico tu perdón por la multitud de pecados y defectos
que he adquirido en el derrotero de mi vida.
Solo puedo decirte que te amo.
Y que me duele que me ames tanto.
Quiero romper con todo aquello que es malo y me ata
y quiero recuperar la libertad de ser tu hijo, hombre de fe y sacerdote.
Quiero amar y servir a mis hermanos como se debe,
como vos nos enseñaste sabiamente en la Persona de Jesús,
Nuestro Señor e Hijo Tuyo.
No quiero que me agarre la noche sin nada que poder ofrecerte,
aunque humilde y pobre pero bueno.
Que no me abrace la muerte siendo malo,
que me agarre por tu gracia y bondad, siendo yo bueno.
Y no por miedo a la muerte eterna, sino por la alegría de ser tu hijo
y por amor a Vos, la Iglesia y mis hermanos sean quienes sean.
Gracias mi Dios y Señor.
María Santísima, llévame siempre de la mano
y no permitas, por favor, que me separe de vos y de la Santísima Trinidad.
Amén.
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