Entrevista a Jesús de Nazaret en el siglo 21

viernes, 9 de abril de 2010
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Eduardo Casas

Texto 1.

Esta primera edición del cuarto y último ciclo de “Espiritualidad para el siglo XXI” he querido que sea especial.  Como productor y conductor del programa, siempre busco algo que pueda agradar y –a la vez- sorprender a la audiencia. Convocar a un buen invitado o a una personalidad interesante y hacerle una entrevista con preguntas que sean las que la gente siempre hubiera querido hacer; o buscar una buena selección de textos y elegir a quienes los puedan interpretar, o tener una conexión en vivo con quien sea la noticia de la semana, o proponerles un buen tema de reflexión para un jugoso debate… En fin, las posibilidades son tantas como prolífera sea la creatividad y las circunstancias.

Después de pensar muchas opciones y ya que somos amigos, ustedes y yo, lo que les hoy propongo –lo que te propongo- es que ahora seamos cómplices de un juego. No te puedo decir cuál es el juego porque entonces se esfumaría la magia y se desvanecería el encanto y –en este caso- es necesario que permanezca, que dure hasta el final.

Lo que puedo decirte es que te voy a compartir un sueño, una fantasía, una ficción. No sé si lo tuve despierto, durante la vigilia, o se construyó durante el sueño. No sé si fue de día o de noche, velando o durmiendo. Lo cierto es que se aconteció. Para mí fue tan real como el sabor del pan o la tibieza de la luz, como el roce de la ropa en la piel o el característico olor de la lluvia. Lo pude ver y oír. Fue tan real y vívido, como esas cosas que uno no puede definir y que  -sin embargo- las vive.

Este ensueño cobró la forma de diálogo. Una comunicación íntima, cercana, sin protocolos, ni formalismos,  como esas conversaciones que tienen los amigos, con cosas en común, ya sabidas y otras, adivinadas. Esta bella ilusión tomó la figura de una presencia y una visita. Las preguntas que hice -en esa asombrosa oportunidad- fueron las que se me ocurrieron allí, en el momento. No las premedité. No tuve tiempo de prepararme. Fueron las que salieron. Sabía que tenía un tiempo limitado. Traté de disfrutar siendo conciente del privilegio que tenía.

Estuve muy cómodo. Fue muy cálido conmigo. Me hizo sentir muy bien. El tiempo se me pasó rapidísimo. De vez en cuando, me parecía que escuchaba algo de música de fondo pero no supe si era así o era sólo mi memoria. En verdad, aunque hace un tiempo que nos conocemos; sin embargo, fue toda una sorpresa inesperada para mí. Se dio sin buscarlo y –ahora- lo comparto sólo con vos.

Te participo mi sueño –o mi realidad, no sé muy bien-  aconteció así…

Diálogo de la entrevista

Eduardo: – ¡Hola, Jesús!, ¿cómo estás?…
Jesús: – ¡Muy bien, gracias!, ¿y vos, cómo estás Eduardo?
E:- En verdad, estoy un poco sorprendido. Nunca me imaginé que ibas a venir a la cita. Estoy impresionado pero –a la vez- gozoso.
J: -Yo también comparto tu gozo. Para mí es un gusto.
E: – No sé si te hubiera reconocido. No sos exactamente como te imaginé y como te imaginaron. Estás un poquito cambiado.
J: -No estoy cambiado. Éste soy yo. Así, como me ves. Ahora tengo el pelo un poco más corto, al igual que la barba pero sigo siendo esencialmente el mismo. Soy muy fiel a mí mismo. Lo que sucede es que conmigo, todos han hecho -a lo largo del tiempo- una sucesiva proyección de sus propias imaginaciones, adaptando mi figura a sus representaciones. Ya soy un símbolo. Es cierto que hace 2000 años me vestía como un judío de hace 2000 años. Ahora me visto como un judío del siglo XXI, como cualquier hombre de este tiempo. Hoy el mundo globalizado nos ha acercado y nos ha hecho a todos parecernos un poco.
E: – Sí es verdad, de hecho estás casi vestido igual que yo.
J: – ¡Vos tampoco estás vestido de cura! Tenés una camisa y un pantalón común.
E: -Sí, lo mismo que vos.
J:- Ninguno es tan distinto del otro. Todos los seres humanos nos parecemos bastante. Empezando por la ropa y siguiendo por los anhelos y deseos, miedos y logros, fatigas y alegrías, esperanzas y angustias. Eso lo comprobé siempre a lo largo de mi vida pero, sobre todo, en mi muerte.
E: -¿Cómo es eso?…
J:- Sí, Eduardo, en la muerte supe –con la piel, con el cuerpo y con el alma- que era uno más, igual a todos. Igual hasta en eso, hasta en el hecho de morirme también. Dejar de ver, dejar de respirar, dejar de latir, dejar todo…
E:- Uno más…
J: -Sí, uno más, igual al resto. Uno más, como vos también. Por eso, lo más importante, lo único que te hace ser quién sos, que te diferencia y te singulariza, es que seas vos mismo. En la vida, hay que ser uno mismo porque en la muerte, somos todos iguales. Estamos todos juntos. Es como si nos convirtiéramos en uno solo.  Todos somos parte de lo mismo, comunes al resto.
E: -¡Qué paradójico Jesús!: llegar a la muerte para aprender ese secreto de la vida.
J:- Sí, todos iguales en la muerte y –a la vez- todos distintos en la vida. Lo único que vale la pena es no traicionarse a sí mismo. Ser fiel, coherente y honesto consigo. Ser auténticamente uno, aunque eso implique ser distinto. Aunque cueste y tenga un precio. Nada vale el sacrificio de tu libertad, si te perdés a vos mismo. Toda libertad genuina tiene un precio. La más sencilla sabiduría consiste mirarse a sí mismo tal como uno es.
E: -Mirarse y aceptarse. No hay otra verdad para ofrecer. Ser humilde consigo mismo.
J:- Sí, mirarse y dejarnos que el otro nos mire, tal como somos. Sin temores, sin miedos, sin defensas, sin esfuerzos, sin pretensiones. Ser… simplemente ser… Para algo Dios nos hizo a todos distintos, no?
E:- Tan distintos que -incluso a vos- Jesús pretendemos asociarte a nuestras más diversas complicidades. Algunas ciertamente no tienen nada que ver con vos. Sin embargo, allí te ponemos.
J:- Sí es verdad. A menudo mi nombre y mi causa se usan para legitimar las más increíbles aspiraciones.
E:- Te queremos poner donde nosotros pretendemos sin darnos cuenta que sos vos el que te vas ubicando en cada vida y en cada camino. Tenemos que darnos cuenta que vos estás siempre a nuestro lado.
J:- ¡Ayyy, si se dieran cuenta de eso, muchas cosas las vivirían distintas!

Texto 2.
   
E:- Jesús, contáme cómo era la ciudad donde creciste y viviste.
J:- Ahhh, mi querida Nazaret, “la flor de la Galilea” como algunos la llaman. En aquél tiempo era un escasísimo caserío sobre una colina de 350 metros de altura sobre el mar mediterráneo. El poblado estaba rodeado de otras cimas más altas. Era un pequeñísimo vecindario, un sitio realmente insignificante de no más 200 metros de largo por unos 150 metros de ancho aproximadamente, donde se construían un tipo de “grutas-vivienda”, algunas incluso excavadas en la roca.. Viví la mayoría de mi vida en ese paraje, que ni siquiera salía en los mapas y casi no era conocido en aquellos tiempos. Una diminuta aldea polvorienta, de unas 25 familias, no más de  300 personas, más o menos. Cualquier barrio de las actuales ciudades supera ampliamente el poblado de mi tierra de origen. Yo era un joven pueblerino. Todos nos conocíamos.  Hoy ese lugar luce un poco distinto. Sus habitantes son la mayoría árabes. El mayor porcentaje religioso lo tienen musulmanes y judíos. Los cristianos son una minoría. Actualmente es una ciudad animada por viajeros y comerciantes. Casi que no la reconozco. Poco queda de mi paisaje natal.
E:- ¿Qué recordás Jesús de aquellos días?
J:- El silencio, el profundo silencio de ese lugar. El cielo límpidamente claro y celeste. El sol radiante y poderoso. El mediodía intenso durante el verano. Recuerdo el polvo de los pocos caminos que había. El ruido de mis pasos al caminar. Parecía que crujía el espeso silencio del alrededor. El tiempo pasaba lento con tanto silencio abrazándote. Parecía que el ritmo de las horas tuviera que pasar capas gruesas de silencio que retrasaban su paso. Hoy, en cambio, la ciudad es más bulliciosa. Por eso, me parece, que el tiempo transita más rápido.
E:- ¿Allí vivías con tus padres?
J:- Sí, la mayoría del tiempo, viví allí, con María y el esposo de mi madre, José, mi padre de adopción, un hombre realmente bueno. Creo que el silencio de Nazaret lo había contagiado. Hablaba sólo lo suficiente. Allí todos nos volvimos más silencios. El silencio de ese lugar te llevaba hacia adentro, como una respiración y un latido que te sumergían en lo más hondo. Te hacían habitar esa tranquilidad, ese sosiego lleno de paz.
E:- ¿Rezabas mucho en ese lugar?
J:- Rezaba bastante y también observaba, escuchaba, percibía, advertía, captaba, adivinaba, intuía. Me volví muy perceptivo, con una sensibilidad honda. A veces me quedaba ahí, adentro de mi propio silencio, descansando y disfrutando por un largo rato…
E:- ¿Disfrutabas?
J:- ¡Muuucho!  La simplicidad de la vida te vuelve esencial. Disfrutás lo que tenés y lo que se te dá. Si te ponés en el compás de ese movimiento, suavemente ondulado, de la corriente de la vida, gozás naturalmente. Todo fluye, sin esfuerzo. A veces creo que -entre otras cosas- fui perseguido e incomprendido también por eso. Yo hablaba de vivir el hoy, de agradecer el presente, de sentir la fiesta de la vida que se nos regala y prodiga. En aquellos tiempos, eso no siempre acordaba con la mirada de la religión de mis antepasados. La religión no era para la vida, era para el culto y el culto consistía en sacrificios para Dios en el templo. Eso marcó profundamente a la gente: terminaron creyendo que las inmolaciones, los holocaustos, las abnegaciones, las privaciones y las angustias eran parte de lo que Dios siempre quería.
E:- Una imagen de Dios que todavía subsiste hoy.
J:- Por cierto, un Dios un tanto sádico como dicen actualmente.
E:- No obstante, discúlpame Jesús y con todo respeto, pero tu propia Crucifixión -con flagelaciones, sangre, clavos y espinas- ha contribuido a intensificar esa imagen, aún más.
J:- Creo que esa imagen de mi vida ha sido muy sobredimensionada. De hecho, mi muerte ocurrió en el  último día de mi existencia –como no podía ser de otra manera, claro- y lo más intenso de ese día fueron las tres horas finales. Casi no es nada en comparación con el resto de todos mis años, sin derramar una sola gota de sangre.
E:- Tal vez es lo que más nos ha impactado a nosotros, la violencia de tu muerte. Los seres humanos somos propensos al sensacionalismo y al morbo. Lo vemos continuamente en los medios de comunicación de hoy.
J:- A propósito de mi muerte, me han dicho que hay una última película sobre el tema que sobre todo muestra la perspectiva física de mi sufrimiento.
E:- Sí,  ¿la viste?
J:- No, no… no la he visto.
E:- ¿Querés que la veamos?
J:- No, Eduardo, gracias, prefiero no verla. Me haría recordar y revivir lo que realmente pasé en esos momentos terribles. Por esas experiencias, sólo se quiere pasar una sola vez. Es muy traumático y sochkeante. Además, no quise verla porque, seguramente, me decepcionaría. Siempre la realidad es distinta a como lo que se muestra en una película.
E:- No obstante, si querés la vemos y después te consigo algún psicólogo.
J:- ¡Te imaginás, Eduardo, si voy a un psicólogo y me presento diciendo: soy Jesús de Nazaret y quiero superar el trauma de mi crucifixión!
E:- El pobre psicólogo lo primero que va a pensar: ¡“Este sí que es un verdadero loco”!
J:- ¡Vaya coincidencia!, ¡eso mismo pensaban de mí en mis tiempos! …

Texto 3.

E:- Jesús, háblame un poco de las personas que te rodeaban.
J:- ¿De quiénes por ejemplo?… porque me rodeaban muchas personas.
E:- Por ejemplo de María, de Pedro, de Juan, de Judas, por qué no…
J:- ¡Y… qué te puedo decir Eduardo!… De María me es difícil hablar porque es mi Madre, uno siempre habla bien de su Madre, incluso la idealiza un poco, ¡imagináte tener por madre nada menos que a la Virgen María!… no obstante, para mí, era mi mamá, una mujer realmente buena, de pueblo, callada, sencilla, comprensiva, muy reflexiva, nunca exigía, ni reclamaba nada. Siempre estaba interiormente saboreando algo. Aunque era muy pensativa, también resultaba jovial y alegre. De vez en cuando cantaba. Tiene muy linda voz. Ella es tierna, cariñosa, suave. Es madre. Muy madre en todo…
E:- ¿y Pedro?, ¿cómo era Pedro?
J:- A Pedro lo amás o lo detestás. Era un hombre impulsivo, de muy buen corazón, algo impetuoso y  arrojado. A veces parecía que primero hablaba y después pensaba. Por momentos, intempestivo. Es un tipo capaz de sacarse hasta la ropa para dártela. Algunas mañanas se levantaba algo gruñón y mal humorado. No le gustaba que lo hablaran en ese momento. Era un tipo duro y rústico, acostumbrado al sol, al agua, a los vientos, a las redes, a las barcas, a los peces y al típico olor de las orillas del mar. Ésa era toda su vida. Pedro se parece a la fruta del coco, duro y áspero por fuera pero pulposo y jugoso por dentro. Ciertamente un tipo trabajador y macanudo… siempre que se levante con el pie derecho. Cuando esto no sucedía, había que respetarlo y dejarlo un rato solo, luego se le pasaba y volvía a ser el más conversador y alegre de todos.
E:- ¿Y Juan?
J:- Juan era una persona singular, intensamente sensible, observadora y detallista, apasionada, con una perspectiva particular y original de las cosas, muy personal, muy fiel a la amistad y a sus afectos, muy familiar y afable, hospitalario y muy buen anfitrión, responsable, respetuoso de las diferencias del otro, muy cuidadoso y servicial. Sabía escuchar y recibir al otro, le daba a cada uno su tiempo. Siempre tenía una palabra de aliento y de consuelo. Era muy cálido, comprensivo,  entrañable, muy querible y muy querido. Se llevaba bien con todos. Era profundamente conciliador, buscaba que las partes dialoguen y se entiendan. No le gustaban mucho las multitudes. Se entendía mejor con las personas en particular… Sinceramente, un hombre excepcional…
E:- ¿Y Judas Iscariote?
J:- Judas era callado y enigmático, muy inteligente, reflexivo, no siempre uno podía saber lo que pensaba porque era bastante parco y discreto. A veces, por momentos, resultaba algo melancólico. Era también muy activo y dinámico. Podía haber sido un líder. Tenía el perfil de alguno de los políticos actuales…
E:- Uuuy Jesús, no nos metamos con eso. Ése sí que es un tema polémico y controvertido….  Disculpáme que te interrumpí, ¿querías agregar algo más de Judas?
J:- No, no, está bien.
E:- A propósito de Judas -disculpáme que insista y vuelva con el tema, lo que pasa es que no todos los días puedo hacerle una entrevista a Jesús de Nazaret para hablar de estos temas- ¿has advertido que a lo largo del tiempo han existido varias teorías y conjeturas acerca de la personalidad de Judas y de su decisión, no?
J:- Sí, sí…  hay varias teorías, sobre todo en la literatura y en el cine. Judas tendría que solicitar derechos de autor…
E:- La pascua cristiana recuerda la muerte de un judío y la traición de otro. Vos Jesús quedaste como el modelo del “héroe-víctima”, con su sacrificio altruista y Judas como el perdedor, el hombre del egoísmo más abyecto y de la traición más detestable. Encima, al final, para empeorar las cosas, o para darle aún mayor dramatismo, se quita la vida. No se sabe si lo hace por remordimiento, culpa, desesperación, angustia, conciencia del error cometido, fracaso, incapacidad de asumir lo hecho y de medir las consecuencias… no sé, tal vez un poco de todo eso…
J:- La traición tuvo más éxito publicitario y mayor expresividad -dirían hoy-  ya que se plasmó  bastante en la pintura y en las letras.
E:- Es verdad, las pinturas clásicas muestran a Judas con cara del judío ladino, sagaz, perspicaz y astuto. Un judío pintado por antisemitas: los ojos chicos, el pelo renegrido, la nariz amenazadora y la barba afilada… Con su beso traicionero y su bolsita con las 30 monedas…
J:- Sin embargo, Eduardo nadie sabe qué rostro tuvo Judas, excepto –claro- los que lo conocimos. Tampoco nadie sabe de dónde venía, qué edad tenía, qué hacía antes de dejarlo todo para seguirme. Lo único que se sabe de él es que un día me entregó y se convirtió en el símbolo universal de la perfidia y la traición.
E:- ¿Cómo fueron realmente los hechos?
 J:- Aquella semana de esa Pascua judía, Jerusalén estaba llena de peregrinos, agitada, tumultuosa, ruidosa y al borde del caos.  Ese jueves, invité a mis discípulos a una cena de festejo y de despedida. Yo iba intuyendo qué desenlace tendría todo aquello. Esa cena es la que después fue conocida como la Última Cena. En ella, le dí a Judas un trozo de pan embebido en la salsa que acompañaba la comida y le dije que hiciera “lo que tenía que hacer”.  Él entendió y me obedeció. Los demás no captaron el sentido de las palabras y supusieron que entre nosotros había un código, que nos entendíamos y que sabíamos de qué estábamos hablando…
E:- Él salió y fríamente te puso un precio: 30 monedas de plata,  “precio de sangre”.
J:- Sí es verdad, pero ese precio era más bien simbólico. En esos días equivalía a 25 gramos de ungüento de nardo, o el precio de un esclavo muy barato, o el monto del trabajo de un albañil durante un mes.
E:- ¿Sentís que te equivocaste de elección al invitarlo a Judas a ser uno de los Doce?
J:- No, no…para nada…nadie se equivocó. Yo siempre respeté lo que mis discípulos pensaban y hacían. Judas fue libre, como lo fueron todos los demás. Aparte yo no estaba escondido, me mostraba todo el tiempo en público. Era fácil localizarme. No era necesario que nadie me entregara. Él lo hizo por su propia convicción y decisión. Lo negoció en ese momento ya que se presentaron las circunstancias.
E:- Algún objetivo habrá tenido, aparte de entregarte. La traición es la manifestación de un objetivo oculto que ha quedado escondido y que él se llevó consigo.
J:- Claro. Él ciertamente tuvo un objetivo. Precisamente ése es el secreto de Judas Iscariote, aquello que lo hace tan llamativo y seductor.
E:- Algunas teorías afirman que entre vos y él hubo un cierto acuerdo. Que la supuesta “traición” fue un pacto entre ambos.
J:- ¿Para pasar a la historia?, ¿yo como el Maestro y él como el traidor?
E:- Efectivamente, se afirma que en esos años, en Israel solían aparecer profetas que anunciaban la liberación del yugo romano y el reestablecimiento del reino judío, algunos eran más políticos y otros más místicos, pero casi todos se presentaban como el Mesías, predicando una liberación política, no pacifista sino por la vía de las armas. El Mesías era casi un  jefe militar. La violencia, ayer como hoy, es un medio para conseguir lo que expresa una ideología. En este caso, la violencia unida al sacrificio. Ya que vos, Jesús,  tenías que sacrificarte, el camino de la traición era uno de los posibles. Si Dios se había rebajado a ser mortal, Judas bien podía rebajarse a ser un delator. Los dos se sacrificaban. Un sacrifico por otro. No hay una víctima y un victimario, uno bueno y otro malo, un traidor y un entregado. Los dos se sacrificaban por igual en búsqueda del mismo objetivo.
J:- Ahora entiendo… los dos nos sacrificamos al mismo tiempo. Las dos caras de un mismo sacrificio por la humanidad.
E:- Claro. No obstante, aquí no termina la teoría. Como vos eras un Maestro de vida, la traición que aceptaste era una “traición –podríamos decir- didáctica”. Querías enseñarnos que la traición era el  verdadero motor de la historia. Judas sería el que se rebajó hasta la abyección, ya que el verdadero renunciamiento, el que más cuesta no es a la vida sino al honor, a la propia memoria y al juicio de la historia. El cristianismo se convirtió entonces en la religión del sacrificio, de la entrega por el otro, de la solidaridad.
J:- Si esta teoría fuera verdad, entonces, el verdadero sacrificio no fue el  mío sino el de Judas. No obstante, desde este punto de vista,  debe haber sido el más feliz de todos los discípulos. Entendió su papel en el drama y lo abrazó con alegría, con la seguridad de que nadie podría, nunca, sacrificarse más que él.
E:- Claro, en una religión donde el sacrificio es lo mejor, nadie ha podido superarlo jamás. Aunque creo que se equivocó en un sólo punto: creyó que nosotros seríamos más sutiles y que entenderíamos el mensaje.  Sin embargo, el hecho de que Judas todavía siga dando que hablar es una confirmación de que no hemos entendido su rol en este drama.
J:- Tengo que asegurarte, Eduardo, que esta teoría es realmente ingeniosa. Al menos intenta explicar por qué  el cristianismo –lamentablemente- ha sido durante siglos y lo sigue siendo para muchos aún hoy, la religión del sacrificio.
E:- En verdad, tendría que ser la religión del amor según lo que nos propusiste en el Mandamiento Nuevo.
J: Sí, un Mandamiento tan corto y tan poco practicado.
E: Quizás tan poco entendido.
J. Al amor no hay que entenderlo. Solamente hay que entrar en él. Una que vez que nos introducimos en él, lo podemos captar mejor.
E:- Pareciera que Judas se quedó afuera…
J:- Posiblemente…
E:- Si hubiera querido, podría haber tenido algo de ese amor…
J.- ¡Sí claro! sólo basta con quererlo…
E:- ¿Sólo eso Jesús?
J:- Sí, Eduardo, no lo dudes sólo eso.
E:- ¡Si uno pudiera recordarlo más a menudo!
J:- ¿Sabés Eduardo? A veces lo recuerdo a Judas como si fuera un niño indefenso y asustado. Me pregunto a dónde fueron sus sueños y su risa….

Texto 4.

J:- Me he quedado pensando en esa teoría del sacrificio donde el héroe y el santo es Judas.
E:- Sobre Judas hay varias visiones a lo largo de la historia. Allí donde hay un cierto silencio en la Biblia, los seres humanos los llenamos de conjeturas.
J:- ¿Conoces, Eduardo, aquella teoría que dice que yo quería echar a los romanos y reestablecer el Estado judío y que por eso fui a Jerusalén en el momento de mayor afluencia de peregrinos?
E: no, no la conozco.
J:- Esta otra teoría afirma que yo mismo decidí mi propia entrega y que -por eso- le dije a Judas, en la Última Cena, que se apurara. Utilizando como estrategia mi entrega, el juicio posterior  y la amenaza de mi ejecución, yo mismo apresuraría las cosas -en medio de la confusión- para que pudiera salir victoriosamente siendo el líder de la situación y de la revuelta contra los dominadores imperialistas. No obstante, algo salió mal y ya sabemos cómo terminó esta historia.
E:- Eso explicaría aquella misteriosa frase tuya de la Cruz: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me abandonaste?” ya que al salir algo imprevistamente mal, Dios se desentendió, dejándote librado a tu propia suerte.
J:- Efectivamente. Además el nombre de Iscariote, ha sido interpretado –por esta teoría- como una derivación de sicari, la palabra latina que designaba a los guerrilleros judíos que usaban puñales, los sicarus, de donde viene la palabra “sicario”, asesino al cual se le encarga un crimen y se lo pagan.
E:- En esta teoría,  Judas es el más inteligente de todos los Apóstoles, ya que es el que sabía mejor lo que su jefe y Maestro necesitaba para terminar siendo un verdadero líder. Es decir,  te ayudó a cumplir tu cometido.
J:- O quizás haya creído que yo había fallado como Mesías y que el poder religioso judío no me iba a prender, a enjuiciar y a condenar.
E:- En realidad, más que traición, Judas entonces te ayudó a ser coherente hasta las últimas consecuencias.
J:- Según esta teoría, la idea del “profeta-guerrero” mantuvo su fuerza en Israel hasta la gran derrota judía que terminó con la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70. Hasta entonces, el cristianismo incipiente era un movimiento de fuerte crítica social. Pero como el Imperio Romano seguía dominante, había que evitar el enfrentamiento. Fue en ese tiempo cuando Saulo de Tarso, después conocido como el Apóstol Pablo, universalizó el cristianismo, sacándolo de la órbita de Israel y de cualquier disputa con el poder imperial.  En esa nueva re-escritura, la acción de Judas quedó convertida -para siempre- en una traición terrible. Se cambió el papel de santo por el de traidor y apóstata.
E:- También hay –incluso- otra versión. La que se cuenta en el texto llamado el “Evangelio de Judas” o “El Evangelio prohibido” donde –supuestamente- el mismo Judas como autor -uno de los hombres más odiados de toda la historia- nos muestra una nueva versión de los últimos días de Jesús de Nazaret.
J:- (con curiosidad) ¿Y qué dice ese texto?
E:- El escrito hace una valoración positiva de la figura de Judas. Dice que fue el discípulo favorito, el mejor amigo tuyo y el encargado de iniciar los acontecimientos de la Pasión. Ciertamente entregó a su Maestro pero en cumplimiento de un plan previsto con anterioridad, ya que vos, Jesús, organizaste tu propia ejecución.  Judas tampoco muere trágicamente. Él es el que te preparó el momento en que vos, Jesús, quedaste liberado del peso de un  cuerpo aparente.
J:- Mi cuerpo nunca fue aparente, siempre fue real.
E:- No obstante, a lo largo de la historia hay quienes han pretendido un Jesús más espiritual y no tan encarnado, no?
J:- Sí, cada uno ha tenido y tendrá una idea particular de mí. Lo cierto es que para algunos, mi humanidad  resulta un tanto sospechosa, denigrante e indigna  de ser asumida por Dios. Para muchos, aún hoy, les resulta un obstáculo.
E:- Por una cosa u otra, seguís siendo un misterio fascinante.
J:- O una leyenda, un mito, un enigma, un personaje histórico único, un visionario, un loco, un profeta, un maestro espiritual, un dogma, una ensoñación del género humano…. Doy para todo…
E:- Tal vez eso es lo que te vuelva único.
J:- Todos somos únicos. Quizás tengamos que volver a descubrirlo.
E:- Jesús, ya que tuvimos hablando de Judas, contáme algo de tu Pasión.
J:- ¿Algo como qué Eduardo? … No existe en la historia escena más representada que esa.
E:- No me refiero a que me la describas físicamente sino a tu experiencia interior.
J:- Muchas veces la muerte tiende a ser idealizada por los seres humanos. Hay ciertas perspectivas románticas de la muerte. La mía –como experiencia interior- fue como cualquier muerte. No tuvo nada especial desde ese punto de vista. La muerte genuina y auténtica te hace experimentar lo común a todos los seres humanos. En esa experiencia se gusta toda la insignificancia, la limitación, la finitud y la contingencia. Mi muerte sólo tuvo vacío y nada. Solamente me morí. La experiencia que todo se acabó para mí en ese instante.
E:- ¿y entonces… la vida eterna?
J:- Son dos cosas distintas la muerte y la vida eterna. Ciertamente la vida eterna existe pero el paso previo es la experiencia de la muerte.
E:- ¿Por lo tanto tu muerte no fue “especial”?
J:- Mi muerte tuvo otro “sentido” pero no fue “especial” en la forma en que tal vez algunos puedan imaginar. No tuvo ninguna otra experiencia distinta a la que se siente en cualquier muerte humana. Experimenté la común sensación de todos los que mueren. Fui uno más. La muerte es la verdadera “democracia” de los seres humanos y de los pueblos. En ella todos somos iguales.
E:- Ahí estuvo tu grandeza Jesús. Tu muerte fue la mía, la de aquél otro, la de mis seres queridos que ya han muerto, en fin, la muerte de todos. Eso es la Redención: morir como todos y para todos.
J:- La ejecución en la Cruz era tan indigna en aquellos días -tan propia de criminales, delincuentes y esclavos- que los cristianos tardaron 300 años en empezar a usarla como símbolo; hasta entonces, solían identificarse con la figura de un “pez” ya que la palabra griega que lo designa –“Icthis”–  se utilizó como un acróstico. Cada una de las letras de esa palabra en griego era la inicial de la frase: “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”.
E:- ¿y tu Resurrección, Jesús?, ¿cómo fue tu Resurrección?…
J:- ¡Lástima que mi Resurrección la haya vivido podido vivir sólo una única vez! Me gustaría poder repetir las sensaciones de esa inigualable experiencia. Todo fue muy rápido en los hechos. La conciencia requiere de una mayor lentitud para poder asimilar el proceso. Fue como un relámpago enceguecedor, un estallido tremendo, una llamarada de luz, una bocanada de aire puro y renovador. Como cuando uno sale del agua sin haber podido respirar por un tiempo prolongado. Como la experiencia de nacer, lástima que no podemos recordarla, ese acontecimiento es lo más parecido al milagro de resucitar. ¡Es asombroso!: un segundo antes de esa experiencia estaba realmente muerto, sin vida, era verdaderamente un cadáver y un segundo después, venido de Dios estalló el instante impredecible de la vida. ¡Fue una sensación inigualable!…
E:- Bueno, entonces, habrá que esperarla…
J:- Mientras tanto hay que saber aprovechar el tiempo que siempre parece apresurado…

Texto 5.

E:- ¿Jesús fuiste feliz?
J:- La felicidad ciertamente es extraña y escasa en la vida de los seres humanos. Resulta demasiado fugaz. Huye siempre demasiado rápido cuando se da cuenta del ritmo del tiempo. No hay vidas de felicidad sino que hay felicidades en la vida. Por mi parte, fui feliz de a ratos, como cualquier ser humano. La felicidad es un intento más que una realización, un camino más que una meta, un ensayo más que un logro. Sin embargo, descubrí en mi existencia una felicidad que siempre me acompañó. Esa felicidad nunca me fue infiel.
E:- ¿Qué felicidad era Jesús?
J:- Mi vida no siempre tuvo una felicidad desbordante y exultante; sin embargo, permanentemente estuvo plena de sentido y de “sentidos”. Nunca nada quedó vacío, ni seco, ni estéril. Todo estaba colmado. Todo cuanto hacía y cuanto me sucedía. Una existencia que tiene sentido y “sentidos” para vivir, para amar, para creer, para alegrarse, para sufrir, para esperar… ciertamente ha encontrado uno de los secretos de la felicidad.
E:- La felicidad del sentido y de los “sentidos” de la vida: ¡qué hermosa y qué escasa es esa felicidad humana!
J:- Ésa fue la felicidad que tuve siempre en mi vida.
E:- ¿y tuviste miedos?
J:- ¡Claro! Tuve muchos miedos en mi vida, Eduardo. Los miedos de niño cuando era niño. Los miedos de un joven cuando lo era y los miedos de un adulto cuando lo fui. Los miedos siempre acompañan a la existencia humana, tan precaria y vulnerable. Sin embargo, no hay que tomarlos como oscuros nubarrones que están en nuestro horizonte sino como puentes para cruzar por encima de nuestros propios precipicios y abismos. Si los atravesamos con éxito, llegamos a la otra orilla,  fortalecidos.
E:- ¿Tuviste amores, Jesús?
J:- Viví de amores, Eduardo. De amores concretos, con rostros, rasgos, nombres e historias. Hasta el amor a Dios -el amor a mi Padre- fue muy concreto, muy humano, muy real. Todo en mí se hizo carne, sentidos y conciencia humana. El amor fue siempre así para mí. Amé a todo y a todos: a Dios, a mi madre y a mi padre de adopción, a mi pueblo y a mis amigos, a mis discípulos y a los pobres y enfermos que venían a mi encuentro, hasta a mis enemigos y a mis perseguidores, a los que no me entendían y criticaban. A todos los amé y también los comprendí. No es fácil aceptar a una persona como yo. Mis pretensiones eran absolutas y radicales. Les dije que era más que la Ley, más que Abraham, más que Jonás, más que Salomón, más que el propio Dios en el que ellos habían creído por siglos, más que su tradición, su templo, su culto y su pascua. Más que todo lo que ellos habían conocido, respetado, venerado y aceptado. Eso era mucho para algunos de ellos. Aceptarme a mí, era dejar todo eso, era parte de su propia identidad y de su destino en el mundo. Yo los entiendo y los acepto. El precio para ellos y para mí, fue muy alto. Sin embargo, yo no podía dejar de ser fiel a mi mismo.
E.- ¡Amaste Jesús!…
J:- Sí, Eduardo… amé siempre, amé a todos, amé hasta el fin. Lo volvería a hacer y lo sigo haciendo también hoy. Por eso muchos me creen loco.
E:- ¿El amor no es acaso una especie de locura, Jesús?
J:- A veces sí porque nos pone más allá de la razón y de lo razonable, más allá de lo prudente y de lo justificado, más allá de los límites y de las reglas convencionalmente permitidas. Ningún amor se debe juzgar. Todo amor tiene su propia razón, su propia lógica, su propio sentido. Quien no lo haya vivido desde adentro o quien no lo haya experimentado, no puede saber algo de él. El amor no se juzga. Se acepta, se toma  o se deja. El amor es así, sólo se comprende desde su propio universo.
E:- ¿Cómo ves el mundo, Jesús?, ¿cómo lo ves este presente de la historia?
J:- Como siempre, Eduardo, siempre fue así. El mundo y la historia poco han cambiado. Sucede que a cada uno le toca vivir un solo fragmento de tiempo. Quien puede percibir más allá, se da cuenta que siempre ha sido así. Por eso tengo esperanza, está casi todo por hacer. Casi todo por ser inaugurado. El mundo no ha cambiado demasiado. Hay bastante trabajo que realizar.
E:- ¡Ay, Jesús!… el reloj me está indicando que esta entrevista o este sueño, o no sé lo que es, va llegando a su fin.
J:- ¡Qué pena, Eduardo, realmente lo estaba disfrutando! Son pocas las veces que tengo oportunidad de hablar tranquilamente de mí con otros.
E:- ¡Claro!…. ¡Siempre estás escuchando a otros! … Antes de despedirme, Jesús, me encantaría saber si alguna otra vez podemos encontrarnos.
J:- Ojalá que sí, uno nunca sabe, por eso tenemos que aprovechar las ocasiones que se nos regalan en cada oportunidad.
E:- Jesús, antes de despedirme quiero –además de agradecerte infinitamente- decirte que para mí sos muy importante en mi vida, que la marcaste y la señalaste de una manera muy particular, que sigo buceando en tu misterio, una y otra vez. Continuamente tengo en mi corazón preguntas para hacerte. Siempre me has acompañado y aún -como la primera vez en que entraste en mi vida y la cambiaste para siempre- sigo aprendiendo de vos, conciente de que aún tengo mucho que crecer. Jesús, amigo entrañable, Señor de mi vida, como te dijo el Apóstol San Pedro: “vos lo sabés todo, sabés que te quiero”.
J:- ¡Gracias, Eduardo, me hace tanto bien escuchar esto! No te creas que siempre recibo muestras de amor. Para todos los seres humanos, esas muestras se nos han vuelto escasas…
E:- Jesús, no te olvides de darle mis saludos y cariños a tu madre, por favor.
J:- Se los daré con gusto, Eduardo, de tu parte.
E:- ¿Cómo está ella?
J:- ¡Hermosa!, ¡Radiante! Realmente está hermosa. Siempre preocupada por los demás. Ha convertido esa actitud en su trabajo. Es mi “secretaria”, mi ayudante perfecta. Nada sería igual sin ella.
E:- Jesús, la última pregunta entonces…
J:- Sí, claro, por favor…
E:- Jesús, no sé si preguntarte “qué es” o “cómo es” o “quién es” Dios…
J: … Eduardo… esa pregunta es tan honda que no me animó a respondértela en dos palabras. Yo soy muy respetuoso de lo que hay en el interior de cada uno. Esa pregunta es clave, constituye la cuestión existencial de toda la vida humana. La respuesta sólo la podés encontrar en tu propio corazón… “Allí donde está tu tesoro, encontrarás tu corazón”
E:- ¡Gracias, Jesús!… ¿Me permitís que te dé un abrazo y un beso?
J:- ¡Claro, Eduardo, por favor!
E:- ¡Gracias, Jesús, gracias, gracias!…

Texto 6.

Jesús, ven a mí
con tu dulce luz

Déjame sentir  tu alma de diamante,
siempre pura y transparente,
siempre hermosa y brillante.

Y aunque el sol, durante los días del camino,
se nuble,
sigue,
Tú sigue iluminándome.

Cielo o piel,
silencio o verdad,
eres todo eso y mucho más:
Ven con tu  humanidad.

Aunque tu corazón recircule,
siga de paso o venga,
pretenda volar con las manos,
sueñe despierto o duerma,
o beba el elixir de la eternidad,
ven aquí
desde  el más allá,
porque siempre quiero estar unido
 a tu alma de diamante puro.

EC

Texto 7.

    Te he compartido mi sueño. Un encuentro y una entrevista a Jesús de Nazaret hecha hoy, en el siglo XXI. Un viaje por su alma y por los paisajes de su corazón. Una peregrinación asombrada a su interior. Una música callada, una mirada sostenida sin palabras, un vuelo profundo, un aleteo del espíritu y una lágrima convertida en plegaria.

    Este regalo quise compartirlo con vos en este primer programa de nuestro último ciclo en el aire que hoy iniciamos. He querido brindarte una edición distinta de “Espiritualidad del siglo XXI”, con un invitado muy especial. Un encuentro sin las distancias del tiempo. Sin las barreras del espacio. Acortando todos los recorridos desde el corazón. 

    Gracias por haber compartido este sueño conmigo. Gracias también por dejarme percibir la melodía de tu alma, por hacerme escuchar la música de tu corazón.