Epifanía: La salvación que alcanza al mundo entero

martes, 6 de enero de 2015

Mirar cielo

06/01/2015 –  Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”.

Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. “En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel”.

Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,los envió a Belén, diciéndoles: “Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje”. Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.

 San Mateo 2,1-12

 

 

Reyes que venís por ellas,
no busquéis estrellas ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.

Mirando sus luces bellas,
no sigáis la vuestra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.

Aquí parad, que aquí está
quien luz a los cielos da:
Dios es el puerto más cierto,
si habéis hallado puerto
no busquéis estrellas ya.

 Fragmento Himno de Laudes

 

Hoy celebramos el día de la epifanía del Señor, manifestación de Dios a todos los pueblos del mundo más allá del pueblo de Israel. Dios sigue manifestándose, mostrando su amor y misericordia en nuestras vidas y en cada una de nuestras comunidades. En la plenitud de los tiempos Dios sacó de su manga una carta: su Hijo único, Dios hecho hombre que vino a mostrarnos su Amor.

La riqueza de este texto que la liturgia nos invita hoy no sólo llena de sentido a la fiesta de hoy sino que nos permite tomar elementos que nos puden ser muy útiles para nuestra vida cotidiana.

Los magos de oriente eran astrónomos poseedores de una ciencia que enorgullecía a los habitantes del Río Éufrates. A través del signo celestial se anunciaba la venida de un nuevo Rey. Mientras Herodes era un rey ilegítimo, Jesús aparecía como el verdadero Rey de Israel. De ahí que Horedoes, al enterarse, por miedo a que le arrebataran su reinado manda la matanza de todos los niños.

Los magos de oriente simbolizan a los pueblos paganos que ofrecen su homenaje al niño Dios. En ellos estamos representados todos los nos judíos que a lo largo de toda la historia nos hemos acercado a adorarle. El texto nos cuenta que los magos se llenaron de alegría. Cada uno de nosotros celebramos que Cristo se ha manifestado en nuestras propias vidas. Él podría habernos salvado sin que nosotros nos enteráramos ni gozáramos de su amistad, sino que me ha querido regalar su compañía y su amistad, ofreciéndonos un trato íntimo y personal. Por eso la fiesta de la Epifanía del Señor es celebrar íntimamente nuestro propio encuentro con Él.

El texto de Aparecida dirá que conocer a Jesús es lo mejor que nos pudo pasar. También pidamos que nnuestra vida sea una luz para los demás de modo que otros puedan encontrarse con Él.

La segunda lectura de hoy que es la carta a los Efesios nos hablará de este misterio: “Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y beneficiarios de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”.  Nosotros somos los depositarios de esta promesa.

San Mateo es el único evangelista que narra el episodio de los magos que vienen a rendirle homenaje al Dios recién nacido. Ellos obedientes a una intuición misteriosa llegan a Jesús, lo reconocen como el enviado de Dios y cayendo de rodillas lo adoran. Mientras tanto las autoridades de Israel, empezando por el Rey Herodes se asustan de lo que puede significar esa estrella y ese rey recién nacido, indican donde está (por las escrituras) pero no van a adorarlo. ¡Qué diferencia de actitud! Los venidos de lejos intuyen, disciernen y adoran al niño Dios; los que conocían las escrituras dicen dónde está, orientan, pero ellos no van. Es lo que a veces hacemos nosotros “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. El evangelio nos transparenta y nos revela aquellos sentimientos más íntimos para que se conviertan a Dios.

 

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La luz y el amor de Dios que llega a todos

El profeta Isaías dice “llega tu luz, la gloria del Señor amanece sobrte tí. Al rededor las tinieblas cubren la tierra pero sobre tí brilla el Señor. Caminarán los pueblos a tu luz”. Eso se cumple en lo que nos narran los evangelios. Después de la fallida consulta en Jerusalén, la estrella los guió y se detuvo en el pesebre. Nuestra actitud de acogida al misterio de Navidad debe ser siempre una apertur a ala luz. Esa luz de Jesús que es la misma luz de Dios. Sus palabras, gestos, silencios nos tienen que guiar siempre para que contemplemos con fe pura el misterio del que hemos participado.

Epifanía es también el mensaje gozoso de la universalidad del mensaje de Dios. Cristo ha venido para todos los pueblos de la tierra, allí está la universalidad del amor de Dios y de la salvación de Dios. Ha venido para salvar a todos los pueblos de la tierra. No ha venido solo para los judíos, sino también para los paganos. Y hoy, no viene solo para los católicos o los cristianos, sino también para los no cristianos, para todos los seres humanos, sea cual sea su raza, su cultura, su religión e incluso para los ateos y agnósticos. “Todos los pueblos caminarán a tu luz. Todos se reúnen y vinen a tí” dice el profeta Isaías. El salmo de hoy, el 71, nos dice “se postrarán ante tí Señor todos los reyes de la tierra”. 

El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “En estos magos, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación”.

Dios es universal en su plan de salvación. Y quiere que también nosotros lo seamos. Ahora que se da en tantas partes una mezcla de razas, culturas y religiones, de creyentes y no creyentes, tal vez la lección más apremiante de la fiesta de hoy es que aprendamos de Dios a ser más abiertos de corazón. Dios quiere la salvación de todos, porque es el Padre de todos; nos enseña, pues, a actuar con espíritu universal, tolerante y solidario, comprensivo para todas las opiniones y culturas.

En el nivel social, ser universales significa ser claramente pluralistas, superando todo brote de racismo, en relación con personas de otra raza, de otra edad, de otras opiniones políticas, etc.

Ser universales en el nivel familiar o comunitario quiere decir ser tolerantes, capaces de dialogar, abiertos a los demás, no cerrados en nuestros gustos o preocupados por hacer valer solo nuestros derechos.

 

Fiesta de la Iglesia Misionera

En los Reyes Magos el evangelio ve las primicias de las naciones que acogen por la encarnación la buena nueva de la Salvación. Todo esto responde al plan de Dios, el misterio que estaba oculto durante siglos se manifiesta en Cristo. Estos días en los que celebramos el tiempo de Navidad estamos asistiendo a una manifestación progresiva del Mesías: lo adoran sus padres, los pastores, lo reciben los ancianos en el templo y ahora los magos de oriente. El próximo domingo celebraremos el bautismo de Jesús en el Jordán con el que inicia su vida pública.

Hoy celebramos la fiesta misionera, la Iglesia que recibe al niño Dios, lo adora, lo reconoce y sale a proclamarlo. Por eso recordamos este tiempo de verano tan propicio para la misión dónde tantos agentes pastorales se movilizan para anunciar el evangelio de tantas formas. Esta fiesta de los magos abre el corazón de la Iglesia para que sea no sólo adoradora del misterio de Dios sino para que también sea misionera.

Esta fiesta de la epifanía nos ayuda a tener un corazón universal porque Dios lo ha tenido con nosotros. Y mirando a los magos vemos su espíritu de búsqueda, de ponerse en camino sólo con algunos signos pobres y con pocas certezas, pero con el corazón esperanzado. La fe es camino y búsqueda.

 

 

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Ofrenda de lo que somos

Cada vez que nos reunimos a celebrar la eucaristía hacemos una profesión de universalidad, porque nos reunimos distintos convocados por la fe en Cristo. Participamos todos de la misma palabra, rezamos y cantamos juntos, y sobretodo compartimos la misma mesa. Esta fiesta de hoy es la fiesta de la Iglesia misionera, la Iglesia en salida como le gusta decir al Papa Francisco. Es la Iglesia que sale a buscar y a buscarnos, la Iglesia que es madre de misericordia y que en nosotros refleja este resplandor de Dios que es rico en misericordia.

Hay tres signos que aparecen en este relato: primero la adoración que los magos hacen de Cristo; segundo la estrella que los guío para hacerlos llegar a la Luz mayor (Cristo, luz del mundo); y el tercer signo son los regalos que ellos ofrecen.

Le ofrecen a Jesús oro porque es rey, incienso porque es Dios, mirra porque es hombre. También estos 3 dones reflejan lo que nosotros queremos ofrecerle al niño Dios.

En el oro vemos el resplandor de nuestras obras buenas, nuestra recta intención, nuestros buenos deseos, aquello que está en nuestro corazón y por la fuerza del Espíritu lo asumimos como lo mejor que podemos ofrecer a Dios y a los hermanos (gestos, actitudes, palabras, hechos que hacen resplandecer la presencia de Cristo en nuestro corazón porque nos hacen buenos).

En el incienso ofrecemos nuestras oraciones, nuestra adoración a Dios… ese amor a Dios sobretodas las cosas, también el amor a los hermanos como a nosotros mismos… Es el suave aroma que se eleva a Dios para ser suyos. Es la oración diaria, sencilla y humilde, que se la ofrecemos.

La mirra es ese elemento noble con que se curaban las heridas y se embalsamaban los muertos. Tiene el sentido de los dolores ofrecidos, los sufrimientos nuestros que forman parte de nuestra humanidad limitada.

 

 Padre Daniel Cavallo