¿Es individualista la esperanza cristiana? – Encíclica Spe Salvi

lunes, 20 de febrero de 2012
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“Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.”

Marcos 6, 1-6
 

Estamos haciendo las catequesis de esta semana sobre la Carta Encíclica de Benedicto XVI SPE SALVI, que trata sobre la esperanza, virtud y don, la esperanza cristiana.

 

Hoy queremos reflexionar acerca de si la esperanza cristiana es individualista, si tiene que ver sólo conmigo mismo y nada más. A veces ha estado la idea de la salvación como una cuestión meramente personal. A partir del S. XVIII se ha desencadenado una crítica cada vez más dura contra este tipo de esperanza que consistiría en un puro individualismo, que habría abandonado al mundo a su miseria y se habría amparado en una salvación eterna casi exclusivamente privada. No solo en la modernidad, sino también en nuestro tiempo, donde el individualismo y el personalismo son características que nos marcan fuertemente a todos, y entonces nuestra fe puede verse teñida por esto.

El Papa Benedicto XVI se pregunta en su encíclica ¿es individualista la esperanza cristiana?

Cita a Henri de Lubac, “quien ha podido demostrar, basándose en la teología de los Padres en toda su amplitud, que la salvación ha sido considerada siempre como una realidad comunitaria. La misma Carta a los Hebreos habla de una « ciudad » (cf. 11,10.16; 12,22; 13,14) y, por tanto, de una salvación comunitaria. Los Padres, coherentemente, entienden el pecado como la destrucción de la unidad del género humano, como ruptura y división. Babel, el lugar de la confusión de las lenguas y de la separación, se muestra como expresión de lo que es el pecado en su raíz. Por eso, la « redención » se presenta precisamente como el restablecimiento de la unidad en la que nos encontramos de nuevo juntos en una unión que se refleja en la comunidad mundial de los creyentes. (…) Después cita el Salmo 144 [143],15: « Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor ». Y continúa: « Para que podamos formar parte de este pueblo y llegar […] a vivir con Dios eternamente, ‘‘el precepto tiene por objeto el amor, que brota de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera” (1 Tm 1,5) »[11]. Esta vida verdadera, hacia la cual tratamos de dirigirnos siempre de nuevo, comporta estar unidos existencialmente en un « pueblo » y sólo puede realizarse para cada persona dentro de este « nosotros ». Precisamente por eso presupone dejar de estar encerrados en el propio « yo », porque sólo la apertura a este sujeto universal abre también la mirada hacia la fuente de la alegría, hacia el amor mismo, hacia Dios.”

Somos un pueblo, nadie vive ni se las arregla solo; somos una familia grande, aunque incluso no nos conozcamos, como la familia de Radio María, que compartimos vivencias y experiencias porque hay un vínculo que nos une. El sujeto deja de estar encerrado en el propio yo y su apertura abre la mirada hacia la fuente de la alegría, hacia el Amor mismo, hacia Dios. La vida comunitaria de cada uno en el ámbito en el que esté (parroquias, movimientos, congregaciones, etc.) va cobrando sentido. Es importante que nos encontremos como comunidad, no para ser más en cantidad, sino por el espíritu de sabernos unidos y descubrirnos y sentirnos familia; nadie se salva solo. Por eso es bueno luchar y apostar por el vínculo de unidad. A veces buscamos espacios de poder, de sobresalir y eso disgrega, hiere la comunión y divide, pero no es eso lo que quiere Dios. La salvación no es individual. La esperanza es transitar, es caminar hacia el encuentro con Dios. Y ese encuentro no es personal, sino que se trata de un encuentro como familia, como pueblo, como comunidad.

Hay dos expresiones bastante usuales, “salva tu alma”, y “sálvese quién pueda”, que de alguna manera encierran la idea de una salvación vinculada al individulismo. Sin embargo, tenemos la esperanza de re encontrarnos después de la muerte con los seres queridos, los amigos, es una esperanza comunitaria y esto resulta muy alentador. Si no, uno se preguntaría qué sentido tendría querer, amar, compartir, afianzar los vínculos, si todo terminara en la muerte. Pero tenemos la esperanza de que vamos a estar con los seres queridos, nos vamos a encontrar, si Dios nos regala ese encuentro.

Por eso es bueno ir profundizando los vínculos, que no quiere significar estar amontonados, porque podemos ser muchos y no compartir, sino la comunión que implica compartir de verdad.

El Papa también se pregunta cómo ha ido cambiando la fe-esperanza cristiana en el tiempo moderno (puntos 16 y ss de la Encíclica):

“¿Cómo ha podido desarrollarse la idea de que el mensaje de Jesús es estrictamente individualista y dirigido sólo al individuo? ¿Cómo se ha llegado a interpretar la « salvación del alma » como huida de la responsabilidad respecto a las cosas en su conjunto y, por consiguiente, a considerar el programa del cristianismo como búsqueda egoísta de la salvación que se niega a servir a los demás? Para encontrar una respuesta a esta cuestión hemos de fijarnos en los elementos fundamentales de la época moderna. Estos se ven con particular claridad en Francis Bacon. Es indiscutible que –gracias al descubrimiento de América y a las nuevas conquistas de la técnica que han permitido este desarrollo– ha surgido una nueva época. Pero, ¿sobre qué se basa este cambio epocal? Se basa en la nueva correlación entre experimento y método, que hace al hombre capaz de lograr una interpretación de la naturaleza conforme a sus leyes y conseguir así, finalmente, « la victoria del arte sobre la naturaleza » (victoria cursus artis super naturam). La novedad – según la visión de Bacon– consiste en una nueva correlación entre ciencia y praxis. De esto se hace después una aplicación en clave teológica: esta nueva correlación entre ciencia y praxis significaría que se restablecería el dominio sobre la creación, que Dios había dado al hombre y que se perdió por el pecado original.

Quien lee estas afirmaciones, y reflexiona con atención, reconoce en ellas un paso desconcertante: hasta aquel momento la recuperación de lo que el hombre había perdido al ser expulsado del paraíso terrenal se esperaba de la fe en Jesucristo, y en esto se veía la « redención ». Ahora, esta « redención », el restablecimiento del « paraíso » perdido, ya no se espera de la fe, sino de la correlación apenas descubierta entre ciencia y praxis. Con esto no es que se niegue la fe; pero queda desplazada a otro nivel –el de las realidades exclusivamente privadas y ultramundanas– al mismo tiempo que resulta en cierto modo irrelevante para el mundo. Esta visión programática ha determinado el proceso de los tiempos modernos e influye también en la crisis actual de la fe que, en sus aspectos concretos, es sobre todo una crisis de la esperanza cristiana. Por eso, en Bacon la esperanza recibe también una nueva forma. Ahora se llama: fe en el progreso. En efecto, para Bacon está claro que los descubrimientos y las invenciones apenas iniciadas son sólo un comienzo; que gracias a la sinergia entre ciencia y praxis se seguirán descubrimientos totalmente nuevos, surgirá un mundo totalmente nuevo, el reino del hombre. Según esto, él mismo trazó un esbozo de las invenciones previsibles, incluyendo el aeroplano y el submarino. Durante el desarrollo ulterior de la ideología del progreso, la alegría por los visibles adelantos de las potencialidades humanas es una confirmación constante de la fe en el progreso como tal.”

La fe, entonces, centrada en el progreso, en la tecnología. No decimos que esto sea malo. Decimos que en los tiempos modernos, estos descubrimientos y deslumbramientos nos han ido ganando el corazón. La fe en el progreso.

“El progreso es sobre todo un progreso del dominio creciente de la razón, y esta razón es considerada obviamente un poder del bien y para el bien.”

Pero también puede ser usada para el mal. El Papa cita el ejemplo de la Revolución Francesa, “como el intento de instaurar el dominio de la razón y de la libertad, ahora también de manera políticamente real. La Europa de la Ilustración, en un primer momento, ha contemplado fascinada estos acontecimientos, pero ante su evolución ha tenido que reflexionar después de manera nueva sobre la razón y la libertad.”

El Papa entonces, ante la pregunta de por qué surge la esperanza como una inquietud individual ve que por un lado se considera la fe en el progreso, se va endiosando a la razón y a la libertad. Aparece esta nueva forma de la fe como esperanza humana. Dice el Papa:

 

“En el s. XVIII no faltó la fe en el progreso como nueva forma de la esperanza humana y siguió considerando la razón y la libertad como la estrella-guía que se debía seguir en el camino de la esperanza. Sin embargo, el avance cada vez más rápido del desarrollo técnico y la industrialización que comportaba crearon muy pronto una situación social completamente nueva: se formó la clase de los trabajadores de la industria y el así llamado « proletariado industrial » (…) Al haber desaparecido la verdad del más allá, se trataría ahora de establecer la verdad del más acá. La crítica del cielo se transforma en la crítica de la tierra, la crítica de la teología en la crítica de la política. El progreso hacia lo mejor, hacia el mundo definitivamente bueno, ya no viene simplemente de la ciencia, sino de la política; de una política pensada científicamente, que sabe reconocer la estructura de la historia y de la sociedad, y así indica el camino hacia la revolución, hacia el cambio de todas las cosas.”

 

Buscar el progreso en las cuestiones estrictamente humanas. Éstos son algunos de los indicadores que el Papa nos va poniendo para ayudarnos a descubrirnos por qué se fue dando esta idea de la esperanza cristiana como una idea meramente individualista. Y continúa diciendo:

 

 

“Con precisión puntual, aunque de modo unilateral y parcial, Marx ha descrito la situación de su tiempo y ha ilustrado con gran capacidad analítica los caminos hacia la revolución (…) Pero con su victoria se puso de manifiesto también el error fundamental de Marx. Él indicó con exactitud cómo lograr el cambio total de la situación. Pero no nos dijo cómo se debería proceder después. Suponía simplemente que, con la expropiación de la clase dominante, con la caída del poder político y con la socialización de los medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén. En efecto, entonces se anularían todas las contradicciones, por fin el hombre y el mundo habrían visto claramente en sí mismos. Entonces todo podría proceder por sí mismo por el recto camino, porque todo pertenecería a todos y todos querrían lo mejor unos para otros. (…) El error de Marx no consiste sólo en no haber ideado los ordenamientos necesarios para el nuevo mundo; en éste, en efecto, ya no habría necesidad de ellos. Que no diga nada de eso es una consecuencia lógica de su planteamiento. Su error está más al fondo. Ha olvidado que el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde fuera, creando condiciones económicas favorables.”

 

Somos libres. Es el don más maravilloso y más grande que Dios nos ha dado. Y hay algunos que dicen que Dios se siente hasta como impotente frente a la libertad, porque somos nosotros quienes elegimos. Por supuesto que condicionados por muchas cosas personales y sociales, sicológicas, pero somos nosotros los que elegimos. Por esto, el verdadero error consiste en el materialismo. Y podemos preguntarnos: nosotros, ¿no ponemos muchas veces nuestra esperanza en el progreso, en el estar económicamente mejor? Por supuesto que tenemos que tener un buen pasar; y aunque Dios nunca quiere que sus hijos sufran, Él no nos prueba, nosotros ponemos nuestra esperanza en el progreso, en el buen pasar y cuando esto no se nos da, flaqueamos. Tenemos que preguntarnos en dónde ponemos nuestra esperanza. A veces la ponemos en los bienes, en las personas, en el político de turno como si fuera el redentor, pero no, son humanos y también se equivocan, y cuando proceden así, se cae la esperanza. Es bueno tener esperanzas, proyectos, pero no puede estar puesta la totalidad de nuestro corazón en eso, en el progresar.

 

El Papa también se pregunta cómo es la verdadera fisonomía de la esperanza cristiana (puntos 24 y ss de la Encíclica):

“Preguntémonos ahora de nuevo: ¿qué podemos esperar? Y ¿qué es lo que no podemos esperar? Ante todo hemos de constatar que un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. Aquí, en el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No están nunca ya tomadas para nosotros por otros; en este caso, en efecto, ya no seríamos libres. (…)

“Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. (…) Las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas no bastan. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior.”

El hombre debe ser redimido desde adentro, desde la inspiración de Dios, desde el corazón. Por eso muchas veces se reduce el horizonte de su esperanza:

“(…) debemos constatar también que el cristianismo moderno, ante los éxitos de la ciencia en la progresiva estructuración del mundo, se ha concentrado en gran parte sólo sobre el individuo y su salvación. Con esto ha reducido el horizonte de su esperanza y no ha reconocido tampoco suficientemente la grandeza de su cometido, si bien es importante lo que ha seguido haciendo para la formación del hombre y la atención de los débiles y de los que sufren.

26. No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de « redención » que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: « Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro » (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es « redimido », suceda lo que suceda en su caso particular. (…)”

27. En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando « hasta el extremo », « hasta el total cumplimiento » (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente « vida ». Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la « vida eterna », la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud. Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que nosotros tengamos la vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos explicó también qué significa « vida »: « Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo » (Jn 17,3). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida.»

Padre Munir Alberto Braco