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¿Escuchaste?
jueves, 15 de marzo de 2007
Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero muchos de ellos decían, este expulsa a los demonios por el poder de Beelzebul, el príncipe de los demonios. Otros para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús conocía sus pensamientos y les dijo: -Un reino donde hay luchas internas va a la ruina, y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha cn sí mismo ¿Cómo podrá subsistir su reino? Porque como ustedes dicen, yo expulso a los demonios con el poder de Beelzebul.
Si yo expulso a los demonios, con el poder de Beelzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes?
Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras. Pero si viene uno más fuerte que él y lo domina, le quita las armas en que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mi. El que no recoge conmigo, desparrama.
Lucas 11, 14 – 23
Hoy nos dice también la primera lectura, estrechamente unido también al evangelio, en el profeta Jeremías, “escuchen mi voz, así yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; sigan el camino que les ordeno, a fin de que les vaya bien. Pero ellos no escucharon mi inclinación. No inclinaron sus oídos a mis palabras. Obraron según sus caprichos, según los impulsos de su corazón obstinado. Se volvieron hacia atrás y no hacia delante.
Cuánta dureza en la palabra del profeta. Cuánto dolor en el corazón de este hombre de Dios. Y por eso en el evangelio de hoy, Jesús presenta la vida como un combate.
El que no está conmigo está contra mi.
A menudo nos suele ocurrir, y esto no nos hace bien; no nos deja construir el reino porque somos cristianos a medias. Es que vivimos en un mundo donde hay gran mezcolanza de actitudes. Entre aquello que es positivo donde está presente Dios, pero que también vivimos situaciones que son negativas y más aún aquellas que nos llevan por el camino del pecado.
Y esto es lo que reprochaba Jeremías en su época a quienes lo escuchaban.
Escuchen mi voz; Yo seré el Dios de ustedes, y ustedes serán mi pueblo. Es una de esas expresiones más perfectas de ese Dios que sale a nuestro encuentro. Este yo soy tuyo y tú eres mío… Cuánta confianza, cuánta serenidad, nos tienen que dar estas palabras. “Yo seré el Dios de ustedes, ustedes serán mi pueblo”. Sigan hasta el fin del camino que yo les prescribo a fin que todo vaya bien y sean felices.
A lo largo de la historia de la salvación, a lo largo de toda la Palabra de Dios. A lo largo también de nuestra propia historia de salvación, del paso de Dios por nuestra vida, hay este lazo entre la fidelidad a Dios, a su palabra, a su voluntad, y la alegría. Qué difícil es escuchar esto de “lazo tan cercano”; fidelidad a Dios y alegría. No es para tomarlo en un sentido material.
No te prometo hacerte feliz en este mundo, le decía María apareciendo en Lourdes, a Bernardita. En efecto, es corriente, es habitual, ver el éxito de aquellos que a lo mejor no obran según la Palabra, la actitud, la voluntad de Dios; aquellos que hasta a veces hacen el mal. Mientras que la gente honrada, los “buenos”, así le solemos decir, y no por egoísmo, por nosotros mismos, sino por lo que vemos en nuestros hermanos. Pero alguna vez nos ha pasado también a nosotros.
Aquellos que intentamos vivir la voluntad de Dios. Aquellos que nos despertamos cada día queriendo escuchar su palabra. Solemos vivir también entre dificultades, entre sufrimientos. Sin embargo, el que tiene conciencia de haber hecho todo lo que estaba de su parte; tal vez estés pensando en alguna situación de tu vida. ¿Acaso aquel que obra todo lo que está de su lado, según la voluntad de Dios, no disfruta ya en este mundo de una manera muy especial, e íntima, muy del corazón, esa felicidad espiritual que promete el profeta?
Es necesario en este tiempo más que nunca mantener esta alegría en el corazón.
Te ruego Señor por todos los que se esfuerzan en ser felices, a fin de que en medio de sus pruebas, experimenten esta íntima satisfacción. Ayudanos a no vivir nunca más tristes. Más aún que ni una sola cosa nos entristezca. Nuestro pecado.
El niño con la cara arrugada, enojada, quién no lo ha hecho esta experiencia en un hijo, un sobrino, o nieto; ese niño que se da media vuelta y se va enojado. Y si tiene una puerta cerca, la cierra con violencia.
Dios en esta cuaresma espera mi rostro, cara a cara, como los que se quieren. Y sin embargo es este cara a cara con Dios que me ama, tantas veces nos apartamos de Él, como aquellos que no se quieren y dan las espalda. Hoy Dios podría sin dudas repetirme, podría repetirte a vos, como en Jeremías las mismas palabras. “No me escucharon”.
Es que escuchar a Dios es esencial, y ahora lo estamos haciendo. Es que Él no habla sólo en la misa, en la oración personal… Es más, me está hablando en la catequesis, me habla cada mañana. Cada día en este regalo grande de Radio María. Pero hay también otras palabras que Dios me quiere decir y que tengo que escuchar. Y tengo que hacer sobre todo en este tiempo de cuaresma.
Esta Palabra de Dios que tengo que escuchar en mi vida cotidiana, en mi trabajo, en mis encuentros con mis amigos, en mis responsabilidades, en lo que me va pasando.
Concédeme la Gracia de la atención que me falta, Señor. A veces por el cansancio, a veces porque me da miedo escucharte, a veces porque me enojo y no quiero escucharte.
Así como muchas veces no escuchamos la voz de Dios, también muchas veces somos caprichosos. Pero ¿por qué recordar las veces que hacemos oidos sordos?
Te invito a pensar las veces en que estoy seguro, en este tiempo de cuaresma, que ya estamos promediando. ¿Lo escuchaste? ¿Cuántas veces, desde el miércoles de Cenizas, en que comenzábamos este tiempo de preparación para la Pascua, habrás escuchado la voz de Dios? Esta voz de Dios que llama a la conversión. Seguro, seguro que la escuchaste muchas veces.
Hacer un poco de memoria, no de mucho tiempo atrás, si se hizo presente esta voz de Dios, si la escuchaste. Si tocó tu corazón, si en algo lo renovó y le produjo esta íntima alegría.
Cada vez que se habla de demonios en el evangelio nos sentimos incómodos, no sé si te pasa. Es que nos damos cuenta que en nuestra vida el mal no se explica totalmente en razo de la libertad humana. A veces estamos obligados a constatar que el mal tiene raíces extremadamente profundas y no alcanzamos a comprender. Nos sentimos juguetes de esas fuerzas. Hay violencia, hay deseos de desunión, y parecería por momentos que ningún hombre es capaz de dominarlos.
Me acuerdo en este momento, hace unos días, el domingo pasado, compartí aquí en la comunidad junto a un grupo de hermanos de la parroquia un momento de reflexión, también en torno a la cuaresma. Nos acompañaba un sacerdote de nuestra diócesis, Padre Sergio, y recordaba en esta lucha del mal, en esta lucha contra aquello que nos quiere apartar de Dios, aquel pasaje de Jesús caminando sobre el agua. Jesús que domina el mar, porque allí es el signo y la presencia del mal. Y escuchaba esta reflexión que la quiero compartir ahora. Es Jesús que está hablando en la cuaresma. Cuando Simón Pedro quiere ir caminando hacia Él y también sobre el agua, lo hace, comienza a dar sus primeros pasos, pero cuando se da cuenta que está en medio de un mar borrascoso y lleno de olas y de viento, comienza a hundirse. Esta experiencia es la experiencia del mal.
A veces queremos luchar contra él, decir “nos ponemos las pilas porque queremos acabar con esta injusticia, con esta mentira, queremos acabar con esta situación que entristece el corazón.”
Pero nos damos cuenta en medio de la lucha que solos no podemos hacer nada.
Solos nos pasa como a Simón Pedro, nos comenzamos a hundir.
Y Jesús viene a combatir esa fuerza del mal. Por eso al mudo le devuelve su dignidad, su ser profundamente humano.
Y como un signo de esta mano de Jesús Salvador, este hombre empezó a hablar normalmente, se le soltó la lengua. Como signo de esa presencia, que viene a sanar. Pero lo sabemos, lo hemos escuchado tantas veces, sin embargo, nos cuesta aceptar que detrás de signo, de cada milagro, en este tiempo, Jesús nos está diciendo: Escuchá que hay algo más.
Abrí una puerta más porque detrás de esto extraordinario Soy Yo que quiero hablarte al corazón. Este hombre comenzó a hablar normalmente. Este hombre que estaba mudo y que esto lo aislaba de sus hermanos.
No sólo porque no podía comunicarse, sino porque su mudez lo condenaba públicamente con aquella concepción de que la enfermedad no era más que fruto de un pecado. Jesús, que combate la fuerza del mal; Jesús que con su Gracia se acerca a este hombre y empezó a hablar con normalidad.
Habrá escuchado también, a partir de ese momento normalmente. Porque escuchó este llamado, que ya nos hacía Jeremías hace un momento. Es que toda la Creación ha sido restaurada, ha sido recreada nuevamente.
Es que Jesús con su Muerte y Resurrección, este misterio que vamos a celebrar ha vencido definitivamente esta fuerza mala, que lleva a la muerte.
Sí, Jesús la venció definitivamente, con su Muerte y Resurrección.
Por eso también con esta Gracia, con esta ayuda, y con esta presencia del Resucitado en nuestra vida, en mí vida, en tu vida, esta Gracia que se fortalece de manera muy particular en el sacramento de la Reconciliación, es a través de la cual llegamos a la cercanía de Dios, a través de su Hijo, y debemos desterrar de nosotros muchas veces la tentación de usar a Satanás como coartada. Como una excusa para no ser fieles a nuestras responsabilidades personales y sociales.
También de nosotros depende mucho, de nuestra libertad puesta al servicio de la Palabra de Dios, que tantas situaciones de injusticia se puedan transformar. Se puedan renovar. No hay dudas que en la raíz de todas ellas está el tentador, pero no hay dudas de que en muchas de esas acciones que no construyen, está también nuestra libertad que le da la espalda al Rostro, que le da la espalda al amor de Dios.
Que este Jesús, que con su Muerte y Resurrección, también toca nuestra vida y nos suelta la lengua, esté actuando en este momento en tu corazón.
Inmediatamente nos narra Cristo en el evangelio la parábola del hijo fuerte que tiene sus tesoros custodiados. Hasta que llega alguien que es más fuerte que él y lo vence. Que imagen tan sencilla, qué imagen diría yo fácil de comprender. ¿Quién sabe si nuestra alma no está así? Como la de este hombre fuerte bien amado, dispuesto a defenderse, dispuesto a no permitir que nadie toque ciertos tesoros. Sin embargo, Dios es más fuerte que cualquier otra cosa, y esto no tengas dudas.
Quizás logre entrar en ese castillo y logre arrebatarnos de nuestro interior aquello que nosotros le tenemos todavía prohibido, le tenemos todavía vedada la entrada.
Cristo es más fuerte que nosotros, y no es más fuerte porque nos violente, sino que es más fuerte porque nos ama más
Porque es el regalo de Dios que es amor. Porque está a la puerta y llama, y si le abrimos entra y comparte la alegría del encuentro. Te acordarás tal vez, aquella imagen de aquel pintor que había hecho una puerta sin picaporte por fuera, y se al habían observado, tenía un detalle una imperfección: recordaba que es la puerta del corazón del hombre y tiene picaporte por dentro. Si lo abrís Dios entra y hace todo esto que hizo en este hombre mudo, que hizo en tantos hombres y mujeres en su tiempo, que hizo en tantos hombres y mujeres a lo largo de toda la historia de la salvación. Pero que también sigue haciendo hoy.
Jesús no es violento, Jesús respeta tu libertad porque te ama mucho. Este amor es que nos llama, el que llama a nuestro corazón, el que viene a arrebatar nuestro interior. Este amor de Jesús que sigue llamando porque no quiere un compromiso mediocre, esta vida cristiana tibia. Te acordás que dura la palabra del Apocalipsis: “Porque no eres ni frío ni caliente, porque eres tibio te vomitaré”. Qué dureza, que imagen. No tiene que desanimarnos, tiene que animar justamente a que nuestra vida espiritual se vaya llenando de Jesús.
Cristo quiere todo según nuestro estado de vida.
Lo pide todo en mi vida de sacerdote, lo quiere todo en tu vida de religioso o religiosa. Quiere todo en tu vida conyugal. Quiere todo en tu vida de familia. Jesús quiere todo en tu vida social, en tu vida de estudiante, de trabajador, de enfermo de desocupado, de tu corazón que a lo mejor está sufriendo. Y de todo ese corazón que este momento pasa por un momento lindo, agradable, extraordinario y que a veces corre el riesgo de dar la espalda a Dios, porque cree que es él el que está caminando sobre el agua solo.
Cristo quiere todo, de lo mío y de lo tuyo.
Como aquella actitud que alabó en el evangelio de la pobre viuda, que dejó en la alcancía todo lo que tenía para vivir ese día con su hijo. Así quiere nuestra vida. Así quiere encontrarnos. Con el corazón abierto de par en par, para que pueda tocar, para que pueda sanar, para que pueda animar, para que pueda fortalecer.
“Escuchen mi voz”. Tienen que resonar estas palabras en nosotros a lo largo del tiempo cuaresmal.
Si Dios nuestro Señor ha inquietado tu alma, tu corazón, si no ha dejado tranquilo nuestro corazón en esta cuaresma, si nos ha buscado, si nos ha tomado, si nos ha conquistado, no es ahora para dejarnos solitarios por la vida. Sino porque
Él es el primero en comprometerse a llevar adelante nuestra vocación cristiana. Es él el mismo en persona.
El resucitado, el que tiene poder sobre todo, el que hoy cura al mudo, el que va a estar contigo. Si, Jesús no te deja nunca solo.
Jesús te da la fortaleza, te sana el corazón, te invita a ser su testigo, pero sigue caminando con vos. Sigue con mi sacerdocio, sigue con tu realidad de vida, sigue con tu comunidad, mi comunidad, sigue allí en ese rincón donde este momento estamos compartiendo la catequesis, a través de la radio y que a lo mejor ni nos imaginamos en la soledad del trabajo, del campo, de la montaña. Allí Jesús te sigue acompañando. Ahora ¿Estás dispuesto a seguirlo o estás con ganas de abandonarlo?
Cuántas veces estamos cansados y queremos dar la vuelta. Es que el que ha puesto la mano en el arado y mira a atrás, no es digno de mi. Y a seguir caminando, a seguir luchando, a seguir luchando cada día. A seguir experimentando esta cercanía de este Jesús que viene y que está bien cerca de nuestra vida.
Y cuando escuchaste la voz de Dios, cuando escuchaste a este Jesús que se acerca ¿qué respuesta le vas a dar? ¿Cuál va a ser la manera de obrar si el Señor ahora toca nuevamente tu corazón? ¿De qué manera estás dispuesto a salir hablando normalmente? ¿A salir gritando?
Escuchen mi voz. Déjense tocar por mi voz. Dejemos que en esta cuaresma Jesús suelte nuestra lengua para que podamos hablar aquello que está grabado, que está guardado, que está tapado en nuestro corazón.
Padre Gabriel Camusso
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