El Espíritu Santo que nos renueva

lunes, 16 de enero de 2017
image_pdfimage_print

Jugar15

16/01/2017 – “Del cielo descendían unas lenguas como de fuego, que por separado fueron sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”.

Hch. 2, 4

El Espíritu Santo trae vida nueva

Descendieron sobre ellos “lenguas como de fuego” que quemaron su corazón, lo más profundo de su ser; Él los volvió a reunir y congregar. Pudieron ellos mismos experimentar lo que experimentó Moisés en el desierto cuando contempló la zarza que ardía sin consumirse. Ellos también empiezan a arder en su interior. Y lejos de consumirse, sus fuerzas se acrecientan y su deseo de comunicar la Buena Noticia los pone rápidamente en una situación nueva, diversa al temor y al encierro que había en la comunidad de los doce después de la muerte de Jesús.

 Ahora el Espíritu Santo congrega a la comunidad de los discípulos, junto a María, con Pedro a la cabeza. Y el que es el primero de entre los apóstoles, por la gracia de la efusión del Espíritu Santo toma la palabra y comienza a hablar, desde la comunidad de los doce, a quienes se reúnen porque se sienten atraídos en esta fiesta de la alianza de Pentecostés, porque tienen desde el Espíritu el deseo de la nueva alianza. La Palabra dice que ha venido gente desde todos los lugares conocidos en aquel tiempo, y a todos estos los congrega la diversidad del Espíritu.

Los frutos del Espíritu se ven reflejados en la predicación de Pedro que los llama a la conversión. El Pedro cobarde que negó a Jesús, ahora lo afirma de una manera tan particularmente significativa que convierte a más de tres mil personas con su anuncio en el Espíritu. El anuncio de Pedro es el kerigma de Jesucristo, muerto y resucitado por amor para darnos vida nueva.

En nosotros hay anhelos de esta vida que esperamos. Hay sed y hambre profundos de una vida nueva. En cada uno de nosotros hay una necesidad de esta presencia serena, contundente, encendida, del Espíritu Santo. Nosotros queremos que el Espíritu encienda de nuevo fuego en nuestro interior. Hay lugares tibios, fríos, oscuros, donde la vida parece apagarse. Allí le pedimos al Espíritu que vuelva a encender su fuego. 

¿Qué es el Espíritu Santo en el camino de la vida cristiana? Es el alma. Es el alma de la vida en Cristo, por lo tanto es el alma de la Iglesia. Por eso, cada uno de nosotros, que estamos invitados a participar del ser en Cristo en la comunidad eclesial por el don bautismal,queremos dejarnos bautizar en el Espíritu Santo, dejarnos tomar por Él. 

Es una necesidad grande que tenemos de la presencia de esta Persona, la tercera persona de la Santísima Trinidad, para que nos ayude a ser discípulos e instrumentos de la conversión de otros. Para que nos convierta, nos cambie, nos transforme; para que, habitándonos en gracia de identificación con Cristo, nosotros podamos colaborar, por el don del Espíritu Santo, como lo hizo Pedro, convirtiendo a otros. En aquel primer Pentecostés, el Espíritu cambió el corazón de los once junto a Pedro. Y Él, en la voz del pescador de Galilea, movió a la conversión a tres mil hermanos. 

El Espíritu que se enciende en nosotros, además de recibir gracia de claridad, de conformidad, de sanidad, de entusiasmo, de querer vivir encendidos en la vida, recibimos don y gracia para ser instrumentos de conversión de los hermanos. El Espíritu viene a configurar nuestra vida según Jesús y desde allí, gracias a nuestro sencillo testimonio, poder acercar a otros a Él.

El Espíritu quiere valerse de la pobreza, de la fragilidad de nuestro barro, para que seamos transparencia de Dios. Quiere obrar en nosotros de tal manera que, configurándonos en Cristo podamos verdaderamente atraer a muchos hermanos a la presencia del Señor en la realidad de todos los días, y en el quehacer cotidiano, en la lectura de los acontecimientos y en la manera de ubicarnos frente a ellos, en la búsqueda de la madurez personal y en el trabajo de la vida en común, en el deseo profundos que hay en nosotros de plenitud y en la concreción de esos deseos en el quehacer de todos los días, ordenando nuestra vida y nuestra naturaleza, invitándonos a creer más allá de nuestras propias posibilidades. Necesitamos encontrar este ánimo, esta fuerza que nos llene de entusiasmo, de vida nueva que trae el Espíritu Santo. 

Necesitamos la vida del Espíritu no como un hecho aislado, sino como un modo nuevo de estar en Dios desde Él, con la conciencia de que Él es el protagonista principal en el camino de seguimiento de Jesús y la misión evangelizadora. La realidad clama por mayor claridad, mayor discernimiento, clama por un mundo nuevo a favor de la vida, pide orden… Todo esto es posible si le dejamos al Espíritu Santo ser el artífice, el protagonista, capaz de una nueva creación.

Estamos llamados a entusiasmarnos con la gracia de Pentecostés

¿Por qué los discípulos salen lanzados a proclamar la Palabra? Porque no la pueden callar, les quema por dentro, los habita. Dice Jeremías: yo me propuse a mí mismo no hablar más en tu nombre, pero tu Palabra me quemaba por dentro.

La posibilidad de verdadera transformación y cambio, de modificación en lo personal, en lo comunitario, en lo estructural, viene de la mano de los procesos de cambio desde dentro operan en el corazón del hombre y salen hacia afuera luego de haber tocado las fibras más íntimas del corazón humano. Puede ser una experiencia personal o comunitaria, incluso multitudinaria. La efusión del Espíritu en el primer Pentecostés fue multitudinaria: tres mil personas se vieron abrazadas por aquel fuego; venidos de distintas lugares, todos fueron bautizados en el Espíritu Santo desde la predicación y el anuncio de Pedro. En ningún caso el encuentro dejó de ser personal; pero fueron muchos al mismo tiempo que, personalmente, vivieron esa experiencia de ser inhabitados. Por eso, cuando pensamos en la transformación de las personas y la realidad, tenemos que pedir con mucha confianza y con grandeza de alma un espíritu de certeza de que Dios quiere, como en el primer Pentecostés, que muchos, que todos, cambiemos, nos transformemos; que vivamos según el misterio de lo que se celebra en Pentecostés: la nueva alianza, la nueva creación. Dios quiere recrear la vida en el Espíritu y, para eso, nos quiere entusiasmados, esto quiere decir, viviendo en Dios.

La gracia de Redención que el Padre Dios nos trae a través de su Hijo Jesús que viene a rescatarnos, completa el don a través del Espíritu. Es Jesús quien nos comunica el don del Espíritu, que viene sobre nosotros que somos personas. No sobre edificios, sobre casas, sobre proyectos, sino sobre hombres y mujeres de carne y hueso. Y por tanto tenemos necesidad de esta efusión del Espíritu en un nuevo Pentecostés en medio nuestro que nos transforme el corazón y en comunidad nos ponga en sintonía con lo que el Padre Dios nos invita como protagonistas a hacer de la humanidad una humanidad nueva. El Espíritu Santo enciende un fuego nuevo: eso buscamos y eso pedimos. Una efusión del Espíritu en lo personal, que transforme nuestra vida, que nos meta en Dios y comunitaria.

Jesús hoy vuelve a hacer una promesa: nos invita a orar, unidos junto a María, en este día, para que su Espíritu nos inhabite con una gracia para este tiempo. Gracia que vaya mucho más allá de lo que podemos ver, contemplar, en la distancia y en lo interior, hacia fuera y hacia adentro. A esta gracia la llamamos bautismo en el Espíritu Santo. 

Necesitamos ser bautizados en el Espíritu Santo

Este bautismo quiere decir que sin experiencia personal del Espíritu Santo es imposible ser verdaderamente testigos de Dios. Solamente podemos ser testigos de Dios cuando somos metidos en Dios por la gracia del Espíritu Santo, somos bautizados en el Espíritu Santo. Es una nueva donación del Espíritu Santo. Sin ser un sacramento nuevo, es una nueva presencia del Espíritu en nuestra vida, como lo fue en la vida de Jesús.

Jesús y María no recibieron solo una vez el Espíritu. Si miramos la vida de Jesús, Él lo recibe en el momento de la concepción, en el bautismo, conduciéndose por el desierto, en el comienzo de la vida profética en Nazareth. Muchas veces Jesús aparece vinculado al Espíritu explícitamente. En realidad, todo el tiempo es guiado por el Espíritu, pero hay efusiones del Espíritu en momentos muy particulares de la vida de Jesús. Hasta Él lo da también: sopló sobre ellos, dice Juan al final del Evangelio, comunicando el Espíritu. 

Recibir la gracia del espíritu allí donde la vida está llamada a ser nueva en Jesús. En el nuevo tiempo del mundo en el que estamos hace falta una reconfiguración de nuestra persona para los tiempos que corren. Podría ser una reactualización en Cristo. Es dinámica la presencia del Espíritu Santo en cuanto a que es una presencia que adapta el modo de ser de Jesús a nuevas circunstancias. Siendo el mismo Cristo de ayer, pero adaptado al hoy. La cultura toda, del pasado y del presente, puede ser releída desde la gracia del Espíritu.

El bautismo en el Espíritu es una donación que se hace y que se recibe: Dios la hace y nosotros la recibimos. La efusión del Espíritu es una gracia de don y una gracia de recepción. Todo es gracia. Dios la da como gracia, y Dios da la gracia de poder recibirla. Esta novedad transformante, personal, comunitaria, eclesial (y mucho más allá de la comunidad eclesial, para todos los pueblos) Dios quiere esto: quiere la vida nueva, una nueva creación. Así como Dios sopló sobre la figura de barro sobre la cual había constituido a imagen y semejanza suya al hombre y le dio vida, así Dios quiere tomar el barro de nuestra vida en sus brazos y soplar sobre ella, quiere llenarla de un hálito, un aliento nuevo, de vida nueva.

 

Padre, en nombre de Jesús, te pedimos una nueva efusión del Espíritu.
Ven Espíritu Santo, derramate de una manera nueva,
derramate con el fuego de tu amor,
que pone luz, que trae calor, que trae paz,
que despierta la alegría, que disipa las sombras.
Espíritu de la Sanidad, derramate sanando.

Espíritu de la Intercesión,
derramate despertando la gracia de oración de intercesión,
por el amor que le tenemos a los hermanos.
Espíritu de Amor, Espíritu Santo de la claridad, de la fortaleza,
que nos hace fuertes en el combate,
Espíritu del consuelo en medio de la lucha,
Espíritu Santo derrámate.

Derrámate abundantemente sobre cada uno de nosotros.
Derrámate Espíritu de Dios con tu presencia
que nos revela la vida de Jesús en el alma
y que nos pone en comunión con Él.
Espíritu de la paz y de la serenidad,
que disipa las sombras y la tormenta,
úngenos interiormente con la gracia del compromiso del amor
para con los más pobres, con los más débiles y los más olvidados.

Sé nuestro sostén en Él, Espíritu de Dios.
Espíritu de la alianza, Espíritu Santo ven
y derrámate con una nueva efusión en nuestras vidas.
Espíritu Santo, Espíritu de Dios,
Espíritu del Amor y de la Paz,
Espíritu del consuelo y de la fortaleza,
Espíritu del entendimiento y de la prudencia,
Espíritu de la Sabiduría, Espíritu Santo, ven con una nueva efusión.
Amén

 

Padre Javier Soteras