El Espíritu Santo: el símbolo del aceite

martes, 10 de mayo de 2016

 

10/05/2016 – Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.

Lucas 4,16-19

Además del simbolismo del agua, en las Sagradas Escrituras y en la tradición de la Iglesia, igualmente asumido por el magisterio y la práctica sacramental de la vida de la Iglesia, está el símbolo de la unción con el óleo, que es presencia significativa del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo.

Sinónimo del Espíritu es el aceite con el que somos ungidos, esto se nota en la iniciación cristiana, es el signo sacramental de la confirmación, llamada por la Iglesia de oriente crismación, pero para captar toda la fuerza que tiene es necesario volver a la unción primera realizada por el Espíritu Santo, esta es la de Jesús, el Cristo.

Mesías en hebreo significa ungido, ungido del Espíritu de Dios, en la Antigua Alianza hubo ungidos del Señor, especialmente el Rey David entre los ungidos por Dios, pero Jesús es el ungido de Dios de una manera única, la humanidad que el hijo asume está totalmente ungida por el Espíritu Santo, el texto de Lucas 18, 19 dice: “Jesús es constituido Cristo, es decir ungido, por la acción del Espíritu Santo”. Jesús, el sanador herido nos unge. 

La Virgen concibe a Jesús del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo, como ungido en su nacimiento, y es ese mismo Espíritu el que impulsa a Simeón a ir al templo, a ver al ungido, al Cristo. En Jesús, el Padre nos hace renacer a todos. ¿Es posible nacer de nuevo? Sí, si reconocemos la unción en Cristo. Nacemos a la vida nueva cuando somos ungidos en el Espíritu Santo y así lo reconocemos.

Ser ungido es ser habitado por el Espíritu Santo con todos sus dones y potencias, sus caricia y su capacidad de luminosidad con la que nos visita.

Heridos sanados para sanar a otros

Después del bautismo, el Espíritu se ha manifestado y desde ese lugar de desierto donde Jesús es purificado y transformado por la presencia del Espíritu, lleno y guiado por el comienza a proclamar el Reino de Dios que se acerca, “el Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido para anunciar la buena nueva, me ha constituido Mesías para proclamar un tiempo de gracia del Señor, para liberar a los cautivos, para dar vista a los ciegos, el Espíritu del Señor está sobre mí”, con poder el Espíritu Santo emana de Jesús por medio de las curaciones, en toda la acción salvífica que Jesús actúa en su tiempo y sigue actuando hoy.

El Espíritu cuando nos unge comienza a actuar en nosotros, para que salgamos a compartirlo para hacer todo nuevo. Se trata de liberar a los cautivos, de dar la vista a los ciegos y de proclamar un año de gracias.

Es el Espíritu el que resucita a Jesús de entre los muertos el que glorifica las llagas de Cristo, y el que nos permite a nosotros también, heridos, constituirnos en personas capaces de anunciar al Cristo que transforma y liberar a los hermanos. Pablo dice en la Carta a los Romanos 1, 4; 8, 11: “Por tanto constituido plenamente Cristo en una humanidad victoriosa de la muerte”, es el Espíritu el que unge a Jesús, el que lo resucita del lugar de los muertos. Ese mismo Espíritu es el que viene a marcarnos con su sello y a renovar esta en el corazón herido, y a demostrarnos que con Jesús, el sanador herido, serlo también de nuestros hermanos.

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Ungidos por el Espíritu para anunciar liberación

Una y otra vez dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles que Jesús se manifestó con esta gracia de la resurrección, para definitivamente regalarles esta misma gracia después de pacificar su corazones y resucitarlos con Él. Ahí vemos cómo los apóstoles vemos cómo el Espíritu genera en ellos, temerosos y encerrados, a ser testigos por todo el mundo. Como aquellos primeros discípulos estamos incorporados a Cristo, que el Padre lo resucitó, y en Él a nosotros y a todos con los que nos solidarizamos en sus búsquedas y dolores. Este es el misterio de pertenecer a este cuerpo e incorporar a otros. Es un asociarnos a su misterio de redención. “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha consagrado por la unción y me envió a anunciar la buena noticia a los pobres, a dar la vista a los ciegos, y a anunciar un año de gracia”, dice Jesús tomando el texto de Isaías.

Nosotros necesitamos hacer carne en nosotros la misión de ir a los territorios de mayor vulnerabilidad humana para entender que yo herido, sanado por el sanador herido, puedo también serlo para muchos hermanos nuestros que están en la orilla del camino.

Te invito a abrir el alma para sintonizar con ese lugar de tu herida que Dios quiere llenar de vida. Las llagas del resucitado están resplandecientes, y desde ese lugar redimido de tu corazón llegar a los que más sufren en el alma y en el cuerpo para decirles que ha llegado el tiempo de la gracia y de la liberación, el tiempo de la unción en el Espíritu.

También a los que de algún modo estamos incorporados a Él como cabeza, el Padre quiere renovar, para que la vida nueva se derrame sobre todo el mundo y todos se incorporen a Jesús y con Jesús metidos en el misterio de Dios sean definitivamente redimidos, transformados, salvados, hechos hombres nuevos en Cristo Jesús.

Es la obra del Espíritu que se adelanta y va mucho mas allá de lo que nosotros nos podamos imaginar; es saber descubrirlo y entrar en contacto con Él, lo que nos permite sumar a nuestros hermanos a este camino de pertenencia en Jesús, de ser uno en Cristo, el Ungido, el lleno del Espíritu Santo.

 

Padre Javier Soteras