Espíritu Santo, el símbolo del fuego

miércoles, 11 de mayo de 2016

11/05/2016 – “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse”.

Hechos 2,1-4

El fuego es tal vez el signo mas llamativo en el que se hace presente el Espíritu Santo, en Pentecostés es eso lo que ocurre, es una llamarada de fuego, es el viento que ha soplado en el corazón de la comunidad y se ha derramado en el corazón de cada uno de ellos, como una llama de fuego, el agua significa nacimiento, como decíamos, fecundidad de la vida dada por el Espíritu, el fuego simboliza la energía que transforma los actos de la vida del Espíritu.

El signo de esto en el Antiguo Testamento es Elías, que surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha. Hay gente que enciende con su palabra el corazón y con su gesto.

Hay personas que decimos “está encendido” y que con su decir y hacer nos entusiasman que significa que nos meten en Dios. Entusiasmo significa “estar en Dios”.  En sus ojos, en su actitud, en su modo nos regalan ese fuego que es más que la pasión. Lo he visto incluso en la vida contemplativa: estando de cara al misterio no es que sea tanto lo que dicen, sino en cómo miran y sus gestos. Son presencias saludables y hoy queremos destacar a esos que “están en llamas”, encendidos por el Espíritu Santo. Necesitamos de esas personas que encienden, atraen y contagian. Como ellos que en la noche de invierno en el campo, tras largas jornadas de trabajo, se reúnen en torno al fuego que congrega. Es más que ser positivo o que ser buena onda. Son los que reúnen y contagian.

Con la oración Elías atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del Monte Carmelo el profeta, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma todo lo que toca. También esos profetas de la vida que aparecen en los escenarios cotidianos.

Cuando uno busca que la historia cambie de rumbo hay que pedirle a Dios que encienda un fuego y que lo pálido tome color, que lo oculto, oscuro, tenebroso y triste salga a la luz, para que identificándolo podamos ponerlo en su lugar, para que el futuro que no se ve comience a vislumbrarse con esa lámpara encendida que es presencia del Espíritu que muestra lo que vendrá. Cuando se reúnen los encendidos prenden fuego. Por eso el P. Arrupe decía “vayan y contagien el fuego”. Sobretodo cuando las cosas están mal, y se pone todo seco, con un poquito se prende todo.

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“He venidos a traer fuego sobre la tierra”

Juan Bautista, que precede al Señor con el Espíritu y el poder de Elías, anuncia a Cristo como el que bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego, Jesús dice esto de si mismo: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo”, este Espíritu se manifiesta así en la comunidad, como lenguas de fuego se posaron sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de Él.

La Pascua que es la entrega de la vida es el lugar donde el Señor nos dice que acontece ese fuego. Por eso esta gente luminosa, habitualmente es gente sacrificada dispuesta a darlo todo. De alguna manera es desmesurada en su entrega. Dispone todo para que todo vaya mejor aunque eso suponga perderse.  Habitualmente la gente que está encendida en el alma es gente que es para los demás, que ni se guarda ni se esconde. Tiene sueños en el corazón y se dispone a ir para adelante,

Ellos, que estaban encerrados y temerosos por temor a los judíos que ya habían terminado con la vida de Jesús. Además se sabían pecadores, no habían podido acompañar al Maestro. No estaban a tono con el Maestro. Jesús Resucitado estaba en llamas y ellos opacos y desalentados. Jesús atraviesa toda situación de miedo y tristeza y poniéndose en medio de ellos les dice “No tengan miedo, la paz esté con ustedes”.

En Pentecostés se encedió el gran fuego, y el alma de los discípulos se llenó del ardor de Jesús y fueron lanzados a predicar al mundo. Pedro con pocas palabras, con el poder del Espíritu Santo, logro que tres mil se convirtieran. Esa gracia hace que Pedro con los once se pongan de pie y él tomando la voz cantante comience a decir a mas de tres mil hermanos: “aquel que ustedes mataron en la cruz, Jesús de Nazaret, a ese, Dios lo ha resucitado con el poder del Espíritu Santo y ha venido para que tengan vida y vida en abundancia”.

El fuego del espíritu es contagioso, por eso Pedro logro encenderlos en el Espíritu Santo. Es tiempo de llenarnos de la vida del Espíritu, de dejarnos contagiar por su fuego y llegar tan lejos como el Señor quiera poner a un hermano en luz y con un nuevo sentido, ese falta en tiempos de un mundo tan opaco.

El llagado es el Resucitado, el que estuvo en la cruz es el que está vivo. Por lo tanto, la bienaventuranza cristiana que siempre pasa por la cruz, es posible. El Espíritu es el autor de esas llamas, aún en medio de la cruz, y a Él nos confiamos.

Padre Javier Soteras