Texto 1:
En la primera pagina del primer libro de la Biblia, el Génesis, se narra la Creación de todas las cosas por parte de Dios, el cual como si fuera casi un mago, de la nada hace salir todos los seres. Su sola Palabra lo quiere y lo hace. Es eficaz y real. Es generadora y activa. Sostiene todo los seres. En ese texto bíblico se supone pero no se habla ni una palabra del misterio que acompaña ese comienzo de todas las cosas. No se lo menciona ni siquiera una vez al tiempo; sin embargo, con la creación de todas las criaturas también él ha sido creado como compañero inseparable de todo cuanto ha venido a la existencia. Los seres tienen un principio, un desarrollo y un final. Esa sucesión intrínseca a toda creatura, ese movimiento interno que les dado a cada uno es lo que se llama tiempo. El antes, el durante y el después. El hoy, el mañana y el ayer de todas las cosas.
El Dios Creador pone una distinción esencial con todo cuanto crea. Lo que es hecho por Él tiene el signo de una cierta perdurabilidad. Él es eterno. Las cosas no sólo que tienen sino que lo creado en sí mismo es tiempo, guarda en sus entrañas las vueltas incesantes de un reloj invisible de días contados. El tiempo es un movimiento y un ritmo que no está marcado por el paso de las agujas o los días y meses en el calendario o por las fechas de una agenda. Ése es el tiempo convencional, el que rige en cada lugar de manera diversa en sus horas, el que se puede incluso cambiar según la duración de la luz natural de las estaciones. Ciertamente hay un tiempo convencional –el del huso horario- y hay otro tiempo, en el cual el primero se sostiene y que está señalado por el paso y el desarrollo paulatino de los ciclos naturales y sus diversos ritmos. Todo lo vivo nace, crece, declina y muere. Esa regularidad continua de los eslabones de la vida que le permite a la misma vida propagarse, expandirse y transformarse es lo que nos permite intuir que todo ser vivo lleva consigo la cuerda de un reloj que se ha disparado con su propia existencia por un lapso limitado. Todo ser va lentamente envejeciendo, casi imperceptiblemente con el devenir de todos los momentos. Todos llevamos la marca del tiempo en nuestro propio ser. A veces pareciera que el tiempo fuera el estigma que llevando dentro nos recordara lo eterno.
El ser humano aspira a pasar y superar los límites siempre restringidos y mezquinos del escaso tiempo. Siempre ha soñado con vencer y dominar la silenciosa y envolvente presencia desgranadora del tiempo que todo lo corroe, que todo lo deshoja. Los relojes de sol, los relojes de arena, los relojes de maquinarias y computadoras sofisticadas no alcanzan. El tiempo siempre es fugitivo y se escapa. La fantasía literaria y el cine y las teorías científicas -físicas y astronómicas- se han dedicado a estudiar la posibilidad de los viajes en el tiempo, hacia el ayer o hacia el futuro. Hasta ahora de hecho sólo son conjeturas. Muchos filósofos afirman que eso es imposible. El ayer ya fue, el mañana todavía no es. El único tiempo que existe es el presente que, a la vez, dura sólo un instante. Un presente es sólo una suma de instantes. ¿Cuánto dura un instante?; ¿cuánto se sostiene su percepción? Es un relámpago, un estallido, un breve lapso que se va.
¿En qué cosas sentís el tiempo y su inexorable paso que no se detiene nunca a descansar?, ¿en tu alma, en tu cuerpo o en tu memoria?
Texto 2:
Hay un tiempo social y convencional, hay un tiempo marcado por los ciclos naturales de los seres vivos y los grandes ciclos geológicos de la tierra y también de esos tiempos que escapan de la posibilidad de la imaginación, con sus cifras llenas de ceros, en que se calculan los años del universo con la medida del viaje de la luz. Por último, y no menos importante, está el tiempo singular y existencial, el tiempo personal de cada cual, el que está marcado por un reloj interno, el que se va señalando con signos particulares significativos sólo a cada uno. Un tiempo interior que no se rige por el paso de fechas sino que decanta con otros ritmos y cadencias, surca otros senderos. Ese es el tiempo humano, el tiempo del amor y del desamor, el tiempo del sufrimiento y de las crisis, el tiempo del trabajo y del descanso, el tiempo de la presencia y de la ausencia, el tiempo del placer y del dolor, el tiempo de la soledad y de la compañía, el tiempo de la tristeza y de la alegría, el tiempo de la nostalgia y de la esperanza, el tiempo de la melancolía y de la algarabía, el tiempo del arrepentimiento y del perdón, el tiempo de las distancias y de las cercanías, el tiempo del silencio y de las esperanzas. En síntesis, el tiempo del propio corazón.
Ese tiempo tiene un curso propio, no señalado por nada. Un tiempo que se va marcando sólo y que nos va indicando sus propios movimientos. Cada uno de esos tiempos tiene su propia característica. El tiempo del amor es pleno. El tiempo de la presencia es gozoso. El tiempo de la ausencia, doloroso. El tiempo de la alegría y del placer es veloz. El tiempo del sufrimiento es lento. El tiempo del perdón es liberador. El tiempo de la esperanza, sereno.
Hay tiempos en que pareciera que no hay tiempo porque estamos tan ocupados y tan absortos que ni siquiera caemos en la cuenta de lo que va rodando y aconteciendo. Hay tiempos en que nosotros estamos como ausentes y nos olvidamos de disfrutar todo lo que tenemos y lo que es peor no nos damos un tiempo de calidad para gozar de los afectos. No hay que multiplicar la cantidad de tiempo sino su calidad. A veces no hace falta mucho sino mejor tiempo y mejor disposición para poder disfrutarlo juntos. A menudo sucede que cuando nos damos cuenta puede que nos quede poco tiempo a nosotros o a los demás. Tiene que pasar algo importante y movilizador para que recapacitemos y nos empeñemos en administrar mejor el tiempo que nos conceden. El tiempo de los afectos es el tiempo mejor, el único que nos nutre esencialmente. El tiempo de los afectos es un tiempo invertido. No sólo tenemos que administrar mejor y más saludablemente el tiempo que tenemos, el cual es un recurso limitado y no recuperable, sino que además hay invertir en tiempo.
¿Qué tiempo humano estás viviendo en este momento?; ¿cómo lo describirías?; ¿para que cosas y para qué afectos son los que le dedicás, cultivás, administrar e invertís tiempo?; ¿qué cosas rescatás de tus tiempos, tus memorias y tus olvidos?
Texto 3:
Entre los tiempos personales está el tiempo de Dios, el tiempo de la fe y de la espiritualidad, el tiempo de la gracia. Dios nos va concediendo signos para que vayamos discerniendo el tiempo interior por el que transitamos. Al igual que la vida biológica, la vida espiritual tiene un comienzo, un desarrollo y una plenitud. La espiritualidad es vida y por lo tanto también se rige por la temporalidad. La vida interior también como los ciclos naturales tiene sus estaciones.
El Dios cristiano es un Dios que hizo la experiencia de la temporalidad humana. Cuando se encarnó, sin dejar su eternidad, asumió nuestra temporalidad y con ella, nuestra precariedad, nuestra contingencia y caducidad. El tiempo marca el ritmo de la vida y también el instante de la muerte. El tiempo que nos dispensa una cosa también nos trae la otra.
El Dios cristiano es eterno y es histórico a la vez. En Jesús, la eternidad y la temporalidad se conjugan. Verdadero Dios eterno y verdadero hombre temporal e histórico. A partir de la Encarnación la eternidad se abajó al tiempo y lo asumió y a su vez el tiempo busca las márgenes de la eternidad para en ella desembocar como en un infinito mar. Aquél que “en el principio estaba con Dios y era Dios” también se “hizo carne y habitó entre nosotros”: Con la carne, con la condición humana, le fue dado también a Él la medida marcada de un tiempo para la vida. A su vez el tiempo de la vida le acarrearía los días y sus noches, los meses y los años, los períodos de cada paso. El tiempo de la vida también trae su propio desenlace: el último don que nos depara el tiempo es la muerte. La temporalidad está unida a la mortalidad. El tiempo de la muerte es también un tiempo humano. El tiempo que recorre todos los otros tiempos y los consagra. El último tiempo que define todo cuanto ha sido dado y entregado.
Jesús como Dios eterno en la camino de la carne y del tiempo humano ha tenido que aprender como uno más, creciendo en estatura, en fortaleza y en gracia. Crecer es la ley del tiempo, su ley de ascenso. También está su reverso: la ley de descenso. Declinar, envejecer, apagarse y morir es la otra ley inscrita en el movimiento del tiempo.
El hombre siempre soñó con ser inmortal. Algunos dicen que fue una prerrogativa de cuando existía en el Paraíso antes de caer y ser expulsado, llevando en su mochila el desengaño y la daga de la muerte que lo agazapaba.
Para ser inmortal el mundo no tendría que envejecer, de lo contrario es estar en contra corriente. El sueño de la eterna juventud o de la eterna permanencia en este estadio de la existencia sería un suplicio. Todo se corroe y se enmohece. El paso -ligero o lento- del tiempo todo lo oxida.
Sólo con la resurrección la fe nos otorga la promesa de la vida eterna. Una existencia gloriosa ya no corrompida por las consecuencias del tiempo y de la muerte. Una existencia con lozanía y con una belleza no ajada que no conocemos. Es inútil querer mantener la apariencia de una juventud inmovilizada. La fe nos enseña que la vida verdadera escapa más allá de los limitados alcances de las ruedas del tiempo.
Ciertamente no sabemos qué será esa eternidad. No nos la podemos imaginar. La nombramos y la conceptualizamos a partir de las categorías espacio-temporales que tenemos. Por negación nos aproximación a ella. Decimos que la eternidad no es sucesión, ni movimiento continuo, ni fragmentación. La describimos como un presente siempre actual que no pasa, un instante perpetuo. Sin embargo, presente e instante son palabras que designan una medida de tiempo. Los hombres no podemos hablar, ni pensar en la eternidad sino con ideas y experiencias nacidas de estar sumergidos en esta espesa temporalidad.
A nosotros nos parece que siempre corre agitadamente, sin pausa y sin tregua, que no se detiene, ni se agita. Sin embargo, el tiempo –tanto el personal como el del mundo y la historia- algún día terminarán. Lo que nos parece tan afianzado y consolidado, de repente se desvanecerá, desaparecerá y ante nuestros ojos amanecerán los márgenes de la eternidad, un horizonte infinito, sin principio, ni final, una vasta inmensidad sin nunca acabar.
¿Cómo vivís estas verdades de nuestra fe: Un Dios eterno que se hace tiempo, un tiempo que le posibilita la experiencia de la fe y de la muerte; una promesa de resurrección para nosotros que nos abre la esperanza de una perspectiva en donde la vida no se termina con el tiempo sino que acontece, incluso con más vida, en lo eterno?; ¿cómo te alimentan estas verdades, tan consoladoras de nuestra fe para aquellos que cansados peregrinamos en la sucesión de lo continuo y lo inmediato?Texto 4:
Una de las experiencias más importantes del ser humano en tiempo es el amor, el cual lo marca al tiempo personal de una manera del todo original. A tal punto que quien lo experimenta confiesa no haber vivido el tiempo en vano. El amor tiene su propio dinamismo y su propia lógica con respecto al tiempo. A veces lo tiene de aliado y otras de adversario. El tiempo es aliado del amor en la presencia y en la comunión, en la mutua cercanía y en las promesas de eternidad. Pareciera, en cambio, que es su adversario cuando el amor encuentra su juego, su distensión y su placer. Allí el tiempo siempre es corto.
Hay tiempos en que se busca el amor y el amor nos busca. Hay tiempos en que se espera al amor y el amor nos espera a nosotros. Hay tiempos en que no amamos y sin embargo vivimos. Hay tiempos en que vivimos amados y también amamos. Hay tiempos en que deseamos amar y no podemos. Hay tiempos en que queremos y en cambio no nos sale. Hay tiempos en que el amor nos arrastra con sus locuras y desvaríos y hay otros tiempos en que todo está muy quieto. Hay tiempo también para no amar y para no ser amados. Tiempo de decepciones y desengaños. Tiempos de heridas de amor y de amores maltratados. Hay tiempos de desamores. Hay tiempos de cambio, de amores que se marchitan y se secan y otros que renacen y regresan. Hay tiempos para todos los amores y hay amores para todos los tiempos. Hay tiempos de memoria del amor y otros de su olvido. Tiempos en que el amor está presente y otras en que se ausenta. Tiempos de silencios y susurros. De evocaciones y nostalgias. Tiempos sin tiempos para cuando el amor descansa.
Texto 5:
Hay tiempos para iniciar el amor y tiempos en que el amor termina. No sabemos siempre por qué pero a veces el amor lastima y se lastima. Se modifica, se transforma, cambia. El amor que antes era fuego se vuelve hielo. El que era suavidad se vuelve aspereza. El amor entonces se muestra con otras caras.
Hay amores que son espadas, otros son como látigo y otros cadenas.
Hay amores que son espinas, durezas que lastiman.
Amores que son heridas que nunca cicatrizan.
Amores que se vuelven cárceles que asfixian.Amores que se hacen como tumbas.Amores que se olvidaron que fueron amores un día.
E. C
Texto 6:
Hay un tiempo para cada cosa y cada cosa tiene su tiempo. Como las mareas del mar que suben y bajan, así los ritmos y vaivenes del tiempo personal nos hacen estar y no estar, ir y venir, permanecer, salir y regresar.
Vamos y venimos de personas y lugares, de sentimientos y emociones, de situaciones y circunstancias. Todo se está yendo y todo de algún modo regresando. Todo es un péndulo en la danza de la vida.
El maestro uruguayo Mario Benedetti, plasma en una de sus poesías esta singular sensación de regreso. La describe así:
Texto 7:
Jesús una vez dijo que “a cada día le basta su afán”. Cada presente debe ser vivido por sí mismo ya que cada tiempo tiene su preocupación. No hay que buscar, ni que añadir más. Esta solicitud del presente nos hace estar atentos a lo que vivimos en cada momento, a no desperdiciarlo, ni malograrlo. Es cierto que no siempre nos hace bien y que muy a menudo, una y otra vez, nos arrepentimiento tanto de lo que hacemos como de lo que no hemos hecho. Por acción, por omisión o por comisión con otros, hacemos o dejamos de hacer aquello que a veces queremos y otras veces, no.
El arrepentimiento es un don que sólo se nos otorga porque vivimos en la sucesividad del tiempo. Lo que ayer hicimos mal, hoy lo podemos reparar. Para el arrepentimiento, es preciso la libertad y la temporalidad. Una libertad situada en el tiempo puede volver atrás y enmendar aquello en lo cual se equivocó. La libertad humana es la puede recibir así la redención. Lo vemos en el caso del buen ladrón crucificado al lado de Jesús por sus errores y delitos. El arrepentimiento y la confianza en Jesús, le valieron borrar toda una vida de fracasos y esperar hasta que en el último instante de su vida las puertas del paraíso también se abrieran para él. Siempre hay esperanza y hay gracia y hay posibilidad mientras haya una migaja pequeña de un tiempo que se desmenuza. Esa migaja alcanza al corazón para abrirnos las puertas del paraíso de Dios. Los ángeles en cambio al ser seres espirituales que no viven en la sucesión del tiempo no pueden tener este acceso de la redención. Sus libertades han quedado fijas e inmóviles en que aquello que han optado por primera y única vez.
Nosotros, en cambio, tenemos una libertad mudable, que cambia, que ata y desata, que se anuda y se libera, que va hacia atrás y hacia delante, que ayer hizo una cosa y hoy la mejora. El arrepentimiento no borra las consecuencias de lo que hemos hecho pero sí modifica el corazón de quien lo hizo. El don del arrepentimiento es sólo posible por este otro don, no menos maravilloso del tiempo.
A veces sentimos el tiempo como una cárcel de la cual no podemos escapar, como una condena inexorable que no se puede mover, como un peso insufrible que no la conciencia no puede soportar; sin embargo, misteriosamente, por el arrepentimiento podemos sentir que hay una nueva oportunidad, una salida y un nuevo comienzo, que el tiempo no es opresión sino liberación y redención.
Dios se ha hecho carne y se ha hecho tiempo para darnos en el don de cada arrepentimiento la esperanza de otro comienzo.
Texto 8:
Ciertamente el tiempo nos trae muchos más dones de lo que esperamos. Todo lo que somos y tenemos es porque habitamos el tiempo. Nadie lo puede definir. Todos los sentimos y podemos advertir sus marcas en nuestra piel, en nuestro cuerpo y en nuestra alma. Sin embargo, nadie puede encapsularlo, detenerlo y aislarlo. Todos creemos que lo tenemos pero es él quien nos tiene a nosotros. A veces tenemos tiempo y otras veces vamos a descompás y a destiempo con olvidos y desmemorias.
¿Qué es acaso el tiempo? Se nos escapa como agua y arena entre las manos, se filtra, pareciera que se disuelve, que se estira, se angosta, se multiplica y se divide, salta, corre y se mete en todas las rutas y direcciones. Sólo podemos utilizar imágenes para referirnos a su secreto. Este siglo XXI, como todos los de la historia, tiene un tiempo determinado; sin embargo, las características de esta época, lo van esculpiendo y definiendo, lo hacen singular. Nosotros vivimos en este tiempo y en este siglo. Es en este tiempo en que vivimos, nos encontramos con Dios y con los demás, desciframos nuestro nombre y designo, nos fatigamos. Es en el tiempo que amamos, crecemos, construimos, disfrutamos, padecemos y morimos. Es en el tiempo que fluye donde nos reconocemos. El tiempo es nuestro propio espejo: