Espiritualidad para el siglo XXI. (Segundo ciclo). Programa 15: Un cambio de época.

lunes, 11 de agosto de 2008
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Texto 1:

La cultura del siglo XXI en la cual vivimos es un fenómeno aún en gestación. Sus características todavía no están totalmente delineadas. Nos guste o no, nos sintamos identificados o no, ésta es la cultura de la cual todos somos protagonistas, artífices y testigos. Es el mundo que estamos construyendo. El universo humano y social en el cual vivimos y del cual todos somos  corresponsales.

Vivimos en un proceso mundial de mutaciones y transformaciones que engloba, culturalmente, toda la civilización. Estamos en una época de cambio y en un cambio de época. Es una “época de cambio” por todas las transformaciones que observamos; y es un “cambio de época” porque el milenio y el siglo que pasaron han quedado atrás y estamos ya en una franca transición de épocas. Todos estos cambios están generando una nueva cultura, un nuevo modo de ser en el mundo y una nueva visión de la historia que nos toca asumir.

Somos conscientes de la transición de épocas y de civilizaciones en las que estamos inmersos. No sabemos bien si estamos en el inicio, en el medio o en el final de una época. Lo cierto es que  “transitamos una transición”.

Nos asiste el Espíritu del Dios de la historia, que recorre todos los recovecos del laberinto del tiempo para que, en medio de los zigzagueos y de la sinuosidad de este intrépido viaje, la brújula de la Cruz nos oriente para encontrar la dirección del camino.

La sabiduría de la fe siempre ha ensayado, con mayor o menor logro, la comprensión de cada fragmento de la  historia. Las dudas e incertidumbres, los interrogantes y perplejidades que se suscitan en el camino, las compartimos con los hombres y mujeres que peregrinan con nosotros y a la luz del Espíritu, discernimos los “signos” del mundo y la cultura actual.

Todas las sociedades y culturas, a lo largo de la historia, han tenido luces y sombras, logros y fracasos. En ninguna época han estado, ausentes absolutamente, los valores humanos. Hoy también están presentes. Sólo hay que tener un corazón preparado para descubrirlos. Una mirada capaz de contemplarlos.

No es que los valores aparezcan o desaparezcan del horizonte social. Somos los hombres quienes los vivimos o no. No es que los valores "cambien". Lo que cambia -en una cultura- es el modo de hacerlos presentes "aquí y ahora". El "aquí y ahora" de cada tiempo es el distinto.

El tiempo será mejor en la medida en que los hombres y las sociedades sean mejores. La cultura es un reflejo del espíritu humano. Es una muestra social y comunitaria de lo que hay dentro de cada uno. El “todo” se hace de la suma de las “partes”. Una mejor calidad de vida, supone una mejor calidad de corazones. La “calidad” de los corazones depende de la “caridad” de los corazones.

Si bien existen muchos aspectos en los cuales nuestra cultura revela sus propios límites, no hay que ver sólo lo negativo; también se ven muchas realidades positivas que comunican su propia luz y difunden su bien y su belleza.

Por ejemplo, “entre los aspectos positivos de este cambio cultural aparece el valor fundamental de la persona, su conciencia y experiencia, la búsqueda del sentido de la vida y la trascendencia” [1], se ha crecido en el reclamo por la justicia; el re-descubrimiento de los derechos que hacen a la dignidad de las personas -el trabajo, la libertad de expresión, de opinión y de disenso-; la lucha contra cualquier discriminación y el derecho a toda igualdad; la denuncia contra toda corrupción e impunidad social; la creciente conciencia ecológica del cuidado del medio ambiente; la revalorización -a través de la cultura de la imagen- de una nueva estética, con un original sentido de la belleza; la valorización del cuerpo y los sentidos; la exaltación de la libertad personal y social; la acentuación de los sentimientos, las emociones, las grandes pasiones junto con los valores de la sinceridad, la autenticidad, la fidelidad al propio ser y a la propia identidad, la búsqueda de las propias raíces históricas; la capacidad de expresar personal o comunitariamente lo que se piensa; el lugar social que cada vez más predominantemente ocupa la juventud; las mujeres y las minorías étnicas o sociales; la valoración del lugar que ocupan las personas con capacidades diferentes y especiales; el desarrollo de la capacidad científico-técnica de la sociedad; la inmediatez de las comunicaciones humanas tanto personales como virtuales;  etc.

No todo está perdido. No todo ha caído en el vacío. Hay hermosos destellos de luz. ¡Hay tanta heroicidad en hombres y mujeres anónimos, sencillos y cotidianos!; ¡Hay tanto amor y cuidado en gestos desconocidos!;  ¿Qué luces y qué fuerzas alimentan tu esperanza?; ¿Qué nueva oportunidad necesita nuestro mundo?…

 [1] DA 52

Texto 2:

Este es un tiempo privilegiado y desafiante para que nuestra sociedad pueda re-descubrirse en sus mejores posibilidades. Es una gran promesa si descubrimos el significado particular que tiene en la historia este fragmento de tiempo que nos toca transitar. Ciertamente esta sociedad tiene valores y aún los puede tener más si encontramos el "lugar" que el ser humano tiene en ella.

Los valores humanos son la problemática esencial en la consideración de nuestra condición y su dignidad. Hay que intentar ser -cada vez- más humano. Somos y nos hacemos humanos. Tenemos que ser más humanos a medida que vamos creciendo y llegar a ser mejor lo que verdaderamente somos.

Si el ser humano no se pregunta por los valores significa que no se está dando “valor” a sí mismo. Sólo el ser humano es -el único en la Creación- capaz de "valorar", colmando de significado la posibilidad de todas las cosas.

Cuando "valoramos" algo quiere decir que ha llegado a tener un significado especial para nosotros. Los “valores" son  “realidades significativas” para las personas y para una sociedad. Un “valor” es algo “valioso” de vivir y transmitir.

Si cada uno descubre algo valioso por lo cual vivir, inmediatamente dignifica su vida y la vida de los otros. Una cultura que no se valora a sí misma, no descubre valores. Se minusvaloriza, se infravaloriza. Las culturas poco crecidas humanamente padecen un complejo de inferioridad social. Los valores aparecen cuando las personas y sociedades se estiman y se valoran. Si no nos “valoramos”, no hay valores. Es  por eso que tenemos el derecho y el deber de esperar y potenciar mejores tiempos, “inventar” y sostener una esperanza posible.

El mundo ya está viejo de ideologías que no funcionan y el cristianismo aún hoy -aunque sea crea lo contrario- no ha sido totalmente descubierto en sus múltiples y riquísimas posibilidades. La cultura ha conocido un modo de ser cristiano que ha entrado en crisis y que está en decadencia y desuso.

Una determinada manera de ser no agota plenamente el ser y todas sus potencialidades. Es preciso que “inventemos”, que “re-inventemos”  y que diseñemos otros modos genuinos del ser cristiano. La cultura forma nuevos mundos humanos; el cristianismo debe discernir nuevos modos de ser él mismo: estimulante, atrayente, convincente, coherente, esperanzado, gozoso…

La fe siempre es la misma pero el modo cultural de ser cristiano, la manera concreta de vivir la fe en cada época ha sido distinta: ¿Vos crees que siempre fue igual –a lo largo de veintiún siglos- ser cristiano?; ¿Cómo te gustaría configurar el ser cristiano hoy?; ¿Vale la pena seguir siéndolo en la actualidad; ¿Por qué y para qué?; ¿Cómo concebís el cristiano del siglo XXI?; ¿Cómo tiene que ser el rostro del  cristianismo del Tercer Milenio?…

De una cosa podemos estar seguros, siempre tendrá algún rostro humano.



   

Texto 3:

Es necesario acompañar a la sociedad en la construcción de nuevas claves humanas. Se nos invita a “navegar mar adentro” [2]  con la audacia suficiente como para pasar a la otra orilla y transitar otros senderos, caminos vírgenes. Sin embargo, aún estamos como en el “medio” del trayecto. En el paso y en la “transición” de una orilla a la otra; en el cruce y la intersección de un sendero a otro.

Los nuevos planteamientos son un reto para recrear la esencia del Evangelio para el mundo de hoy. Hay que saber descubrir –como dice Jesús- que los “vinos nuevos, requieren odres nuevos” (Mt 9,17).

Cuando surgió, el cristianismo cambió el curso de la historia.  Ahora transitamos un cambio providencialmente privilegiado y conflictivo, desafiante y promisorio, dramático y hermoso, en donde el mundo y la cultura, el cristianismo y la Iglesia, han entrado en un proceso de innovación que ya no tiene retorno atrás.

Quizás no seamos acabadamente conscientes de esto. Los procesos de transición, mientras duran y nos involucran, no podemos evaluarlos acabadamente. Sabemos que estamos en camino, aunque no conocemos bien hacia dónde vamos. Sólo se nos irá esclareciendo el horizonte, en la medida en que vayamos haciendo el trayecto. El paisaje va apareciendo a nuestros ojos, mientras vamos haciendo el camino.

Las puertas del tercer milenio continúan abriéndose, con el descubrimiento asombroso de nuevos escenarios culturales. Sabemos que tenemos que “navegar mar adentro”. Tal vez la profundidad de estos nuevos mares nos cause cierta perplejidad y hasta temor; sin embargo, en la travesía del Espíritu, el Señor del tiempo, conduce la historia. La esperanza en la misericordia de Dios y en la gracia escondida en este presente nos sostiene.

Mientras transitamos el Tercer Milenio, no podemos hacernos una idea acabada de él, ya que el tiempo, ese invisible pero infatigable escultor, lo sigue moldeando. Lo que, tímidamente, alcanzamos a vislumbrar -por los incompletos indicios que actualmente tenemos- nos permite intuir que estamos en una época de profundos e insospechados cambios, con amplios alcances y horizontes abiertos. La fe -para entrar en diálogo con los hombres y mujeres de este momento- procura encontrar nuevos enfoques y lenguajes.

¿La fe ha cambiado o lo que han cambiado son las expresiones culturales de nuestra fe?; ¿Qué es lo que te gustaría que cambie en la forma de vivir y de manifestarse nuestra fe?; ¿Por qué?…
[2] NMA 1

Texto 4:

Hemos fabricado un mundo donde las personas quedan fagocitadas y anuladas por el sistema. Hay millones de personas “excluidas” de la globalización. La pertenencia a las estructuras es sólo privilegio de unos pocos, una minoría selecta.

El Evangelio nos recuerda una sencilla y muy sabia lección que -a menudo- olvidamos: El Pastor se interesa por la única oveja que se ha perdido (Cf. Lc 15,4-7). A él sólo le importa una sola. El Evangelio no “globaliza”. Tiene en cuenta a cada  persona porque sabe que es única para Dios. Una sola persona por vez. Sobre todo el desvalido, el que está más perdido y más segregado del resto; el más marginado y excluido; aunque sea uno solo.

El sistema social que no considera a una sola persona en concreto y particular, a la larga no considera a ninguna, porque las personas son siempre únicas y singulares. Cuando se tiene en cuenta a una sola persona, se puede considerar a todas, sin excluir a nadie, porque todas son irrepetibles y originales.

Todo ser humano es un hermano. Toda persona es un prójimo. La historia de sangre derramada  en el mundo se inicia con Caín -nos cuenta la Biblia- el cual mata a su hermano Abel y cuando Dios le pregunta por lo que ha hecho, el homicida le responde: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gn 4,9).

La ceguera del odio lo había hecho olvidar lo fundamental: Verdaderamente él era el guardián de su hermano. Cada hombre es guardián de la vida de todo otro hombre. Cada uno debe cuidar, proteger y sostener la vida del otro. Por siglos, la humanidad ha vivido repitiendo esta fatal historia. Vivimos en la violencia, la agresión, el maltrato, el abuso y la desprotección. Estamos bajo el signo de Caín. El signo que Dios le puso en la frente para recordarle su acción y, a la vez, para resguardarlo de otros y dejarlo con vida; a pesar de que él no había tenido compasión de la vida de su hermano.

Hay que recuperar a cada ser humano como único y hacerlo responsable de otro ser humano como hermano,  protector y guardián para que sea capaz -no de quitarle- sino de comunicarle vida. Si recordáramos las Palabras del Apóstol San Pablo que nos dice: “Ayúdense a llevar mutuamente las cargas” (Gál 6, 2).

Si cada uno puede cargar una pequeña ovejita; si cada uno puede sentirse protector –y no agresor- de su prójimo; si cada uno puede convertirse en el guardián y el custodio de la vida de su hermano, entonces, estaremos haciendo un nuevo mundo, un nuevo modelo, un nuevo sistema. Seamos profetas de un tiempo distinto en el amanecer de una nueva historia. Que los signos de vida y de luz reviertan los signos de muerte y oscuridad, cambiando la marca de la sentencia que nos dejó el vivir “bajo el signo de Caín”.

¿Vos de qué “ovejita” te ocupás?; ¿Por cuál te preocupás?; ¿Cuál es la que cargas en tus hombros con mansedumbre y ternura para llevarla y sostenerla?; ¿Qué signos de vida ves?

Texto 5:

Estamos buscamos esperanzas posibles para tiempos difíciles. Esperanzas a las cuales les crezcan alas para ver el futuro desde lo alto. Buscamos sueños para realidades nuevas. Tenemos fuerzas para las grandes empresas y expectativas. Para los mejores momentos, hemos guardado gozos nuevos, alegrías por estrenar. Hay un canto nuevo por entonar. ¡Disfrutemos más, la vida tiene su propia efervescencia, bulliciosas burbujas que saltan!; ¡Bailemos a la luz, la resurrección es nuestra danza!

El nuevo milenio nos asombra, nos inquieta, nos interroga, nos cuestiona, nos moviliza. Recibimos un tiempo de desafíos históricos en los que Dios nos asiste con las promesas de su providencia. Todo lo que acontece hay que aceptarlo y vivirlo plenamente. No hay que desaprovechar lo que se presenta. Está pensando para cada uno de nosotros. Cada uno tiene lo que conviene para su camino. Nada es inútil. Todo ayuda, aporta, suma, hace crecer: Todo es aprendizaje.

"El milenio que amanece es una nueva oportunidad que Dios mismo nos está ofreciendo" [3] . Las profundas transformaciones [4] constituyen “una ocasión excepcional para meditar acerca del tiempo en el cual estamos sumergidos" [5]. "Es necesario que apreciemos los signos de esperanza presente a pesar de las sombras que, con frecuencia, los esconden a nuestros ojos" [6] . Tenemos que "ayudar a vivir el sentido de este tiempo particular” [7], ensayando miradas positivas de discernimiento realista, de esperanzas maduras sin falsas expectativas e ilusiones superficiales, propiciando un sentido crítico y, a la vez, genuinamente alentador.

Ante el desmoronamiento escéptico que produce lo negativo pongamos la resistencia de la esperanza [8] en el descubrimiento de mayores y mejores posibilidades [9] . Sólo así es posible "trabajar en la edificación de un mundo más humano" [10].

Dios al hacerse hombre nos ha dado como derecho y compromiso la esperanza en nuestro mundo. Al hacerse hombre, Dios forma parte del mundo. Está de una manera nueva y definitiva en la historia. Habitó el espacio y el tiempo de un modo del todo insospechado. Integró la familia humana, gozó un tiempo común y mortal,  aprendió todo lo humano.

Tal es nuestra esperanza: Si Dios está en el mundo, entonces, el mundo es verdaderamente distinto. Ya está redimido, ya está ganado para Dios. El Hijo de Dios ha resucitado dentro de este mundo. Ha sido este mundo y no ningún otro. Esté mundo fue el Pesebre y la cuna de su Encarnación y  Resurrección. Ésa es nuestra máxima esperanza: Dios ha resucitado en el mundo; ahora nos toca esperar, hasta el último día, que el mundo resucite en Dios.

Dios se hizo hombre, soñando con un mundo mejor. No le bastó -en su amor- con ser Creador. Quiso, además, hacerse creatura. Vivir el mundo desde adentro. Saber de qué se trata ser humano.

El Dios humano nació y creció, aprendió a esperar todas las cosas, resucitó como muestra de que la vida merece la pena ser gloria de Dios y vendrá de regreso para clausurar la historia, cerrar los ciclos y convertir el tiempo del hombre en los tiempos de Dios.

Dios siempre tiene esperanza en nuestro mundo: Lo ha creado, se ha encarnado, lo ha redimido y en él ha resucitado. El mundo y la historia son -para nosotros- el único ámbito donde es posible encontrarlo a Dios. No se lo debe buscar afuera del mundo. No nos podemos evadir de la realidad y esfumar el tiempo. Es en el mundo donde se lo encuentra. Dios se hizo hombre concreto en nuestro mundo concreto. En una historia, en un tiempo, en un espacio, en una cultura y en una red de vínculos humanos concretos. Nuestra realidad –por la Encarnación- es la realidad de Dios. Menos el pecado, lo demás: Todo.

Cada tiempo nos regala una nueva esperanza, la recreación de una esperanza posible. ¿Vos qué nueva esperanza cultivás en este tiempo de tu vida?; ¿Tenés tu “cita” con Dios en las circunstancias particulares de tu historia o intentás escaparte de ellas?

En este mundo, mezcla de luces y de sombras, cultivamos el alentador y estimulante desafío de la esperanza. Esto nos involucra a todos. Nadie puede quedarse afuera. Entre todos lo construimos. Nadie puede quedarse solo. Todos somos parte de lo mismo.

[3] JSH 2.
[4]  Cf. JSH 3.
[5]  JSH 8.
[6]  JSH 19.
[7]  JSH 2.
[8]  Cf. JSH 17.
[9]  Cf. JSH 11.
[10]  JSH 16.

Texto 6:

     Somos conscientes que  “recibimos el desafío de un tiempo histórico nuevo que -como todo tiempo-  resulta inédito: «Ahora es el tiempo de la gracia» (2 Co 6,2). Ciertamente estamos un poco perplejos y llenos de preguntas, lo cual no quita la admiración y la esperanza. Aunque nos parezcan que, a veces las sombras opacan los horizontes, la mano invisible y providente de Dios, siempre enciende las luces que necesitamos. A Dios le basta una pequeña grieta para abrirse paso en la historia del mundo y lo que, tal vez, para algunos es anochecer, otros podemos soñarlo como amanecer. Dios tiene «amaneceres» para regalarnos en este fragmento del tiempo que nos toca transitar. En los umbrales de nuevos tiempos y nuevas realidades, con el corazón  anhelante, escuchamos lo que el Señor resucitado vuelve a decirnos: «…Mira que estoy a la puerta y llamo…» (Ap 3,20)”

“Ante el surgimiento de una nueva época, en medio de grandes desconciertos, vacilaciones y expectativas, conviene remontarnos a los anhelos más hondos” [12] . “No basta ver la realidad desde una mirada meramente sociológica. Para conocer los tiempos y comprender los fenómenos históricos es preciso interpretar la realidad desde la contemplación de la fe” [13] .
     “Somos buscadores y peregrinos [14].  Nos dan inspiración y dinamismo nuestros anhelos; sobre todo los más profundos” [15]. “Abrir nuestros ojos a la realidad del mundo, al inicio del tercer milenio, es encontrarse con grandes desafíos. La voz del tiempo es voz de Dios. Él nos habla a través de los acontecimientos y de las situaciones por las cuales atravesamos” [16].
«Nos viene a la memoria aquél pasaje del Evangelio donde Jesús advierte: “…Al atardecer ustedes dicen: «Mañana hará buen tiempo porque el cielo está resplandeciente»; y por la mañana dicen: «Con este cielo oscuro, hoy habrá tormenta». Ustedes conocen e interpretan el aspecto del cielo y ¿no son capaces de leer los signos de los tiempos?…” (Mt 16,2-3)».  [17]

“El Señor nos ha confirmado nuevamente su presencia: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Estamos en un tiempo en el que no se nos permite “poner la mano y mirar atrás” (Lc 9,62). Suplicamos la luz para el camino: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá” (Mt 7,7).  Una vez más escuchamos al Señor que nos vuelve a decir: “…Al punto donde hayamos llegado, ¡sigamos adelante!….” (Flp 3,16)» . [18]

Éste es tu presente y tu momento. Hay cosas que se presentan una sola vez en la vida: No las desaproveches.  No las dejés pasar: ¿Qué estás haciendo para vivir mejor este instante breve y fugaz que es la vida; este tiempo que se nos ha concedido como un inmenso regalo ofrecido a todos?…

El tiempo del mundo es también tu tiempo. La historia de este presente es también tu historia. Tu camino está surcando los senderos de todos. Peregrinamos en un tiempo distinto y desafiante. La sabia y la sangre quieren andar y correr. Desean inundarlo todo de vida.
[11]  Diagnóstico Pastoral de la Arquidiócesis de Córdoba, 1 de Marzo de 2006.
[12]  Hacia  una V Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica y del Caribe. Documento de Partición. Introducción.
[13]  Diagnóstico Pastoral de la Arquidiócesis de Córdoba, 1 de Marzo de 2006. Introducción.
[14]  Cf. NMI 58.
[15]  Hacia  una V Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica y del Caribe .Documento de Partición. Cap I: “El anhelo de felicidad, de verdad,  de fraternidad  y de paz”.  a,1.
[16]  Hacia  una V Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica y del Caribe .Documento de Partición. Introducción.
[17]   Ibíd. Cap I: Señor abre nuestros ojos, queremos ver con el corazón y con el corazón de tu Pueblo.
[18]   Diagnóstico Pastoral de la Arquidiócesis de Córdoba, 1 de Marzo de 2006; 2.1 y Conclusión.
[19]   Casas, E. “Peregrino”, 11-02-05.

Texto  7:

Peregrino.

He sido invitado a la celebración del mundo
desde mi pequeño jardín.

Algunas mañanas me muevo hacia el otro lado de mi corazón,
con los ojos hacia adentro,
cerrados,
contemplando lo que no se ve.

Despliego la palabra recibida
y la enciendo en su propio fuego.

Su luz, que nunca fue mía,
irradia diáfana una suave tibieza.

Un mar de pensamientos
descansa en mis mareas.

En las noches solitarias
aprendo a lamer la sal de ciertas lágrimas.

A veces me pierdo en la ruta
de mi propio viaje
y sin buscarme
 me re-encuentro
en el mismo punto
aunque de distinta manera.

Respiro hondo
para que  la profundidad sea mi altura.

Tu horizonte es mi próximo paso.
No importa cuánto falte.

Recibo la promesa de que tu amor
será mi sueño .

Eduardo Casas.