Texto 1:
A veces en la Biblia aparece la relación de Dios con su pueblo en términos amorosos, como si fuera la relación entre un hombre y una mujer, un vínculo apasionado de amor en el noviazgo o en el matrimonio. Este juego recíproco de seducción se encuentra, sobre todo, en el Libro del Cantar de los Cantares y en los Profetas.
Por ejemplo, en el Profeta Oseas, Dios piensa en su pueblo como si fuera su enamorada: “Voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Ella responderá, como en los días de su juventud y me llamará: «Mi marido». Yo te desposaré conmigo para siempre, en justicia y en derecho, en amor y en compasión. Te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a tu Dios…” (Os 2,16-22). Dios quiere re-editar con su Pueblo, la experiencia del amor del comienzo, cuando todavía gozaba la frescura y la fidelidad de su comunidad que lo seguía obediente.
Cuando la Biblia, en algunos pasajes, habla del vínculo humano explicitando algún rasgo de la sexualidad, a menudo, lo utiliza como símbolos de unión y amor, de intensidad e intimidad para hablar del vínculo con Él.
Esto no tiene que ruborizarnos ya que para la Biblia ambas realidades son sagradas: La relación con Dios y la sexualidad humana. Tan sagradas son ambas que una sirve adecuadamente para hacer referencia a la otra.
Quizás, para muchos de nosotros, esta conexión tan estrecha que, a veces, hace la Biblia entre lo sexual y lo espiritual nos parezca un tanto novedosa y -por qué no- hasta escandalosa. En nuestra cultura occidental durante siglos se ha separado un ámbito de otro. Hemos tenido, a lo largo de muchísimo tiempo, una tendencia religiosa “desexualizada”, “asexualizada” y “espiritualista” que ha interpretado la Biblia separada de los contextos históricos y culturales donde se plasmó. Esta tendencia, es ciertamente compleja de analizar en sus orígenes históricos y en su desarrollo, llegando –incluso- hasta mediados del siglo XX.
Esta concepción, en el fondo, poco cristiana no nos favoreció en absoluto. Lo decimos por dos motivos fundamentales: En primer lugar, el misterio fundamental de la fe cristiana –el Dios Encarnado, el Dios humano- no tiene mucha repercusión en la vida espiritual que, casi nunca, involucra algún aspecto de la personalidad y la realidad humana de las personas creyentes. Una fe sin humanidad. En segundo lugar, esta concepción, en definitiva, sospecha hasta de la misma Creación de Dios, el cual nos ha creado con una naturaleza sexuada. Lo que Dios dice en el libro del Génesis –“Vio que todo era muy bueno”– tienen poca importancia. Incluso, hasta se llegó a creer que el pecado primero de la pareja humana era, precisamente, de origen sexual. Todo esto, evidentemente, no es correcto.
A partir de estos presupuestos la visión sospechosa y desconfiada hacia la sexualidad humana ganó la batalla. La vida espiritual se marcó fundamentalmente por estar en contra de todo impulso que indicara algún indicio o reacción de la sexualidad humana. Se desarrolló, ciertamente, una visión opaca y oscura de la sexualidad, la cual tenía que ser reprimida, combatida, acallada, ocultada y mortificada.
El camino espiritual era principalmente lucha contra los sentidos externos, las pasiones, las emociones, las manifestaciones afectivas, los vínculos humanos y, por supuesto, la sexualidad y el placer. Se fue plasmando un cristianismo triste, sin gusto por la vida, sin festejo, ni alegría, sin estímulos, ni gestos humanos. Sólo quedó la Cruz en el camino del creyente. El placer de la vida y la fuerza revitalizadora de la Resurrección se nublaron.
El santo mientras menos humano, mejor. Admirado pero nunca imitado. Mientras más “alejado” y “distante”, volátil y sutil; abstraído, fugado del mundo y desentendido de realidad, más cercano a Dios.
El “mundo” era lo opuesto a Dios, el ámbito de las fuerzas antagónicas, la “tentación” a evitar. El ideal era el perfeccionismo y el cumplimiento de la ley religiosa para alcanzar una especie de “angelicalismo” trascendente. La sexualidad quedó relegada y de manera abusiva a cualquier movimiento de la pasión se le adjudicaba el nombre propio del “pecado sexual”: La lujuria.
Todo eso dio por resultado un espiritualismo sin encarnación, ni humanidad, sin afectividad y sin integración de la sexualidad. La culpa, el miedo, la vergüenza, el temor, el ocultamiento y el silencio sepultaban la sexualidad.
Desde el punto de vista psicológico, esto generó una serie de trastornos e insanidades. Muchas neurosis ligadas a lo religioso tienen origen en pulsiones sexuales reprimidas.
Ahora se buscan otros caminos de integración en donde la vida espiritual es parte de la vida humana y, por lo tanto, se incorpora también -como una dimensión más de la condición humana- la sexualidad.
La vida espiritual y la sexualidad no están reñidas porque la persona creyente es una sola. No hay que dividir y disociar sino armonizar, unificar, integrar, plenificar.
¿Vos unís estas dos dimensiones en la relación con Dios?; ¿O, por contrario, aún no están reconciliadas?; ¿Tu fe tiene prejuicios para con tu sexualidad?; ¿Tu sexualidad tiene puntos de encuentro y de contacto con tu fe?; ¿O son dos “paralelas” que nunca se cortan?; ¿Hay “puentes” entre una y otra; o hay “murallas”?; ¿Existe algún conflicto entre tu vida espiritual y tu sexualidad?; ¿Hay presiones, mandatos sociales, familiares o religiosos que ejercen su influencia y su condicionamiento?; ¿Podrías hacer desde tu sexualidad una posibilidad de experiencia profundamente humana e incluso una experiencia con lo trascendente?; ¿Nunca se te ocurrió que en la experiencia de amor humano Dios te ama en Jesús, el Dios hecho hombre?; ¿Cómo podés vivir los amores humanos por Él?
Texto 2:
La Biblia nació en la cultura oriental, en ella -tanto en la Antigüedad como en la actualidad- la asociación entre espiritualidad y sexualidad es natural. No se les ocurre separarla. Basta ver la arquitectura y la decoración de los templos hindúes donde hay imágenes explícitamente sexuales con el sólo motivo de recordar que también éste es un medio de unión con lo divino.
Además esta misma idea aparece en la literatura oriental, basta pensar, por ejemplo, en la clásica colección de cuentos que la tradición recopiló y llamó “Las mil y una noches”. Allí flota una profunda, insinuante, sensual y hasta erótica atmósfera en muchos de sus relatos. En ellos florece todo el Oriente con su exótica carga de misterio y provocación. La Biblia es -para los creyentes- la Palabra de Dios y también literariamente es, típicamente, un libro clásico oriental, ya que comparte el patrimonio común de todas estas tradiciones.
No es que los cristianos de ahora, con el auge de una cultura más tolerante, nos permitamos una lectura “sexualizada” de la Biblia que siglos anteriores no se atrevían. En verdad, es la Biblia la que realizada una lectura “sexualizada” de la condición humana.
El primer libro de la Biblia -el Génesis- presenta, desde el comienzo, al ser humano en el misterio de la creación como un ser sexuado y desnudo frente a la presencia divina que todo lo envuelve. (Cf. Gn 2,25).
Algunos pueden pensar que nos aventuramos a una lectura parcial de la Biblia, desde una interpretación que utilice meramente el presupuesto de las ciencias humanas que estudian la sexualidad, especialmente el psicoanálisis.
Todos sabemos que la ciencia psiquiátrica tuvo un notable avance con el fundador del psicoanálisis profundo: Sigmund Freud. Este médico austriaco pertenecía a la cultura judía y a pesar de no practicar su religión, sin duda que -mucho del universo religioso judío- ha estado presente en su vida y en su obra, tal como lo atestiguan numerosos trabajos y sus cartas.
No sólo la cultura judía sino, además, la cristiana ha estado presente en su obra y ha sido analizada por él [1] . El padre del psicoanálisis, fue el primero en aplicar la interpretación de los símbolos judíos, cristianos y la mitología griega, para el conocimiento y la interpretación de esa “zona” del alma, tan poco conocida, que llamó “el inconsciente”, aquello que se esconde más allá del umbral de nuestra percepción conciente. En gran medida, las herencias intelectuales de Freud son la Biblia y los mitos griegos. No es Freud el que hace una lectura renovada de la Biblia sino que es la Biblia la que permite a Freud comenzar a leer el alma humana desde los símbolos y raíces de su cultura e historia judía.
Por eso no es que estemos haciendo una lectura “sexualizada” de algunos pasajes de la Biblia a partir de la mirada del psicoanálisis sino que permitimos que la misma Palabra de Dios que nos diga, sin prejuicios de nuestra parte, cómo ve la condición humana sexuada y cómo la sexualidad es una metáfora de la trascendencia.
La Biblia -a veces- emplea imágenes sexuales para evocar la pasión, la unión, la fecundidad, la fuerza de la vida, el crecimiento, la Alianza esponsal, la fidelidad y la infidelidad, como un lenguaje que nos habla del misterio de Dios.
Después de todo, si “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16) tal como dice el Nuevo Testamento, ¿por qué no utilizar este lenguaje?; ¿Cómo puede el ser humano hablar de Dios sino es también desde la fuerza más sagrada que encuentra en su cuerpo y en su alma como la sexualidad?; ¿Alguna vez pensaste que tu sexualidad “dice algo” de Dios y que Dios “le dice algo” a tu sexualidad?; ¿Si unís el amor y la sexualidad, aparece Dios?; ¿Cuál es la clave del amor?
[1] Freud, Sigmund. “Tótem y tabú” en “Obras Completas”. Tomo II. Ed. Biblioteca Nueva. Madrid. 1996. p. 1841-1846 y en “Una neurosis infantil: El hombre de los lobos”. Ibíd. p. 1974-1979; 1988-1989; 2005-2006.
Texto 3:
La Biblia -sobre todo en los profetas, de manera especial Oseas, Jeremías e Isaías- en algunos pasajes interpretan la relación de Dios con su Pueblo, el vínculo que llaman “Alianza”, desde la metáfora del amor matrimonial.
En estos profetas, el lenguaje por momentos se “erotiza”. El mandato divino de ser “una sola carne” que aparece en el libro del Génesis para Adán y Eva (Cf. Gn 2,24) comienza a verse como una vocación de intercambio y comunión no sólo del hombre y de la mujer sino también de Dios con su pueblo. En la misma idea de matrimonio está contenida la sexualidad con todos sus elementos de afectividad, sensualidad y pasión.
Con los profetas comienza a desarrollarse una mirada “erótica” que modifica la concepción de la relación con Dios porque la sexualidad -uno de los constitutivos de la identidad de la persona humana- se toma como punto de partida para la metáfora de la experiencia de Dios.
La relación humana más plena y completa es aquella en donde la entrega en el amor implica la totalidad y la comunión con toda la persona, desde lo más físico a lo más espiritual, pasando por los emocionales y psíquicos.
Esta perspectiva de los libros proféticos marca un nuevo rumbo para entender el vínculo con Dios. De hecho, comenzando en el Antiguo Testamento prosigue luego en algunos textos del Nuevo Testamento e, incluso, continua más allá de la Palabra de Dios.
Esta concepción influencia algunos pensadores de los primeros siglos del cristianismo, pasando por los comentarios -especialmente los del “Cantar de los Cantares”– en la Edad Media y en místicos como Santa Teresa de Ávila y, de manera especial, San Juan de la Cruz, hasta llegar a numerosos estudios de este tema en nuestros días.
Esto que nos parece tan novedoso; sin embargo, no lo es tanto. Lo que sucede es que, a menudo, los cristianos creemos que el tema sexual está sólo restringido a la problemática moral. En verdad, la Biblia no tiene una mirada principalmente moral de la sexualidad. Al contrario, podríamos decir que –si bien- la ética sexual no está ausente en la Biblia, sin embargo, la perspectiva moral no es la primera en aparecer. De hecho, en el Antiguo Testamento, hay muchas situaciones que involucran ciertos comportamientos sexuales que -a nosotros- nos sorprenden y en los cuales, pareciera, que no está desarrollado demasiado el criterio ético. Lo que sucede es que la Biblia no es un “manual” de moral que de recetas o consejos y es una colección de libros que recorren varios siglos sin tener una mirada homogénea.
A menudo le pedimos a la Biblia lo que la Biblia no es: No es un código de comportamiento moral y, mucho menos, un catálogo de conductas sexuales permitidas o no permitidas.
Cuando la Biblia habla de sexualidad, la asume como un hecho, una característica más de la condición humana y la considera de la misma manera que le interesa cualquier otra característica de la naturaleza humana.
Si el misterio de toda la condición humana puede aproximarnos a la trascendencia y decirnos algo de Dios, la sexualidad –entonces- también lo puede hacer para la Biblia.
¿Vos qué mirada tenés de la sexualidad?; ¿Primeramente moral y “moralizante” o la sexualidad también te dice algo más de otras realidades y de los secretos del corazón humano?; ¿La sexualidad no te dice nada de Dios?; ¿Cuándo confesamos que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, no se te ocurre pensar que -como verdadero hombre- es también la revelación de un Dios sexuado?; ¿Qué te dice la sexualidad madura y plena de Jesús para tu propia sexualidad? Jesús es un ser humano con sexualidad de varón: ¿La plenitud que buscamos pueden encontrar en Jesús un modelo de inspiración?; ¿Cuál es el amor por el que verdaderamente gira el mundo?…
Texto 4:
La Biblia posee una visión integral de la unidad de la persona humana. Decir “espíritu” y decir “cuerpo” es mencionar la totalidad y la unidad del hombre desde alguna de sus dimensiones constitutivas. De ninguna manera se divide o se disecciona la unidad que el ser humano es.
Para la Biblia, la sexualidad también forma parte de la espiritualidad de la persona; de la misma manera que a la espiritualidad le es esencial la experiencia sensible y afectiva. No hay separaciones entre una dimensión y otra. La sexualidad y la trascendencia son dimensiones de la persona y del espíritu humano en su capacidad de apertura, empezando desde lo corpóreo.
Lo físico es siempre expresión del alma que se expande sensorialmente, buscando formas y dilatándose a través del mundo de los sentidos, logrando una mejor conexión y comunión con todo lo que nos rodea.
El cuerpo no es que “tenga” un alma, como si fuera un residente extraño, un “huésped” momentáneo y transitorio, algo ajeno, una especie de “cápsula”, “vasija”, “recipiente” o “envase” que luego se deja, una “cárcel” que aprisiona con sus muros de carne, piel, huesos y tejidos. Para la Biblia, el cuerpo no “tiene” un alma. El cuerpo mismo es vivificado. La persona toda es cuerpo. La persona toda es “alma”, el principio vital de animación de todo ser viviente. La persona toda es “espíritu”, el principio de trascendencia que sólo poseemos los seres humanos a diferencia del resto de la creación. La persona human es corpórea, es “alma” y es “espíritu” a la vez, simultáneamente.
Desde esa unidad que se identifica con la totalidad de la persona, se concibe la sexualidad como parte integrante de la misma corporeidad y espiritualidad. No sólo la corporeidad es sexuada sino que también el alma y el espíritu lo es porque son el cuerpo, el alma y el espíritu de una persona humana, las cuales somos siempre sexuadas. La vida espiritual también expresa y comunica la corporeidad y la sexualidad.
Para la Biblia, la unidad del hombre y del amor humano-divino se expresa “corporalmente” de manera espiritual y, a la vez, también se manifiesta de manera “espiritualmente encarnada”. Es la misma unidad y el mismo lenguaje que integra, armónicamente, lo terreno y lo trascendente.
No hay conflicto entre el “alma” y el “cuerpo”. Esos traumas de división son una problemática de nuestra cultura occidental. Para la mentalidad bíblica, todo cuerpo verdaderamente humano es un alma vital y, por lo mismo, el cuerpo integra el espíritu y es –igualmente- espíritu. De igual manera, todo espíritu humano se abre paso en la carne, expandiéndose por los sentidos físicos, por los cuales entra en contacto con el mundo y el mundo ingresa al interior del cuerpo, de los sentidos y del alma humana.
El ser humano no es un ser diseccionado en “cuerpo”, “alma” y “espíritu” sino integrado en su unidad armónicamente.
Aunque en el lenguaje tengamos que separar y distinguir; sin embargo, en la realidad no es así, el cuerpo, el alma y el espíritu conviven mutuamente en un abrazo recíproco y constante, en un “círculo” estrecho y permanente.
¿Vos tenés esta visión de unidad que aparece en la Biblia?; ¿O, por el contrario, por un lado está el cuerpo con todo lo que implica –alimentación, cuidado, higiene, salud, deporte- y, por el otro, el alma y el espíritu?; ¿Tu cuerpo está conectado o desconectado con vos, con tu espiritualidad y con Dios?….
Texto 5:
En la primera página de la Biblia, en el libro del Génesis, cuando Dios crea al ser humano hay una expresión que llama la atención, cuando dice “Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Dios creó al ser humano a imagen suya. A imagen de Dios, lo creó varón y mujer” (1,26-27).
Algunos sostienen que la imagen y la semejanza divina en el ser humano está en lo masculino y en lo femenino que se esconden en la riqueza del ser divino y que Dios, como Creador, le comunicó a su creatura.
Lo masculino y lo femenino es propiamente la “imagen y semejanza” de lo divino. Esa conjunción comunicada al ser humano constituye el origen del enigmático plural que utiliza Dios: “Hagamos al ser humano”. Esa pluralidad, algunos afirman que es –precisamente- lo masculino y lo femenino que co-existen en la riqueza del ser de Dios.
El ser hombre y mujer -lo masculino y lo femenino- refleja, de algún modo, el insondable tesoro del ser divino. Lo masculino y lo femenino no alude –en primera instancia- a la sexualidad del varón y la mujer. El componente masculino y femenino es propio de todo ser humano, sea varón o mujer. Lo masculino no se agota en el varón; así como lo femenino no está sólo exclusivamente en la mujer.
No me estoy refiriendo a los “roles” masculinos y femeninos que se dan en las relaciones interpersonales. Lo masculino y lo femenino no sólo configuran los roles que se asumen. De hecho, hay mujeres que ejercen en la vida o en el trabajo, roles “masculinos” y viceversa, también hay varones que en el hogar ejercen roles femeninos, sin que eso tenga alguna connotación respecto a su sexualidad. Los roles se refieren a los comportamientos sociales y a las conductas que tenemos adecuadas a la cultura en la que estamos.
Lo masculino y lo femenino, en cambio, no es algo meramente exterior que se pueda asumir sino que radica en la naturaleza propia del ser humano. La persona madura es aquella que armoniza tanto los componentes masculinos como los femeninos que posee toda personalidad humana, ya sea varón o mujer. El varón no se feminiza por tener en sí componentes femeninos. Ni la mujer se masculiniza por poseer componentes masculinos. Una cosa es tener componentes femeninos en la personalidad y otra cosa es ser mujer. Una cosa es poseer componentes masculinos en la personalidad y otra es ser varón.
Hoy la psicología, la sociología y la filosofía -entre otras ciencias- admiten que lo masculino y lo femenino forma parte de la naturaleza del ser humano y que los roles masculinos o femeninos son independientes del hecho de ser varón o mujer.
Una mujer puede tener roles masculinos de conducción, liderazgo, organización, producción, etc. Y un varón puede ejercer roles femeninos de creatividad, intuición, afectividad, emotividad, sensibilidad, contención, cuidado, crecimiento, etc. Hoy se habla bastante de conectarse con el “lado” femenino o masculino de la propia personalidad.
Los roles no tienen que ver necesariamente con la identidad sexual de las personas, sean varón o mujer. Los roles son independientes de la sexualidad. Aunque –ciertamente- hay construcciones sociales de roles masculinos y femeninos; no obstante pueden ser ejercidos por un varón o una mujer ya que en la dignidad de la condición, ambos son iguales en derechos y obligaciones. Cuando algunos roles no se ejercen tiene más que ver con los condicionamientos culturales que con las posibilidades reales.
Los roles masculinos y femeninos son una cosa y los componentes masculinos y femeninos son otra. Los componentes no son una construcción social como los roles sino que están enraizados en el mismo ser humano, en su naturaleza, más allá de su identidad sexual, sea varón o mujer.
Ciertamente, el varón tiene mayor componente masculino, pero eso no implica que carezca de algunos elementos más propios de lo femenino. De igual manera, en la mujer también aparecen componentes más predominantemente masculinos.
Para ser un ser humano pleno en la capacidad de su propia naturaleza -ya sea varón o mujer- hay que dar cabida al componente tanto masculino como femenino de la personalidad.
Incluso el ser de Dios tiene una riqueza interior que nosotros podemos captar como masculina y femenina a la vez. Podemos pensar a Dios como “Padre” o como “Madre” y esto no significa que estemos hablando de una ambigüedad sexual; al contrario, esto nos hace ver que -ya desde la primera página del Antiguo Testamento- Dios le comunica al ser humano algo de su propia riqueza.
Este plural utilizado por Dios –“hagamos al ser humano”– indica, desde el inicio de la Biblia, que hay en Dios una riqueza múltiple en su ser que se refleja “a imagen y semejanza” en su creatura humana.
Esa misteriosa “pluralidad” del Dios de la Biblia es la riqueza de lo masculino y lo femenino, la esencia de la dimensión sexual- que se comunica y se refleja en su creatura y en el vínculo que el ser humano establece, ya sea como varón o como mujer, rompiendo la soledad original.
Dios no es soledad. Tiene una profunda interioridad y la riqueza insondable de su ser se manifiesta al crear. Su creatura, tampoco es una “soledad” sino “relación” y “comunión”: Varón y mujer buscando reciprocidad y unidad: Distintos y, a la vez, complementarios.
“Dios es amor”. Es un misterio de relación y comunión. Su reflejo, en la creación, se encuentra en el ser humano, con un lado femenino y un lado masculino en su interior y que -cuando se expresan- el ser humano busca el complemento de su correspondiente reciprocidad.
¿Vos te conectás con tu lado masculino y femenino?; ¿Tenés roles sólo masculinos o sólo femeninos en tu hogar, en tu trabajo, en tus relaciones sociales?; ¿Te crea algún conflicto alguno de estos lados de tu naturaleza humana?; ¿Habías pensando que Dios tiene -en su ser- tanto la riqueza de lo masculino como la de lo femenino?; ¿Cuando a Dios le decís “Padre” o “Madre”: Te das cuenta que son sustantivos que implican connotaciones masculinas y femeninas?; ¿Advertís que, a menudo, tenemos para con Dios un lenguaje cargado de componentes sexuales?; ¿Sos conciente que el lenguaje humano en las cosas más cotidianas siempre expresa, de algún modo, un componente sexual?…
Texto 6:
Lo humano toca su plenitud en el misterio de la Encarnación. Dios toma para sí la condición sexuada de la naturaleza humana. Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios hecho hombre, es una Persona divina que se humana y, por lo tanto, en su humanación, asume la sexualidad humana. No es indigno de Dios y de su trascendencia, la sexualidad humana. Todo lo genuinamente humano está ligado a Dios -en razón de la Encarnación- de una manera nueva, única y definitiva. También está redimido, salvado y curado.
Dios se ha hecho humano en nuestra carne. Jesús ha tomado un cuerpo humano, con todo lo que eso implica. Quiso ser humano. Quiso ser varón. Con su cuerpo, estableció comunicación y contacto humano, lo experimentó en sus emociones, pasiones y afectos. Sintió con sensibilidad de ser humano y tuvo psicología de varón. Se relacionó con varones y con mujeres, tuvo parientes y amigos, desempeñó una vida social y pública; nos entregó su cuerpo como comida para asimilarlo en nuestro propio cuerpo. Nació y murió desnudo. En la cruz, despojado de todo, se entregó al mayor acto de amor por todos. La crucifixión fue un abrazo de alianza, un encuentro de desposorio, la unión y la superación del dolor por el amor. Con la Encarnación, la “corporeidad” de Dios ha sido total y manifiesta. Dios al tomar la condición humana también ha aceptado la sexualidad del ser humano como su modo de ser en el mundo. La dimensión sexual humana ha quedado -para siempre- vinculada al misterio de Dios de una manera única. Jesucristo es Dios y es hombre; y es plenamente ser humano siendo varón. Con su Resurrección, la condición sexual de su naturaleza humana, participa de la gloria de Dios de una manera singular. La Resurrección manifiesta la unión plena del amor que estamos llamados a tener con Dios eternamente. El amor de Dios se une a la naturaleza humana y sexuada del Hijo resucitado manifestando -de manera plena- la gloria del amor humano.
El sexo más que vincularlo a lo profano, a lo mundano y al pecado, desde la Encarnación y la Resurrección, hay que vincularlo a la gracia, al don de Dios, a lo sagrado y a lo trascendente.
En Dios, el amor divino es también el más sagrado de los amores humanos. El amor más sagrado nos viene del Dios Encarnado, el que asumió la condición humana sexuada, en la identidad de varón, con los códigos de la cultura judía de su tiempo.
Si Dios ha querido unirse a la carne de su creatura, no tenemos por qué “espiritualizar”, “volatilizar” y “abstractizar” la realidad de Dios.
Si al afirmar que “Dios es Amor” nos conformamos con una imagen abstracta, “espiritualista” y “espiritualizante” de Dios, tenemos que darnos cuenta que no es así como aparece en la Biblia.
El amor de Dios -a partir de la Encarnación- es un amor divino-humano, un amor humanado en cuerpo, alma y espíritu. ¿Vos qué experiencia de amor tenés?; ¿Tu amor posibilita que Dios sea el Dios de la Encarnación, el de un vínculo real y humano, cercano y accesible?; ¿El mundo de lo humano, también con la sexualidad, te aproxima o te aleja a la experiencia de lo trascendente?; ¿Para vos la sexualidad está llena de oscuros conflictos, traumas y complejos o tiene algún impulso de vida y de regocijo como para hacer despertar el “sentido de Dios”?; ¿Si “Dios es amor”: La sexualidad y el amor te hablan de Dios?; ¿Cómo te imaginás esa experiencia?
Texto 7:
[2] Casas, E. Poema inédito. “Mal de amores”. 07/11/2004.
[3] Casas, E. Poema Inédito. “Cronologías breves”. 11/08/2004.
Eduardo Casas.