Espiritualidad para el siglo XXI (Segundo ciclo) – Programa 2: La espiritualidad como vida y la vida como espiritualidad.

lunes, 12 de mayo de 2008
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Texto 1:

 

            A menudo pensamos que la “vida espiritual” es algo distinto, independiente y hasta separado de la vida humana. Sin embargo, la existencia humana es una. La persona es una, no puede “dividirse”. De manera similar, la existencia humana es una sola, aunque tenga diversas dimensiones. Cuando hablamos de vida humana y vida espiritual no hay que entenderlas como dos realidades incompatibles y excluyentes. Al contrario, son dos dimensiones de nuestra única existencia.

 

            La vida humana se desarrolla en un proceso de evolución que llamamos “crecimiento” el cual asume todas las dimensiones de la persona en un itinerario de madurez que conjuga diversas etapas comprendidas desde el nacimiento, la niñez, la adolescencia, la juventud, la adultez y la ancianidad.

 

            La vida espiritual no es ajena a este proceso. Es el mismo proceso de la existencia humana a partir de lo que los cristianos llamamos “gracia” (palabra que viene de “gratis” porque es un regalo). La gracia es el don de la vida de Dios comunicada a nosotros.

 

            En este sentido la vida espiritual es toda la existencia humana desde la gracia, desde la dimensión de lo trascendente, desde Dios.

 

             Lo “trascendente” no es lo que está “más allá”, lo que se sitúa en la lejanía y en la altura, un “escapismo”, una “salida hacia arriba” para huir del mundo y sus conflictos.

 

            Lo “trascendente” es una posibilidad escondida en el ser humano. Es el “secreto” que guarda todo corazón humano. Es la “puerta” y la “llave”, la “apertura”  y el “acceso” que todos llevamos dentro.

 

            ¿Vos en dónde encontrás la “puerta” por la que te podés escapar de vos mismo?; ¿Quién tiene la llave?; ¿Por dónde está el acceso?; ¿Cuál es tu salida?; ¿Te has encontrado perdido alguna vez?; ¿Cuál fue tu extravío?; ¿Quién te rescató?; ¿Quién fue tu salida?; ¿Quién te salva?; ¿Qué es lo que te salva todavía?

 

Texto 2:

 

            La vida espiritual está a la “base” de la vida humana. Constituyen una unidad. No se puede haber vida espiritual sin el sustento de la vida humana y, a la vez, la vida humana encuentra su densidad más espesa en el centro -en el núcleo- de la interioridad.

 

            En general, sucede que separamos y dividimos. La vida humana por un lado y la vida espiritual por el otro. La vida y la fe nunca pueden tocarse y reconciliarse, se ven como ámbitos distintos, diversos, para algunos casi opuestos y hasta excluyentes.

 

            Dios no es para la vida. Es para la fe y para los momentos “religiosos”. La vida espiritual -para muchos- resulta un intimismo evasivo, que aliena y saca a las personas del mundo de lo real. Es ficticia y abstracta. Es casi como una adicción “alucinógena”, genera fantasías que no existen. Lo concreto y lo real es la vida. Lo que no se puede ver, comprobar o evidenciar entra en el peligroso campo de las imaginaciones personales o colectivas. No se concibe ciertamente la vida espiritual con un “anclaje” en la realidad de la vida humana y una mirada de la vida humana desde su nivel más profundo.

 

           

            Ciertamente puede existir vida humana sin vida espiritual y también puede darse vida espiritual sin madurez en el crecimiento humano. Estas son deformaciones en la comprensión de lo que es la vida humana la vida espiritual.

           

            A menudo se cae en miradas parciales de la vida espiritual, ya sea por exceso o por defecto. Por exceso sucede cuando la vida espiritual es un “espiritualismo”, un «trascendentalismo exagerado», un «angelicalismo desencarnado», en donde Dios tiene poco que ver con las realidades humanas. No se contamina, ni se contagia. Lo humano tiene la sospecha de ser siempre indigno, cuando no malo o pecaminoso.

 

            Se cae en un «espiritualismo» que no tiene nada que ver con la espiritualidad. El «espiritualis­mo» intenta, de forma desvirtuada, centrarse absolutamente en Dios, renegando de todas las realidades humanas. Existe una separación absoluta entre lo sagrado y lo profano; divorcio total de las cosas de Dios y las cosas de los hombres. 

 

            Se maneja una falsa imagen de Dios, una caricatura. El Dios del «espiritualismo» es tan puro y trascendente que resulta casi inaccesible y lejano, estático y etéreo, abstracto y poco providente con los designios de los hombres, desentendido y despreocupado de lo que pasa en el mundo, demasiado concentrado y ocupado en cosas más importantes que las insignificancias que suceden “aquí abajo”, un Dios indiferente, sin demasiada incidencia en la realidad concreta.

 

            El espiritualismo es intimista, individualista, evasivo de la realidad humana. Al menos implícitamente sostiene que la realidad humana posee algo de prosaico y vulgar, impuro y sucio, indigno de Dios. No se capta que la vida espiritual tiene que ver con la existencia humana concreta, singular y real.

 

            La auténtica «espiritualidad» se armoniza con el crecimiento humano, fomenta la coherencia y la unidad de vida: Desde la realidad de Dios se va hacia la realidad del hombre pasando por la realidad del mundo. Estas tres «realidades» -Dios, el hombre y el mundo- son los “ejes” de toda espiritualidad.

 

            En el «espiritualismo», el misterio cristiano de la Encarnación queda relegado y eclipsado. El Dios hecho hombre -la unión de lo divino con lo humano- no tiene mayor implicancia.

 

            La verdadera fe no sólo confiesa al Dios Encarnado sino que también saca las consecuencias para la vida y para todo lo humano. El cristianismo es un verdadero humanismo. El Apóstol San Pablo dice: «Todo cuanto hay de verdadero, noble, justo, puro, amable, honorable; todo cuanto sea virtud o digno de elogio; todo eso, téngalo en cuenta» (Flp 4,8). Es preciso reconocer el potencial dignificante y salvador de todo lo genuinamente humano.

 

            Hay cristianos que pareciera que no se han enterado que Dios se ha hecho hombre. Siguen viviendo como si Dios no se hubiera hecho humano, como si no hubiera venido a la historia.

           

            ¿Vos qué Dios tenés?; ¿Qué Dios confesás?; ¿Ese Dios, tiene incidencia en lo más concreto de tu vida, de tu historia, de tu camino personal, de tus afectos?; ¿En qué lo notás?; ¿Tu vida tiene “puentes tendidos” hacia Dios o, al contrario, tiene “murallas levantadas” y defensas imbatibles erigidas hacia Él?; ¿Y si nos dejáramos amar por Dios?; ¿Qué nos pasaría de bueno?; ¿Y si buscamos una manera nueva y distinta para ensayar el amor a Dios?

 

Texto 3:

 

            La otra mirada parcial de la espiritualidad es la que se hace por «defecto». Mientras que por «exceso», la que recién reflexionamos, se exageraba lo espiritual en desmedro de lo humano; la otra parcialización es lo contrario: Una acentuación tal de lo humano que el ámbito de lo divino queda casi anulado.

 

            En la posición anterior, Dios se subrayaba con perjuicio del hombre y del mundo. En el caso presente, el hombre y el mundo se alzan, desplazando a Dios.            La mirada por «defecto» reivindica tanto la autonomía del hombre y del mundo frente a lo trascendente, que los separa totalmente, de una manera independiente y cerrada: El hombre y el mundo se explican por sí mismos. Lo que vale es sólo el alcance de los logros humanos y las explicaciones de la ciencia y la técnica. El hombre, en su propia evolución, se autorredime.

 

            En la actualidad, incluso hay “espiritualidades” sin Dios. Hoy casi todo es “autoayuda”, autodominio de la voluntad y del esfuerzo personal. No se necesita a Dios. El hombre, con su sola energía, puede superarse y vencerse. El remedio se encuentra en sus propias potencialidades. Se cae en un exagerado optimismo de las condiciones humanas. El hombre y el mundo se autoabastecen. Dios que ya no tiene cabida. Lo podemos jubilar. Ahora nosotros somos lo que lo echamos a Él del Paraíso. Nos “vengamos” de Dios. Ya no lo necesitamos. Existe un “eclipse” de Dios en el mundo. Dios ha empezado a agonizar y a morir.

 

            A menudo, Dios se vuelve nuestro propio reflejo y en su imagen nos vemos, nos proyectamos y nos justificamos. Un Dios creado a imagen y semejanza humana. Un Dios al que le ponemos nuestras culpas, nuestros errores, equivocaciones y cargas. Demasiado parecido a nosotros. Demasiado imperfecto.

 

            Ciertamente cualquiera de estas dos miradas parciales –por “más” o por “menos”, por “exceso” o por “defecto”– que separan la vida humana de la vida espiritual son deformaciones. Tanto el exceso que exagera lo divino haciéndolo inaccesible para el hombre, como también la suficiencia de todo lo humano excluyendo a Dios, son “malformaciones” a evitar.  

 

            Hay que lograr una armonía, cada vez más profunda, para que lo ver­daderamente humano posibilite una apertura real a lo trascendente y lo trascendente llegue a percibirse cada vez más en lo humano. El “puente” queda establecido en el misterio de la Encarnación: Dios se ha hecho hombre y el hombre se abre -desde sí- hacia Dios. No hay nada humano que no aspire a lo divino. No hay nada divino que no haya asumido lo humano.

 

            Hay que contemplar la realidad y la fe sin divisiones. La vida humana y la vida espiritual no son dos «vidas» paralelas. Según sean las etapas de la vida humana serán las etapas de la vida espiritual. Ambas se complementan y se reclaman. Para discernir una, hay que ver cómo se desarrolla la otra. No son independientes. La espiritualidad se cultiva en la madurez y la madurez favorece la espiritualidad.

 

            ¿Para vos la vida humana es vida espiritual? ; ¿A tu vida espiritual no le está faltando un poco de humanidad?; ¿Vivís tu crecimiento como una unidad entre la vida humana y la espiritual o son realidades separadas e inconexas?; ¿Tu vida espiritual corre el peligro del “exceso” o del “defecto”?; ¿Por dónde pasa el equilibrio para lograr la armonía?; ¿En nuestra cultura encontrás igualmente estas tendencias?; ¿Un ocultamiento de Dios, por un lado, como si Dios hubiera muerto y –por otro- una mostración deformada de ciertas “caricaturas” de Dios que no nos ayudan?

 

 

Texto 4:

 

            En la Biblia, el hombre siempre es una unidad. No está el cuerpo por un lado y el alma por el otro. No hay nada “fraccionado”. Su relación con Dios se origina desde lo que le toca vivir: A partir de lo que cada uno es y de la propia historia.

 

            Cuando la Biblia dice que el hombre es «espíritu» no lo afirma por oposición a la materia. Significa todo el hombre -uno y único- con todo lo que es, en apertura hacia lo trascen­dente. Todo el hombre -cuando se abre a Dios y se pone en el ámbito de lo divino- es «espíritu» (Cf. Rm 8,16). Sin dejar de ser hombre, se lo ubica en un horizonte que, por sus solas fuerzas, no puede alcanzar (Cf. Gál 5,23). Se transforma en “espiritual”.

 

            De igual manera, cuando la Biblia habla de que el hombre es «carne», no entiende el cuerpo material en oposición al alma sino que quiere resaltar la totalidad del hombre vista desde su fragilidad y debilidad cuando actúa por sí mismo, dejándose llevar por sus criterios, ajeno al Espíritu de Dios.

 

            Cuando la Biblia habla de «espíritu» y la «carne» no se refiere a la distinción entre «alma» y «cuerpo». Para la Palabra de Dios, “espíritu” y “carne” es la totalidad del hombre en su unidad, ya sea que viva centrado en sí o que se abra a Dios. (Cf. Gál 5,16-24).  

 

            El hombre «carnal» -para la Biblia- no es principalmente el que vive del cuerpo y los sentidos, sino el que se coloca fuera de la influencia de Dios; así también, el hombre «espiritual», no es el que se ejercita en las prácticas religiosas sino el que pone toda su persona y su vida, bajo la acción del Espíritu de Dios. (Cf. 1 Co 2,14-16).

 

            Para la Biblia, sólo hay dos posibilidades, dos opciones: O se vive todo lo que se es y lo que se hace desde Dios y, entonces, el hombre -en la totalidad de su unidad- es «espiritual» (Cf. Rm 12,2), o se vive desde el propio centro y, por lo mismo, todo el hombre es «carnal» (Cf. Jn 3,6).

 

            Vos, ¿Te experimentás en unidad y en armonía o -por el contrario- en fragmentación y ruptura, en una especie de “descuartizamiento” interior?; ¿Te sentís una persona entera o una persona “partida” como un espejo que se ha caído al suelo haciéndose añicos, en donde la imagen es una sola pero está toda repartida y disociada en cada fragmento? ¿Cuáles son las divisiones más fatales de tu personalidad o de tu vida?; ¿Qué es lo que aún no está integrado?; ¿Crees que todo esto lo podés hacer vos sólo?

 

 

Texto 5:

 

            La vida humana y la vida espiritual al ser un solo y único camino de crecimiento, no se resuelven en una sola y determinada etapa de la existencia sino en el proceso de toda la vida.

 

            Si unimos vida humana y vida espiritual, la experiencia de Dios pasa por lo cotidiano. Dios trabaja sólo a partir de la realidad, de «nuestra» realidad. A menudo nos evadimos de lo que concretamente somos y podemos. Es preciso retornar a nuestra singular «realidad», la única que Dios tiene en cuenta para hacernos crecer. Dios construye sólo a partir de lo que concretamente somos y vivimos. No hay que esperar el momento ideal, hay que vivir el presente real. El Apóstol San Pablo exhorta: « ¡Mire cada cual cómo construye! Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto» (1 Co 3,10-13). Es preciso discernir si construimos sobre la realidad firme o sobre “inconsistencias”, sobre «roca» o sobre «arena» dice el Evangelio (Mt 7,24-27).

 

            En esta «edificación» de nuestra vida no estamos solos. Dios es el arquitecto y el constructor junto a nosotros (Cf. 1 Co 3,9).Están sus dones y nuestra cooperación; su libertad y nuestra respuesta, como canta el Salmo: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas» (126,1). Es infructuoso el trabajo en cual se empeña sólo el hombre sino le da cabida a Dios.

 

           

            El crecimiento es un “todo”. Cada etapa de la vida humana y espiritual involucra las otras. No hay que saltear ninguna. Una vida madura es aquella que en cada momento involucra la armonía del todo. La madurez no se realiza “recortando” sino integrando cada etapa, como ciclos «inclusivos» en los que unos se suman a los otros y hacen al conjunto. El crecimiento es, precisamente, una intensidad en tensión hacia la plenitud y, generalmente, requiere pacientemente de mucho tiempo.

 

            Todo esto -para los creyentes- se nos ilumina desde el misterio de Jesús que, según el ritmo de lo humano, «crecía ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). También nosotros necesitamos crecer y continuar. La ruta de la vida tiene una sola dirección: Hacia delante. El Apóstol San Pablo dice: «No es que lo tenga ya conseguido o que me considere perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: Olvido lo que dejé atrás y me lanzo hacia adelante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Por lo demás, desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante» (Flp 3,12-16).

 

            Mientras avanzamos, advertimos que cada etapa tiene sus propias características. Para el niño la vida es aprendizaje y dependencia; para el adolescente, crisis de autoafirmación y búsqueda de identidad; para el joven, opción responsable y compromisos definitivos; para el adulto, experiencia y plenitud; para el anciano, sabiduría y unidad de vida.

 

            En la transición de una etapa a la otra, siempre hay una cierta «movilización». El paso de un ciclo a otro nunca es “pacífico”. Crecer cuesta y, a veces, hasta duele. El crecimiento es siempre «crítico». A menudo, hasta “perturbador”. Crecer fundamentalmente es pasar por la “crisis”.

 

            ¿Vos en qué etapa estás?; ¿Estás pasando por alguna crisis?; ¿Te cuesta y te duele crecer?; ¿En qué sentís que has crecido últimamente? ¿Qué es lo que hoy estás viviendo que te exige crecer?, ¿En qué me gustaría lograr una madurez más acabada?; ¿El proceso humano que estás viviendo, favorece u obstaculiza el crecimiento?; ¿Nunca pensaste que todo cuanto acontece en la vida es para que conquistes tu felicidad posible?

 

 

Texto 6:

 

            La espiritualidad en nuestra actual cultural es todo un desafío. El presente se manifiesta como una época compleja. Existe indiferencia religiosa, secularismo, escepticismo, superstición y sincretismo, esa “mezcla” de múltiples creencias y ritos.  Hay quienes no creen en Dios para terminar creyendo en todo o en cualquier cosa. Estamos en la decadencia de un Olimpo de dioses fabricados a la medida de cada necesidad.  Algunos propician una “nueva espiritualidad sin religión”, un credo más allá de todas las confesiones. Una espiritualidad "alternativa", compatible con cualquier religión.

 

En este horizonte nuestro desafío es sacar "lo nuevo y lo viejo" (Mt 13,52). El Espíritu de Dios "que sopla donde quiere" (Jn 3,8) surca plenamente este tiempo de la historia, transitando todas las culturas. Su luz es necesaria para discernir los signos. Este Espíritu que atraviesa los tiempos del mundo y sus ciclos humanos es el también el que bucea las honduras del corazón humano y se interna en las  profundidades del misterio de Dios, que "todo lo sondea" (1 Co 2,10).

 

            La vida espiritual del cristiano –al igual que su vida humana- se resuelve en el amor. Hay que pasar por la vida pisando, con temor y temblor, la tierra sagrado de todo lo humano. Dios está en todo lo genuinamente humano. Se ha hecho hombre para que lo puedas encontrar. Se ha hecho amor para que lo puedas experimentar. No hay que olvidarse de todo aquello que te permite ser y continuar. El camino es para transitarlo, te lleve a donde te lleve. La vida es un camino de sentido único. Siempre avanzando, nunca retrocediendo, ni quedándose, ni mirando atrás. La vida viene a nuestro encuentro. Nos abraza por todos lados. No nos deja escapar. La vida camina infatigable, prosigue sin descanso y sin pausa. Siempre, siempre hacia delante.

 

 

Eduardo Casas.